Es el conocimiento científico aplicado a tareas prácticas. Ciencia y tecnología, sin embargo, no son la misma cosa. Lo fueron en sus comienzos pero después ésta se separó de aquélla y asumió cierto grado de independencia. Hoy las diferencias son perceptibles. La ciencia busca la verdad mientras que la tecnología persigue la utilidad, la ciencia observa la realidad y la tecnología trata de modificarla, la ciencia se agota en la contemplación en tanto que la tecnología pasa a la agresión, la ciencia es eminentemente especulativa mientras que la tecnología es aplicada, la ciencia se pregunta el por qué de las cosas en cambio la tecnología averigua el cómo de ellas, la ciencia es abierta al conocimiento general mientras que la tecnología posee secretos celosamente guardados, la tecnología es patentable, la ciencia no.
Ciencia y tecnología son cultura. La ciencia es la parte más dinámica de la cultura, la tecnología es la parte más dinámica de la ciencia, la tecnología electrónica es la parte más dinámica de la tecnología y la informática es la parte más dinámica de la tecnología electrónica.
El progreso humano, hoy como ayer, se mide en términos de tecnología. Las eras de la historia se han formado en función de la tecnología dominante en cada momento. La técnica para el trabajo de la piedra dio lugar a las eras paleolítica y neolítica. Del grado de dominio sobre los metales surgieron la Edad del Cobre, la Edad del Bronce y la Edad del Hierro. La invención de la pólvora modificó por completo el mundo de su tiempo y la de la imprenta generó la Edad Moderna. La invención de la máquina a vapor produjo la revolución industrial. La electricidad trajo consigo cambios sorprendentes en la organización social. La fusión y fisión del átomo crearon un nuevo orden político y económico internacional. La tecnología electrónica ha revolucionado el mundo. Y la informática ha generado la era de la información —desde el infolítico inferior al infolítico superior— que cada día nos sorprende con sus prodigios. El homo sapiens que imperó por 1.400 generaciones ha dado paso al homo digitalis de la moderna <sociedad del conocimiento.
Mirando quince años hacia adelante, un grupo de científicos norteamericanos patrocinado por la Central Intelligence Agency (CIA) y el National Intelligence Council elaboró en el 2000 un documento titulado "Global Trends 2015", en el que señala que “la revolución de la información tecnológica (IT) representa la más significativa transformación desde de Revolución Industrial que empezó a mediados del siglo XVIII” y prevé que “la información tecnológica será el mayor componente del comercio internacional y de la fortaleza de los actores no estatales de la economía”.
Las diferencias entre los países desarrollados y los subdesarrollados en el campo de la ciencia y de la tecnología son aun mayores que las que existen en lo económico. Según el Club de Roma —que es la organización de pensadores y científicos creada en 1968 para estudiar los problemas del planeta y atisbar el futuro de la humanidad— aproximadamente el 95% de la investigación científica y tecnológica del mundo se realiza en Estados desarrollados. Esta desproporción determina una creciente brecha en el ritmo de progreso de los países y la consecuente agudización de las relaciones de dependencia. Se da un verdadero círculo vicioso. La capacidad productiva de los países no puede incrementarse sin una sólida infraestructura científica y tecnológica pero ésta no puede existir sin los recursos financieros procedentes del desarrollo. La forma de salir de este punto muerto es uno de los tantos desafíos que arrostran los países atrasados.
Tengo para mí que el germen de la <dependencia externa a la que están sometidos unos países respecto de otros está en sus diferencias tecnológicas. Allí debe encontrarse el origen de las dependencias. Porque todos los factores de dominación son, en último término, cuestiones tecnológicas. ¿Qué es el poder militar sino tecnología aplicada al arte de matar al prójimo? ¿Qué es el desarrollo industrial sino tecnología al servicio de la producción en serie? ¿Qué es el poder agrícola, que acumula grandes cantidades de alimentos, sino fórmulas tecnológicas aplicadas a las tareas del campo? ¿Qué es la eficiente organización estatal sino tecnología al servicio de la ordenación administrativa del Estado? ¿Qué es, en fin, la penetración cultural sino conocimientos tecnológicos utilizados en la difusión planetaria de valores éticos y estéticos?
Todo se resume en una palabra: tecnología.
La brecha tecnológica es, por tanto, la fuente de todas las dependencias. No en vano el dominio de la tecnología produjo dos <revoluciones industriales: la de las grandes máquinas que se inició en el siglo XIX y la revolución electrónica de nuestros días. Ambas diseñaron, en épocas distintas, sus respectivos órdenes económicos internacionales.
La tecnología electrónica —con los ordenadores, la informática, internet, el grid software, la telemática, el ciber-espacio, la tecnología fotónica, el CD-ROM, el DVD, el HD DVD, el Blu Ray, el flash memory, los robots y los nuevos software— ha desactualizado el mandato bíblico del ganarás el pan con el sudor de tu frente. La producción de bienes y la sustentación humana, en el mundo moderno, no son ya cuestión de transpiración sino de inspiración científica y de ergonomía, porque la penetración de la microelectrónica en todas las fases de la industria —desde el diseño al embalaje— y en la operación de oficinas y almacenes ha liberado al ser humano de muchos de sus esfuerzos productivos.
El microprocesador chip de silicio, extremadamente miniaturizado, ha tornado factible proporcionar cerebro y memoria a cualquier aparato diseñado por el hombre. Cada vez aparecen nuevas generaciones de robots inteligentes, capaces de ver y de sentir al tacto, que sustituyen al ser humano en muchas de sus faenas productivas, especialmente en las repetitivas y aburridas, que envilecen la inteligencia, y en las que entrañan peligro o demandan extremada precisión.
Esta moderna “mano de obra” electrónica tiene ciertamente sus ventajas: no se cansa, no se enferma, no duerme ni se alimenta, no goza de vacaciones, no pide aumento de salarios ni hace huelgas. Pero, en cambio, desplaza a la población económicamente activa y afecta el nivel general del empleo.
Los robots bajan los costes de producción y aumentan la productividad de las empresas. La General Electric de Estados Unidos declaró que sus robots pintores le ahorran mucho dinero al año al evitar los desperdicios de pintura en que incurren los pintores humanos. Es la sobrehumana precisión de los robots en sus movimientos. Nada hay más interesante que verlos trabajar, con la magnífica precisión e isocronía de sus movimientos.
A comienzos del siglo XXI el Japón iba a la cabeza de la robótica, que es la ciencia que estudia el diseño y la operación de los robots. Empezó sus investigaciones y trabajos en esta área a mediados de la década de los años 60 del siglo anterior, después que otros países, pero luego tomó la delantera.
En todo caso, la incorporación de los robots y, en general, de la tecnología electrónica al proceso productivo ha obligado a las sociedades a reajustar sus sistemas laborales en función de estos nuevos elementos en las relaciones de producción. El peligro de forjar un modelo de desarrollo sin empleo es una grave amenaza social.
La tecnología electrónica ha entrado en una etapa de crecimiento exponencial en cuanto a la potencia y capacidad de los ordenadores. Después de haber producido ordenadores de la primera a la cuarta generación, buscó el ordenador de la quinta y sexta generaciones. Esto tornó impredecibles sus efectos sobre la industria, la economía y la sociedad del futuro. Los avances científicos y tecnológicos ocurren con vertiginosa velocidad. Hace no mucho tiempo, el 17 de diciembre de 1903, la máquina voladora de los hermanos Wright, en lo que fue la primera vez que un aparato más pesado que la atmósfera levantaba vuelo, logró mantenerse en el aire por 59 segundos y recorrer 260 metros de distancia; en 1969 un hombre llamado Neil Armstrong posó sus pies en la Luna; y el 7 de abril del 2010, en el aeropuerto de Payerne en Suiza, levantó vuelo por hora y media a mil metros de altura el Solar Impulse HB-Sia, que fue el primer avión impulsado exclusivamente por energía solar.
Desde que el 16 de marzo de 1926 el profesor de física de la Universidad Clark Robert H. Goddard lanzó al aire en Adburn, Massachusetts, el primer cohete de combustible líquido —experimento que abrió la posibilidad de los vuelos espaciales— en el corto período de setenta y ocho años se ha llegado al avión norteamericano experimental no tripulado X-43A, con propulsión ramjet (scramjet), que en noviembre del 2004 alcanzó la velocidad de casi 11.000 kilómetros por hora, o sea casi nueve veces la velocidad del sonido. El ramjet es uno de los cuatro tipos de motor de propulsión a chorro, junto con el turborreactor, el turbopropulsor y el turboventilador, que funciona con hidrógeno. El avión X-43A fue lanzado desde un bombardero B-52 sobre el Océano Pacífico y después del ensayo cayó al mar y no fue recuperado. El hecho ocurrió cincuenta y siete años después de que el piloto militar estadounidense Charles Yeager en un aparato Bell X-1 rompiera la barrera del sonido —1.223 kilómetros/hora al nivel del mar y 1.060 kilómetros/hora a una altitud de 11.000 metros— el 14 de octubre de 1947, en lo que fue una gran revolución en la aerodinámica.
En siglo y medio se ha pasado de la comunicación morse —sistema de señales de puntos y rayas inventado por el retratista de Massachusetts Samuel F. Morse para la radiotelegrafía y la navegación marítima— a las comunicaciones por satélite. En 30 años se ha poblado el firmamento de satélites geoestacionarios de comunicaciones. La invención de la fibra óptica —que es un finísimo cable de cristal de cuarzo de alta pureza diseñado para transmitir información 64.722 veces más rápido que el teléfono convencional— ha revolucionado las telecomunicaciones. La fotónica, capaz de transportar datos a alta velocidad por medio de impulsos de rayos láser a través de cables de fibra óptica, será la tecnología del futuro en el campo de la información. Hace no muchos años hubiera sido impensable hacer transacciones monetarias instantáneas y a control remoto por miles de millones de dólares al día. Cien millones de dólares en billetes de 100 formarían un fajo más alto que una catedral y mil millones, uno más alto que el monte Everest. Desde que el 16 de marzo de 1926 el profesor de física de la Universidad Clark Robert H. Goddard lanzó al aire en Adburn, Massachusetts, el primer cohete de combustible líquido —experimento que abrió la posibilidad de los vuelos espaciales—, en el corto período de 98 años se ha llegado al avión hipersónico norteamericano X-43, con motor scramjet que quema hidrógeno y se alimenta con el oxígeno del aire, capaz de volar sin piloto a la velocidad de 10.000 kilómetros por hora, es decir, entre 7 y 10 veces más rápido que la velocidad del sonido.
La ciencia experimenta un crecimiento exponencial.
Para tener una idea de lo que significa la noción matemática del crecimiento exponencial podemos remitirnos a la conocida anécdota de Sissa, hijo de Dahir, a quien se atribuye la invención del ajedrez: pidió al príncipe de la India de cuya educación estaba encargado que, en pago por el invento de su padre, le pusiera un grano de trigo en el primer escaque o casilla del tablero, el doble o sea dos granos en el segundo, cuatro en el tercero y así sucesivamente en los 64 cuadros de la tabla. El príncipe aceptó encantado la propuesta, que tan modesta le pareció, pero a la hora de cumplirla le hicieron notar sus asesores que ello era imposible, puesto que la progresión exponencial que la propuesta entrañaba —con sólo la razón geométrica 2, factor de duplicación, y 64 términos— conducía a un volumen tan grande de trigo que ni la producción hindú de mil años ni todos los tesoros de la India serían suficientes para satisfacerla.
Los científicos prevén un desarrollo exponencial de la potencia de los ordenadores en los próximos años, con efectos sobre la organización social, la economía y las relaciones de producción que aún no pueden predecirse.
La invasión de la informática a todos los resquicios de la vida humana y de la vida pública en el seno de la sociedad de la información ha producido desconcertantes cambios en todos los órdenes. En el plano político se habla de la telecracia, en el laboral del teletrabajo, en el educativo de la tele-educación o educación en línea, en el monetario del dinero electrónico. Pronto se hablará de la <realidad virtual como un hecho consumado. La informática avasalla todo. Está modificando el rostro del mundo.
Un gran avance tecnológico se produjo en el 2016. En una hazaña sin precedentes, el avión Solar Impulse 2 dio la vuelta al mundo en 505 días de vuelo propulsado exclusivamente por la energía solar. Partió en la mañana del 9 de marzo del 2015 de la ciudad de Abu Dabi, en los Emiratos Árabes Unidos, y retornó a ella a las 04:05 horas de la madrugada del 26 de julio del 2016.
Durante su largo viaje alternaron en el pilotaje Bertrand Piccard y André Borschberg —aviadores profesionales suizos— con el propósito de promover el uso de energías renovables, en este caso, la energía solar.
En el curso de los vuelos diurnos las células solares impulsaban la nave y cargaban las baterías y durante las noches operaban las baterías recargadas con la luz solar.
Las características del avión eran muy especiales: pesaba 5.100 libras, tenía 22,4 metros de longitud, sus alas eran más anchas que las del Jumbo 747, llevaba 17.248 células solares fotovoltaicas, colocadas en el plano superior de las alas, el fuselaje y la cola, destinadas a cargar sus cuatro baterías, y tenía cuatro motores eléctricos de hélice alimentados por las células solares.
Su velocidad máxima era 140 km/h y su velocidad de crucero 90 km/h durante el día y 60 km/h en la noche.
El avión emprendió vuelo en la ciudad de Abu Dabi, en los Emiratos Árabes Unidos, y cubrió 17 etapas que sumaron 40.000 kilómetros en las rutas: Abu Dabi (Emiratos Árabes Unidos), Muscat (Omán), Ahmedabad (India), Varanasi (India), Mandalay (Myanmar), Chongqing (China), Nanjing (China), Nagoya (Japón), Hawai (Estados Unidos), Mountain View (Estados Unidos), Phoenix (Estados Unidos), Tulsa (Estados Unidos), Dayton (Estados Unidos), Lehigh (Estados Unidos), New York (Estados Unidos), Sevilla (España), El Cairo (Egipto) y Abu Davi (Emiratos Árabes Unidos).
Fueron jornadas intensas: la ruta Nanjing-Nagoya tomó 44 horas y 10 minutos de vuelo; la ruta Nagoya-Hawai: 117 horas y 52 minutos; la ruta Hawai-Mountain View: 62 horas y 29 minutos; Nueva York-Sevilla (cruzando el Océano Atlántico): 71 horas y 8 minutos; Sevilla-El Cairo: 48 horas y 50 minutos y El Cairo-Abu Davi: 48 horas y 37 minutos.
El Solar Impulse fue un proyecto programado e impulsado por Suiza con el propósito de alentar el uso de energías renovables.
El piloto Bertrand Piccard explicó que el motivo del largo y riesgoso viaje fue crear conciencia de la defensa del medio ambiente, puesto que, según dijo, "estamos destruyendo el planeta, la naturaleza y los recursos naturales".
Estamos a las puertas de una nueva revolución industrial: la revolución nanotecnológica, basada en el manejo y manipulación de cuerpos de escala ínfima. La nanotecnología —nanotechnology— (de nano, que significa la milmillonésima parte de una unidad) es una nueva dimensión de la tecnología, que podrá fabricar bienes y equipos de tamaño extraordinariamente reducido en cualquier área de la industria. Tendrá repercusiones en todos los ámbitos científicos —desde la física a la química, desde la medicina a la industria, desde la biología a la informática y a la agricultura— ya que descubre propiedades totalmente nuevas de las moléculas y los átomos. Se podrán desarrollar materiales mucho más fuertes que el acero pero con menos del diez por ciento de su peso y crear aparatos informáticos más veloces con nuevos componentes.
Se considera a Richard Feynman, Premio Nobel de Física, el “padre” de la nanociencia, y a Eric Drexler, con su libro “Engines of Creation” (1986), uno de los mayores visionarios en la materia.
Sin embargo, el desarrollo científico y tecnológico tiene también facetas preocupantes. En un momento se pensó que la ciencia vencería a la enfermedad y a la pobreza, dominaría la naturaleza y forjaría un mundo de felicidad para los seres humanos. Eso no ha ocurrido plenamente. Por falta de designios éticos buena parte de la ciencia se ha puesto al servicio de la destrucción y de la muerte e, incluso, de la enfermedad a través de las armas químicas y bacterianas. En el ámbito político las cosas no han sido mejores. Los avances de la ciencia no siempre han ido acompañados de regímenes de libertad y la tecnología moderna con frecuencia ha servido los intereses del despotismo. No ha sido posible hasta la fecha proscribir a los tiranos, autócratas y fanáticos políticos. La autoridad pública no ha podido todavía liberarse de las viejas taras de la intolerancia. La democracia ha avanzado pero no ha triunfado definitivamente. La ética del poder está todavía muy atrasada con relación a los avances de la ciencia. Arnold Toynbee (1889-1975) tuvo razón, en sus diálogos con el filósofo japonés Daisaku Ikeda, cuando afirmó que “el nivel ético de las realizaciones humanas fue siempre bajo y nunca se ha elevado. En consecuencia, hoy la disparidad entre nuestra técnica y nuestra ética es mayor que nunca. Esta circunstancia es no sólo humillante, sino que es mortalmente peligrosa”.