Se conoce con este nombre el escándalo político que surgió en torno al Presidente de Estados Unidos Bill Clinton en 1998 a causa de sus relaciones sexuales con Mónica Lewinsky en las propias oficinas de la Casa Blanca.
El caso derivó en un juicio político contra el Presidente bajo la acusación de perjurio y de obstrucción de la justicia presentada por la Cámara de Representantes ante el Senado. Se le imputaba haber mentido bajo juramento cuando negó ante el Gran Jurado sus relaciones sexuales con la joven y regordeta empleada de la presidencia, aunque admitió haber mantenido una “relación impropia” con ella, y además haber interferido la acción de la justicia. Pero como los acusadores del Partido Republicano no pudieron reunir en el Senado los 67 votos (las dos terceras partes de sus miembros) necesarios para condenarlo, el 12 de febrero de 1999 el Presidente resultó absuelto de culpabilidad.
Allí terminó el impeachment —que es como se llama al juicio político en Estados Unidos— reglado por la Constitución norteamericana de 1787, cuyo artículo 2, sección cuarta, establece que “el Presidente, el Vicepresidente y todos los funcionarios civiles de los Estados Unidos podrán ser destituidos de sus cargos si se les acusare y encontrare culpables de traición, cohecho u otros delitos y faltas graves”.
En razón de mi visita oficial a la Casa Blanca en julio de 1991, creo recordar que al lado de la oficina oval del Presidente, que sólo sirve para sus actos protocolarios, hay un pasadizo que lleva hacia una pequeña oficina —en una de cuyas paredes está un archivo completo de mapas de todos los países del mundo— que es donde trabaja el Presidente. Recuerdo que me la enseñó George Bush (padre). Y según las informaciones que he leído, supongo que ella fue el teatro de las operaciones amatorias que motivaron el juicio político contra Clinton.
En su libro “Mi Vida” (2004), en el que narra sus experiencias en la Casa Blanca, Clinton dedica varias páginas al caso Lewinsky. Reconoce que “durante el cierre de las oficinas del gobierno, a finales de 1995, cuando muy poca gente tenía acceso a la Casa Blanca y los que venían se quedaban a trabajar hasta tarde, mantuve una relación inapropiada con Mónica Lewinsky, y volví a mantenerla en otras ocasiones en noviembre y abril, cuando dejó la Casa Blanca para ir al Pentágono. Durante los diez meses siguientes no la vi, aunque hablábamos por teléfono de vez en cuando”. Luego agrega: “Estaba disgustado conmigo mismo por haberlo hecho y, en primavera, cuando volví a verla, le dije que me sentía mal por mí, por mi familia y por ella, y que no podía seguir haciéndolo”. En líneas posteriores afirma que “lo que había hecho con Mónica Lewinsky era inmoral y estúpido. Estaba profundamente avergonzado y no quería que saliera a la luz pública”.
Pero salió. El 18 de enero de 1998 la historia apareció en una página web de internet y tres días después el "Washington Post" publicó que Clinton mantenía una relación amatoria con Mónica Lewisnsky. La publicidad del escándalo se originó, según relata Clinton, en el verano de 1996 cuando “Mónica Lewinsky contó a una compañera, Linda Tripp, la relación que mantenía conmigo. Un año más tarde Tripp empezó a grabar conversaciones telefónicas. En octubre de 1997, Tripp ofreció la posibilidad de escuchar las cintas a un periodista del 'Newsweek' y se las dejó oir a Lucianne Goldberg, una publicista republicana conservadora”.
El escándalo tomó cuerpo. Y “mientras sucedía todo esto —escribe Clinton— yo tenía que seguir con mi trabajo. El día 20 me reuní con el primer ministro Netanyahu en la Casa Blanca para analizar sus planes de una retirada por fases de Cisjordania (…) Al día siguiente vino Arafat a la Casa Blanca. Le hice un resumen alentador de mi reunión con Netanyahu y le garanticé que esta presionando al primer ministro para que Israel cumpliera con sus obligaciones según el proceso de paz”.
El Presidente norteamericano explica en su libro que el año 1998 fue el año más extraño de su presidencia, “lleno de humillaciones personales y de vergüenza, de luchas políticas en el país y de éxitos en el extranjero”. Dice que “la parte más oscura de mi vida interior quedó totalmente expuesta a la vista de todos” y agradece “la profunda decencia del pueblo norteamericano”.
En todo caso, el vocablo “gate”, agregado al final de la palabra que tipifica un escándalo, había adquirido por esos años en todo el mundo connotaciones de alboroto político, latrocinio, peculado de fondos públicos o corrupción gubernativa, y con frecuencia ella aparecía en los titulares de los periódicos escritos en las más diversas lenguas. Esta usanza se originó en el “affair” de >”watergate” y se reprodujo años más tarde en el <“irangate”, en el <iraqgate, en el enrongate, en el <ciagate, en el cablegate y en otros “gates” que por aquellos tiempos hicieron explosión en la política norteamericana.