Síndrome es el conjunto de síntomas de una enfermedad. Por ejemplo, el síndrome de abstinencia es el cúmulo de alteraciones psíquicas, emocionales y físicas que afectan a una persona inclinada habitualmente a las drogas cuando deja súbitamente de tomarlas. Por extensión, síndrome es también la serie de fenómenos que caracterizan a una situación determinada.
La persona secuestrada sufre un estrés postraumático después de su liberación. El secuestro deja en ella huellas psíquicas, afectivas y emocionales, a veces muy profundas. Le genera temores, sensibilidades y fobias. Durante los primeros momentos del cautiverio impera en su ánimo el terror, el desconcierto, el miedo a la muerte o al sufrimiento, la angustia y la incertidumbre sobre su destino. Después ella empieza a tranquilizarse bajo las expectativas de sobrevivir. Si el secuestro culmina en la libertad del secuestrado, la persona generalmente queda temporal o permanentemente con secuelas psíquicas y emocionales.
El secuestro es un fenómeno muy complejo visto desde el ángulo psicológico. La relación entre el secuestrador y el secuestrado es intensa y rica en vivencias. Cuando un secuestro termina con la liberación de la persona cautiva, ésta puede tener dos reacciones vivenciales contrarias: un fuerte estrés postraumático, con graves consecuencias psíquicas y emocionales, o el denominado síndrome de Estocolmo. En el primer caso experimenta una larga secuela de sobresaltos y temores que le llevan a revivir frecuente e intensamente, como una pesadilla, los episodios vividos, que han quedado archivados en su consciente y en su inconsciente, y abriga una mezcla de temor y odio a sus secuestradores; y, en el segundo, desarrolla emociones contradictorias: no deja de repudiar la agresión de que fue víctima pero, al mismo tiempo, guarda un extraño sentimiento de gratitud para con sus captores por haberle permitido salir con vida de un trance tan dramático.
En los casos de secuestros políticos es frecuente que la personalidad de los secuestradores —personas generalmente fanáticas que luchan tenazmente por sus ideales y que suelen manejar la consistente lógica de su paranoia— no deje de impresionar y a veces de seducir a los secuestrados. Las largas pláticas en el aislamiento y la soledad de los lugares apartados y el hecho de compartir, a veces por largo tiempo, incomodidades y privaciones terminan por generar lazos de afecto entre ellos. Este es el síndrome de Estocolmo —Stockholm syndrome— que con frecuencia experimentan los secuestrados. Su denominación surgió precisamente de un episodio delictivo ocurrido en 1974 en Suecia: Olsson, un asaltante de bancos, retuvo durante una breve temporada a Kristine, la empleada del banco, y el secuestro terminó en un ardiente idilio entre los dos. A partir de esa experiencia se llama síndrome de Estocolmo a la reacción psicológica de simpatía, comprensión y eventualmente de afecto de la víctima de un secuestro para con sus captores. Ella llega a comprender y a veces a identificarse con las razones de éstos y justifica su comportamiento. Lo cual le lleva a protegerlos y a negarse a denunciarlos ante la justicia.
Fue célebre el caso de Patty Hearst, nieta del magnate norteamericano de la prensa William Randolph Hearst, secuestrada en Berkeley, Califonia, en 1974 durante 58 días, quien terminó por unirse a sus captores —miembros del llamado ejército simbiótico de liberación— para luchar junto a ellos en la consecución de sus objetivos de reivindicación social. Ella adoptó como nombre de combate el de Tania, en homenaje a la guerrillera que acompañó al Che Guevara en su lucha por los montes de Bolivia.
El novelista colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014), en su “Noticia de un Secuestro” (1996), describe el síndrome de Estocolmo a través de los personajes de su novela —Maruja Pachón y Pacho Santos—, que pertenecen a la vida real, puesto que su libro es el relato de una sucesión de secuestros realizados en Colombia por uno de los carteles del narcotráfico. El autor narra la despedida de Pacho Santos de sus captores instantes antes de su liberación. “Se despidieron todos con grandes abrazos —escribe García Márquez— y le agradecieron a Pacho lo mucho que aprendieron de él. La réplica de Pacho fue sincera: yo también aprendí mucho de ustedes”.
Otro caso dramático fue el de la abogada colombiana Clara Rojas, secuestrada el 23 de febrero del 2002 —junto con la candidata presidencial Íngrid Betancourt— por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), quien tuvo un hijo en su cautiverio, fruto de sus amores con uno de sus secuestradores. El niño nació en la selva colombiana en alguna fecha del año 2003. “Este niño es mitad nuestro y mitad de ellos”, dijo el septuagenario fundador y jefe guerrillero de las FARC, Manuel Marulanda (“Tirofijo”). Emmanuel —que así se llamaba el niño— se convirtió en el rehén más joven de la historia.
El exsenador colombiano Luis Eladio Pérez, en su libro “7 años secuestrado por las FARC” (2008), que publicó después de su liberación en febrero del 2008, narra la tragedia de su cautiverio en las selvas de Colombia y proyecta mucha luz sobre la vida de los secuestradores y de los secuestrados. Afirma que, “si me preguntan por el síndrome de Estocolmo, comprendo de dónde nace esta patología. Digo que lo entiendo porque cuando uno está secuestrado, recibiendo todo tipo de humillaciones, a toda hora, y un guerrillero de repente tiene un gesto amable con uno, pues la reacción inmediata es de agradecimiento, casi de cariño”. Agrega que “esto es más fuerte cuando se trata de una mujer pues ellas son más delicadas, se cuidan más, son más sensibles”. Y “estos detalles amables son los que generan los casos de enamoramiento o síndrome de Estocolmo”.