Palabra de origen francés —proveniente de diriger, que significa dirigir— con la que se designó desde el siglo XVII en Europa la tendencia del Estado a intervenir en la actividad económica de la sociedad.
El término no es muy preciso. Se refiere a un tipo de política económica que confiere al Estado un papel predominante en la toma de las decisiones económicas.
Aunque la palabra tiene varios siglos de existencia y ya a principios del siglo XIX Saint-Simon y otros pensadores del >socialismo utópico plantearon la idea de “organizar” la economía industrial para evitar las incoherencias y las injusticias a que condujo la política liberal de inhibiciones estatales, el dirigismo cobró fuerza con ocasión de la gran crisis mundial de 1929, como política económica, para hacer frente a la desorganización y al desconcierto de los mandos económicos en los países capitalistas, que hasta ese momento estuvieron confiados a mandos privados. Entonces se levantó el clamor de que el Estado “empuñe el timón” de la economía, en una sola unidad de mando, para conjurar la crisis. El economista inglés John Maynard Keynes (1883-1946) fue uno de los principales impulsores de esa política. Rechazó por igual el capitalismo de Estado de corte marxista que el corporativismo fascista y la tesis del >laissez faire liberal. La superación de la crisis recesiva de los años 30 se debió, en gran medida, al nuevo enfoque de la política económica, que otorgó al Estado mayor protagonismo en el proceso de la producción y distribución de los bienes económicos.
Más tarde cobraron renovada fuerza los planteamientos dirigistas en la tarea de reconstruir Europa de los escombros de la Segunda Guerra Mundial y en la de organizar el mundo después de la catástrofe. El dirigismo entonces significó no solamente entregar al Estado las principales decisiones de la vida económica de la comunidad sino también privilegiar las políticas de orden social a favor de los sectores más pobres de la población, que en el período histórico anterior no se habían dado espontáneamente ni por la iniciativa de los agentes económicos privados.
Sin embargo, la exageración del dirigismo condujo a dos posiciones ineficientes, desde el punto de vista económico, y autoritarias, desde la perspectiva política. La una fue la >estatificación de los instrumentos de producción en los países marxistas y la otra fue la organización corporativa de los fascistas.
La estatificación de los instrumentos de producción condujo al <capitalismo de Estado, en el cual el control gubernativo de los instrumentos de producción se convirtió en el interés de clase de la tecnoburocracia dominante.
El capitalismo de Estado reprodujo casi todas las aberraciones del capitalismo clásico, si bien no en beneficio de los empresarios privados sino de la nueva clase dominante integrada por los dirigentes del partido comunista, los encumbrados funcionarios estatales y los oficiales de alta gradación de las fuerzas armadas, que impusieron a la sociedad el control de los medios de producción, la <acumulación estatal del capital con base en bajos salarios y consumo insuficiente de la población, la supresión de los derechos laborales, largas jornadas de labor, explotación de la fuerza de trabajo, apropiación oficial de la plusvalía arrancada al obrero y deficientes condiciones de vida de los trabajadores.
El corporativismo fascista, implantado en Portugal, Italia, Alemania y España durante las primeras décadas del siglo XX, fue igualmente implacable en la imposición del mando político y la explotación económica de los trabajadores. Digo mal: fue peor, mucho peor, porque en el marxismo hubo una leal preocupación por la igualdad, aunque no se la lograra, pero en el fascismo la desigualdad fue uno de los principios fundamentales de su doctrina. El dirigismo, en él, no fue otra cosa que la extensión de su autoritarismo hacia el campo de las relaciones de producción. Todo estuvo verticalmente sometido al poder del Estado: el trabajo, las relaciones obrero-patronales, el sindicalismo, el régimen salarial, las cuotas de producción, la comercialización de los bienes y, en general, todos los pasos del proceso económico.
El dirigismo ha sido duramente cuestionado en los últimos años por ciertos sectores políticos comprometidos con el >neoliberalismo y por los dirigentes empresariales privados en su propósito de transferir el comando de la economía de las manos del Estado a las manos particulares. Los dirigentes empresariales abominan el dirigismo del Estado pero lo aplican implacablemente al interior de sus empresas. Les parece malo para conducir la economía general pero bueno para la economía particular. Se les antoja deficiente como estrategia estatal pero eficiente como estrategia empresarial.
Mirando las cosas con perspectiva histórica, he llegado a la conclusión de que ni el régimen capitalista de mercado ni el socialista de economía dirigida han sido eficientes. La crisis mundial de 1929 fue el resultado del poder omnímodo que se dio a la iniciativa privada en la conducción de la economía y la crisis de los años recientes obedeció al fracaso de la estatificación de los países marxistas. Eso me hace pensar que la verdad económica no está en esas posiciones extremas sino en la rica gama de las posibilidades intermedias, donde hay que buscar el sistema económico que mejor se adecúe a las circunstancias de cada país.