Esta palabra, que fue incorporada a nuestra lengua en la edición del 2001 del diccionario de la Real Academia Española, se deriva del neologismo inglés disinformation, que significa dar errónea información por los medios de <comunicación de masas con el fin de confundir, desorientar o llevar a engaño a la opinión pública.
La sociedad contemporánea está modelada por los medios de comunicación y por los múltiples programas de internet. La razón para que ello ocurra es muy sencilla: los hombres actúan de acuerdo con las informaciones que tienen y esas informaciones las reciben de los medios de comunicación y de la red electrónica de internet que conecta centros de investigación, universidades, bibliotecas, bases de datos, archivos, laboratorios y otros centros científicos ubicados alrededor del mundo.
La televisión tiene especial importancia por la onda expansiva de su acción y por la fuerza “vivencial” de sus testimonios. Sus mensajes informativos, de opinión y comerciales dejan una profunda huella en la sociedad. Hay, sin embargo, mil y una maneras de manipular la información televisual. La selección de las imágenes, su perspectiva, el tiempo de exposición, la iluminación son, entre otros, métodos de manejo de la imagen en la pantalla. Y eso sin contar con la eliminación o apocamiento de unas noticias y la magnificación de otras, que es siempre una posibilidad abierta para un medio de comunicación.
Pero la comunicación, como quiera que sea, es uno de los elementos esenciales de la organización social contemporánea, hasta el punto de que algunos autores —el sociólogo alemán Niklas Luhmann (1927-1998), por ejemplo— consideran que >sociedad y <comunicación son la misma cosa: que la sociedad, en último término, no es más que un sistema de comunicaciones.
Eso explica por qué la desinformación es un fenómeno tan frecuente en la vida política. Dado que la información es uno de los elementos más importantes de la sociedad moderna —denominada por eso sociedad de la informática— mover a la acción por medio de datos erróneos acerca de una determinada realidad, es sin duda una táctica tan eficaz como condenable. Los fascistas y los comunistas fueron maestros en desinformar a sus pueblos. El régimen hitleriano, principalmente a través de Joseph Goebbels (1897-1945) al frente del ministerio de información y propaganda, hizo verdaderos prodigios en el campo de la desinformación y subinformación de la opinión pública alemana para obtener de ella las conductas deseadas. El ministro de la aviación, Hermann Goering (1893-1946), cuando Estados Unidos entraron a la guerra a raíz del episodio de Pearl Harbor, dijo al pueblo alemán: “Los norteamericanos no pueden construir aeroplanos; no saben hacer más que refrigeradoras y hojas de afeitar”. Su propósito era darle una falsa información: desinformarle, con el propósito de mantener incólume su espíritu de lucha. Pero resultó que después de Pearl Harbor los norteamericanos fabricaron 48.000 aviones en 1942, 86.000 en 1943 y en 1944 más de 96.000, con lo cual alteraron en beneficio de los aliados la correlación de fuerzas estratégicas. El pueblo alemán, sin embargo, seguía creyendo que los norteamericanos no podían fabricar sino refrigeradoras y hojas de afeitar. Este fue un caso típico de desinformación.
Porque desinformar es dar deliberada e intencionalmente información incorrecta, a través de la prensa, con propósitos políticos. Desinformar, en este sentido, es un concepto diferente de subinformar, que quiere decir ocultar información a quienes tienen derecho a conocerla o dar información insuficiente o incompleta sobre algo con el propósito de manipular la opinión de la gente.
Ellas, sea que las haga el gobierno, sea que las haga la empresa privada, son una forma de manipular los pensamientos y los sentimientos de la gente con un propósito político. Consisten en difundir verdades parciales o francas falsedades para obtener de los pueblos las reacciones requeridas. La habilidad consiste en combinar verdades con mentiras, a fin de presentar las cosas de manera verosímil. De este modo se logra la formación de corrientes de opinión y la movilización popular para respaldar una tesis o para combatirla.
Lo cierto es que la desinformación es uno de los procedimientos vedados en el régimen democrático. Sin embargo, ella se da con frecuencia y a veces proviene no del gobierno sino de los medios de comunicación comprometidos con determinados intereses políticos o económicos. La desinformación se da más a menudo de lo que quisiéramos en las “teledemocracias” contemporáneas.