Es una enfermedad causada por el virus VIH, que destruye el sistema inmunitario de una persona. El sistema inmunitario es el que defiende al organismo de las agresiones de diferentes tipos de microorganismos. Actúa por medio de los glóbulos blancos de la sangre, que atacan a los invasores y producen anticuerpos para proteger al organismo de una amplia variedad de agentes infecciosos —bacterias, hongos, virus, parásitos— causantes de diferentes enfermedades. Los virus del SIDA pertenecen a una familia de virus animales: los retrovirus.
Según estudios científicos publicados en la revista "Nature" en febrero de 1999, el virus del SIDA se originó en una subespecie de chimpancés que habitan en el oeste de África ecuatorial. Y se supone que a principios del siglo XX se produjo su transmisión de los simios a los seres humanos.
Fue el Center for Disease Control and Prevention de Estados Unidos que descubrió el SIDA en 1981 al estudiar unos casos peculiares de neumonía en homosexuales activos de la ciudad de Los Ángeles, cuyas muestras de sangre indicaban un déficit de células sanguíneas TCD+.
Un año después la enfermedad fue denominada Acquired Immune Deficiency Syndrome (AIDS) y su traducción al castellano fue Síndrome de inmuno-deficiencia adquirida, cuyo acrónimo es SIDA.
Pero tuvieron que pasar varios años antes de que los científicos pudieran detectar el virus, descubrir cómo se transmite entre las personas y determinar los arbitrios de protección.
Los primeros brotes del SIDA se detectaron en la comunidad homosexual, pero después la infección pasó también a la comunidad heterosexual.
La enfermedad se ha expandido peligrosamente por el mundo. Desde su descubrimiento y hasta finales del siglo XX mató veinte millones de personas, y se preveía que, a causa de ella, morirían setenta millones en los siguientes veinte años. Peter Piot, del Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/SIDA (ONUSIDA), afirmó en el 2008 que ella era “una epidemia sin precedentes en la historia de la humanidad” y que, “de un problema médico puro, se ha convertido en un asunto de desarrollo económico y social, e incluso de seguridad”.
ONUSIDA, en su informe del año 2008, con base en el estudio de 147 países, estableció que al 31 de diciembre del 2007 había 33,2 millones de personas infectadas, de las cuales 22,5 millones correspondían a África subsahariana, 1,6 millones a América Latina, 1,3 millones América del Norte, 230.000 al Caribe, a Europa occidental y central 760.000, a Europa oriental y Asia central 1,6 millones, al Oriente Medio y África del norte 380.000, Asia oriental 800.000, Asia meridional y sudoriental 4 millones y Oceanía 75.000.
Sin embargo, en su informe anual presentado el 20 de julio del 2017 ONUSIDA afirmó que la enfermedad, después de cobrar 1,9 millones de víctimas en el año 2005, bajó a un millón de víctimas en el 2016 ya que más de la mitad de las personas afectadas —alrededor del 53%— recibía tratamiento y disminuía el número de nuevas infecciones aunque a un ritmo demasiado lento para frenar la epidemia.
Según datos del 2017, desde que ella se inició a principios de los años 80, habían contraído el virus 76,1 millones de personas, de las cuales murieron 35 millones por causa de la enfermedad.
Y no deja de ser sorprendente que aún no exista cura para este mal.
La enfermedad se transmite por la vía sexual, por la transfusión de sangre contaminada, por el contacto con sangre infectada o por la relación vertical de la madre infectada con el feto. El contagio de persona a persona puede producirse por el contacto directo con la sangre, el semen, el líquido preeyaculatorio o las secreciones vaginales de personas infectadas. El virus no atraviesa la piel sana: requiere contacto con las mucosas genitales, anales o bucales y es especialmente activo si éstas sangran o están irritadas o lesionadas. Es un virus frágil, que no puede vivir mucho tiempo fuera del organismo humano. El contagio por la vía sanguínea o parentenal se hace mediante transfusiones de sangre o uso compartido de agujas o instrumentos de cirugía u odontología infectados. Y la transmisión vertical se produce de la madre infectada al feto.
La epidemia del sida en África subsahariana es verdaderamente dramática. Desde que apareció la enfermedad y hasta mediados del año 2000 habían muerto por esta causa 13 millones de africanos en esa zona. En Sudáfrica uno de cada cinco habitantes está infectado. En Zimbabue un tercio de los adultos es portador del virus y Botsuana, el país más afectado, tiene el 39 por ciento de los adultos infectados y la esperanza de vida ha disminuido por debajo de los 30 años. Según datos del ONUSIDA, en el año 2007 el 68% de los adultos y el 90% de los niños afectados en el mundo viven en África subsahariana; 1,7 millones de personas se infectaron en ese año y el 76% de las defunciones se debieron al sida.
Sin embargo, al papa Benedicto XVI, en su vuelo hacia Camerún el 17 de marzo del 2009, en lo que fue la etapa inicial de su primer viaje a tierras africanas, no se le ocurrió mejor idea que declarar ante las decenas de periodistas que lo acompañaban que “al sida no se puede superar con la distribución de preservativos”, ya que ellos, “por el contrario, agravan los problemas”. Lo cual, como era lógico, suscitó una ola de reproches en el mundo entero.
Fue durísima la reacción contra el pontífice en la opinión pública global. Muchos gobiernos protestaron. El gobierno conservador francés, presidido por Nicolás Sarkosy, condenó enérgicamente las palabras del papa. Su portavoz oficial en la Cancillería, Eric Chevallier, expresó que las frases del jefe de la Iglesia “ponen en peligro las políticas de sanidad pública y los imperativos de protección de la vida”. La ministra de Sanidad de Bélgica, Laurette Onkelinx, dijo que “estas declaraciones pudieran perjudicar años de trabajo de prevención del VIH”. Personeros del gobierno alemán declararon que “los preservativos tienen un papel decisivo en la lucha contra el sida en el África subsahariana, donde 22 millones de personas padecen la enfermedad”. El gobierno español se sumó a las críticas contra el papa. Su secretario general de Sanidad, José Martínez Olmos, lo aconsejó entonar el mea culpa y rectificar sus recomendaciones “sobre la base de la evidencia científica”. Y España, como señal de protesta, envió un millón de preservativos al continente africano. La organización no gubernamental Actionaid calificó de “ciegas y desafortunadas” las palabras del pontífice romano y la asociación alemana de ayuda contra el sida (DAH) las tildó de “cínicas, ignorantes y de desprecio a la humanidad” y acusó al papa de “pecar no sólo contra los creyentes sino contra toda la humanidad”. Hasta organismos religiosos, como la ONG mexicana Católicas por Derecho a Decidir (CDD), manifestaron su “tristeza e indignación”. Los gobiernos latinoamericanos, en cambio, guardaron un vergonzoso silencio sobre el tema.