Se conocen con este nombre las teorías de santo Tomás de Aquino (1225-1274) y de sus discípulos acerca de Dios, el hombre, la religión, la libertad, la sociedad política, el poder, las formas de gobierno, la ley, la justicia y la ética social. Santo Tomás fue probablemente el más importante de los llamados doctores de la Iglesia. Su pensamiento pertenece al segundo de los dos dilatados períodos de la filosofía medieval. El primero fue el de la patrística, que reunió el pensamiento de san Agustín, san Juan Damasceno, Boecio, Tajón, san Isidoro de Sevilla y otros padres de la Iglesia, y el segundo fue la escolástica, cuyos más importantes exponentes fueron Alejandro de Hales, san Buenaventura, san Alberto Magno, Raimundo Lulio, Duns Escoto, Rogelio Bacon y santo Tomás.
Se llamaron escolásticos —y ese es el origen del nombre— los maestros de las siete artes liberales: gramática, dialéctica, retórica (que formaban el trivium del plan escolar) y aritmética, geometría, música y astronomía (que constituían el quadrivium).
El escolasticismo representa un esfuerzo de los pensadores católicos de la Edad Media para aplicar la razón y las nociones de la filosofía a las verdades reveladas y al dogma religioso y para conciliar la libertad humana con la infalible eficacia de la voluntad divina. Alguno de los escolásticos afirmó que la razón no puede establecer las verdades de la fe pero sirve para defenderlas. Para eso el escolasticismo tejió una enrevesada trama de argumentaciones sutiles y casi todas ellas sofísticas, que a la postre desacreditaron al propio pensamiento escolástico. Su fórmula fue: creo para entender —credo ut intelligam—, como manda el dogma, en lugar de entiendo para creer, como manda la razón.
San Anselmo (1033-1109) trató de desarrollar esta fórmula, con razonamientos inspirados en los de su maestro san Agustín: “La verdad presupone al ser —dijo— pero todo ser presupone que existe el Ser, un ser absoluto, del cual participa. Por consiguiente, no puede existir nada que es si no existe el Ser, así como no puede existir ningún bien o nada comparativamente valioso si no existe un valor absoluto, algo absolutamente bueno. Por consiguiente, tiene que existir un Ser Absoluto y un Bien Absoluto, que es Dios”.
Este es el típico razonamiento escolástico: intrincado, sutil y sofístico, con base en el cual los teólogos medievales pretendieron dar sustentación racional al <dogma. Este esfuerzo fue vano puesto que el dogma católico se sustenta en la revelación y no en la razón.
Santo Tomás, fundándose en la filosofía aristotélica y utilizando los elementos de la tradición patrística, fue el gran compilador y sistematizador de la apologética y de la teoría política de su tiempo. Las interpretó con una originalidad propia de su notable talento en sus obras "Summa contra gentiles", "Summa Teológica", "Comentarios a Aristóteles", "Opúsculos Filosóficos" y otras. Para él, lo mismo que para los griegos, el origen de la filosofía es el asombro, que sólo se aquieta con el conocimiento de las causas de los fenómenos que lo originan. Pero, a diferencia de los griegos que tenían una concepción antropocéntrica del mundo, santo Tomás tenía una concepción teocéntrica y, por tanto, su postura filosófica le llevó a indagar la que a su juicio era la primera causa de todo, o sea dios, cuyo conocimiento es el único que puede aplacar el asombro humano.
Para ello formuló sutiles lucubraciones sobre la esencia y la existencia —tenidos por él como los dos sentidos capitales del ser— y acudió a las conocidas cinco vías probatorias de la existencia de dios:
1) la del movimiento, que partiendo del testimonio de los sentidos humanos —y por eso, dice santo Tomás, es la más clara y evidente— sostiene que todo lo que se mueve necesita un motor, y ese motor otro que lo mueva, hasta llegar al motor primero que no necesita impulso “y al que todos lo consideran Dios”;
2) la de la causa eficiente, que sostiene que “no se encuentra, ni es posible, ninguna cosa que sea causa de sí misma; porque, si así fuera, existiría por sí misma, lo cual es imposible”, por lo que concluye que es imprescindible una causa eficiente —causa efficiens sui ipsius— que lo sea de sí misma y de la serie de todos los demás fenómenos sometidos a la relación de causalidad y “a la cual todos llaman Dios”;
3) la de lo posible y lo necesario, según la que, entre los seres existentes, que pueden ser o no ser, hay uno necesario: “necesario por sí mismo, que no tenga ninguna causa necesaria, sino que sea causa necesaria para las demás”: este ser es dios;
4) la de los grados de perfección, que afirma que lo que es más o lo que es menos lo es con relación a lo que es absolutamente y que, por tanto, la bondad absoluta, la verdad absoluta, la nobleza absoluta es el ser absoluto, al que lo decimos dios: “et hoc dicimus Deum”; y
5) la del gobierno del mundo, según la cual hay en todos los fenómenos un orden natural, sin el cual nada podría subsistir, y todo marcha de acuerdo con una finalidad evidente guiada por una Inteligencia universal. Quien establece ese orden y esa armonía es el creador.
El tomismo trata de conciliar el libre albedrío de los hombres con la gracia divina. Sostiene que ese albedrío existe y que la premoción física —como los tomistas llaman a la relación entre la voluntad humana y la gracia divina— no suprime la libertad sino que, al contrario, la fortalece al ayudar a que el hombre, mediante la acción de la gracia eficaz que mueve su voluntad, coopere libremente con los designios divinos.
Esta tesis fue más tarde combatida por el jesuita español Luis de Molina (1535-1600), autor de la teoría denominada molinismo, que exaltó la libertad del hombre al afirmar que la gracia divina no es eficaz sin la cooperación de la voluntad humana y que por tanto no hay la premoción física tal como la concibió santo Tomás. Pero las ideas de Molina —consignadas en su libro "Concordia liberi arbitrii cum gratiai donis, divina praescientia, providentia, praedestinatione et reprobatione", publicado en Lisboa en 1588— despertaron la furibunda reacción de los dominicos —trabados a la sazón en una de sus durísimas disputas teológicas con los jesuitas— quienes acusaron al molinismo de pretender destruir la noción de la gracia, de exaltar la libertad del hombre en detrimento de la omnipotencia de Dios y de prescindir de la autoridad de san Agustín y santo Tomás. La controversia fue enconada y dividió al episcopado y a las facultades de teología de las universidades. La Congregación De Auxiliis condenó el libro de Molina, sin embargo de lo cual la discusión no terminó. El papa Paulo V, en defensa de la integridad de la religión, se vio obligado en 1607 a prohibir a los contendientes que tachasen de erróneas las teorías de sus adversarios.
Santo Tomás es uno de los exégetas de la <teocracia. Para él el poder viene de Dios. “El Estado —afirma— por ser una necesidad natural, es al mismo tiempo querido por Dios, y la obediencia a sus mandatos constituye un deber, advirtiéndose que el fin del Estado es la educación del hombre para una vida virtuosa y, en último término, una preparación para unirse a Dios”.
Sostiene que “el hombre es, como había formulado Aristóteles, un ser social por su misma naturaleza. En aislada soledad no hubiera podido desarrollarse para la vida, pues la naturaleza no le ha instruido de tantos y tan seguros instintos como a los animales”.
Santo Tomás aborda la cuestión de las <formas de gobierno. Sostiene que la <monarquía es la mejor de ellas porque, al concentrar el poder en una sola mano, es la más perfecta en su estructuración autoritaria, aunque, siguiendo a su maestro Aristóteles, cree que sería conveniente morigerarla con algunas de las características de la <aristocracia y de la <democracia.
El pensador escolástico distinguió cuatro clases de leyes: la ley eterna, que es la voluntad divina que gobierna el universo; la ley divina, expresada en las santas escrituras como guía adicional a la ley natural; la ley natural; que rige la naturaleza humana; y la ley humana o positiva, que crea el hombre para regular su vida en sociedad y sus relaciones interpersonales, a fin de conducir a la comunidad política por la senda de la virtud y preparar a su miembros para la bienaventuranza eterna.
Las ideas tomistas contribuyeron decisoriamente a consolidar, en el pensamiento político del <catolicismo, la tesis de la “preeminencia de la autoridad eclesiástica sobre la temporal”, de que los gobernantes deben administrar los intereses terrenales de la sociedad con acatamiento a la ley de Dios y de que, en su función gubernativa, han de obedecer a los sacerdotes y han de acatar los preceptos divinos impartidos por la Iglesia, puesto que el propósito último y supremo de la sociedad política es la consecución del “fin eterno del hombre: su felicidad en Dios”.
El pensamiento tomista dio lugar al neotomismo, formulado por los seguidores de santo Tomás. Esta corriente de pensamiento teológico y político tuvo mucha influencia en la enseñanza de las universidades católicas europeas del siglo XIX y de la primera mitad del XX, a través del cursus thomisticus, y gravitó también en la formulación de las encíclicas de los papas que afrontaron los temas políticos y sociales. Pero esa influencia terminó tras el Concilio Vaticano II, que revisó no solamente los fundamentos de la educación teológica tradicional sino también muchos de los propios conceptos del neotomismo.