En la sociedad estamental francesa de los tiempos monárquicos se llamaba “estado llano” o “tercer estado” al conjunto del pueblo desposeído de distinciones sociales —a la gente de a pie, como dirían los españoles— en contraste con la nobleza y el clero que eran los <estamentos privilegiados política, económica y socialmente por el régimen monárquico.
Cuando el rey convocaba a los llamados Estados Generales, que eran una especie de parlamento u órgano consultivo de poderes muy limitados dentro del régimen monárquico, que se reunía muy rara vez, se hacían presentes los tres estamentos clásicos de la sociedad francesa de aquellos tiempos: la nobleza, el alto clero y el tercer estado.
El abate Emmanuel Joseph Sieyés (1748-1836), en las vísperas de la Revolución Francesa, escribió un folleto titulado “¿Qué es el Tercer Estado?”, que alcanzó una gran resonancia. En las primeras líneas, al explicar su contenido, expresó: “El plan de este escrito es bastante simple. Tenemos que hacernos tres preguntas: 1º) ¿Qué es el tercer estado? Todo. 2º) Qué ha sido hasta ahora en el orden político? Nada. 3º) ¿Qué pide? Llegar a ser algo”.
El tercer estado fue el germen histórico de la <burguesía. Lo compusieron los comerciantes, artesanos, negociantes, hombres de leyes, profesionales liberales, profesores, intelectuales y artistas, incipientes industriales, que acogieron y difundieron las nuevas concepciones ideológicas —racionalistas y críticas— y dieron inicio al alzamiento revolucionario de 1789 para derrocar a la monarquía absoluta y suprimir los privilegios de la nobleza y del clero.
El tercer estado se conformó progresivamente como una clase social emergente y acumuló capital comercial y financiero. Postuló la transformación política y social en beneficio propio. Su anhelo fue suplantar a la aristocracia. Le sobraba espíritu emprendedor y visión innovadora para ello. Se sintió humillado por el autoritarismo de la monarquía y odiaba las reglamentaciones del mercantilismo. Era profundamente individualista y quería eliminar las instituciones corporativas que regimentaban el ejercicio de las profesiones, las artes y los oficios en el ancien régime y que, en su concepto, afectaban su tan anhelada “libertad de trabajo”. Deseaba suprimir los privilegios de la aristocracia y del clero y las discriminaciones que le vedaban el acceso a los cargos públicos y al ejército. Debido a la segregación social que sufría, las palabras “libertad” e “igualdad” le impactaban profundamente.
En ese tiempo, el estado llano fue la clase media situada bajo la nobleza y el clero, que eran los órdenes dominantes, y sobre los descamisados (los sans culottes), cuya situación era deplorable. A esta gente tan pobre y olvidada de la sociedad francesa se le empezó a llamar el <cuarto estado. En el medio de esos estamentos estaba situado el estado llano. Era, por tanto, una suerte de clase media ubicada por debajo de la aristocracia y el clero dominantes y por encima de la masa empobrecida.
Después del triunfo de la Revolución, el tercer estado se convirtió en la clase dominante. El sustento de su poder fue su ilustración y su riqueza. Pronto sus aspiraciones —libertad, propiedad, seguridad y resistencia a la opresión— se plasmaron en la letra y el espíritu de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano aprobada por la Asamblea Nacional el 26 de agosto de 1789.
Con su trabajo, los miembros de la naciente burguesía habían adquirido riqueza y una cierta influencia en la sociedad. Empezaron a perfilarse como una clase social llena de potencialidades. Su anhelo de igualdad con las clases superiores —detentadoras hereditarias de la riqueza y el poder—, de abolición de los privilegios de ellas, de libertad de trabajo y de empresa y de eliminación de las reglamentaciones que impedían el desenvolvimiento del comercio y de la naciente industria, les llevó a impulsar la sublevación violenta contra la monarquía francesa en 1789.
Aprovecharon para ello las dificultades políticas y financieras de la monarquía y la debilidad de ánimo del rey Luis XVI.
Todo ocurrió muy rápidamente. El monarca, en búsqueda de soluciones para la crisis, resolvió convocar a los Estados Generales —que no se habían reunido desde 1614— a los que debían concurrir los tres órdenes de la sociedad tradicional: la nobleza, el clero y el tercer estado. Sus asesores tuvieron que desempolvar los viejos reglamentos y usanzas que regían la operación de esta asamblea. Cada uno de los estamentos, según dictaba la tradición, debía ocupar un lugar determinado de la sala. De acuerdo con las normas del ceremonial, los miembros del clero y los nobles debían presentarse de gran gala, con plumas, bordados y mantos, y los del estado llano en simple traje negro y sombrero de tres picos. Las votaciones no eran por individuos sino por estamentos, de modo que la unión de las voluntades de la nobleza y el clero hacían una mayoría incontrastable.
Bajo estas normas se reunieron los Estados Generales en Versalles el 5 de mayo de 1789. Concurrieron 270 miembros de la nobleza, 291 del clero y 578 representantes del tercer estado. Seis semanas después, en el curso de sus accidentadas deliberaciones, ocurrió un hecho que tuvo influencia decisoria en la orientación de los acontecimientos posteriores: los diputados del llamado tercer estado, conscientes de que representaban al 96% de la nación, como alguno de ellos expresó, resolvieron instalarse en Asamblea Nacional para “fijar la Constitución del reino, realizar la regeneración del orden público y mantener los verdaderos principios de la monarquía”. Y aunque este hecho no implicó una ruptura total con la institución monárquica puesto que solamente fue el intento de poner limitaciones jurídicas a su poder, que hasta ese momento había sido absoluto, dio comienzo sin duda al movimiento revolucionario.
A partir de ese momento los acontecimientos se precipitaron. Ante la sospecha de que el monarca pretendía anular las resoluciones de la Asamblea, los diputados, reunidos en la cancha de juego de pelota en la terraza de las Tullerías de París por iniciativa del diputado José Ignacio Guillotin (el médico francés que inventó la guillotina para volver más eficaz y menos cruel la ejecución de la pena capital), juraron no separarse hasta haber dado a Francia una Constitución. Poco tiempo después, el 9 de julio de 1789, ellos adoptaron el nombre de Asamblea Nacional Constituyente, bajo la inspiración de la teoría del Abate Sieyès respecto del “poder constituyente” y los “poderes constituidos”. Del 12 al 14 de julio París fue conmovida por una serie de motines y acciones de violencia que culminaron con el asalto a la fortaleza y cárcel de la Bastilla, que era el odiado símbolo del régimen monárquico. Por orden de Dantón el pueblo tomó por la fuerza la commune de París el 9 de agosto de 1792 y los líderes populares asumieron todos los poderes de la ciudad. La revolución se extendió hacia las provincias. En todas partes se formaron ayuntamientos revolucionarios. Se desencadenó una vasta insurrección campesina de caracteres anárquicos y violentos. Bandas de descamisados (sans culottes), movidas por odios seculares, asaltaron castillos y destruyeron conventos. Temerosos por los actos de violencia, los grandes aristócratas —los Artois, los Polignacs, los Condés, los Enhien, los Borbones— huyeron de Francia y se refugiaron en Suiza, Flandes y en los pequeños reinos alemanes de la frontera renana.
Había triunfado la revolución.
La guillotina de Francia decapitó las testas coronadas y los viejos principios del <absolutismo monárquico. Hubo una profunda reorganización social. El clero y la nobleza perdieron sus privilegios, los bienes de la Iglesia fueron expropiados, la teoría de la soberanía nacional sustituyó al derecho divino de los reyes, la forma de gobierno republicana desplazó a la monárquica, el decisionismo autoritario de antes cedió el paso a los inalienables derechos del hombre y la arbitrariedad de los gobernantes fue remplazada por el <constitucionalismo como régimen de organización del poder político.
Con el triunfo de las armas revolucionarias se abrió en la historia una nueva era: la edad contemporánea y en ella una nueva clase social asumió la posición hegemónica: la burguesía. Esta se convirtió en la clase dominante de la nueva organización social. Pasó de su condición de clase media, que integraba el llamado estado llano del antiguo régimen, a sustituir a la <aristocracia de la sangre. Su ilustración, preparación y riqueza pronto le permitieron convertirse en la clase hegemónica del período capitalista que se abría. Concentró en su manos los instrumentos de producción. Tuvo acceso a la <tecnología. Se apropió de la mayor parte de los excedentes del proceso productivo. Acumuló mucha riqueza. E impuso su dominio nacional e internacional por largo tiempo en el mundo.
Con estos antecedentes históricos, se llama “tercer estado” o “estado llano” en las modernas sociedades estratificadas al conjunto de la gente común, al hombre de la calle, a quienes carecen de privilegios y de influencia en la marcha del Estado.