El filósofo y escritor francés Henri Bergson —Premio Nobel de Literatura en 1927— acuñó en 1935 la expresión “sociedad abierta” para referirse a la que había cuestionado los tabúes de la primitiva “sociedad cerrada” que era, como él decía, “la sociedad humana recién salida de manos de la naturaleza”.
La expresión fue retomada una década más tarde por el filósofo austriaco, de origen judío, Karl Popper (1902-1994) para designar al tipo de sociedad que, en contraste con las tribales y cerradas en las que los tabúes y el fetichismo jugaban un papel muy importante, se había liberado del sentido mágico de la vida y fundaba sus decisiones en la autoridad de la inteligencia. En este sentido las sociedad abierta es eminentemente racionalista.
Popper afirma en su libro “La Sociedad Abierta y sus Enemigos” publicado en 1945 que la sociedad cerrada se halla dividida en clases o castas herméticas, en las que cada persona ocupa el lugar predestinado que le corresponde —muy al estilo del orden social imaginado por el pensamiento platónico— y la fuerza de la costumbre tiene una enorme rigidez normativa sobre la conducta del grupo y de los individuos. El imperio de creencias impuestas por una voluntad sobrenatural vuelve aun más rígidas las conductas sociales. La “actitud correcta” siempre está predeterminada con entera precisión. No hay lugar para la heterodoxia. En cambio, en la sociedad abierta el predominio del <racionalismo abre un amplio campo de libertad individual. En ella sus miembros se esfuerzan y compiten por elevarse en la escala social. Hay por tanto un apreciable margen para la movilidad.
Según Popper la transición de la sociedad cerrada a la sociedad abierta significó un gran paso en la historia —un paso revolucionario— que, en el caso de Occidente, comenzó a darse en la antigua Atenas y estuvo acompañado de los gérmenes del pensamiento libre y de la discusión crítica. Quizás la causa más importante para este cambio fue el desarrollo de las comunicaciones entre los diversos grupos tribales y la intensificación de su comercio marítimo.
Sin embargo, en los últimos tiempos la expresión ha sufrido un giro. Hoy por sociedad abierta se entiende algo bien diferente. Se consideran sociedades abiertas las de libre mercado en contraste con las sociedades que estuvieron regimentadas por los sistemas marxistas, que soportaban un Estado fuerte y la hipertrofia de leyes y reglamentaciones. Sociedades abiertas por antonomasia son las capitalistas, cuyas economías se rigen por las leyes “naturales” del mercado y en las que, junto a las prerrogativas individuales y políticas, se reconoce una amplia esfera de libertad a la iniciativa y a la empresa privadas.
Tales sociedades son crecientemente “desreguladas” y acrecientan notablemente el radio de acción individual especialmente en los ámbitos económicos y de la producción. Hay en ellas un alto grado de autonomía de la voluntad individual. El Estado adopta una actitud de inhibición frente al proceso de la producción y el intercambio de bienes y servicios económicos. La autoridad pública ha transferido la mayor parte de sus responsabilidades en este campo a las empresas particulares a través de los procesos de <privatización y de <desregulación. Se ha retornado al <laissez faire del viejo <liberalismo y la economía está enteramente confiada a las <fuerzas del mercado. Se propugna el comercio internacional libre, el abatimiento de las barreras arancelarias, la apertura hacia la inversión extranjera, la libre contratación laboral y la flotación de los salarios, las tasas de interés y los tipos de cambio de acuerdo con las condiciones de la oferta y la demanda.
La <Internacional Liberal, en su 48º Congreso reunido en Oxford a fines de noviembre de 1997, definió los elementos que a su juicio conforman la sociedad abierta: gobierno democrático, poderes limitados, ciudadanos libres, mercado abierto, libertad política y económica, empresa privada, sociedad civil y cooperación internacional.
George Soros, el multimillonario empresario y financista internacional creador de la Open Society Institute and the Soros Fund Management que en 1996 gastó cerca de 300 millones de dólares para contribuir al logro del objetivo de la sociedad abierta en el mundo, se muestra sin embargo agudamente crítico de los procedimientos que ella ha adoptado. Invoca el pensamiento de Hegel, según el cual la erosión y caída de las civilizaciones siempre se produjeron a causa de la degeneración de sus principios originales, para advertir que el desenfreno del capitalismo liberal de nuestros días y la extensión de los valores mercantiles a todos los ámbitos de la vida ponen en peligro la supervivencia de la propia sociedad abierta y democrática.
¡Y eso lo dice quien conoce por dentro el sistema y confiesa haber acumulado una gran fortuna en los mercados financieros mundiales!
Profundizando en el tema, el multimillonario empresario George Soros, en un artículo aparecido en “Le Nouvel Observateur” de París, enero-febrero 1997, sostiene que el laissez faire se ha convertido en la actualidad en una amenaza contra la sociedad abierta y democrática. Esto no lo dice un marxista ni un hombre de izquierda: lo dice un financista internacional, presidente de la Open Society Institute and the Soros Fund Management, que gastó en 1996 cerca de 300 millones de dólares para contribuir al logro del objetivo de la sociedad abierta en el mundo. Pues bien, él afirma que la intensificación desenfrenada del capitalismo liberal y la extensión de los valores mercantiles a todos los ámbitos de la vida ponen en peligro el porvenir de la propia sociedad capitalista. En su concepto, el laissez faire ha llegado a ser una amenaza tan grave como en su tiempo fue el comunismo. Por cierto que Soros está lejos de equiparar al marxismo o al fascismo con el laissez faire. Funda la distinción en que las ideologías totalitarias buscan destruir deliberadamente la sociedad abierta mientras que el laissez faire la pone en peligro por inadvertencia o por egoísmo. Pero el hecho de que el capitalismo liberal haya elevado a categoría casi religiosa a la magia del mercado, bajo el supuesto de que nada sirve mejor al interés común que la búsqueda desenfrenada de la conveniencia personal, es absolutamente peligroso para el propio sistema capitalista. Y “si nuestra visión no es moderada por el reconocimiento de un interés común superior a los intereses individuales, nuestro sistema actual —que aunque imperfecto puede definirse como sociedad abierta— corre el peligro de hundirse”, dice el exitoso y próspero empresario que conoce el sistema por dentro.
Estos puntos de vista los amplía y profundiza Soros en su libro “The Crisis of Global Capitalism” publicado en enero de 1999.
La conclusión a la que llega es que la sociedad abierta está amenazada por la degeneración de los propios principios que la informan, o sea por el exceso de individualismo, por el exceso de competencia y por la falta de cooperación.
En los tiempos actuales bien puede hablarse de una sociedad abierta mundial —que eso es, en definitiva instancia, la <globalización— forjada por la extensión planetaria de los medios de comunicación, el libre flujo internacional de la información, la intensificación de los transportes, el abatimiento de las barreras arancelarias, la implantación de vastas zonas de libre comercio, en suma: la conformación de la “aldea global” dentro de la cual se ha producido el fenómeno de la integración transnacional de las altas clases sociales que comparten los mismos valores e intereses, que leen los mismos libros y ven los mismos programas de televisión, que organizan en forma semejante la vida familiar, que ejercen igual influencia sobre los mandos del Estado y los negocios. Lo cual les ha llevado a formar una verdadera “comunidad” internacional, en el original sentido de la expresión, como fundamento de la sociedad abierta mundial.