Este vocablo tiene dos significaciones. La una es la tendencia a considerar “lo social” como específicamente distinto de los demás fenómenos de la actividad humana. Este fue el sentido que le dieron los filósofos franceses Augusto Comte (1798-1857), creador de la <sociología, y Etienne Emile Boutroux (1845-1921), profesor de la Sorbona.
El otro significado es peyorativo. Consiste en la exagerada inclinación “intelectualista” a explicar todo lo que ocurre en la vida social a través de fómulas y leyes sociológicas. Es la tendencia a abusar de los razonamientos y métodos de la sociología para explicarlo todo, sin dejar espacio para el azar y los imponderables de la vida que sin duda juegan también un papel, creo que muy importante, en el desarrollo de los hechos sociales. Es cierto que todos anhelamos una explicación científica de la realidad social. La propia sociología trata de aprehender también los fenómenos irracionales, sean místicos, mágicos, proféticos, afectivos, emocionales o de cualquier otra clase. Pero en esa explicación debe tener cabida también el azar. No todo en la existencia de los hombres y de las sociedades es planificado, querido y previsto. También hay un espacio para lo fortuito. Lo vemos en nuestra experiencia vital de todos los días. Hay cosas que ocurren fuera de nuestra voluntad e, incluso, de nuestra previsión. El “destino”, entendido como la fuerza desconocida a la que se atribuye influencia irresistible sobre los hombres y los sucesos, no existe. Todo tiene su causa, aunque a veces es difícil establecerla. Nada está “escrito”, como dice la gente. Todo está por hacerse. Todo esá abierto a las interrelaciones humanas. Las cosas pueden ser de una manera o de otra, dependiendo de la voluntad del hombre, en una parte, y del azar en otra. ¿En qué proporciones? Es difícil establecerlo. Pero la suma de esos imponderables de la vida individual produce acontecimientos no previstos ni queridos, en unos casos, y en otros, queridos pero no previstos, en la vida social.
El “sociologismo” es una suerte de preciosismo en la elaboración de explicaciones pretendidamente “científicas” a todo y para todo, que no deja espacio alguno a lo fortuito en la vida social. Y no es que yo esté en contra de buscar una explicación científica a los fenómenos de la naturaleza, del hombre y de la sociedad. Lo que ocurre es que dentro de esa explicación científica, y como parte de ella, debe estar el azar, que tiene una participación evidente en la vida de los seres humanos. ¿Por qué murió un líder político en un accidente de tránsito y cambió, con ello, el curso de los acontecimientos? No fue porque estaba “escrito” que así ocurriera. Tampoco a causa de “determinismos” económicos o sociales. Era que estuvo en el lugar preciso y en el momento preciso, en razón de mil y un avatares de su itinerario de ese día, y de los días anteriores, y acaso de semanas y meses. Y la otra persona que contra él se estrelló acertó también a estar allí por motivos semejantes. Fue el azar el que dispuso esa malhadada coincidencia. No hay que buscar causas “científicas” ni suponer “intenciones” en los actores sociales ni hay que extraviarse por los atajos del preciosismo “sociológico”, ni inventarse palabras nuevas ni ir a parar nominalismo. Los imponderables también tienen su sitio en la vida social y en la historia, aunque el sociologismo pretenda ignorarlo.
Por algo el poeta británico W. H. Auden dijo con ironía que algunos sociólogos daban la impresión de "conferenciar sobre navegación mientras el barco se hunde".