Se llama así al conjunto de las ideas revolucionarias sustentadas por el líder marxista ruso León Trotsky (1879-1940) —cuyo verdadero nombre fue Lev Davidovich Bronstein— durante el proceso de la revolución bolchevique.
El primero en utilizar esta palabra fue el dirigente comunista soviético Grigory E. Zinoviev en 1923.
León Trotsky fue una de las figuras más importantes de la Revolución de Octubre. Nacido al sur de Ucrania, hijo de un acaudalado terrateniente, Trotsky fue encarcelado y desterrado por el gobierno zarista en razón de sus actividades subversivas. En la pugna entre Lenin y Martov, debida a sus diferentes criterios acerca de la organización del partido, Trotsky se alineó con el segundo. Osciló entre las dos alas partidistas: la de los <mencheviques y la de los <bolcheviques. En lo tocante a la organización partidista estuvo más cerca de los mencheviques porque creía en un partido democrático y abierto —y no en el partido de estructura vertical dirigido por revolucionarios profesionales, que postulaba Lenin—; pero en los puntos ideológicos se aproximó más a los bolcheviques.
Participó militantemente en la frustrada revolución de 1905. Antes que un intelectual fue un orador muy elocuente y antes que un ideólogo, un gran organizador, según lo demostró como comisario de guerra en 1918 al crear el Ejército Rojo de Obreros y Campesinos (Raboce-Krest’janskaja Krasnaja Armija, RKKA). Su preparación filosófica no fue profunda y no fueron muy amplios sus conocimientos económicos. Concibió la tesis de la <revolución permanente, que fue su aporte ideológico al <marxismo, y entró en conflicto con Stalin al discrepar del planteamiento del socialismo en un solo país que éste propugnaba. Lo acusó de haber abandonado la causa de la revolución mundial. Tuvo que exiliarse para salvar su vida, pero el 21 de agosto de 1940 murió asesinado en Coyoacán, México, por el catalán Ramón Mercader, agente de la la NKVD estalinista.
Escribió varias obras: "Terrorismo y Comunismo" (1920), "Nuevo Curso" (1923), "Lecciones de Octubre" (1924), "La Guerra y la Internacional" (1924), "La Revolución Permanente" (1930), "Mi vida" (1930), "Historia de la Revolución Rusa" (1933), "La Revolución Traicionada" (1937), en las cuales proyectó su pensamiento filosófico, político y social.
Trotsky dirigió el Movimiento de San Petersburgo durante la insurrección de 1917. Creó el ejército rojo, que jugó un papel de primera importancia en la toma del poder por los soviets, y lo dirigió hasta 1925.
Ideólogo, estratego, brillante organizador, Trotsky aspiró a suceder a Lenin después de su muerte en 1924 pero fue derrotado por Stalin. La lucha fue dura y dejó odios irrevocables. En 1927 fue confinado al Cáucaso. En 1929 se vio obligado a abandonar su país. Fue a Turquía, después a Noruega y finalmente a México, donde el presidente Lázaro Cárdenas le concedió asilo. Prosiguió desde allí su oposición a Stalin. Denunció implacablemente los errores, las traiciones y los crímenes estalinistas. Y fue asesinado en México el 20 de agosto de 1940, por instigación del dictador soviético, a manos de Ramón Mercader.
Trotsky, fiel a los ideales de 1917, consideró que el <estalinismo era una “degeneración” de la revolución. Fueron varios los puntos de fricción ideológica y estratégica que tuvo con Stalin. Uno de ellos, quizás el más importante, fue el de la revolución permanente, es decir, el de la revolución mundial y del socialismo internacional postulados por Trotsky, fiel al principio de que la clase proletaria se extiende más allá de las fronteras de los países —es una clase internacionalizada—, contra la tesis de Stalin del socialismo en un solo país, que implicaba una modificación sustancial de las metas originales del marxismo.
Tomada del discurso de Marx a la Liga de los Comunistas en 1850, su teoría de la revolución permanente, enunciada por primera vez por Trotsky en 1905, fue una de las tesis fundamentales del trotskismo.
Ella constituye la parte central del planteamiento de Trotsky sobre la revolución. Tiene varios elementos esenciales. En primer lugar, la afirmación de que la revolución puede realizarse en países industrialmente atrasados, que carecen por tanto de una <burguesía consolidada y amplia, y que no han experimentado todavía la revolución democrático-burguesa. Trotsky siempre contradijo la idea, muy difundida entre sus camaradas, de que una sociedad como la rusa de su tiempo debía experimentar primero un período de desarrollo capitalista, como consecuencia de una revolución burguesa que suprima el <feudalismo, antes de pensar en la revolución socialista. Sostuvo que la revolución puede y debe saltar etapas en los países económicamente atrasados. En concordancia con su tesis del “desarrollo desigual”, Trotsky defendió la idea de que estos países, al tener en su seno sectores modernos y atrasados de la economía, son susceptibles de generar entre ellos fuertes tensiones que deben ser fomentadas y aprovechadas por las fuerzas revolucionarias. En esas condiciones, afirmó Trotsky, si bien la base de la operación revolucionaria deben ser los proletarios, hay que contar también con los campesinos, no obstante el régimen feudal al que están sometidos, para que, conducidos por la >vanguardia que es el partido comunista, respalden el proceso revolucionario. Si éste triunfa, muy pronto se darán cuenta de que no pueden detenerse en las reformas puramente democráticas y que deben avanzar hacia la <dictadura del proletariado para instrumentar las modificaciones claves en las relaciones de trabajo, de producción y de propiedad.
Luego viene el planteamiento de Trotsky de que la revolución no puede detenerse, ni suponerse completa, ni estancarse en el ejercicio del poder. La revolución siempre será una tarea inconclusa, que deberá ser completada incesantemente. En palabras de Trotsky: que la revolución debe ser un hecho “permanente”.
Y que ella no debe circunscribirse a un solo país, como lo sostenía Stalin, sino que debe, por su propia seguridad, extenderse hacia otros países.
Este fue el aporte de Trotsky al pensamiento marxista.
El desarrollo de esta tesis le sirvió, más tarde, para interpretar y justificar lo ocurrido en la Rusia revolucionaria de su tiempo. Según su opinión, los sucesos de 1917 confirmaron la validez de sus planteamientos teóricos, aunque la revolución europea no se haya plasmado. De lo cual, por cierto, culpó a Stalin y a su tesis del socialismo en un solo país, contra la que combatió constantemente hasta llegar a su ruptura total con el líder moscovita.
La teoría de la “revolución permanente”, fundada en el internacionalismo de las fuerzas proletarias, fue la tesis que Trotsky opuso sistemáticamente a la del “socialismo en un solo país”, sustentada por Stalin.
“La revolución proletaria —decía Trotsky— sólo puede permanecer dentro de un marco nacional como régimen provisional, aun cuando este régimen se prolongue, como lo demuestra el ejemplo de la Unión Soviética. Sin embargo, en caso de que subsista una dictadura del proletariado aislada, las contradicciones internas y externas aumentan inevitablemente y al mismo ritmo que los acontecimientos. Si el Estado proletario continuara en su aislamiento terminaría por sucumbir. Su salvación radica únicamente en la victoria del proletariado de los países avanzados Desde este punto de vista, la revolución nacional no constituye un fin en sí misma sino que es un eslabón de la cadena internacional. La revolución mundial, a pesar de sus repliegues y reflujos temporales, constituye un proceso permanente”.
La tesis central de Trotsky fue, en definitiva, que la revolución proletaria no puede subsistir en un país si ella no se consolida concomitantemente en su entorno internacional y, particularmente, en los Estados de mayor desarrollo industrial.
Por mantener esa tesis fue inculpado de “aventurerismo” y de “derrotismo” por la alta dirigencia estaliniana, que vio en las ideas de Trotsky una subvaluación de las virtudes de lucha del pueblo soviético. Pero el tiempo le ha dado la razón. El colapso de los regímenes marxistas es, en cierto modo, la confirmación de las tesis trotskistas. La ideología de los países de Occidente cercó al bloque soviético y penetró hondamente, incluso con una cierta aureola de prestigio y de misterio, en el pensamiento de sus pueblos y de su propia dirigencia política, y el avance económico del mundo occidental desniveló a la Unión Soviética y a los países de su zona de influencia en sus posibilidades de competir en el mercado internacional. En estas condiciones, el desplome del bloque oriental se volvió inevitable.
El pensamiento de Trotsky, aunque no fue en realidad una nueva <ideología política sino una crítica a ciertos postulados del <bolchevismo y del <estalinismo, inspiró la formación de pequeños partidos trotskistas en varios lugares del mundo durante las décadas de los años 30 al 50 del siglo pasado. En Francia se formó la Ligue Communiste, en Inglaterra el International Marxist Group, en Italia el Gruppi Comunisti Rivoluzionari, en los Estados Unidos el Socialist Worker’s Party, en Ceylán el Lanka Sama Samaya Party, en Argentina el Partido Revolucionario de los Trabajadores, en Bolivia el Partido Obrero Revolucionario y así, por este orden, se formaron grupos trotskistas en Brasil, Uruguay, México, Cuba, Colombia, Chile y otros países latinoamericanos, que tuvieron en su momento cierta penetración en el movimiento obrero pero que después declinaron y desaparecieron.
A finales de febrero de 1940, cuando presintió que se acercaba el fin de sus días, Trotsky escribió su testamento. Y allí expresó: “Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable”.
En el ámbito de América Latina, el Centro Internacional del Trotskismo Ortodoxo (CITO), que reclama la condición de depositario legítimo del pensamiento de Trotsky, o de lo que queda de él, mantiene una página de difusión doctrinaria en internet y en ella sostiene que “el programa del trotskismo es hacer la revolución socialista mundial, movilizando en forma permanente a la clase obrera hasta lograr la destrucción del sistema imperialista mundial, la toma del poder por la clase obrera internacional y la construcción del socialismo a nivel mundial”. Sus más duros ataques, sin embargo, estaban dirigidos contra “la vieja política de la burocracia soviética y sus agencias en el extranjero”, a las que acusaba de impedir la revolución y defender a regímenes monstruosos como lo hizo en el pasado con los de Batista y Somoza. Rompe lanzas contra el guerrillerismo que conduce a muchos jóvenes a muertes heroicas aunque inútiles. Afirma que las revoluciones no las hacen las guerrillas sino las masas. Dice que la “gran marcha” de Mao fue en realidad “una gran huida” y de no haber sido por la coyuntura de la invasión japonesa a China, que dio la oportunidad al líder comunista de volcar sus guerrillas hacia un pueblo inflamado de ardores patrióticos, hubiera fracasado irremisiblemente. Parecido diagnóstico hace de las revoluciones cubana y nicaragüense. Afirma que las dos acciones guerrilleras que reivindica Fidel Castro: el asalto al cuartel Moncada y el desembarco del Granma, terminaron en catástrofes militares. Impugna la estrategia castro-guevarista del foco guerrillero. Sostiene que “fue el levantamiento contra la dictadura batistiana de los semiproletarios agrícolas y los campesinos pobres, primero, y de la clase obrera y el pueblo urbano después, quienes dieron fuerza al Ejército Rebelde, desmoralizaron a las tropas del régimen y, por medio de la huelga general, abrieron las puertas de las ciudades fundamentales de Cuba al triunfo total de la revolución”. Afirma que la guerrilla sandinista en Nicaragua estuvo militarmente acabada, con no más de 50 a 100 militantes, cuando estalló la insurrección de las masas por el asesinato de Pedro Joaquín Chamorro y derribó a Anastasio Somoza. Invoca, entre las de otros jefes revolucionarios, las palabras del comandante sandinista Javier Carrión: “La guerra se ganó prácticamente por la participación del pueblo; sin eso, nosotros no hubiéramos hecho gran cosa”.
El trotskismo latinoamericano descalifica totalmente a los movimientos guerrilleros como protagonistas de la revolución y sostiene como tesis central que las revoluciones son siempre insurrecciones urbanas. Ellas no se hacen en la periferia sino en las ciudades, donde están los centros vitales del poder, aunque no lo reconozcan los “guerrilleristas más ortodoxos”, como los del Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Colombia, “que siguen adhiriendo a la guerra popular prolongada al estilo maoísta”. Para el trotskismo los guerrilleros "son pequeñoburgueses y, por una razón profunda de clase, no están interesados en implantar un orden obrero y terminan siempre por traicionar a la revolución, como lo hicieron los montoneros al pactar con el presidente Héctor Cámpora en Argentina o el M-19 colombiano con el presidente Belisario Betancur".