Es la habilidad que ciertos políticos tienen para sacar provecho personal de las diversas situaciones que les presenta la vida pública. El concepto es una mezcla de <arribismo, avilantez y desvergüenza. Está íntimamente ligado a la cultura política de cada pueblo. Parece que la palabra fue aplicada por primera vez en 1876 contra el líder republicano francés León Gambetta, y desde entonces formó parte del vocabulario de los grupos marxistas, primero, y luego, de la fraseología política general.
Los políticos oportunistas son hombres de geometría variable que se adecuan con suma facilidad a todas las situaciones y de todas ellas extraen provecho personal. Tienen una admirable capacidad de aclimatación. Lo mismo prosperan en un régimen ideológico que en otro.
Acomodaticios y flexibles, lo importante para ellos es avanzar, en términos de prebendas personales. Y el mimetismo, la simulación, el servilismo son sus principales armas. En las filas del oportunismo político se reclutan los migrantes ideológicos, los tránsfugas partidistas y los servidores incondicionales de todos los gobiernos.
Son muy hábiles para apostar al triunfador. Incluso se anticipan a su triunfo. Son diestros en el arte del acomodo. Con ambigüedades buscadas de propósito están siempre preparados para cambiar de ubicación política. Y lo hacen sin aflicción ni remordimiento. Con frecuencia sus actos pertenecen más a la acrobacia que a la política.
Los políticos oportunistas todo lo ven en forma de asa, como decía Mirabeau. En realidad, los sucesos, las opiniones, las ideas y los hombres tienen forma de asa, para asirse a ellos y sacarles el mayor provecho posible.
El escritor ecuatoriano Demetrio Aguilera Malta (1909-1981), en su sabroso y socarrón relato "El Secuestro del General", ironizó en torno a las pasiones humanas que revoloteaban en torno de los dictadores latinoamericanos. Holofernes Verborrea se llama el personaje que representa al dictador y Paco Alfombra, el adulador que personifica a los genuflexos de siempre que, según dice el escritor, acostumbran doblar sus rótulas en búsqueda de favores. Es el infaltable oportunista, listo siempre a encaramarse en los carros del triunfo. Acomodaticio, de geometría ideológica variable, nada raro sería que, después de agotadas sus posibilidades de usufructo, se convirtiera en censor y crítico del gobierno al que sirvió para favorecer los intereses del gobierno que vendrá.
Está tan ligado el oportunismo a la acción política, por desgracia, que Auguste Nafftzer (1820-1876), fundador de la “Revue Germanique”, afirmó que “la política es esencialmente la ciencia del oportunismo”. Sin embargo, pienso que es justo interponer distancias entre >política y >politiquería. La politiquería es un subproducto de la política. Es su degeneración. El oportunismo es uno de los elementos de la politiquería junto con la intriga, la maquinación, el bajo vuelo de las ideas, el inmediatismo de miras y otras peculiaridades. La política es otra cosa. Es una misión trascendental de beneficio público. Es la tarea de conducir a los pueblos y administrar su patrimonio.
Sin duda los que más usaron —y abusaron— del término oportunismo fueron los marxistas en el curso de sus interminables querellas. No hay polémica importante en la que no se lo haya incluido. El término fue endilgado a los burgueses, a los anarquistas e incluso a los propios marxistas discrepantes de las verdades pontificales de la ortodoxia. Lenin habló de la “aristocracia obrera” y del “puñado de líderes pasto del oportunismo” para referirse a quienes se enrolaron en los ejércitos para defender a sus países durante la Primera Guerra Mundial, desoyendo los llamados del internacionalismo proletario. “Oportunista” era todo aquel que hacía la menor observación a la lucha de clases, a la dictadura del proletariado, a la estatificación económica o a cualquier otro dogma del <marxismo.
Esta fue una de las palabras favoritas en los litigios entre los marxistas europeos a finales del siglo XIX. La polaca Rosa Luxemburgo (1871-1919), en su libro “Reforma o Revolución” (1899), al impugnar las ideas “revisionistas” de Bernstein, le achacó también “oportunismo”. En la controversia entre la facción <bolchevique y la menchevique sobre temas doctrinales, tácticas de lucha y forma de organización del Partido Comunista, a comienzos del siglo pasado, se escuchó también esta palabra, lo mismo que en los ataques que los bolcheviques lanzaron contra Karl Kautsky a propósito de las críticas que éste formuló a la teoría leninista del <imperialismo. Durante el <estalinismo, bajo las acusaciones de “revisionista” y de “oportunista”, se realizaron las más cruentas purgas de la dirigencia del Partido Comunista de la Unión Soviética.
El tema del oportunismo se discutió mucho en los círculos dirigentes del marxismo europeo con ocasión del llamado “affaire Millerand” en Francia. Alexandre Millerand (1859-1943), un marxista de línea, había entrado a colaborar como ministro en el gobierno burgués de Waldeck-Rousseau en 1899. Ello produjo un gran escándalo. Un sector de los socialistas franceses consideraba que esta era una buena oportunidad para acopiar experiencia de gobierno. Los sectores blanquistas y sindicalistas, en cambio, estimaban que era una traición a la causa de los trabajadores. Abundaron, en la tormenta política, las acusaciones de “oportunismo”. Al discutirse esta cuestión en el congreso de la Segunda Internacional de 1899, se aprobó un acuerdo ambiguo —tan “oportunista” como el propio acto de Millerand— en el que se decía que “la participación de socialistas en gobiernos burgueses es incompatible con los principios de la lucha de clases del proletariado” pero se agregaba que “un partido socialista puede ingresar a tales gobiernos sólo bajo excepcionales condiciones”.