Se dice de aquel que lo es sólo en apariencia o del que, en realidad, no es un triunfo sino una derrota. Esta es una expresión muy frecuente en política para designar que la victoria reclamada, viéndolo bien, arroja un saldo negativo para el supuesto vencedor porque sus gravámenes son mayores que sus conquistas.
El origen de esta locución se remonta a Pirro, rey de Epiro, quien libró una batalla en el año 281 antes de Cristo contra las tropas romanas comandadas por Valerio Levino. Pirro venció pero el triunfo le costó la muerte de más de cuatro mil hombres, entre ellos algunos de sus mejores oficiales. Cuando le felicitaron por su acción contestó: “otra victoria como esta y estoy perdido”.