Se llama así a la sociedad de nuestros días en la que la información —en forma de textos, gráficos, imágenes, signos, símbolos, ideogramas y sonidos, ya solos, ya combinados— es la “materia prima” con la que trabajan los modernos instrumentos de la producción.
Algunos analistas la denominan indistintamente “sociedad del conocimiento” o “sociedad de la información”, pero en rigor las palabras “conocimiento” e “información” no son sinónimas. Y menos para explicar la sociedad del conocimiento. El conocimiento es el conjunto de datos de una realidad y el conocimiento científico, el conjunto de datos de una realidad científica, o sea una serie de afirmaciones averiguadas y probadas por la ciencia. En cambio, la información es la transmisión o la transferencia del conocimiento, usualmente a través de un medio de comunicación. En consecuencia, la información es el conocimiento comunicado o es la comunicación del conocimiento. En este sentido, la información es el vehículo de transmisión del conocimiento. Dicho en otras palabras, el conocimiento, para fines científicos y tecnológicos, se transfiere como información. La información es la manera de comunicar del conocimiento. Y ella requiere generalmente de un medio de comunicación. Pero la información del conocimiento es más que la noticia de él: es la elaboración informativa organizada, procesada y sistematizada del conocimiento. O sea el conjunto de datos sistémicos, que se transmiten de una persona a otra, referidos al conocimiento. En la sociedad informatizada y en la economía global de nuestro tiempo la propia información se ha convertido en producto de intercambio, pero aun así creo que es más preciso hablar de “sociedad del conocimiento” antes que de “sociedad de la información” porque se atiende más a la sustancia.
De cualquier manera, la sociedad del conocimiento es una forma de organización social y económica en la cual la adquisición, acopio, procesamiento, evaluación, transmisión y diseminación de la información científica y tecnológica desempeña un rol focal en el proceso productivo y en la creación y distribución de la riqueza.
Ella se inscribe dentro de la etapa postindustrial del capitalismo. Es la sociedad informatizada, llena de ordenadores y aparatos electrónicos, en la que el sector de los servicios tecnológicos de punta ha suplantado al industrial en la formación del producto interno. Esto ha modificado las cosas tradicionales y ha generado progresos otrora impensables pero también ha dado lugar a una forma sofisticada de neocolonialismo con el uso de nuevas tecnologías, a la expansión del sector terciario de la economía —particularmente del que se relaciona con los conocimientos y la informática— y a nuevas formas de producción.
La <informática es la base de la sociedad del conocimiento. Por eso se la llama también sociedad digital y, a su protagonista, el homo digitalis. Todo en ella gira alrededor de los avances de la electrónica que no solamente han proporcionado sorprendentes tecnologías para el proceso de la producción económica sino que han creado nuevos modos de organización social y de relación interpersonal. La informática ha permitido dotar de cerebro y memoria prodigiosos a cualquier equipo diseñado por el hombre. Su inserción en las tareas administrativas del Estado y de las empresas privadas ha producido una honda “revolución administrativa”. Se ha dado un proceso de extremada racionalización en la organización de la sociedad, de su gobierno, de las faenas de la producción y del trabajo social para obtener los mejores rendimientos.
La revolución digital ha modificado sustancialmente las formas de crear, almacenar y transmitir conocimientos. Hoy se lo hace a velocidades nunca antes conocidas. Los conocimientos son una riqueza no sólo inagotable sino multiplicable. Mientras más conocimientos utilizamos más conocimientos creamos. Lo cual cuestiona incluso la tradicional definición de la economía como la ciencia que gestiona recursos escasos. El conocimiento, como recurso económico, no es escaso: crece exponencialmente, se innova todas las horas, se almacena en los cerebros humanos y en la memoria de los computadores y se transmite vertiginosamente a través del tiempo y del espacio.
Los conocimientos ya no desaparecen, como antes, con la muerte de las personas que los poseían o con el paso de las generaciones. Están hoy almacenados en los cerebros electrónicos, que trabajan sin descanso, incluso mientras la gente duerme. Allí están guardados los conocimientos de todas las épocas y de todos los lugares, desde los ideogramas de las paredes de las cavernas primitivas hasta los signos registrados en los discos duros de los ordenadores de nuestros días.
Durante milenios la transmisión de los conocimientos de una generación a la siguiente se hizo por los relatos orales. Después, a partir de la invención de la escritura, por los testimonios escritos. Pero muchos conocimientos se olvidaron en el camino, fueron imprecisamente registrados o se perdieron con el relevo de las generaciones. Hoy los ordenadores, cada día más potentes, son capaces de almacenar y transmitir, con entera precisión y a velocidades sorprendentes, cantidades imponderables de conocimientos que van más allá de los 7.000 millones de cerebros humanos que pueblan la Tierra. La red informática, el CD-ROM, el DVD (digital video disc), el HD DVD, el Blu Ray, el flash memory, internet, grid software, podcasts, blogs, chats, wikis, web cams, la telemática, el ciber-espacio, la tecnología fotónica y los nuevos software, constituidos en herramientas de aprendizaje, abren horizontes inusitados para la creación, almacenamiento y transmisión de los conocimientos.
La interrelación y las interacciones entre sociedad y tecnología siempre fueron muy estrechas. Por su honda penetración en todas las actividades humanas, la tecnología tiende a modelar la sociedad y a condicionar su desenvolvimiento; pero, a su vez, la sociedad puede impulsar o detener el desarrollo tecnológico. Las sociedades que lo impulsaron lograron un efecto de retroalimentación: dieron un salto en su propio desarrollo. Pero las sociedades que, por medio de la autoridad política, pusieron cortapisas al avance tecnológico perdieron dinamismo y se atrasaron. Históricamente esto siempre fue así. El viejo imperio chino tuvo la civilización más avanzada de su tiempo con base en el dominio de la incipiente tecnología. China contribuyó con inventos muy importantes al desarrollo del mundo. Pero las dinastías Ming y Qing, a partir del año 1400, suprimeron todo aporte al avance tecnológico, abandonaron la exploración geográfica, dejaron de construir los grandes barcos y se olvidaron de la tecnología, mientras las elites culturales centraban su interés en las artes. Entonces la inferioridad tecnológica y, después, las imposiciones coloniales británicas, que fueron posibles por su inferioridad tecnológica, le condenaron al atraso. Lo cual explica no solamente las diferencias de ritmo histórico que se dieron entre China y Europa sino también las de la China del 1300 con la China del 1800. El escritor catalán Manuel Castells, en su importante obra “La Era de la Información” (2002), hace un análisis sumamente interesante al respecto. Fue también muy elocuente el caso de la Unión Soviética a fines del siglo XX. Una de las razones fundamentales de su colapso fue, sin duda, el atraso en el manejo de las tecnologías de la información y el estatismo industrial poco interesado en las tecnologías de vanguardia. La aplastante prioridad que otorgó al sector militar jugó también un papel muy negativo. La Unión Soviética perdió el tren de las revoluciones digital y biotecnológica, se atrasó irreversiblemente y terminó por zozobrar, a pesar de su incomparable riqueza de recursos naturales, su inmenso potencial petrolero y de minerales metálicos y su abundancia de recursos energéticos y materias primas, en los que era el único país autosuficiente del planeta. Pero su industria informática estaba veinte años atrás de la norteamericana y la japonesa. La URSS demoró más de una década en producir un mal clon de un ordenador personal norteamericano. Su atraso en materia de telecomunicaciones era enorme. En suma, no pudo competir en campo tecnológico alguno con su rival geopolítico y se hundió.
En la economía del conocimiento los sectores más dinámicos son las finanzas, la informática —ordenadores y software—, las telecomunicaciones y la biotecnología. Ellos han cambiado los términos de la competencia. Antes los grandes se imponían a los chicos, hoy los rápidos se imponen a los lentos y los livianos vencen a los pesados. En la economía del conocimiento es la educación, más que antes, la fuerza motriz del desarrollo; y las que hacia ella se dirigen son las inversiones más rentables en términos de eficiencia económica.
En la economía digital se han puesto en práctica dos modalidades de trabajo empresarial para multiplicar la productividad: el outsourcing y el offshoring. La primera consiste en la subcontratación de cualquier servicio susceptible de digitalizarse para que personal especializado de China, India, Malasia, Vietnam, Singapur u otros países orientales, que son suministradores más baratos, rápidos y eficientes, asuma la tarea de prestarlo. Y la segunda consiste en el traslado de las instalaciones de la empresa de un país desarrollado hacia otro lugar, donde los costes de producción son más baratos —menores salarios, impuestos más bajos, inferiores aportes al seguro social, energía subvencionada, etc.—, para fabricar allí sus productos en términos más competitivos. Las videoconferencias permiten reunir en forma virtual a los ejecutivos, venciendo las dificultades de la distancia, para tomar decisiones y ejercer la administración transnacional de las empresas.
El outsourcing permite que una empresa trabaje sin interrupción las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, todas las semanas del mes y todos los meses del año. Este es uno de los secretos de su productividad. ¿Cómo funciona? Los profesionales contables, los programadores informáticos y, en general, los expertos en cualquier otra área del conocimiento situados en países lejanos asumen algunas de las funciones de la empresa: la investigación en ciertas áreas, la contabilidad, el cobro de facturas, la atención telefónica o la gestión de determinados servicios de empresas de Occidente. Hacen el trabajo en el curso del día, que en los países occidentales es la noche. Y los resultados, enviados en formato digital por vía electrónica, son recibidos instantáneamente por las compañías matrices que los subcontrataron. Lo cual les permite producir las veinticuatro horas del día y a costes de producción notablemente menores que en Occidente.
El outsourcing contradice las enseñanzas de los manuales tradicionales de economía, que afirmaban que los bienes pueden fabricarse en un lugar y venderse en otro pero que, en cambio, los servicios siempre se producen y se consumen en el mismo lugar. El outsourcing permite diseñar y gestionar servicios en un país para prestarlos o venderlos en otros.
Buena parte de las declaraciones del impuesto a la renta de Estados Unidos siguen este sistema. Se formulan especialmente en la India, donde existen amplios y bien formados equipos de expertos fiscales y contadores formados en los institutos indios de tecnología (IIT), que empezaron a funcionar a partir de la sabia decisión de su primer ministro Jawaharlal Nehru en 1951. Se estima que en el año 2005 se formularon alrededor de 400 mil declaraciones en ese país.
Ciertos hospitales norteamericanos han adoptado el mismo sistema para la lectura de los escáner radiográficos y de las resonancias magnéticas: los envían por internet a la India para su análisis. Los resultados los reciben por la misma vía. Así duplican el tiempo útil y trabajan en sus diagnósticos las veinticuatro horas del día.
En el área militar, la tecnología digital permite poner a volar un avión sin piloto en Bagdad, para que realice acciones de espionaje en tiempo real, teledirigido desde la base de la Fuerza Aérea norteamericana situada cerca de Las Vegas, en Nevada; y recibir instantáneamente las imágenes enviadas por el avión en los cuarteles generales del mando militar en cualquier lugar de Estados Unidos.
Hasta ahora, dentro de la sociedad del conocimiento, la mayor y más sofisticada expresión de la informática es sin duda internet, que es una gigantesca “telaraña electrónica” de computadoras que cubre el planeta con su información y conecta entre sí a un gran número de centros de investigación, universidades, bibliotecas, archivos, museos y laboratorios y a éstos con los usuarios del sistema en todo el planeta. A través de ella pueden obtenerse en cualquier parte del mundo los datos que se requieran sobre millones de temas distintos. No hace falta más que apretar unas teclas del ordenador e inmediatamente la pantalla presenta el “menú” de posibilidades de información. El investigador puede entonces seleccionar la que desea y tendrá enseguida ante sus ojos todo el material que se haya publicado sobre el asunto. Con frecuencia hay centenares de miles de páginas sobre un tema. Por este medio se pueden consultar a distancia libros y documentos de las más importantes bibliotecas del mundo —Harvard, Oxford, la Biblioteca del Congreso en Washington— y leerlos en la pantalla del computador. Incluso es factible imprimir las páginas deseadas para facilitar la investigación.
Internet abre horizontes inimaginables al desarrollo científico y se ha constituido en el símbolo de la sociedad del conocimiento.
Sus aplicaciones son múltiples. Forma parte de la red el llamado correo electrónico (expresión tomada del inglés electronic mail o E-mail), que es un sistema para comunicarse, a través de la pantalla de las computadoras, con personas situadas en diferentes lugares dentro de un país o del exterior. Ya no se necesita papel ni hace falta echar una carta al buzón del correo. Basta con escribir en el ordenador el mensaje que se desea transmitir para que sea recibido en el acto por otro u otros ordenadores en cualquier lugar del mundo. Por este medio se pueden enviar cartas, planos, dibujos, grabados, archivos, fotografías y cualesquier textos o gráficos que puedan almacenarse en el disco duro del ordenador.
Internet se ha constituido en la mayor enciclopedia que ha conocido la historia del hombre, puesto que ella permite tener acceso a los más importantes conocimientos acopiados por la humanidad a lo largo de su curso histórico en todas las ramas del saber.
Ella abre el acceso a bibliotecas, centros de datos, laboratorios, archivos y entidades culturales en todo el mundo. Torna posible que se hagan “tours” a distancia en los más importantes museos. Son muchas las posibilidades que en todos los campos ofrece esta gigantesca red interconectada de computadoras. Los usos más conocidos son, aparte del correo electrónico (E-mail) y de los “foros” de conversación (newsgroups), los denominados network news, finding files, finding someone, tunneling through the internet: gopher, searching indexed databases: wais y world wide web (www).
Ella ha eliminado las barreras comerciales y de información entre los países. Ha abierto posibilidades inusitadas a la cultura y al comercio. Cada vez se le encuentran nuevos usos y utilidades. Ya no es solamente la posibilidad de acceso remoto a las fuentes de datos, archivos, laboratorios y bibliotecas sino también la de mantener “foros” de “conversación electrónica” sobre los más diversos temas con “contertulios” situados en lejanos países. Son decenas de millones de seres humanos de todas las latitudes que intercambian ideas a través de sus computadoras y se transmiten conocimientos, datos e informaciones sin barreras.
Los avances que esto significa para la cultura, la ciencia, la tecnología, la preparación profesional, la economía, el comercio, los negocios, el entretenimiento son impredecibles. Quienes se dedican a los negocios han podido cuantificar ya el gigantesco crecimiento de las transacciones que ha producido la red.
Sin embargo, en el año 2000 se empezó a hablar de la sucesora de internet: denominada la “malla”, fundada en una nueva tecnología millones de veces más poderosa para conectar entre sí las computadoras del mundo. En el proyecto trabajan los científicos norteamericanos Ian Foster, de la Universidad de Chicago, y Carl Kesselman, de la Universidad de Southern California, con el apoyo financiero del gobierno de Estados Unidos. La “malla” será una red global de alta velocidad que enlazará supercomputadoras, bases de datos, procesadores especializados y ordenadores personales para proporcionar a los usuarios cualquier género de información desde un lugar cualquiera del planeta, sin el engorroso proceso de buscarla en internet.
El denominado grid software —la malla— es una emergente red computacional de alta velocidad formada por terminales de ordenadores, servidores, lugares de trabajo, centros de datos —databases—, organizaciones virtuales y otras entidades en línea que laboran coordinada y concomitantemente a través de redes privadas y públicas alrededor del mundo para proveer confiable, consistente y amplio acceso a las denominadas high-end computational capabilitis. La red convencional, que es primordialmente una red de comunicaciones, es demasiado lenta para servir a muchas de las necesidades científicas actuales y sus complejos problemas. La malla permite manejar y procesar agregados científicos de gran escala y, con ello, transformar el quehacer científico y tecnológico, en su más amplio espectro, desde la física de alta energía —high-energy physics— hasta las ciencias de la vida. Por más que durante medio siglo se ha trabajado en la velocidad de los ordenadores personales y se han logrado resultados sorprendentes, éstos resultan todavía insuficientemente rápidos —o muy lentos— para afrontar muchos de los problemas científicos de nuestros días. Por ejemplo, el European Laboratory for Particle Physics producía en el 2005 varios petabytes de información anualmente, o sea millones de veces la capacidad de almacenamiento de un computador de escritorio de potencia media. El bit —acrónimo de la expresión inglesa binary digit— es el elemento básico de la transmisión electrónica de información. No tiene color, tamaño ni peso y puede viajar a la velocidad de la luz, o sea 1.080 millones de kilómetros por hora. Como otras energías puras, no tiene masa ni ocupa un lugar en el espacio. Sirve también como unidad de medida de la capacidad de memoria de los computadores.
La malla computacional se inició con el experimento norteamericano denominado 1995 I-WAY, en el que redes de alta velocidad fueron utilizadas para conectar, por cortos períodos, megacomputadoras capaces de altísimos niveles de procesamiento. De ese experimento nació el proyecto de la malla, a partir del cual se desarrollaron las tecnologías medulares que sirvieron a investigadores de la National Aeronautics and Space Administration (NASA) y de diversas universidades norteamericanas y que luego saltaron a Europa para instrumentar experimentos de física avanzada.
El avance de la ciencia y de la tecnología es exponencial. Cada día se alcanzan metas y se cumplen objetivos. Los grandes logros científicos son pronto superados. Pero también son muchos y muy profundos los efectos de polarización social que producen los avances de la ciencia, especialmente en el campo de la informática. En la sociedad del conocimiento hay una tendencia hacia la concentración del saber científico y tecnológico en pocas mentes que agudiza la segmentación de la sociedad y la injusta distribución del ingreso.
Según David F. Linowes, citado por Carl Dahlman en su obra “La Tercera Revolución Industrial: rumbos e implicaciones para los países en desarrollo” (1994), la duplicación del conocimiento tomó desde los tiempos de Cristo hasta mediados del siglo XVIII. Se volvió a duplicar en los siguientes 150 años. Actualmente se duplica en 4 o 5 años. En las últimas tres décadas del siglo XX se produjo más información nueva que en los 5.000 años anteriores. Hoy la edición dominical del “The New York Times” trae más información que la que poseía, al fin de su vida, una persona de ilustración media en el siglo XVII. Lo malo está en que, dentro de esta terrible dinámica, hay una tendencia hacia la concentración del conocimiento en pocas mentes —similar a la concentración del ingreso en pocas manos— que agudizará cada vez más la mala distribución de la renta y de la riqueza. El monopolio del conocimiento en pequeños grupos está llamado a producir una injusta distribución del ingreso como antes lo hizo la concentración de la riqueza. Porque en la economía del conocimiento el acceso a las nuevas tecnologías no podrá ser privilegio de muchos. Pensemos en que actualmente para comprar un computador personal un habitante pobre de Bangladesh necesitaría invertir los ingresos de varios años de trabajo. Y en cuanto a los países, dado que éstos marchan a velocidades cada vez más distantes, se agudizará el proceso de acumulación del atraso en el tercer mundo.
Sin duda que la sociedad del conocimiento lleva en sus entrañas una tendencia hacia la concentración del saber —particularmente del saber científico y tecnológico— en pocas mentes, que agudizará la segmentación de la sociedad. El monopolio del conocimiento en pequeños grupos y la formación por la vía electrónica de una poderosa comunidad empresarial por encima de las fronteras estatales van a afectar la distribución del ingreso y a poner en riesgo los derechos humanos básicos. En la economía del conocimiento —que es una economía digital fundada en bites almacenados en la memoria de los ordenadores y con capacidad para movilizarse por la red a la velocidad de la luz— el acceso a las nuevas tecnologías, por la propia naturaleza de éstas, no es privilegio de muchos. El efecto de polarización se produce al interior de los países y entre ellos. El planeta marcha a dos velocidades cada vez más distantes —la de los países industriales y la de los países rezagados—, lo cual profundiza la denominada “brecha digital” y agudiza el proceso de acumulación del atraso en el tercer mundo.
Para contrarrestar este orden de cosas, en diciembre del 2005 el profesor norteamericano Nicholas P. Negroponte del Instituto Tecnológico de Massachussetts (MIT), fundador y presidente de la organización no gubernamental One Laptop per Child, presentó en el Foro Económico Mundial de Davos el proyecto de producir masivamente pequeños ordenadores portátiles para distribuirlos a precios sumamente bajos a los niños del tercer mundo con el fin de disminuir la <brecha digital que separa a los países desarrollados de los subdesarrollados. El proyecto se concretó un año después, luego de superar una serie de problemas técnicos. El prototipo del ordenador fue el 2B1, cuya fabricación en serie se confió a la empresa Quanta Computer Inc. de Taiwán. La distribución de los pequeños ordenadores portátiles, conectados con internet, a precio muy bajo: algo más de cien dólares cada uno, comenzó por Brasil, China, India, Argentina, Egipto, Nigeria y Tailandia, para que ellos se convirtieran en herramientas de educación.
Cuatro fueron las características del hardware del prototipo 2B1: pantalla TFT de 7,5 pulgadas con una resolución de 1.200 x 900 píxeles; router inalámbrico que multiplica las posibilidades de conexión con internet; bajo consumo de energía; y posibilidad de recargar su batería manualmente para que pudiera funcionar en lugares donde no hay electricidad. Y, en cuanto a su software, el pequeño ordenador opera por medio de una versión reducida del linux fedora y una interfaz diseñada especialmente para tareas educativas. Cuenta con un procesador AMD Geode de 400 MHz. Tiene 128 Mb de memoria RAM y 512 Mb de memoria flash, tres puertos USB, ranura para tarjetas SD, altavoces integrados y un “jack” para conectar diversos aparatos.
Las Naciones Unidas han trabajado también en proyectos para disminuir la brecha digital. El 20 de junio del 2006, en la ciudad de Kuala Lumpur, Malasia, lanzaron la Alianza Global para las Tecnologías de la Información para el Desarrollo, dirigida por un Consejo Estratégico adscrito a su Secretaría General, integrado por cincuenta miembros que representan a gobiernos, comunidades académicas y científicas, sectores privados, medios de comunicación social y organizaciones no gubernamentales (ONG). Este es un proyecto de esfuerzo internacional mancomunado para ampliar y profundizar el uso de las tecnologías digitales en la lucha global contra la pobreza. La idea es que los países pobres y atrasados participen de los beneficios de las nuevas tecnologías y que, dentro de ellos, esas tecnologías estén efectivamente disponibles para toda la población. Se trata, por tanto, de democratizar los nuevos recursos tecnológicos y ponerlos al servicio del interés general. Para dar seguimiento a la iniciativa de Kuala Lumpur vino una segunda reunión en Nueva York el 27 de septiembre del mismo año, patrocinada también por la Organización Mundial, en la que su secretario general Kofi Annan abogó por “una verdadera sociedad global de la información”.
Lo mismo puede decirse de la brecha nanotecnológica que empieza a abrirse entre los países del norte y los del sur. La <nanotecnología (del latín nanus, que significa “enano”) es una nueva dimensión cientifico-tecnológica, que se propone manipular los materiales en escalas mínimas para crear otros más eficientes, resistentes y durables al servicio de la producción industrial. El objeto de estudio y de trabajo de la nanotecnología es la dimensión nanométrica de las cosas. Se sumerge en las escalas ínfimas de ellas, donde se produce un cambio fundamental en las características y comportamientos de la materia y, a través del llamado “efecto cuántico”, modifica sus propiedades físicas y químicas en función de su escala nanométrica.
La nanociencia ha descubierto que la resistencia, durabilidad, consistencia, conductividad eléctrica, reactividad, elasticidad y otras propiedades de los elementos cambian dependiendo de su escala. Las escalas en que se mueve la nanotecnología son diminutas. Pensemos en que un átomo de hidrógeno mide 0,1 nanómetros de diámetro y el tamaño de una molécula de ADN es de 2,5 nm. El nanómetro es la medida de longitud que representa la millonésima parte de un milímetro. Este descubrimiento llevará hacia una nueva revolución industrial —la revolución nanotecnológica— porque, actuando sobre las estructuras moleculares y los átomos, la nanotecnología aprovecha las propiedades totalmente nuevas de ellos y está en posibilidad de crear nuevos materiales para la producción industrial.
Sin duda, la nanotecnología tendrá repercusiones en todos los ámbitos productivos, desde la química hasta la física cuántica, desde la medicina a la industria, desde la biología a la informática, desde la agricultura a los transportes, desde las comunicaciones a la robótica. Para dar una idea de lo que se avecina es preciso saber que la nanotecnología estará en posibilidad de crear, a través de la producción molecular, nuevas y mejores materias primas para la producción industrial, dotadas de características hasta hoy desconocidas en los materiales tradicionales.
Sin embargo, ella abrirá una nueva e inédita “brecha” de conocimientos en materia de ingeniería cuántica entre los Estados avanzados del norte y los atrasados del sur.
Todo indica que el conocimiento tecnológico, lejos de garantizar el progreso de todos y la formación de sociedades igualitarias, va camino de constituirse en un elemento de disociación y exclusión social. Con su extraordinario dinamismo parece destinado a desempeñar el mismo rol polarizador que por largo tiempo ha jugado y sigue jugando la riqueza concentrada en reducidos grupos de la sociedad.
Con esto quiero decir que la sociedad del conocimiento puede ser una sociedad injusta a pesar de todo el avance científico y tecnológico, a menos que se acorten las distancias entre la ciencia y la ética y se hagan persistentes esfuerzos para democratizar el conocimiento y con ello contrarrestar las nuevas tendencias polarizantes de la sociedad.
Si hubo siempre una relación directa entre el nivel de educación y la distribución del ingreso y entre conocimientos y lugar en el escalafón social, en la sociedad del conocimiento esa relación va camino de ser más dramática: la línea divisoria entre “los que saben” y “los que no saben” —o, para decirlo en términos informáticos, entre los “conectados” y los “desconectados— tiende a volverse inexorable, lo mismo entre los países que entre las personas.
Sin embargo, no todos ven las cosas así. Por ejemplo, al afrontar el tema del paso de la sociedad industrial a la sociedad de la información, Francis Fukuyama en su libro “La Gran Ruptura”, publicado en el 2000, dice con sobra de candor que “una sociedad basada en la información suele producir más cantidad de dos bienes muy valorados en las democracias modernas: libertad e igualdad”. La realidad muestra todo lo contrario: un estrechamiento de la libertad para las grandes masas empobrecidas que no son libres para escoger su destino y viven sometidas al yugo esclavizante de su pobreza y de su ignorancia.
Es evidente que avanza un proceso de concentración de los medios de comunicación en pocas pero gigantescas empresas que ejercen la función —y el poder— de informar y de comunicar al mundo. 1998 fue un año emblemático de compras, fusiones y absorciones de empresas de comunicación en el mundo desarrollado. La SBC Communications Inc. se fundió con la Ameritech Corp, la AT&T con la Teleport, la AT&T con la Tele-Communication Inc., la SBC con The Pacific Telesis Group, la WorldCom adquirió la MCI y se unió con la Compu Serve y después absorbió a la Sprint Corporation, la Bell Atlantic succionó a la AirTouch Communications Inc. Antes la Time Warner había asumido el control de Turner Broadcasting System Inc., con lo cual engendró el grupo de medios de comunicación más grande del mundo. La World Association of Newspapers (WAN), corporación internacional constituida bajo las leyes francesas, y la alemana INCA-FIEJ Research Association (IFRA) anunciaron el 25 de julio del 2009 su fusión, para dar origen a la World Association of Newspapers and News Publishers (WAN-IFRA) —con sus sedes centrales en París y en Darmstadt—, que representó a más de 18 mil publicaciones, 15 mil sitios de internet y 3.000 empresas periodísticas y noticieras en más de 120 países. En el ámbito latinoamericano la AT&T, fusionando las operaciones de la empresa brasileña Netstream con las del grupo FirstCom Corp. de Coral Gables, ha creado una red de empresas telefónicas denominada AT&T Latin America para incursionar en el mercado de la región y competir con la Telefónica de España S. A. que tiene enormes inversiones en ella.
La impresión de libros lleva la misma dirección. En el primer semestre de 1998 el gigantesco conglomerado de comunicaciones Bertelsmann AG de Alemania, dueño del grupo editorial Bantam Doubleday Dell, compró la empresa editorial Random House, que ejercía un casi monopolio en el mercado de libros norteamericano, de modo que estos dos colosos de la industria editorial pasaron a formar una sola empresa. Lo cual, junto al hecho de que la mayoría de los libros se publica en inglés o se traduce al inglés, ha dado lugar a los “best sellers globales”, como John Grisham, Michael Crichton, Danielle Steel, Mary Higgins Clark, Tom Clancy o Paulo Coelho, cuyas obras se publican en decenas de millones de ejemplares y se venden en el mercado globalizado de la cultura y la información.
Howard H. Frederick, un estudioso de la Universidad de California en Berkeley citado por Gonzalo Ortiz en su libro “En el Alba del Milenio. Globalización y Medios de Comunicación en América Latina” (1999), prevé que unas pocas corporaciones transnacionales —no más de cinco a diez— dominarán en el siglo XXI la mayor parte de las principales estaciones de radio y televisión, los más influyentes periódicos y revistas, la edición masiva de libros, la difusión de películas y el manejo de las redes de datos.
En el campo de internet la fusión de America Online Inc. con Netscape Communications Corp., la de At Home Corp., que presta el servicio de acceso rápido a red, con Excite Inc., que ofrece un sistema de búsqueda; la de Yahoo con GeoCities Inc., y la de America Online con Time Warner “para crear la primera empresa de prensa y de comunicación en el mundo para el siglo del internet” demuestran que también en este sector de la información planetaria las cosas van hacia la concentración.
Esta red mundial de la información, que se amplía cada vez más, tiende a producir hechos informativos de escala global, tal como ocurrió en 1991 con la guerra del Golfo Pérsico, o en 1997 con el acto funeral de la princesa Diana de Gales (en ese año el histerismo de los medios llevó a publicar más de 12.000 artículos sobre el tema), o con el Campeonato Mundial de Fútbol en 1998, o con los amoríos del presidente norteamericano Bill Clinton con la empleada de la Casa Blanca, o con los bombardeos a Belgrado por las fuerzas de la OTAN en el segundo trimestre de 1999, o con el atentado contra las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York el 11 de septiembre del 2001, o con la guerra anglo-norteamericana contra Saddam Hussein en Irak en marzo y abril del 2003, o con los actos funerales del papa Juan Pablo II en Roma el 8 de abril del 2005, o con el Campeonato Mundial de Fútbol en Alemania el 2006, o con la liberación de Ingrid Betancourt y 14 secuestrados por las FARC de Colombia el 2 de julio del 2008, o con los Juegos Olímpicos mundiales de Pekín en agosto del 2008, cuya deslumbrante ceremonia inaugural en el estadio nacional fue vista por 4.000 millones de televidentes en el mundo —según cifras de la China Network Communications y de Beijing Olympic Broadcasting—, o con el sepelio de Michael Jackson —apodado el “rey del pop”—, cuyos actos funerales en el Staples Center de Los Ángeles el 7 de julio del 2009 fueron seguidos por 2.500 millones de telespectadores; o con el Campeonato Mundial de Fútbol de Sudáfrica en junio y julio del 2010, cuyas escenas viajaron por el planeta en las ondas de la televisión satelital y cuyo encuentro final entre España y Holanda fue visto por 909,6 millones de televidentes; o con el rescate el 14 de ocubre del 2010 de los 33 mineros chilenos que permanecieron atrapados durante sesenta y nueve días a 700 metros de profundidad en la mina San José, en Copiapó, al norte de Chile, que cautivó la atención mundial y fue visto por alrededor de mil millones de televidentes alrededor del planeta; o con la “bomba cibernética” que estalló el 28 de noviembre del 2010 cuando los hackers de WikiLeaks, tras interceptar, penetrar, codificar, copiar y robar 251.287 documentos oficiales cursados por internet en los seis años anteriores entre el Departamento de Estado —que es el ministerio de asuntos exteriores de Estados Unidos— y sus embajadores en varios países, filtraron textos de ellos —en lo que fue la mayor filtración de la historia— y los hicieron públicos en los periódicos “The New York Times” de Estados Unidos, “Der Spiegel” de Alemania, “Le Monde” de Francia, “The Guardian” de Inglaterra y “El País” de España; o con el terremoto más violento de su historia sufrido por el Japón el 11 de marzo del 2011 —la peor tragedia desde los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki—, seguido de un terrible tsunami que arrasó todo lo que encontró a su paso, cuyas desgarradoras escenas fueron vistas por 3.500 millones de telespectadores en el mundo; o con el espectáculo mediático del matrimonio celebrado en la Abadía de Westminster el 29 de abril del 2011 entre el príncipe Guillermo de Inglaterra y Catherine Middleton, que atrajo la atención televisual de 2.200 millones de personas; o con la ceremonia de beatificación del papa Juan Pablo II el 1 mayo 2011 en la Basílica de San Pedro en Roma, presidida por Benedicto XVI, que fue vista por 1.181 millones de televidentes; o con el anuncio de la muerte de Osama Bin Laden, líder de la banda terrorista internacional al Qaeda, el 3 de mayo del 2011, transmitida al mundo por miles de estaciones televisivas.
Del 10 al 12 de diciembre del 2003, con la presencia de representantes de ciento cincuenta Estados, se reunió en Ginebra la primera fase de la cumbre mundial sobre la “sociedad de la información”, convocada por las Naciones Unidas para examinar mecanismos que ayuden a cerrar la brecha digital entre los países desarrollados y los subdesarrollados. En esa ocasión, algunos de los representantes del tercer mundo exhortaron a los organismos internacionales a que asumieran un papel más decisorio en el funcionamiento de <internet, ya que ella está controlada por las grandes corporaciones privadas de Estados Unidos, Europa occidental y algunos países de Asia, que saturan los espacios virtuales. Hubo también preocupación por el avasallador dominio del idioma inglés en la red, que amenaza, según dijeron, la integridad cultural de muchos pueblos.
La segunda fase de la cumbre se reunió en Túnez del 16 al 18 de noviembre del 2005 con la asistencia de veintisiete jefes de Estado y de gobierno —de los cuales dieciocho eran de África—, ministros, altos funcionarios, académicos, representantes de organizaciones no gubernamentales (ONG), empresarios privados y alrededor de once mil representantes del sector público y del privado, que se juntaron a deliberar cerca de un pabellón donde Microsoft, Sun Microsystems, Nokia y otras empresas multinacionales ligadas al negocio de las comunicaciones exhibían sus últimos productos. Lo cual dio lugar a que Guy Sebban, Secretario General de la Cámara Internacional de Comercio y presidente de una red de organizaciones empresariales, expresara que “los negocios son la fuerza impulsora de la creación de la sociedad de la información”.
En el curso de las deliberaciones se formó una alianza de facto entre algunas organizaciones no gubernamentales y los países atrasados para hablar con una sola voz en defensa de la gobernanza de la red y del acceso democrático a ella de todos los pueblos del mundo. Hans van Ginkel, rector de la Universidad de las Naciones Unidas, dijo que la conferencia debe preocuparse de “extender las oportunidades asociadas con la sociedad de la información a los más desfavorecidos del mundo”. En este orden de cosas, fue notable el hecho de que el Massachusetts Institute of Technology (MIT) de Estados Unidos lanzara en la cumbre una computadora portátil cuyo precio era de cien dólares.
Allí se dijo que el desarrollo es más que crecimiento económico: es también el libre acceso al conocimiento y a la información y la posibilidad de la interconexión en tiempo real entre personas y comunidades geográficamente lejanas, que contribuye a disminuir por medio de los avances tecnológicos la brecha entre pobres y ricos, así entre personas como entre países.
Algunos participantes expresaron también su inquietud porque países como China, Irán, Arabia Saudita, Yemen, Emiratos Árabes Unidos, Uzbekistán, Myanmar, Vietnam, Túnez y otros coartan la libertad de expresión, “filtran” los mensajes que se procesan por internet e interfieren el correo electrónico con el argumento de que es necesario para su “seguridad nacional”. Especialmente severo fue el juicio de Nart Villeneuve, director de investigación técnica del Citizen Lab —que es una organización no gubernamental (ONG) canadiense dedicada a identificar, estudiar y resistir los actos de censura en las redes de información—, quien denunció que ciertos gobiernos bloquean, a través de proveedores de servicios de internet o mediante la instalación de programas de “filtro” en la conexión del país con la world wide web, el acceso de los ciudadanos a los sitios que consideran políticamente peligrosos.
Lo cual ha obligado a crear programas para que los usuarios de los países que censuran la red puedan eludir los filtros sin ser identificados y a imaginar medidas spybot que contrarresten los “programas-espías” que los gobiernos autoritarios aplican para obtener información sobre las ideas y conductas de los usuarios de la red. De otro lado, los ciudadanos de esos países pueden aplicar programas —como el Cclean o el BCWipe— para borrar completa e irreversiblemente los archivos de sus computadoras en prevención de que sean secuestradas por el gobierno, ya que no es suficiente eliminar de la “papelera” un documento —que puede ser recuperado después con arbitrios técnicos— sino destruirlo y no dejar rastro de él en el disco duro.