Se denomina así en la República Popular de China a cada una de las áreas de su territorio sobre las que rige un régimen de excepción en materia económica establecido como consecuencia de la política de reforma y apertura instrumentada desde 1976.
Por decisión de la Asamblea Popular Nacional se implantaron en 1980 zonas económicas especiales en las ciudades de Shenzhén, Zhu Hai, Shan Tou y Xia Men y en 1988 en la provincia entera de Hainán.
En 1984 se abrieron a la inversión extranjera catorce ciudades costeras de la región oriental: Dalian, Qinhuangdao, Tianjin, Yantai, Qingdao, Lianyungang, Nantong, Shanghai, Ningbo, Wenzhou, Fuzhou, Guangzhou, Zhanjiang y Beihai. Y un año después el gobierno decidió ampliar el régimen de zona libre hacia las áreas del delta de río Yangtzé, el delta del río Zhu Jiang, el triángulo Xiamen-Zhangzhou-Quanzhou en el sur de la provincia de Fujian, la península de Shandong, la península de Liaodong, Hebei y Guangxi, todas las cuales formaron una amplia franja de apertura económica en la zona suroriental del país.
Shenzhén, que fue una pequeña aldea periférica y atrasada de pescadores situada al sur de la provincia de Guangdong, cerca de la floreciente ciudad de Hong Kong, fue en 1980 la primera de las ciudades en que se implantó una zona económica especial y fue también la que más éxito alcanzó. En dos décadas —hacia el año 2000— esa desconocida aldea de tres kilómetros cuadrados y 23.000 habitantes se transformó en la grande, ultrarmoderna y hermosa ciudad de los rascacielos, con sus anchurosas y bien trazadas avenidas y sus amplios espacios verdes, que alojaba a 4 millones de habitantes sobre una área de 2.020 kilómetros cuadrados. Esto pudo ocurrir por la voluntad política del gobierno chino de construir una ciudad —de fundarla, en el sentido literal de la palabra— a fin de establecer sobre ella la primera de las zonas económicas especiales, sometidas a un régimen jurídico, económico y político peculiar.
Las zonas económicas especiales son, en cierto sentido, enclaves de progreso y prosperidad en el territorio de China. La zona económica especial de Shenzhén —que ocupa 327,5 kilómetros cuadrados de los 2.020 que tiene la ciudad— está delimitada físicamente por una malla de alambre. Solamente pueden pasar las personas autorizadas, o sea las que viven y trabajan en ella o las que portan un salvoconducto especial. Los controles han sido impuestos por los hechos, puesto que la prosperidad de la ciudad atrae irresistiblemente a los ciudadanos chinos del interior que buscan nuevas opciones de trabajo y nuevos horizontes. Cosa parecida ocurre en Hong Kong donde tampoco pueden ingresar los ciudadanos chinos no autorizados, de quienes el gobierno teme que no retornen. Ni siquiera los habitantes de Senzhén pueden ir a Hong Kong, aunque los honkoleses sí pueden pasar hacia Shenzhén. En los puestos de entrada entre las dos ciudades hay un estricto control migratorio.
En 1990 el gobierno de Pekín decidió incorporar Pudong, que es un sector de la ciudad de Shanghai —que en los últimos años ha tenido un crecimiento extraordinario— al régimen de zona libre y con ello ha completado una amplia cadena de ciudades abiertas a la inversión extranjera y al comercio internacional en el extenso valle del río Yangtzé, con Pudong como la cabeza de este circuito de apertura económica.
Con la reversión de Hong Kong y de Macao a China —en 1997 y 1999, respectivamente—, los dos <enclaves se convirtieron en nuevas zonas económicas especiales, en las que además, por decisión del gobierno chino y bajo el principio de “un país, dos sistemas”, se mantienen el régimen social y económico y la condición de puertos libres que tuvieron en la reciente época colonial.
Tanto el primer ministro Li Peng, con quien conversé en Nueva York a fines de enero de 1991, como Hu Jintao, que a la sazón era uno de los siete dirigentes que ostentaban el poder real en la República Popular de China, con quien me reuní en Pekín a mediados de octubre de 1994, y, en general, todos los dirigentes chinos suelen insistir en que se trata sólo de un diferente “régimen económico” pero no político el que se ha establecido en esas zonas del sur de China. Pero la verdad es que él responde, como todo programa económico, a un proceso político del cual es inseparable. No hay medidas económicas políticamente asépticas. Esto nos ha enseñado, con sobra de razón, el propio marxismo. Detrás de la <reforma y apertura de la economía china y de la formación de las zonas económicas de excepción hay sin duda un proceso político de “occidentalización” de ese gigantesco país de 1.333 millones de habitantes, cuya economía se abre crecientemente al capital extranjero y busca su inserción en el mercado mundial. De esto no me cabe la menor duda. Y los resultados que pude observar en la ciudad de Shenzhén, que es la avanzada de esta operación aunque no es la zona más grande de las cinco que se han sometido a este sistema, son impresionantes.
Shenzhén es una ciudad de la provincia de Guangdong, muy cercana a Hong Kong, que tiene una superficie de 2.020 kilómetros cuadrados, dentro de la cual la zona económica especial cubre una área de 327,5 kilómetros cuadrados. El sistema de apertura económica fue establecido allí en agosto de 1980 por decisión de la Asamblea Popular de China, que es el órgano legislativo nacional. La población total de la ciudad, a fines de 1993, fue de 2’950.000 habitantes. Estuve allí a mediados de 1987, cuando comenzaba el proceso de apertura y se iniciaba la construcción de las grandes obras de infraestructura económica. Volví casi ocho años después. El cambio que vi fue verdaderamente sorprendente. Era otra ciudad. Lo que observé a simple vista lo confirmaron luego las cifras macroeconómicas. Shenzhén ha tenido un crecimiento del producto interno bruto anual del 38% en promedio durante los últimos 14 años. Dentro de este período la industria, que es su sector más dinámico, se expandió al 56% anual. Las exportaciones subieron de 9 millones de dólares anuales en 1980 a 8.300 millones en 1993. Con el aporte del capital extranjero proveniente de 40 países en combinación con el capital chino se han establecido, entre 1979 y 1993, 13.490 nuevas empresas, que representaban un compromiso de inversión en la zona de 14.830 millones de dólares y un desembolso ya realizado de 5.980 millones. La modalidad de la inversión extranjera es generalmente el <joint venture. Los capitales foráneos provienen principalmente de Hong Kong, Taiwán, Estados Unidos de América, Japón y Corea del Sur. Esta formidable inversión extranjera ha sido dirigida por el gobierno hacia las áreas prioritarias de la economía e instrumentada a través de contratos en los que se determinan las modalidades y condiciones de la inversión. El turismo ha sido una de las áreas prioritarias. En la ciudad funcionaban hasta fines de 1994 alrededor de 10.000 hoteles y restaurantes y se construían febrilmente nuevas obras de infraestructura turística. El sector financiero se ha expandido inusitadamente. Hay un banco central estatal, bancos especializados, bancos comerciales extranjeros, entidades financieras no bancarias y compañías de seguros. El Bank of Tokyo, la Société Generale de France, el Shanghai Hong Kong Bank y el Banque Nationale de París, entre otros, han establecido sucursales en Shenzhén. Un poderoso y multiforme mecanismo de mercado ha cobrado fuerza en las áreas de apertura del sur de China, combinado con un fuerte <dirigismo estatal.
Las zonas económicas especiales funcionan sobre tres bases fundamentales: un régimen tributario muy bajo (la tasa del impuesto a la renta es del 15% mientras en el resto del país alcanza al 50%); un sistema de exoneraciones arancelarias a la importación de equipos, insumos y materias primas para la industria; y el bajo costo de la mano de obra. Todo lo cual va acompañado de un conjunto de medidas económicas muy flexibles, como la autonomía de las autoridades locales en las zonas de apertura para calificar los proyectos de desarrollo que cuesten hasta 30 millones de dólares, el estímulo a la inversión privada foránea, la creación de una magnífica infraestructura económica, regímenes especiales en el orden tributario, aduanero, cambiario, laboral, migratorio, de regulación del capital extranjero, de reinversión, de remisión de utilidades y de marcas y patentes.
La apertura económica en los enclaves del sur de China ha dado, sin duda, un extraordinario dinamismo productivo a esas zonas especiales. La más desarrollada de ellas, a pesar de no ser la más grande, es la de Shenzhén, que ha crecido a una tasa promedio del 48% anual en los últimos años. Sin embargo, este fenómeno ha profundizado cada vez más la brecha que separa las zonas de apertura del resto del país. Con él se ha acusado el <dualismo en el proceso económico-social de China. Entre estas zonas privilegiadas con la inversión extranjera y con la transferencia tecnológica y el resto del país, que vive en condiciones generalizadas de atraso y pobreza aunque tiene asegurados los servicios básicos, hay un dramático contraste. El desarrollo desigual entre los centros financieros y la periferia se ve a simple vista. China es un país que se mueve a dos velocidades. Las nutridas flotas de bicicletas que con languidez isócrona circulan en las calles de Pekin y de muchas otras ciudades del norte en contraste con el moderno parque automotor de las ciudades donde operan las zonas económicas especiales son casi el símbolo del desarrollo desigual que experimenta el país. Naturalmente que las zonas económicas especiales apenas han comenzado y constituyen hasta sólo un experimento. Si éste resulta exitoso, la dirigencia china aspira a extenderlo hacia el norte de su inmenso territorio. Pero será un proceso que tomará tiempo. En todo caso, el gigante dormido ha empezado a desperezarse y su enorme mercado de 1.390 millones de personas representa una posibilidad incomparable para su desarrollo.
Al margen de las denominadas zonas especiales están la isla y la ciudad de Hong Kong, que son uno de los más importantes centros financieros del mundo y el más grande de Asia.
Hong Kong fue desde el año 1841 —cuando Inglaterra estableció allí sus bases navales— un enclave colonial británico en la costa suroriental de China. Y, bajo la administración inglesa, se convirtió con el paso de los años en uno de los principales núcleos financieros y comerciales del planeta. Pero el 1 de julio de 1997 Hong Kong —junto con la península de Kowloon, la isla de Lantau y sus pequeñas ínsulas vecinas— se integró política y territorialmente a la República Popular de China. En una impresionante ceremonia celebrada en el gran palacio de las convenciones de Kowloon a la que asistieron personalidades del mundo entero, se arrió la bandera inglesa y se izó la de China como símbolo de la transferencia de Hong Kong. Y, desde ese momento, se constituyó en la avanzada de la liberalización económica de China, donde se establecieron nuevas y grandes empresas privadas, sometidas a un poderoso mecanismo de libre mercado, que contribuyeron a hacer de Hong Kong uno de los principales núcleos financieros del mundo y el mayor de Asia.
En aquella ocasión el gobierno de Pekín se comprometió a aplicar a Hong Kong a partir de ese momento y durante cincuenta años la política de “un país, dos sistemas” para alejar el peligro de un éxodo humano, industrial y financiero que pudiera producir la bancarrota de Hong Kong y afectar gravemente el proceso de “reforma y apertura” que instrumentaban las autoridades chinas.
En realidad fueron tres los principios que han regido el gobierno y la administración de Hong Kong a partir de su reintegración a China: 1) un país, dos sistemas, 2) la administración de Hong Kong por los hongkoneses, y 3) un alto grado de autonomía. Lo dijo Hu Jintao, a la sazón vicepresidente de China, en un discurso pronunciado en julio de 1999 con ocasión del segundo aniversario de la recuperación del enclave: “Hong Kong sigue manteniendo sin cambios su sistema social y económico, su estilo y su condición de puerto libre y centro internacional de las finanzas, el comercio y el transporte marítimo (…). Los compatriotas de Hong Kong, que han adquirido una conciencia sin precedentes de ser dueños de sus propios destinos, han participado activamente en la administración de los asuntos de Hong Kong”. Y concluyó que, en ejercicio de esa autonomía, Hong Kong tenía su propio régimen económico y financiero y su moneda propia.
La Región Administrativa Especial de Hong Kong, con su parte continental y gran cantidad de islas, tiene una extensión territorial de 1.102 kilómetros cuadrados y 7'200.000 habitantes, según cifras del 2013. Dentro de ella, la metrópoli de Hong Kong se caracteriza por su ultramoderna arquitectura. Es la ciudad del mundo con mayor número de rascacielos —cuatro de los quince edificios más altos del mundo están allí—, concentrados alrededor del distrito central de Admiralty, donde funcionan las oficinas del gobierno local y la intensa zona financiera, comercial y turística.