Es, en el campo de las ciencias sociales, un método poco sofisticado de indagación de la opinión o de las preferencias de un grupo humano, que consiste en consultar algo a un reducido número de personas escogidas al azar e inferir de sus respuestas el modo de pensar de la colectividad. A diferencia de la encuesta, cuya muestra seleccionada técnicamente se supone representativa del todo social, el sondeo opera sobre un grupo escogido aleatoriamente, por lo que sus resultados distan mucho de ser exactos. Es simplemente un modo aproximado de conocer la manera de pensar de una comunidad sobre diversos temas.
En el trabajo de campo del sondeo se formula una serie de preguntas y se registran las respuestas. La tarea debe planificarse con cierto cuidado. Para desempeñarla se requiere personal que sepa hacer su presentación ante los entrevistados, plantear las preguntas y evitar las inducciones, las ambigüedades y los sesgos en las respuestas. Los datos obtenidos en el trabajo de campo son luego procesados para cuantificar los resultados.
La debilidad del sondeo es que se basa en un procedimiento de selección de la “muestra” (o sea del conjunto de personas a ser entrevistadas) basado en el azar. La comodidad y las circunstancias determinan este sistema. Pero la “muestra” recogida es un “pedazo” de la población antes que una representación suya. Lo cual, por supuesto, no garantiza la fidelidad de sus proyecciones.
El sondeo es, históricamente, el antecesor de la encuesta. El primer sondeo de opinión del que se tenga noticia lo hizo el periódico "The Pennsylvanian" de la ciudad de Harrisburg para averiguar las preferencias electorales de los ciudadanos de Wilmington (Delaware) en Estados Unidos, en 1825.
Muchos años después, un grupo de periódicos norteamericanos integrado por "The Boston Globe", "New York Herald Tribune", "St. Louis Republic" y "Los Angeles Times" realizó un nuevo trabajo de esta clase. La iniciativa se extendió. Otros periódicos hicieron lo mismo. Se cuenta como anécdota que en 1936 la revista "Literary Digest" tuvo un aparatoso fracaso cuando, después de enviar cuestionarios a diez millones de personas, predijo la pérdida del candidato Franklin D. Roosevelt, quien alcanzó un abrumador triunfo electoral. Esos diez millones de personas, todas con automóvil y teléfono, no eran ciertamente una “muestra” adecuada. Allí estuvo el error del sondeo. En todo caso, los fracasos de los sondeos obligaron a perfeccionar métodos de indagación y entonces vinieron las <encuestas, que se han convertido en la actualidad en un instrumento auxiliar muy importante de la acción política.