Se llama así al que, fundado en la riqueza y ejercido por personas particulares, interfiere con el poder político o se combina con él en los países de economía de mercado. Es el poder que ejerce la <plutocracia, esto es, el conjunto de las personas acaudaladas y los sectores financieros en un país.
Desde los más remotos tiempos la riqueza fue un instrumento de dominación social. Por eso los hombres se afanaron tanto por conquistarla. En su insaciable deseo de dominación, desarrollaron una irreductible lucha por la acumulación de bienes materiales. Las primeras confrontaciones que se dieron en las sociedades primitivas fueron a causa de la desigual apropiación de los excedentes producidos por el trabajo comunitario. Y, desde entonces, la competencia por el poder y también por la riqueza, que es otra forma de poder, se volvió implacable. El resultado fue la violencia entre las personas y la guerra entre los pueblos. A esos extremos condujo la fiebre de enriquecimiento que abrigaron los individuos y los grupos. En esa lucha triunfaron unos y otros perdieron. La riqueza, así, sufrió una desigual distribución. Los triunfadores pronto formaron una clase social dominante que impuso su voluntad a los vencidos. Lo que vino después no fue otra cosa que la historia de las luchas de clases, como dijo hace siglo y medio el <Manifiesto Comunista, en torno a intereses económicos concretos.
Así nació y se desarrolló el poder económico, que se funda en la riqueza y que confiere a quien la posee una poderosa hegemonía social. Esto es especialmente cierto en los sistemas capitalistas, en los cuales los medios de producción permanecen en manos privadas. En ellos, los <grupos de presión, que son condensaciones del poder económico, ejercen una enorme influencia sobre los mandos del Estado. Se valen de todos los medios para alcanzar sus objetivos. Presionan a los gobiernos de diversa manera a fin de obtener resoluciones que favorezcan sus intereses. En algunos países ellos han acumulado tanto poder e influencia, que a su acción sobre los órganos estatales se ha llamado el “gobierno invisible”.
La sustancia del poder económico ha variado en el tiempo. Al comienzo fue la propiedad de la tierra el factor determinante de dominación social y de influencia política. El <latifundio señorial, a la antigua usanza, y la plantation ligada al comercio de exportación fueron los principales instrumentos de dominación social. Hoy las cosas han cambiado. El latifundio se ha eclipsado y, sin extinguirse ni mucho menos, ha dado paso a nuevos factores de poder económico nacidos del proceso de modernización capitalista. El comercio, la industria, la banca, las finanzas, los servicios son hoy los principales factores de poder. El señorío del campo se ha trasladado a la ciudad y el viejo terrateniente ha cedido su dominio al moderno empresario.
La influencia del poder económico en la vida política de un Estado tiene varias modalidades. La <plutocracia es una de ellas. Se llama plutocracia a la injerencia abusiva de la gente adinerada en las esferas del poder. Y si esa influencia proviene específicamente de la banca privada, se trata propiamente de una <bancocracia.
La plutocracia se diferencia de la <oligarquía en que ésta, siendo también el gobierno de pocos en su propio beneficio, no es necesariamente el gobierno de los ricos. En otras palabras, mientras que la plutocracia es por definición el gobierno ejercido o inspirado por los sectores más acaudalados de la sociedad, la oligarquía es el ejercicio del poder para beneficiar o enriquecer al círculo gobernante, aunque éste no sea precisamente el de los más acaudalados.
Los grupos progresistas han hecho grandes esfuerzos en las democracias contemporáneas para podar la influencia de las cúpulas amonedadas sobre los mandos del Estado. Pero la tarea ha sido nada fácil, porque la creciente concentración del ingreso y de la riqueza ha favorecido el poder de ellas. La llamada globalización de la economía igual. El proceso de >privatización que tan febrilmente han impulsado las fuerzas de derecha camina en la misma dirección. Todo ha concurrido a robustecer, como nunca antes, el poder económico de las corporaciones privadas.
Creo que en ninguna etapa de la historia el poder económico ha tenido tanta fuerza como en la de la <globalización. Su poderío es inédito dentro de un orden económico hecho por y para la economía privada. Cierto es que, salvas contadas experiencias históricas, él jamás perdió su autoridad. A veces fue amenazado o incluso vencido transitoriamente pero supo conservar sus armas —la propiedad, la riqueza, el dinero, las empresas, las finanzas— que le permitieron recuperarse con igual o mayor fuerza que antes. Cuando se vio obligado a renunciar a ciertos privilegios o ventajas pronto los recuperó con creces. Sus derrotas fueron pasajeras porque al final su tenacidad se impuso y restauró la hegemonía de las clases dominantes. La historia nos demuestra que el popder económico nunca bajó la guardia ni se dio por vencido. A veces se vio obligado a luchar frontalmente, movilizar las llamadas “fuerzas vivas” y terminó por imponer sus puntos de vista contra los intentos gubernativos de menoscabar sus intereses. En otras ocasiones prefirió actuar con sutileza. Utilizó sus tentaciones y halagos para seducir a los centros del poder político y logró finalmente sus propósitos. Pero lo que hoy ocurre es diferente: el sistema político, económico y social está hecho a su medida. Es un orden que privilegia como nunca antes, abierta y desenfadadamente, los intereses de la economía privada.
Bajo el actual orden político internacional el poder económico tiene pocos límites. Es omnímodo y ubicuo. Está rodeado de un prestigio especial. A quienes cuestionan su influencia se les tiene como “retrógrados” habitantes del jardín jurásico de la política. En el paradisíaco mundo de la globalización y del pensamiento único se impone hoy el poder económico transnacional ejercido por empresas cuyo radio de acción trasciende las fronteras nacionales. Esta es una de las características del poder económico de nuestros días. Es un superpoder que toma decisiones en lugares lejanos, que burla las soberanías estatales y que tiene efectos obligantes a escala planetaria. El capital ha asumido su propia “soberanía”. Salta de un lugar a otro en búsqueda de mejores rendimientos. Castiga a los países que no le ofrecen lo que busca. Y casi nada pueden hacer éstos para evitarlo puesto que han perdido control sobre sus economías ante el imperio globalizado del capital.