Palabra rusa que significa >transparencia y que puede también significar publicidad. Fue utilizada por Mijail Gorbachov durante la segunda mitad de la década de los ochenta, como parte de su >perestroika, para denotar el manejo público y abierto de los asuntos del Estado en la Unión Soviética, en contraste con el secretismo anterior. La palabra significaba, sin embargo, algo más que transparencia o que publicidad: se refería a la discusión abierta y libre de los asuntos del Estado. Implicaba libertad de prensa. Derecho a disentir de los puntos de vista oficiales. Participación popular en los asuntos de interés general. Gorbachov vio en el apoyo de la prensa y de la opinión pública una gran palanca para impulsar sus planes de reestructuración de la sociedad soviética y de supresión de las ineficientes empresas estatales. Claro que el proceso se le fue de las manos. El líder soviético nunca pensó que sus propuestas conducirían al colapso y disolución de la Unión Soviética.
En todo caso, el uso político de esta palabra es reciente y está vinculado al proceso de apertura y reorganización iniciado por Mijail Gorbachov en la Unión Soviética.
La publicidad de los actos de gobierno es un elemento esencial de la democracia porque los gobernantes administran cosa ajena y los propietarios de ella deben ser informados de la forma en que se gestionan sus intereses. Es un derecho del pueblo, por tanto, conocer la marcha de las cuestiones del Estado. La transparencia satisface este derecho, aparte de favorecer la moralidad política y administrativa. La transparencia, aunque entonces no se la llamaba así, fue una de las conquistas de las revoluciones del siglo XVIII: estableció como principio la publicidad de los actos de gobierno. Ellos deben ser cristalinos. El <absolutismo, primero, y el >totalitarismo, después, impusieron un encubrimiento institucional y sistemático de la gestión pública. Sólo los miembros de la <camarilla podían conocerla. No hubo en aquellos tiempos el más mínimo destello de transparencia.
Esto, como es lógico, fomentó la corrupción gubernativa y el abuso del poder.
En el caso soviético, el mérito de Gorbachov fue desgarrar el velo de misterio que había cubierto ancestralmente la gestión del gobierno comunista. “Queremos más apertura —escribió en su libro “Perestroika, nuevo pensamiento para mi país y el mundo”— en los asuntos públicos, en cada esfera de la vida. La gente debe saber qué es bueno y también qué es malo. Así es como deben ser las cosas en el socialismo”. Y añadió: “La gente le ha tomado el gusto a la glasnost. Y no solamente por su natural deseo de saber qué es lo que sucede y quién hace tal o cual cosa. La gente cada vez se convence más de que la glasnost es una forma efectiva de control público de las actividades de todos los cuerpos gubernamentales, sin excepción, y una poderosa palanca para corregir las equivocaciones”.
Las proclamas de Gorbachov en las que pedía glasnost y perestroika tuvieron inmediato eco en un gran número de intelectuales soviéticos. Y de allí partió el movimiento de reforma política y liberalización económica de la URSS y de los países de Europa oriental que pertenecían a su órbita.
Gorbachov confesó en su libro “Carta de la Tierra” (2003) que se sintió “horrorizado” cuando se enteró en 1985, como jefe recientemente designado del Partido Comunista, que en Kyshtym se había producido en 1959 una gigantesca explosión de materiales químicos almacenados en un depósito de desechos radiactivos del ejército, que provocó terribles daños a la población y al medio ambiente, y que se mantuvo en el más absoluto secreto durante casi treinta años por la prensa soviética controlada por la censura oficial. Kyshtym era una de las “ciudades prohibidas” que tenía la Unión Soviética, que no aparecían en mapa alguno y cuyo acceso estaba vedado a los extranjeros por la presencia en ellas de instalaciones militares. Fue entonces que Gorbachov tomó la decisión de que “no podemos seguir viviendo así”, con total falta de transparencia informativa, bajo cuyo amparo los dirigentes del Estado perpetraban los más diabólicos abusos, y emprendió en las profundas reformas que se concretaron en la perestroika y en la glasnost.
“La transparencia o glasnost, es decir, la apertura de la información —escribió Gorbachov—, implicaba la posibilidad y el derecho a decir la verdad y era una condición insoslayable para la consecución de las radicales reformas, que englobé bajo el nombre de perestroika”.
Como parte de ellas, Gorbachov aceleró el acceso de la Unión Soviética “a las nuevas tecnologías para evitar que el país quedara al margen del mundo civilizado, en una época en que la electrónica y la informática se desarrollaban vertiginosamente”.
La primera prueba a la que se sometió la política de transparencia informativa de Gorbachov fue la catástrofe de la central nuclear soviética de Chernobyl el 26 de abril de 1986 —el más grande percance industrial que ha soportado la humanidad—, que lanzó al aire una nube radiactiva que invadió Ucrania, Belarús, Finlandia, Suecia, Noruega, Polonia, Alemania y Francia y que dejó 32 muertos, 600.000 personas expuestas a la radiación, 119 poblados abandonados y extensos campos agrícolas contaminados.
Gorbachov tomó la decisión de distribuir toda la información del percance nuclear en el ámbito nacional y en el internacional. La comisión gubernativa encargada del problema convocó conferencias de prensa en Moscú el 6 y el 9 de mayo para informar de lo que ocurría y una delegación soviética, encabezada por el científico V. Legasov, uno de los diseñadores de los reactores instalados en Chernobyl —quien terminó por suicidarse atormentado por sus reproches de conciencia—, acudió al Organismo Internacional de Energía Atómica, con sede en Viena, para presentar un detallado informe de la situación. La desintegración radiactiva del cesio-137, que fue el isótopo más peligroso para la salud humana de los que fugaron de Chernobyl, toma treinta años, de modo que aún están vigentes sus consecuencias en las poblaciones afectadas.