Constituyen uno de los sectores cardinales de la economía. Según el esquema propuesto por el economista australiano Colin Clark a mediados del siglo pasado, las actividades productivas pueden agruparse en tres grandes sectores: el primario compuesto por la agricultura, la ganadería, el pastoreo, los bosques, parte de la minería, la pesca y la caza; el secundario, por la industria, algunas de las actividades mineras, la construcción y la producción de energía eléctrica; y el terciario que agrupa a los servicios comerciales, bancarios, financieros, de transporte, de comunicaciones y los demás servicios económicos.
Todos los servicios de naturaleza económica pertenecen a este último sector. Consisten en prestaciones que contribuyen a satisfacer necesidades humanas —individuales o colectivas— por medios distintos de la transferencia de la propiedad de los bienes. Existe una gama muy amplia de intercambios de este tipo, que consisten en el suministro y venta de servicios —pero no en la enajenación de bienes materiales— para satisfacer la amplia variedad de necesidades humanas y empresariales.
Según la clase de las demandas que se satisfacen y los medios utilizados con tal propósito, pueden diferenciarse: servicios personales —de orden intelectual o manual— o >servicios públicos. Los primeros satisfacen necesidades individuales y los segundos, necesidades sociales. Pueden distinguirse también servicios que se prestan por personas y corporaciones particulares y otros por el Estado o entidades paraestatales.
Las actividades terciarias consisten básicamente en la prestación de servicios y no en la producción de bienes materiales. Sus “productos” son esencialmente intangibles puesto que consisten en prestaciones destinadas a la satisfacción de necesidades, cuyo valor agregado es la parte más importante de sus costes de producción. Por esta razón, Clark en 1957 cambió la denominación que él mismo puso a estas actividades: en lugar de “terciarias” las llamó después “servicios”.
Los servicios no se prestan necesariamente al consumidor final. Una parte muy importante de ellos se dirige a satisfacer las demandas de los productores primarios o secundarios, en las diferentes fases del proceso productivo, y no a los consumidores finales. Son servicios suministrados a las empresas agrícolas o industriales e, incluso, a otras empresas de servicios para su operación productiva.
En la sociedad hay un variado espectro de necesidades que son atendidas por actividades económicas cuyo producto no tiene expresión corpórea. Toda la amplísima gama de las actividades que giran en torno al <conocimiento en la moderna sociedad informatizada tienen este carácter. Ellas trabajan con datos, números, informaciones, ideas, imágenes y símbolos almacenados en el cerebro humano y en la memoria de los ordenadores. La parte más importante del sector terciario de la economía contemporánea se compone de los dos elementos básicos de la <cibernética, que son el hardware y el software, a los que hay que agregar el soporte humano, al que algunos llaman el humanware. Es la imbricación de la inteligencia del hombre, la información y los ordenadores. Lo cual, por supuesto, ha modificado muchos conceptos, entre ellos la noción del valor. El valor-tierra de la sociedad agrícola antigua, medieval y fisiocrática cedió paso al valor-máquina de la sociedad industrial y éste al valor-conocimiento de la sociedad informatizada. Este valor, que da a quien lo posee una posición de avanzada en la organización social contemporánea, se manifiesta en la prestación de servicios sumamente sofisticados, que requieren talentos individuales, predisposiciones naturales y una larga y meticulosa preparación hasta llegar a la excelencia.
De esta forma, el desarrollo de la tecnología electrónica ha ampliado inusitadamente el radio de acción de los servicios vinculados a este tipo de tecnología: financieros, bancarios, administrativos, informáticos, profesionales, comerciales, publicitarios, de “marketing”, de seguros y, en general, muchos otros que se valen de ese auxilio tecnológico.
En el curso de la segunda <revolución industrial —la revolución electrónica— el sector de los servicios se ha convertido en el principal factor del desarrollo de los países avanzados. La extendida aplicación de la microelectrónica en fábricas y oficinas le ha dado un gran impulso. El microprocesador chip de silicio, con su bajo costo y su miniaturización, permite dotar de un cerebro y memoria prodigiosos a cualquier equipo diseñado por el hombre.
La revolución electrónica, empeñada en la aplicación del conocimiento científico a los procesos sociales contemporáneos, ha llevado los ordenadores y equipos electrónicos, cada vez más sofisticados y eficaces, a las tareas administrativas del Estado y de las empresas privadas. Se ha dado con ello lo que el profesor austriaco de Harvard Peter F. Drucker, en su obra “Post-Capitalism Society” (1999), llama la “revolución administrativa” propia de la moderna “sociedad del conocimiento”, que consiste en la extremada racionalización de la organización de la sociedad, de su gobierno, del proceso de la producción y del trabajo social para obtener los mejores rendimientos.
En la etapa postindustrial de la economía el sector de los servicios tecnológicos de la información ha sido el más dinámico en los países avanzados. Ha superado a los otros sectores de la producción como componente del PIB, generador de empleo, factor de productividad e impulsor del crecimiento. Son las ocupaciones ricas en información —científicas, profesionales, ejecutivas, técnicas— no sólo las que más han crecido sino también las que se han convertido en el núcleo de la nueva estructura ocupacional de esos países. Estamos hablando, por cierto, de una gama muy amplia de actividades cuyo único rasgo común es que no son trabajos fabriles, agrícolas, mineros, de la construcción ni de los servicios públicos. En la nueva economía de la sociedad postindustrial, que es una economía de servicios, las actividades fundadas en el conocimiento han desplazado a todas las demás como factor fundamental del crecimiento económico y del empleo, lo cual no significa, ciertamente, que las industrias manufactureras estén en proceso de extinción, ni mucho menos, sino que han sido superadas por aquéllas en su importancia social, en su dinamismo y en su productividad dentro de un sistema económico global crecientemente complejo, en el que la propia información científica se ha convertido en mercancía de intercambio internacional.
En Estados Unidos, Inglaterra, Canadá y otros países desarrollados se ha dado una caída del empleo industrial tradicional desde 1970, al ritmo del crecimiento de las tecnologías de la información. La revolución digital ha privilegiado la emergencia de científicos, profesionales, tecnólogos, profesores y ejecutivos de empresas, bajo cuya autoridad se mueven enormes batallones de “proletarios de cuello blanco” integrados por oficinistas y vendedores.