A fines de los años 50 y durante la década de los 60 del siglo XX los analistas de la situación mundial —Pitirim Sorokin, Raymond Aron, Zbigniew Brzezinski, Samuel P. Huntington, Jan Tinbergen, C. A. Zebot y E. Goodman, entre otros— formularon la teoría de la convergencia, que sostenía que no obstante las grandes diferencias políticas y económicas y la animosidad entre las dos superpotencias, su desarrollo científico, tecnológico e industrial les conduciría hacia una creciente aproximación en sus sistemas de gobierno y de organización social, en el marco de una “desideologización” y despolitización —entendidas no en el sentido de la muerte de las ideologías sino de la superación de los dogmatismos— llamadas a privilegiar las cuestiones económicas y productivas sobre las ideológico-políticas. Pitirim Sorokin, en los años 40, dirigió su atención hacia ciertas similitudes sociológicas que él encontraba entre los EE.UU. y la URSS por obra de la interpenetración de valores y pronosticó desde entonces la evolución de las dos sociedades hacia una forma socio-cultural mixta.
Posteriormente los economistas Walter W. Rostow, John Galbraith, Jan Tinbergen, Simon Kuznets y otros, después de analizar el desarrollo socioeconómico de los dos países, concluyeron que estaba en marcha un proceso de convergencia entre ellos a causa, entre otros factores, del influjo mutuo. Encontraban que en Occidente se adoptaban principios de planificación estatal y se aplicaban políticas de interferencia del mercado y de bienestar social en tanto que en el bloque oriental se harían concesiones a la economía de mercado y se abrirían espacios para la elección de los consumidores. Rostow profetizó que la sociedad soviética llegaría a una época de consumo masivo y, con eso, asumiría ciertos rasgos de las sociedades capitalistas de Occidente, por encima de sus diferencias en los modos de producción y en las relaciones de propiedad. El economista norteamericano, que colaboró con el gobierno de John Kennedy, supuso en 1960 que en un plazo de unos 35 años la Unión Soviética alcanzaría los niveles de industrialización de Estados Unidos y entonces las dos sociedades industriales tendrían varios rasgos comunes. Eso, en realidad, no ocurrió, pero con el colapso del marxismo como forma de organización social la convergencia ha ido mucho más lejos de lo que él y los otros economistas pudieron suponer.
El economista holandés Jan Tinbergen, en su folleto “Convergencia de los Sistemas Económicos del Este y del Oeste” (1968), anotó que esa convergencia se producía “como consecuencia de la experiencia recogida por cada sociedad dentro del ámbito de su propio sistema y no como consecuencia del deseo de imitar al otro sistema”.
La tesis era que, bajo la planificación matemática —mathematical planning—, las decisiones de los dos sistemas tenderían a aproximarse en cuanto a productividad, formación de los precios, planeación económica, atención a las demandas de los consumidores, seguridad social, modernización de los aparatos industriales y otros elementos de la economía. Con lo cual era de esperar una disminución en la intensidad del conflicto entre el Este y el Oeste.
Por supuesto que la teoría de la convergencia fue frontalmente rechazada por los ideólogos marxistas, que la calificaron como una “teoría burguesa” contraria al materialismo histórico. Ellos consideraron que la polarización entre los dos sistemas era inevitable y que culminaría en el triunfo definitivo del socialismo marxista sobre el capitalismo. La confrontación Este-Oeste, con toda su carga ideológica, era para el secretario general del Partido Comunista y primer ministro del gobierno soviético, Nikita Kruschov (1894-1971), una forma de la lucha de clases y, por lo mismo, no había posibilidad alguna de una aproximación entre los dos sistemas contendientes. Según la interpretación marxista de la historia, no había espacio alguno de convergencia entre el capitalismo —con su propiedad privada sobre los medios de producción, la estructura clasista de su sociedad y el desaforado interés de lucro de los monopolios— y la sociedad socialista sin clases, en la que se habían expropiado los instrumentos productivos.
Sin embargo, a finales del siglo el mundo tomó una dirección diferente. La Unión Soviética colapsó bajo el peso de sus errores —la estatificación total de los instrumentos de la producción le condujo a la baja, hasta niveles insostenibles, de la cantidad y calidad de su producción y a su incompetencia en el mercado internacional globalizado—, mientras que Estados Unidos —triunfadores de la guerra fría— asumieron el liderazgo en el mundo unipolar de la postguerra fría.