Palabra derivada de trópico, que es la zona del planeta comprendida entre los dos círculos que se extienden paralelamente a la línea ecuatorial: el Trópico de Cáncer al norte y el Trópico de Capricornio al sur, ambos a 23º 27’ de latitud. Esta es una zona cubierta en gran parte por bosques tropicales húmedos y copiosa vegetación, tiene un clima cálido y recibe lluvias abundantes. Los rayos del Sol tienden a caer perpendicularmente sobre ella. En esta zona sólo existen dos estaciones: verano e invierno.
El clima tropical y las demás características físicas del entorno, según las teorías sostenidas principalmente por los propugnadores de la geografía humana alemana, modelan un tipo particular de ser humano: extrovertido, emotivo, sensual, de energía exultante y retórica ampulosa.
Sobre esta base probablemente se ha acuñado la palabra tropicalismo con que se designa despectivamente una forma peculiar de conducta política caracterizada por la superficialidad de juicio, la exaltación de ánimo, la incontinencia verbal, la locuacidad, el menguado rigor científico de las ideas, la demagogia, el poco o ningún compromiso con los principios, la volubilidad de posiciones, los incoercibles afanes de notoriedad, el desenfado, la altanería, la actitud pendenciera o la alta carga emotiva en los juicios y en las actitudes.
El político tropical carece de autocrítica. Lleno de desenfado y audacia, no se plantea siquiera la posibilidad de estar mal o equivocado: siempre está bien, siempre acertado, según su propio juicio.
Tiende a ver las cosas no como son sino como quisiera que fueran. Sus percepciones, con una tan alta carga de subjetivismo, están dictadas por sus preferencias o sus deseos personales antes que por la evidencia de los hechos.
Sin anclajes en la realidad, no distingue o distingue mal lo utópico de lo posible. Le resulta muy sencillo discurrir exaltadamente sobre las imperfecciones concretas del presente y ofrecer utopías vagamente diseñadas. Cae muy fácilmente en la <demagogia, la simplificación de conceptos y el “facilismo” de las soluciones.
Estas ideas tienen mucho que ver con las disquisiciones del Barón de Montesquieu (1689-1755), quien en su obra “El Espiritu de las Leyes” (1748) sostuvo que el clima ejerce una directa influencia no sólo sobre las formas de gobierno sino también sobre la manera de ser de los pueblos. Escribió que “los climas cálidos son enervantes, gastan la fuerza, consumen la energía de los hombres y los climas fríos fortalecen los cuerpos y los ánimos, haciendo a los hombres más capaces de realizar empresas difíciles, penosas y arriesgadas”. Lo cual, en concepto del filósofo francés, se prueba “no solamente comparando una nación con otra, sino dentro de cada nación al comparar una región con otra”. Agregó que “los pueblos septentrionales de China son más valientes que los meridionales” y que “los indios están naturalmente desprovistos de valor, y aun los hijos de europeos nacidos en la India pierden allí el vigor de su raza”. De ello concluyó que “no hay que admirarse de que los pueblos que viven en zonas cálidas, por efecto de su flojedad hayan sido esclavos casi siempre, ni de que se hayan mantenido libres los habitantes de países fríos”.
La chilena Gabriela Mistral, Premio Nobel de Literatura en 1904 —cuyo verdadero nombre era Lucila Godoy—, reaccionó con fuerza contra este género de lucubraciones y en un artículo publicado en 1922 impugnó el uso y el sentido que se daban a la palabra tropicalismo, aunque en realidad ella se refirió al tropicalismo literario, campo en que los europeos utilizaban el término como una expresión de barbarie artística y de literaturas en formación, antes que como una característica verbal de los climas ardientes.