Viene del latín superare, que quiere decir superar, exceder, sobrar. El superávit se produce cuando los ingresos superan a los egresos, la producción a sus cargas (materias primas, insumos, energía, etc.) o los recursos en relación con las necesidades en el Estado, en las entidades públicas, en las relaciones de intercambio internacional, en las empresas privadas o en cualesquiera otras unidades de producción durante un período determinado. Esas diferencias positivas se registran en las respectivas contabilidades.
En consecuencia, esta palabra tiene dos significaciones: una en el campo de la microeconomía y otra en el de la macroeconomía.
En el primero, el superávit es en una unidad de producción la cantidad en que excede el crecimiento del valor de los productos al crecimiento del valor de los factores, calculada a precios constantes y en un período determinado. Por tanto, él refleja la diferencia entre la evolución de los factores —capital, trabajo y tecnología— y la evolución de los productos. El superávit normalmente coincide con la curva de la productividad global de la empresa, o sea con su aptitud para crear un excedente de riqueza. Sirve para juzgar el grado de rendimiento de una unidad de producción de bienes o servicios. Se utiliza también el término en el proceso de liquidación de una empresa —superávit de liquidación— para señalar la diferencia positiva y comprobada entre el producto de la realización de sus activos y el monto del capital social y de sus pasivos.
Desde la perspectiva macroecónomica superávit es un término que se utiliza frecuentemente en los ámbitos presupuestario y fiscal. Hay varios tipos de superávit pero los más importantes son los de presupuesto, del tesoro y de la balanza de pagos.
El superávit presupuestario es el excedente de las previsiones de ingresos sobre las previsiones de egresos hechas en el presupuesto del Estado. Cuando las primeras resultan mayores que las segundas se da un superávit. Si ocurre lo contrario, o sea que los egresos previstos superan a los ingresos calculados, se produce un déficit. El déficit presupuestario representa la ruptura del equilibrio —tan anhelado por los tratadistas clásicos y neoclásicos de las finanzas públicas— entre ingresos y egresos a causa de que una parte de los gastos no ha sido cubierta por los ingresos. Se produce entonces una insuficiencia de recursos presupuestarios para hacer frente a los gastos previstos durante el ejercicio económico.
El principio del equilibrio entre las previsiones de ingresos y egresos corrientes, inspirado en la idea de los economistas clásicos de que los presupuestos desequilibrados conducen tarde o temprano a la <devaluación monetaria, sigue aún vigente a pesar de que se ha discutido mucho su conveniencia para los fines del desarrollo. La escuela keynesiana cuestionó este principio. Dijo que el concepto de presupuesto equilibrado no desempeña papel en el desarrollo, que hay déficit fertilizadores de la economía y que el gasto público, financiado incluso con préstamos externos, es uno de los factores que movilizan la producción.
Si no existen remanentes de los ejercicios anteriores el déficit presupuestario sólo puede tener dos soluciones conjuntas o alternativas: disminuir el cúmulo de gastos para armonizarlo con la suma de los ingresos o aumentar los ingresos por la vía tributaria, la contratación de <deuda pública o la emisión de dinero por el banco central. Estas son las maneras de financiar el exceso de gastos que ha quedado en descubierto. El Estado o bien recurre a su poder coactivo y obtiene dinero en forma de tributos, o bien contrae nueva deuda pública interna y externa o pone a funcionar la máquina impresora de billetes del banco emisor.
De todas maneras, cuando al final del ejercicio fiscal los ingresos y los egresos corrientes no se compensan exactamente, se produce un déficit o un superávit presupuestario, según que los ingresos no hayan sido suficientes para realizar las obras o prestar los servicios previstos o, por el contrario, que las recaudaciones fiscales hayan sido mayores a los gastos efectuados en el período. En este caso, el superávit es la diferencia sobrante y el déficit es la parte de la previsión de gastos no cubierta por los ingresos.
El superávit del tesoro es el saldo positivo que se presenta en la caja fiscal cuando las salidas de dinero originadas en gastos públicos han sido menores que las entradas efectivas. El tesoro es el encargado de realizar el pago de todas las obligaciones del Estado y lo hace en forma independiente del ritmo en que los ingresos previstos presupuestariamente entran a las arcas fiscales. Por tanto, puede producirse un superávit o un déficit “real” y no meramente “previsto” como el de presupuesto. Quiero decir con esto que una cosa es que una obra contemplada en el presupuesto no se realice, o no se realice al ritmo deseado, ya porque las previsiones de los ingresos no lo permitan, ya por deficiencias de los encargados de ejecutarla o por cualquier otra razón, y otra cosa es que no haya dinero “físicamente” en caja para afrontar un pago. No todas las previsiones presupuestarias originan movimientos de caja. Algunas de ellas, en materia de egresos, pueden no llegar a realizarse total o parcialmente. De modo que la previsión presupuestaria puede ser diferente de la realidad fiscal.
El superávit de la balanza de pagos se produce en el comercio internacional cuando las transferencias de divisas que realiza un país hacia el exterior, durante un período determinado, son menores que los ingresos en divisas que percibe de otros países. Esta situación produce un excedente en la <balanza de pagos y refleja una posición neta de liquidez internacional de un país.
Se pueden desglosar tres posibilidades de superávit exterior: el de la balanza comercial, el de la balanza de servicios y el de la balanza de capitales.
La balanza comercial registra las exportaciones y las importaciones de mercancías durante un determinado lapso. Se dice que el saldo es positivo para un país si el valor de aquéllas supera al de éstas o negativo en caso contrario.
La balanza de servicios —que algunos economistas llaman “balanza invisible”— abarca una amplia gama de intercambio de prestaciones susceptibles de ser valoradas en dinero, tales como los fletes de transporte, las primas e indemnizaciones de seguros, los servicios bancarios, los gastos del turismo, las rentas de la propiedad intelectual, los gastos corrientes de los gobiernos extranjeros en el mantenimiento de sus sedes diplomáticas, los desplazamientos de la mano de obra y otros. En las transacciones de servicios cabe también que se presente un superávit para un país y un déficit para el otro.
Finalmente, la balanza de capitales contabiliza el flujo de ellos entre los países, tanto a largo como a corto plazo, en razón de inversiones directas, rentas de capital, préstamos, créditos comerciales, amortización de la deuda externa, repatriación de capitales, pago de intereses, ayudas para el desarrollo y, en general, salidas y entradas del ahorro monetario por cualquier otro concepto. Si las transferencias que salen son menores que las que entran, se produce un superávit; caso contrario, un déficit.
Dado que la balanza de pagos es un indicador importante de la marcha económica de un país, una balanza activa —o sea con superávit— tiene efectos positivos en la inversión interior y tiende a aumentar la demanda, el empleo, la renta y los precios en la economía. Correlativamente, una balanza pasiva o deficitaria tiende a frenar el dinamismo económico y a reducir el empleo, la renta y los precios.