Se llamó así a las dos grandes regiones geopolíticas en que se dividió el planeta durante el proceso de la guerra fría iniciada después de la <Segunda Guerra Mundial.
Como bien dijo el primer ministro inglés Winston Churchill (1874-1965) en su célebre discurso de Fulton el 5 de marzo de 1946: “desde Stettin en el Báltico hasta Trieste en el Adriático ha caído sobre el continente europeo una cortina de hierro”. Esa cortina dividió al mundo, no solamente a Europa, en dos grandes zonas de influencia: la una bajo el dominio de Estados Unidos y la otra bajo la hegemonía de la Unión Soviética. Y la cortina de hierro fue, a lo largo de 44 años, la frontera ideológica, política, económica y militar entre los dos grandes bloques que contendieron en la <guerra fría.
En efecto, el mundo de la postguerra nació marcado por un hecho fundamental: la polarización del poder entre las dos grandes potencias que triunfaron sobre el nazi-fascismo. Esto llevó a la Unión Soviética a consolidar bajo su dominio una “esfera de influencia” y a reservarse plenas atribuciones para intervenir en los asuntos internos de los países que la integraban. Y Estados Unidos, por su lado, se orientó hacia la organización de una sociedad internacional “abierta” —el “mundo libre”, que llamaban— dentro de la cual su colosal poder económico le permitió asumir el liderazgo político y militar con entera facilidad.
Al final el resultado fue el mismo: cada superpotencia se marginó su respectiva zona de influencia y reivindicó el derecho a tener las “manos libres” para intervenir en ella.
Tan pronto como concluyó la segunda conflagración mundial con la derrota militar de los países del eje Berlín-Roma-Tokio, las potencias hasta ese momento aliadas entraron en duras disputas por el control del nuevo orden internacional. En la Conferencia de Yalta de 1945 pudieron adivinarse sus intenciones. A orillas del Mar Negro, Roosevelt, Churchill y Stalin tuvieron serias fricciones en el reparto de las esferas del poder anglosajón y soviético sobre el mundo. Y se reanudó la confrontación Este-Oeste después del paréntesis impuesto por la guerra.
Las divergencias ideológicas y los intereses económicos que separaban a la Unión Soviética y a las potencias de Occidente eran profundos y venían desde atrás.
Recordemos que en 1939, durante el XVIII Congreso del Partido Comunista soviético, Joseph Stalin profirió duras amenazas contra las potencias occidentales. En diciembre de ese año la URSS fue expulsada de la Liga de las Naciones por su guerra contra Finlandia. Luego vino el vergonzoso pacto Molotov-Ribbentrop que permitió a Hitler atacar impunemente Polonia y Europa occidental. A fines de los años 40 el portavoz soviético ante el Kominform, Andrei Zhadanov, describió la situación mundial como la división absoluta en dos campos hostiles e irreconciliables y denunció a los países independientes de Asia como “lacayos del imperialismo ”. El Secretario de Estado norteamericano, John Foster Dulles, por su parte, condenó en 1950 la <neutralidad de algunos países como “obsoleta“, “inmoral“ y “miope“.
Así fue marcándose la división, cada vez más profunda, entre las dos grandes zonas de influencia.
Vinieron luego las alianzas militares. Los Estados Unidos de América concretaron entendimientos con 42 países: en Río de Janeiro, 1947, con América Latina; en 1949 con Europa occidental; en 1951 con las Filipinas, Nueva Zelandia y Australia; con Corea en 1953; y, a partir de 1960, con Japón y otros Estados.
La Unión Soviética, por su lado, creó en 1955 el Pacto de Varsovia para erigir un mando unificado de las fuerzas armadas de Albania, Alemania oriental, Bulgaria, Checoeslovaquia, Hungría, Polonia y Rumania y vincular a todos estos países en un tratado llamado "de amistad, cooperación y ayuda mutua", pero que en el fondo no era otra cosa que una alianza militar.
Quedó así establecida la distribución bipolar del poder mundial. El planeta se dividió en dos grandes zonas de influencia y desde ese momento el mundo vivió bajo el equilibrio del terror.
Para justificar la división y el sometimiento se formularon dos célebres “doctrinas”: la <doctrina Truman enunciada en el mensaje que el presidente norteamericano Harry S. Truman leyó ante el Congreso de la Unión el 12 de marzo de 1947, en el que prometió ayuda militar a los pueblos del “mundo libre” amenazados de subyugación por fuerzas exteriores o por minorías armadas en el interior de sus fronteras; y la <doctrina Brezhnev formulada en 1968 por el primer ministro soviético Leonid Brezhnev, destinada a establecer un rígido control ideológico y político de la Unión Soviética sobre los países de su órbita de influencia, que le permitía intervenir en ellos militarmente en caso de que los principios del <marxismo-leninismo se vieran amenazados por acechanzas externas.
Aunque no hubo un convenio “escrito”, las zonas de influencia estuvieron perfectamente demarcadas y no le fue permitido a la una potencia intervenir en la jurisdicción de la otra so pena de un grave conflicto armado. Eso ocurrió, por ejemplo, en Hungría y en Checoeslovaquia cuando se produjeron movimientos de liberación del yugo soviético o en la República Domincana, a donde el gobierno de Estados Unidos envió 23 mil “marines” para impedir que fuerzas a las que calificó de “comunistas” tomaran el poder en la guerra civil de 1965 y restituyeran al derrocado presidente Juan Bosch.
En ese mundo bipolar las zonas de influencia fueron infranqueables. Cada una de las grandes potencias tuvo la suya y la defendió celosamente. Para eso crearon las dos alianzas militares: la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en 1949, como mecanismo de defensa recíproca de los países occidentales, y el Pacto de Varsovia en 1955 para la protección común y la unificación de los mandos militares entre los países del bloque soviético.
La historia, durante los 44 años de la confrontación Este-Oeste, fue la crónica del enfrentamiento de los dos bloques y de sus movimientos tácticos y estratégicos para ampliarlos.
Después las cosas cambiaron. La caída del <muro de Berlín —que fue parte de la frontera ideológica y geográfica entre las grandes potencias— dio término a la división del planeta en las dos zonas de influencia. Terminó la guerra fría. El colapso de la Unión Soviética y la desintegración de su esfera de influencia dieron paso a un mundo unipolar, bajo el dominio de Estados Unidos. El Pacto de Varsovia fue desmantelado y sus integrantes fueron absorbidos por la Organización del Atlántico Norte (OTAN) a través del programa denominado Asociación para la Paz —Partnership for Peace (PIP)— propuesto por el presidente norteamericano Bill Clinton y aprobado en la reunión de los jefes de Estado de las potencias occidentales celebrada en Bruselas el 10 de enero de 1994. Este fue el primer paso para la ampliación de la alianza militar y la admisión de los Estados del Oriente europeo.
A esta alianza para la paz se adhirieron, en diversas fechas: Albania, Armenia, Austria, Azerbaiyán, Bielorrusia, Bosnia y Herzegovina, Bulgaria, Croacia, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Finlandia, Georgia, Hungría, Irlanda, Kazajistán, Kirguizstán, Latvia, Lituania, Macedonia, Malta, Moldavia, Montenegro, Polonia, República Checa, Rumania, Serbia, Suecia, Suiza, Tayikistán, Turkmenistán, Ucrania y Uzbekistán. Rusia lo hizo también mediante un acuerdo especial suscrito en Bruselas el 22 de junio de 1994 por su ministro de relaciones exteriores Andrei Kozyrev.
El 27 de mayo de 1997 la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y Rusia suscribieron en París un acuerdo histórico sobre las nuevas relaciones entre la alianza atlántica y el gobierno de Moscú, destinado a permitir la participación de éste en algunas de las decisiones de los aliados, aunque sin derecho de veto, y a mitigar los efectos de la ampliación de la OTAN hacia el este. En esa reunión Boris Yeltsin anunció inesperadamente su voluntad de desmontar las armas nucleares rusas dirigidas contra los países de Occidente, noticia que fue recibida con júbilo por los miembros de la Organización. El presidente Bill Clinton, por su parte, afirmó que “hay una nueva OTAN, que trabajará con Rusia, no contra ella”.
La ampliación de la OTAN —con la incorporación de Hungría, Polonia y la República Checa, que durante la guerra fría formaron parte del Pacto de Varsovia— quedó sellada en la cumbre de la alianza atlántica que reunió durante los día 9 y 10 de julio de 1997 a los jefes de Estado y de gobierno de sus dieciséis Estados miembros. Se considera que ese acto significó la sepultura definitiva del orden geopolítico que bajo la presión de Stalin surgió de la cumbre de Yalta en 1945.
La OTAN dejó de velar exclusivamente por la seguridad de sus miembros de Occidente y asumió también la custodia de la estabilidad de Europa oriental y de otras regiones del planeta.