Es la organización de trabajadores de la misma rama de la producción, formada para la defensa y promoción de sus comunes intereses. Es un fenómeno específico que resulta del asociacionismo obrero y de sus luchas. Nació como reacción al <individualismo del sistema capitalista, que pretendía someter al obrero a una suerte de aislamiento individual y, por lo mismo, de indefensión frente al poder de los patronos.
Los primeros sindicatos fueron clandestinos. Las asociaciones de trabajadores estuvieron prohibidas por la ley. Recordemos que la <masonería, que fue en sus orígenes de la alta Edad Media el sindicato secreto de los albañiles constructores de las gandes iglesias góticas europeas —como lo demuestran sus símbolos: el compás, la escuadra y el mandil— fue por mucho tiempo un grupo clandestino empeñado en la defensa de los intereses comunes de sus miembros. Los gremios medievales pueden tenerse como un antecedente del sindicalismo obrero. Más tarde, con la aparición de las primeras instalaciones industriales, la situación de los obreros fue angustiosa. Un elemental instinto de conservación les movió a coligarse. Venciendo todas las prohibiciones legales y las resistencias patronales se formaron los primeros sindicatos más o menos clandestinos, que conquistaron tras duras luchas el derecho de coalición de los obreros. Durante la segunda mitad del siglo XIX el sindicalismo se expandió al ritmo de la industrialización. En Inglaterra las trade unions se multiplicaron y fueron reconocidas legalmente a partir de 1871. En Alemania los sindicatos fueron aprobados en 1881. Se puede decir que, de un modo general, las asociaciones obreras fueron formalmente admitidas a partir de la década de los 70 del siglo antepasado.
Desde entonces los sindicatos y el sindicalismo ocuparon un espacio muy importante en las luchas obreras. Tuvieron diferente dirección ideológica. En su momento el <anarcosindicalismo, el <marxismo, el >socialismo, la >socialdemocracia, la <democracia cristiana o el <populismo ejercieron influencia sobre ellos.
La lucha reivindicatoria fue dura, sobre todo en aquellos países en que el movimiento sindical obedeció al modelo de intervención política. En algunos momentos de esa lucha se suscitaron enfrentamientos dramáticos. A fines de 1811 estalló en Nottinghamshire un violento movimiento de protesta de los obreros ingleses contra sus empresarios por los bajos salarios, que culminó con la destrucción de las instalaciones industriales de William Cartwright en abril de 1812. Este movimiento tuvo eco en otras ciudades inglesas y generó un ambiente de convulsión obrera en toda Inglaterra. Al final fue controlado. Los obreros fueron procesados y 13 de ellos recibieron condenas de muerte. A este movimiento obrero se lo conoce con el nombre inglés de “luddism”, derivado del apellido de su líder, Ned Ludd, quien fue el primer obrero que destruyó las maquinarias de su patrono como protesta por las malas condiciones de trabajo, a fines del siglo XVIII, en la ciudad de Loughborough.
La castellanización de esa palabra produjo el vocablo <ludismo, aún no aceptado por la Real Academia Española, con el que se designa en general a los actos de violencia obrera contra las instalaciones industriales.
Simultáneamente con el desarrollo y la lucha de los sindicatos se elaboró la teoría de los derechos y prerrogativas de los trabajadores organizados —el <sindicalismo— destinada a oponer sus planteamientos a los de la “libertad de trabajo” que postulaba el <liberalismo.
El sindicato obedece a una “filosofía pragmática”: desvinculados y solos los obreros quedan a merced de los empresarios, mientras que unidos tienen una fuerza multiplicada para defender sus derechos. Por tanto, el sindicato no es otra cosa que el descubrimiento por los obreros de la fuerza multiplicada de la unión.
Los sindicatos tomaron a lo lago del tiempo diversas direcciones doctrinales: anarquistas, comunistas, socialdemócratas, socialistas, cristianos, >tradeunionistas.
Uno de los hitos fundamentales del desarrollo sindical tuvo lugar en la década de los años 80 del siglo antepasado en la ciudad de Chicago, que por entonces era la segunda más importante de Estados Unidos así en número de habitantes como en el movimiento económico. Fue la lucha por la jornada de trabajo de ocho horas, que había empezado, si bien esporádica y débilmente, en el año 1829. Lo usual en aquel tiempo eran jornadas de 14 a 18 horas diarias. Es célebre el decreto expedido por el Congreso de Minnesota que impuso “una multa de 25 a 100 dólares a cualquier funcionario o empleado de una compañía de ferrocarril que obligase a un maquinista o fogonero a trabajar más de 18 horas diarias, salvo en caso de urgente necesidad”. El diario "Illinois State Register" de Chicago en 1886 consideró “indignante” la petición de los trabajadores para que se reduzca la jornada laboral y escribió que “una de las más consumadas sandeces que se hayan sugerido nunca acerca de la cuestión laboral es el llamado “movimiento de las ocho horas”. La cosa es realmente demasiado tonta para mececer la atención de un montón de lunáticos”. Los gremios laborales de los Estados Unidos y especialmente la Federation of Organized Trades and Labor Unions of the United States and Canada —que fue la entecesora de la American Federation of Labor (AFL)— planificaron una huelga general para el primero de mayo de 1886 en favor de las ocho horas. El resultado fue que, con la simple amenaza de la movilización, 150 mil trabajadores de diversas ciudades de los Estados Unidos obtuvieron la disminución de la jornada y que 300 mil recibieron ofrecimientos patronales de hacerlo a corto y mediano plazo. En este sentido la huelga fue un éxito. Pero en otros lugares del país las cosas fueron diferentes. En Milwaukee la policía abrió fuego contra los manifestantes y dejó nueve obreros muertos. En Filadelfia, Louisville, Saint Louis, Baltimore, Chicago y otras ciudades hubo enfrentamientos entre la polícía y los trabajadores.
En Chicago 40.000 obreros fueron a la huelga el primero de mayo de aquel año. Todo transcurrió pacíficamente ese día. Tres días más tarde 6 mil obreros madereros de la McCormick Harvester Works concurrieron a un mitin en protesta por unos despidos. Se produjo allí un choque entre los manifestantes y los obreros “rompehuelgas” de la empresa, denominados esquiroles, apoyados por los miembros de la policía privada empresarial, los pinkertons. Acudió la policía de Chicago e, interpretando los rencores de los empleadores, disparó a mansalva contra los trabajadores y dejó seis muertos y numerosos heridos.
Este episodio provocó al siguiente día un nuevo mitin de protesta.
Tres mil obreros se reunieron en la Haymarket Square de la ciudad de Chicago el 4 de mayo de 1886. Casi al final del acto un individuo desconocido arrojó una bomba contra la policía que dejó seis gendarmes muertos y muchos heridos. Esto ocurrió en el momento en que Samuel Fielden, un líder inglés de tendencia anarquista, hablaba a la multitud. La policía cargó contra los obreros y dejó un número de muertos que nunca fue revelado. En las redadas de los días siguientes fueron detenidos el inglés Samuel Fielden, los alemanes August Spies, Michael Schwab, Georges Engel, Adolph Fischer y Louis Lingg; y los norteamericanos Albert R. Parsons y Óscar Neebe. Todos ellos líderes anarcosindicalistas. Después de un juicio amañado fueron condenados a la horca, salvo Óscar Neebe que recibió la sentencia de quince años de reclusión. La víspera de la ejecución el gobernador de Illinois conmutó la pena a Fielden y a Schwab por cadena perpetua. Lingg se suicidó en la celda. Y el 11 de noviembre de 1886 fueron colgados Parsons, Spies, Engel y Fischer.
Pero la lucha por la jornada de ocho horas siguió adelante con mayor fuerza. La consigna fue: “ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso y ocho horas para lo que nos dé la gana”. El movimiento tuvo ecos en Europa. El primero de mayo de 1890 se realizó en todas partes la más poderosa manifestación de trabajadores que el mundo haya presenciado hasta entonces. Federico Engels comentó: “el proletariado de Europa y América está pasando revista a sus fuerzas. ¡Si tan sólo estuviera Marx conmigo para verlo con sus propios ojos!” Al día siguiente los líderes sindicales de Estados Unidos informaron que habían conquistado la jornada de ocho horas para 46.197 nuevos trabajadores de 137 ciudades. Y el primero de mayo, en honor de los mártires de Chicago, se consagró como el día internacional del trabajador.
Sin embargo, en los últimos años la fuerza sindical ha decrecido en los países industriales por obra de diversos factores. De un lado, el paso a la economía de servicios ha vuelto a los trabajadores menos solidarios y más individualistas, por la propia naturaleza de las funciones que cumplen. Muchos de ellos trabajan con ordenadores y robots, de modo que se ha desdibujado la frontera que antes era muy marcada entre los trabajadores manuales y los intelectuales. Los empleadores, naturalmente, aprovechan esta circunstancia para debilitar a los sindicatos mediante las conocidas estrategias de “gestión de recursos humanos”. De otro lado, se han creado mecanismos de consulta tripartitos: gobierno, empresarios y trabajadores, para resolver las cuestiones laborales. Lo cual ha disminuido el peso específico de los sindicatos. Luego, el alto nivel de vida que tienen los “proletarios” modernos ha influido también en la disminución de la “densidad” de los sindicatos, de decir, del número de sus afiliados con relación a la población económicamente activa. En casi todos los países industrializados ha bajado el porcentaje de afiliación en los últimos años, incluso en países que tradicionalmente han tenido una muy alta densidad sindical, como Suecia (85%), Islandia (78%), Dinamarca (73%), Finlandia (71%) y Noruega (55%). En los países en desarrollo es también cada vez menor el número de trabajadores que mantiene interés por afiliarse a las centrales sindicales debido, entre otras razones, a que los que pertenecen al sector formal de la economía crecen menos que los del sector informal. Una media en América Latina señala que sólo el 20% de la fuerza laboral pertenece a los sindicatos, tasa que seguramente está distorsionada por las cifras más altas que la media en Argentina, Brasil, México y Venezuela. Singapur y Sri Lanka, en Asia, tienen las tasas más elevadas de la región —llegan a casi el 40%— mientras que Malasia y Filipinas están en niveles más bajos de afiliación. El caso de los países africanos es muy grave. Dado que en ellos sólo el 10% de la fuerza laboral corresponde al sector formal, los trabajadores afiliados a los sindicatos no representan más del 1 o el 2% de la población trabajadora. En cuanto a los países árabes, casi en todos ellos están limitadas las actividades sindicales y en Arabia Saudita, Bahréin, los Emiratos Árabes Unidos, Omán y Catar están prohibidas.
En algunos países desarrollados, incluido Israel con su histadrut, los sindicatos se han vuelto potencias empresariales y financieras. Son dueños de bancos, fábricas, hoteles y muchos otros negocios importantes. Crece el “sindicalismo empresario”. Esto ha sido visto como una “traición” a la <lucha de clases y como una connivencia con el <establishment por los ideólogos de la izquierda.
Otro de los problemas del sindicalismo es la discriminación contra las mujeres trabajadoras. Los sindicatos han sido tradicionalmente “cotos” masculinos. En la mayor organización sindical mundial —la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (CIOSL)— sólo el 34% de los afiliados son mujeres, a pesar de que ellas representan más del 50% de la fuerza laboral. En los cuadros de la dirigencia sindical el desequilibrio es mucho peor. Solamente el 3% de los funcionarios sindicales de América Latina son mujeres.
Los sindicatos, guiados por el principio del <internacionalismo proletario, se han agrupado a lo largo del tiempo en organizaciones supranacionales. El alineamiento se ha producido en función de sus orientaciones ideológicas. Los sindicatos de tendencia marxista se han agrupado en torno a la Federación Sindical Mundial (FSM), fundada en Londres en 1945, con sede en Praga. El “sindicalismo libre” se ha organizado en la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (CIOSL), fundada en 1949 en Londres, con sede en Bruselas. Y los trabajadores católicos se han afiliado a la Confederación Mundial del Trabajo (CMT), de orientación confesional, con sede en Bruselas, nacida en La Haya en 1920 con el nombre de Confederación Internacional de Sindicatos Cristianos (CISC) y rebautizada en Luxemburgo en 1968 con la actual denominación.
Estas grandes centrales sindicales de escala mundial han establecido sus ramas en América Latina.
Resulta inocultable el hecho de que, durante todo el período de la <guerra fría y aun después, se produjo una profunda división en el movimiento obrero mundial en función de su <alineación con una u otra de las dos superpotencias antagónicas. La unidad de la Federación Sindical Mundial (FSM), creada con tan buenos auspicios en 1945 con la intención de ser la organización única del obrerismo internacional, duró menos de cuatro años. Las discrepancias ideológicas rompieron el movimiento sindical. El primer gran motivo de división en el seno de la FSM fue la diferente posición de sus líderes respecto al Plan Marshall para la recuperación económica de Europa en 1948 después de la Segunda Guerra Mundial. Los dirigentes vinculados a Moscú lo consideraron como un intrumento de dominio del imperialismo norteamericano sobre Europa, especialmente sobre Alemania, Francia e Italia, que fueron los países que recibieron esa ayuda, puesto que España fue excluida. Los sindicalistas socialdemócratas y socialistas, en cambio, acusaron a los comunistas de tratar de apoderarse del movimiento sindical en beneficio de sus intereses políticos. El rompimiento fue inevitable. Los sindicatos ingleses, holandeses y norteamericanos abandonaron la organización y poco después, en diciembre de 1949, fundaron la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (CIOSL) para agrupar a los obreros de tendencia socialista democrática y socialdemócrata de todos los países. Los sindicalistas de tendencia católita, por su lado, militaban en la Confederación Internacional de Sindicatos Cristianos (CISC), fundada en La Haya en 1920, y después en la Confederación Mundial del Trabajo (CMT) en que se transformó la anterior organización sindical por decisión del congreso de Luxemburgo en 1968. Había también la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), fundada en Berlín en 1922, más pequeña que las anteriores, que agrupaba a los obreros de orientación anarcosindicalista. La verdad es que el movimiento obrero no pudo permanecer unido. Apenas hubo un corto paréntesis (de 1945 a 1949) durante el cual, por las condiciones de la política mundial, en que los países capitalistas y comunistas se unieron frente al <fascismo, se produjo la unidad de los trabajadores, después del cual volvió a imperar el fraccionamiento del movimiento sindical.
A las diferencias ideológicas se unieron también las que provenían de la confrontación <norte-sur. Las primeras eran diferencias “horizontales” relacionadas con el conflicto ideológico entre las potencias y las segundas “verticales,” es decir, refereridas a las desavenencias entre los países desarrollados y los subdesarrollados. Con relación a estas últimas, los obreros de los países pobres, inconformes y radicalizados, tenían la percepción de que los obreros de los países ricos formaban parte del sistema capitalista de explotación internacional y habían incurrido en un “conformismo sindical”. Compartían la apreciación del líder obrero norteamericano John Lewis de que la “trade unión forma parte integrante del sistema capitalista, es un fenómeno capitalista, de la misma manera que la sociedad anónima. Una agrupa a los trabajadores con vistas a una acción común en la producción y en la venta; la otra agrupa a los capitalistas con la misma finalidad”.