Esta palabra tiene dos significaciones: la una es el compromiso con la defensa de los intereses de los países pobres, en su incesante lucha por un trato justo en el ámbito internacional; y la otra es el comportamiento político inmaduro, visceral, con ciertos rasgos de primitivismo, que a veces adoptan los políticos del tercer mundo. Esta última acepción, cargada de connotaciones negativas, es la que suelen dar a la palabra ciertos círculos políticos y culturales de los países desarrollados.
El tercermundismo, como posición reivindicativa de los países pobres, empezó a forjarse en la Conferencia de Bandung en 1955, que reunió a Estados de África y Asia y que fue la primera manifestación de los países del sur conscientes de su propia existencia y del rol que están llamados a jugar en la política mundial. Después vinieron muchas acciones en este sentido. Los países latinoamericanos y caribeños crearon organismos de integración económica que fueron, al mismo tiempo, importantes instancias de defensa de sus intereses y de negociación internacional. En la década de los 60 se establecieron en el continente africano la Comunidad Económica de África Oriental, el Comité Consultivo Permanente del Maghreb, la Unión Aduanera y Económica de África Central y la Organización de la Unidad Africana. Se dieron los primeros pasos para crear la asociación de países de Asia sudoriental. Se articuló la Liga de los Estados Árabes. Fue un período muy fecundo en la toma de conciencia de los países del sur sobre sus propias realidades.
Después de haber permanecido largamente eclipsado por la confrontación Este-Oeste, con la conclusión de la <guerra fría ha quedado en evidencia, con todo su dramatismo, el conflicto norte-sur entre un pequeño grupo de países desarrollados, prósperos y dominantes y el amplio sector periférico del planeta compuesto por los países atrasados y dependientes de África, Asia y América Latina. Se han reactivado, en consecuencia, las demandas del tercermundismo para que se modifique el <orden económico internacional, tan favorable a los intereses de los países del primer mundo, y se establezcan principios de justicia social internacional.
Más de 3.500 millones de personas, o sean las cuatro quintas partes de la población mundial, viven en la zona subdesarrollada del planeta. Esta inmensa porción de la humanidad brega por un cambio en el orden económico internacional, que haga justicia a los países pobres, que distribuya con equidad el ingreso mundial y que les permita mayor participación en la decisión de los asuntos que comprometen el destino de la humanidad. Esta lucha no es fácil. Los nexos internacionales están determinados por la relación de fuerza entre los países. Son, en realidad, relaciones de poder. Los Estados del primer mundo, que tienen como eje a los siete de mayor desarrollo industrial, se resisten a todo cambio que pueda poner en riesgo su hegemonía. Actúan en un frente común de negociación a pesar de sus discrepancias internas. El problema de la deuda lo puso en evidencia a partir de 1982. Y posteriormente la llamada “ronda Uruguay” del GATT también. Los países del tercer mundo tienen mucho menos homogeneidad y su unidad se ve resquebrajada con frecuencia. En realidad, estos países son muy disímiles entre sí. Difieren en tamaño territorial, población, posesión de recursos naturales, grados de desarrollo económico, cultura y regímenes políticos, aunque todos comparten la marginación de los beneficios de la prosperidad y del progreso.
Se han hecho muchos esfuerzos para lograr esa unidad. El 14 de septiembre de 1960 se dio un paso muy importante en este sentido con la formación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) para coordinar y armonizar las políticas de los productores de hidrocarburos y defender corporativamente sus comunes intereses frente a los consumidores del norte. Por primera vez un grupo de países del tercer mundo fue capaz de controlar la producción e imponer los precios de un bien energético en el mercado mundial.
Dos aportes muy importantes para los intereses de los países subdesarrollados fueron: la formación del Movimiento de los Países no Alineados en 1961, con la intención —a la postre desvirtuada, cuando el movimiento terminó por alinearse en la guerra fría— de conformar una tercera fuerza política independiente que pudiese impedir el choque frontal de las superpotencias, y la institucionalización en 1964 del Grupo de los 77, que congregó a los países tercermundistas para luchar por la reordenación económica mundial.
Fue también muy importante la reunión en Ginebra de la primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (mejor conocida por sus siglas inglesas UNCTAD), seguida de reuniones posteriores, en la que los países industriales se comprometieron por unanimidad a destinar recursos financieros equivalentes al 1% de su renta nacional en favor de los países subdesarrollados, con tasas de interés no mayores al 3%. Este compromiso se ratificó posteriormente en la resolución 2626 tomada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 24 de octubre de 1970, aunque el porcentaje se lo fijó sólo en el 0,7% del PIB. Sin embargo, salvo Suecia, Holanda, Dinamarca y Noruega, ningún otro país desarrollado ha cumplido la cifra convenida y su ayuda al desarrollo de los países pobres no ha llegado ni a la mitad del porcentaje acordado.
Estas organizaciones internacionales lograron que la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobara, en los años 70, el programa de acción para el establecimiento del nuevo orden económico internacional, que reconoció por primera vez que la injusticia económica entre los Estados es una seria amenaza contra seguridad mundial, y la carta de los derechos y deberes económicos de los Estados. Ambos documentos tuvieron una gran significación para los países de desarrollo incipiente.
En efecto, el 12 de diciembre de 1974, después de negociaciones que tomaron dos años, la Asamblea General de las Naciones Unidas —con una mayoría de 120 votos contra 6, y 10 abstenciones— aprobó la Carta de los Derechos y Deberes Económicos de los Estados, que fue formulada por el Presidente de México Luis Echeverría. Este documento reafirmó la igualdad jurídica de los Estados, reconoció el derecho de cada uno de ellos a disponer de sus recursos naturales y adoptar libremente los regímenes políticos y económicos que crea más convenientes, prohibió a las <corporaciones transnacionales inmiscuirse en los asuntos internos de los Estados, previó acuerdos que garanticen precios justos y estables para los productos básicos, abogó por la concesión de créditos no atados y con bajas tasas de interés, propugnó la transferencia de tecnología a favor de los países del sur y estableció una serie de normas de justicia económica internacional.
En 1974 se inició el llamado diálogo norte-sur con el propósito de negociar cambios en el sistema internacional de postguerra. Las conversaciones no avanzaron mucho. Los países industriales hicieron maniobras dilatorias y de dispersión. Y el diálogo terminó por interrumpirse.
Posteriormente, la cumbre de los veintidós jefes de Estado y de gobierno que se reunió en Cancún, México, en 1981, fracasó en su intento de encontrar apoyo político para la reanudación del diálogo Norte-Sur e igual suerte corrió la UNCTAD VI celebrada en Belgrado en 1983.
El objetivo central de ese diálogo, visto desde la perspectiva de los países del sur, fue obtener una reforma sustancial en la conformación, funcionamiento y propósitos de las instituciones financieras, monetarias y comerciales de la postguerra: principalmente del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) —llamado también Banco Mundial— y el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT). Las dos primeras nacieron en 1945, como resultado de los acuerdos de la Conferencia Monetaria y Financiera celebrada por las Naciones Unidas en Bretton Woods en julio de 1944, y la tercera en 1948. Esta última, sin embargo, fue sustituida por la Organización Mundial del Comercio (OMC) según decisión de la conferencia celebrada en Marrakech, Marruecos, en abril de 1994.
La lucha del tercermundismo por la equidad económica internacional y por el desarrollo de los países del <sur ha sido dura y perseverante. Los obstáculos que ha encontrado en el camino han sido grandes. La dinámica expansionista de los países del norte ha sido y es implacable. Ellos han impuesto condiciones de intercambio de tal modo injustas que han producido una constante transferencia de recursos de los países pobres a los ricos. Y la inocultable realidad es que, a pesar de sus esfuerzos, los países del sur están en proceso de subdesarrollo comparativamente con los del norte, porque la brecha que les separa se ahonda cada vez más, al ritmo del avance científico y tecnológico.
Según estimaciones del Banco Mundial, a principios de los años 80 del siglo pasado había en el mundo subdesarrollado 500 millones de seres humanos que vivían por debajo del dintel de la <pobreza absoluta mientras que diez años después, en 1990, se había duplicado el número de quienes vivían en esas circunstancias, con una renta de menos de 370 dólares al año. Es presumible que en los próximos años se agraven las condiciones de pobreza, hambre, desnutrición, enfermedad y analfabetismo, a pesar de la existencia —o quizás por eso mismo— de zonas centrales modernas, internacionalizadas y de extraordinario desarrollo en el seno de las sociedades dualistas de los países del sur.