No está en el diccionario castellano la palabra “sustentabilidad” a pesar de su tan extendido uso. Existe el término “sustentación”, que es la acción y efecto de conservar una cosa en su ser y estado; pero curiosamente el adjetivo “sustentable” tiene una única y muy restringida significación: es lo “que se puede sustentar o defender con razones”, según el diccionario. De modo que, ciñéndonos a los cánones castellanos, en las ciencias sociales debemos optar por el vocablo “sostenibilidad” para significar que un proceso puede mantenerse por sí mismo, esto es, sin ayuda exterior ni merma de los recursos existentes para que su rendimiento pueda ser durable.
Lo sostenible es lo que lleva dentro de sí la aptitud para sobrevivir. Desarrollo sostenible es el que puede lograrse internamente, en forma compatible con las demandas de la ecología.
La palabra sustentabilidad, que es la que más frecuentemente se utiliza, resulta de la arbitraria traducción del inglés sustainability, que significa “to keep going continuosly, endure without giving way”, es decir, avanzar de forma continua y mantener la marcha sin ceder. Ella se aplicó originariamente a la conservación del medio ambiente —environmental sustainability— en relación con las medidas cautelares de la naturaleza y de los recursos naturales, que entrañan un compromiso ético y económico de las actuales generaciones en beneficio de las siguientes.
La sustentabilidad, en consecuencia, es un modelo de desarrollo compatible con la sanidad e integridad del planeta.
Mijail Gorbachov, en su libro “Carta a la Tierra” (2003), observa que “el concepto de desarrollo sostenible fue formulado por primera vez en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente celebrada en Estocolmo en 1972” en tanto que “la expresión en sí apareció en 1980 en la obra Estrategia Mundial de la Conservación, publicada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza”. En realidad, la palabra nació en el marco de las interrelaciones entre desarrollo y medio ambiente y está asociada a la capacidad de carga de los geosistemas para soportar el peso de la actividad humana. En este sentido, la sustentabilidad debe entenderse como el desarrollo económico y social capaz de mantenerse endógenamente a lo largo del tiempo. Lo cual implica que los planteamientos económicos deben someterse a los parámetros de la capacidad de sustentación del planeta. El exgobernante de la Unión Soviética define el desarrollo sostenible como “un tipo de desarrollo que no esté regido únicamente por los dictados de la economía”.
Posteriormente, la Cumbre de la Tierra reunida en Río de Janeiro en 1992 promovió el concepto de desarrollo sustentable a la categoría de programa.
El concepto se aplicó a los campos de la economía: sustainable economy y sustainability indicators; del desarrollo: sustainable development; de la producción: producción sustentable; de la ingeniería: sustentabilidad de los suelos; del turismo: turismo sustentable; del “municipalismo”: ciudades sustentables; y, en general, de todos los procesos sociales, cuyo avance debe mantener el ser y estado de sus elementos esenciales.
Sin embargo, todas estas son preocupaciones nuevas. Por miles de años no se cuestionaron las limitaciones del planeta para soportar la carga humana. Y la falta de conciencia de este peligro ha conducido a la humanidad a los límites mismos de su posibilidad de sobrevivencia sobre la Tierra. Hoy el desolador espectáculo de la depredación y de la violencia contra el entorno natural nos obliga a acoger las leyes de la naturaleza, que nos enseñan, con su propia experiencia, a integrar el comportamiento biológico de millones de especies de fauna y flora en un sistema coherente, armónico y sostenible para asegurar su permanencia por millones de años. Fue con el advenimiento del ser humano que empezaron los desórdenes, la depredación y los impactos contra la naturaleza. Paradójicamente, el animal racional fue el que más daños irracionales irrogó al medio ambiente.
En 1982, en lo que fue un punto histórico de inflexión, las Naciones Unidas crearon la Comisión Mundial del Ambiente y el Desarrollo —mejor conocida como Comisión Brundtland, en honor a la ex primera ministra de Noruega Gro Harlem Brundtland—, que en su informe titulado “Nuestro Futuro Común” advirtió al mundo que es deber de los habitantes del planeta satisfacer “las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”, para lo cual recomendó usar limitada y prudentemente los recursos no renovables, no violar los ciclos de renovación de los recursos renovables, no destruir otras formas de vida, evitar las actividades no sostenibles, no echar desechos que la naturaleza no pueda procesar, no degradar el medio ambiente, no afectar la biodiversidad y controlar el crecimiento demográfico.
Fue la Comisión Brundtland la que, en el mencionado informe publicado en 1987, formuló la definición de desarrollo sostenible, que envolvió tres elementos: desarrollo social, desarrollo económico y protección del medio ambiente.
La Comisión Brundtland exhortó a iniciar una nueva era del desenvolvimiento económico capaz de conciliar el manejo de la economía, la tecnología y los recursos naturales con las demandas ecológicas. Fue este el comienzo de una reorientación de las políticas de desarrollo en escala mundial, con miras a la explotación racional de los recursos naturales que permita la renovación de ellos para que los niveles de producción se puedan mantener a largo plazo.
Bajo el auspicio de las Naciones Unidas, en 1992 se reunió en Río de Janeiro la denominada Cumbre de la Tierra, que juntó a representantes de 179 países y a un extraordinario número de científicos y expertos en asuntos ambientales para deliberar acerca de las razones del desarrollo sostenible. En esta conferencia se aprobaron dos acuerdos internacionales, se suscribieron dos declaraciones de principios y se formuló un amplio programa de acción sobre el desarrollo sostenible.
La propia supervivencia humana exige grandes cambios para conjurar los peligros ambientales y sociales que amenazan la vida futura del hombre sobre el planeta.
A partir de la implantación de adecuadas relaciones entre la sociedad, la economía y el medio ambiente, los planes de desarrollo y los programas y políticas que de él parten deben incluir la variable ambientalista para alcanzar el desarrollo sostenible, que es un proceso en el que se busca el bienestar social sin causar perjuicios al equilibrio ambiental ni destruir los recursos naturales, que son la base de todas las formas de vida. Lo cual significa que los planes de desarrollo deben incluir previsiones ambientales, respetar la diversidad de los ecosistemas, observar los ritmos de la naturaleza y proteger la biodiversidad, la diversidad genética y el equilibrio dinámico de los ecosistemas. Todo esto dentro de la lógica y la sabiduría de la naturaleza.
Sin la debida protección del medio ambiente puede haber crecimiento económico —que es un proceso cuantitativo— pero no desarrollo —que es un proceso cualitativo, en el que actúan e interactúan varios factores que tienen que ver con la calidad de vida de la gente y no solamente con los volúmenes de producción—. El producto interno bruto (PIB), que es el indicador más usual, resulta tan poco representativo de la calidad de vida de la gente que lo mismo puede elevarse por la producción de granos que por la tala de un bosque. La toma de decisiones y la planificación económica del gobierno no deben prescindir de la información y los indicadores especializados del medio ambiente.