Es el sistema político agudamente autoritario que despliega sobre las personas un poder ilimitado y envolvente. Poder que se introduce en todos los resquicios de la trama social. Nada deja de ser competencia estatal. No hay razonables esferas de derechos para las personas. Ni sus manifestaciones más íntimas escapan al control del poder estatal. La conocida fórmula mussoliniana de nada contra el Estado, nada fuera del Estado, todo dentro del Estado parece definir con exactitud lo que es el totalitarismo como expresión de un poder centralizado y englobante que no observa limitaciones de especie alguna y que envuelve al individuo en todas sus facetas. Es un poder monocrático, ejercido por una sola corriente ideológica o paraideológica, con exclusión de todo <pluralismo y posibilidad de diálogo.
Todo lleva a pensar que esta palabra empezó a usarse en Italia en los tiempos del <fascismo. El periódico liberal "Rinascita Liberale", cuando todavía la crítica era tolerada hasta ciertos niveles, escribió el 6 de enero de 1925 que las elecciones de abril del año anterior fueron “totalitarie e liberticide” y Mussolini, en un discurso pronunciado el 22 de junio de 1925, habló de “nostra feroce volontà totalitaria”. Todavía el término tenía una significación ambivalente. Los italianos sostenían que él provenía del francés pero los franceses afirmaban que procedía del italiano. Su origen semántico tampoco estaba claro. En Alemania el vocablo totalitär apareció por primera vez a comienzos del régimen nazi, aunque Hitler prefería hablar de autoritär. Los soviéticos lo utilizaban para referirse a los regímenes fascistas europeos —el italiano, el alemán, el español y el portugués— pero los analistas occidentales lo extendían también a las monocracias marxistas sustentadas igualmente en el régimen de partido único.
Los escritores y la prensa de Occidente, a partir de 1928, empleaban este vocablo para referirse tanto a los gobiernos fascistas como a los comunistas. Carl J. Friedrich (1901-1984), teórico político alemán, anotaba que el totalitarismo es una característica común de ambos regímenes. La filósofa política alemana Hannah Arendt (1906-1975) comparó los gobiernos de Mussolini y de Hitler con el de Stalin. El filósofo estadounidense George Sabine (1880-1961) no distinguía en lo absoluto entre las dictaduras de derecha y de izquierda. Y no por los condicionamientos de la guerra fría, puesto que Sabine abordó el tema del totalitarismo en los años 30, sino por el paralelismo entre sistemas que entregaban al Estado el control de la vida individual, familiar, espiritual e incluso sobrenatural del ciudadano, que suprimían toda autonomía de la voluntad individual, que a fuerza de repetir constantemente las mismas mentiras oficiales creaban en las personas una falsa conciencia, que manipulaban el pensamiento y las emociones de la gente, que con los aparatos de propaganda estimulaban, urgían, exhortaban, presionaban y amenazaban al individuo para que actúe en determinado sentido, que usaban para sus fines la policía secreta, el <espionaje y la delación y que sustentaban un poder autoritario ejercido por un “jefe” único e infalible.
A veces se producen confusiones entre los conceptos totalitarismo y absolutismo. Ellos tienen, en realidad, puntos de coincidencia. Ambos se caracterizan por su poder centralizado, ilimitado y avasallador; pero pertenecen a dos épocas distintas y distantes entre sí: los siglos XVI, XVII y XVIII el primero y el siglo XX el segundo.
El término totalitarismo se refiere a los regímenes políticos de derecha y de izquierda que, bajo el signo nazifascista o comunista, surgieron en la primera mitad del siglo XX, mientras que el absolutismo nos remite a las monarquías europeas de <derecho divino de los siglos XVI, XVII y XVIII. Sin embargo, no resulta descaminado decir que el totalitarismo es una versión moderna y tecnificada del absolutismo.
Como ocurre con frecuencia en la política, hubo dos puntos de vista sobre el totalitarismo. Mirado desde el este, es decir, desde la óptica de los pensadores marxistas, el único totalitarismo fue el nazi-fascista. Mirado desde el oeste, esto es, desde la atmósfera política y cultural liberal-capitalista, el comunismo fue el totalitarismo por antonomasia. Este fue, por supuesto, un <maniqueísmo inaceptable, una grosera simplificación de la realidad. Tanto fascistas como marxistas produjeron regímenes totalitarios. Las posibilidades del totalitarismo están siempre presentes y pueden proceder de cualquier lado. Basta con imponer un poder totalizador, capaz de arrasar con los derechos humanos, para que el totalitarismo se dé, independientemente de su signo ideológico.
El totalitarismo se caracteriza por la presencia de ubicuos y eficientes aparatos policiales que vigilan todos los elementos de la vida humana, incluidos el fuero interno y las convicciones íntimas de las personas. Su derecho a informarse es vulnerado por la desinformación y por la propaganda atosigante. Recordemos los aparatos de propaganda del ministro Joseph Goebbels (1897-1945) en la Alemania nazi o el ministerio de información y turismo de la España falangista o el intransigente control de la información impuesto por Stalin en la Unión Soviética. Fueron partes del mecanismo de control absoluto de la sociedad, que posibilitó que pequeñas elites autoritarias pudiesen imponer largamente su voluntad omnímoda sobre ella.
José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la Falange Española en 1933, planteó la supresión de los partidos políticos, de los sistemas electorales —que para él no eran más que “unos pedacitos de papel depositados cada dos o tres años en unas urnas“— y del régimen parlamentario. En su lugar propugnó el Estado asentado sobre las “auténticas realidades vitales”, que son la familia, el municipio y el sindicato o el gremio. Rabiosamente anticomunista, la superación de la lucha de clases fue uno de sus objetivos más importantes. Para lograrlo, afirmó que “el nuevo Estado, por ser de todos, totalitario, considerará como fines propios los fines de cada uno de los grupos que lo integran” y “no dejará que cada clase se las arregle como pueda para librarse del yugo de la otra”. La Falange Española, agregó, quiere “un Estado que, al servicio de su idea, asigne a cada hombre, a cada clase y a cada grupo sus tareas, sus derechos y sus sacrificios”.
La bibliografía sobre el totalitarismo es abundante. Especialmente los libros del filósofo austriaco Karl R. Popper —"The Open Society and its Enemies" (1945)— y del profesor polaco Jacob L. Talmon —"The Origins of Totalitarian Democracy" (1952)— echan mucha luz sobre los orígenes, características y fundamentos de este fenómeno.