La actividad productiva de un país puede dividirse de varias maneras y con arreglo a distintos criterios. Esa división implica una sectorización de la economía. De ella nacen diversas áreas bastante bien delimitadas. Si se parte de la consideración gubernativa o particular de la actividad económica, se pueden distinguir los sectores público y privado. Si la referencia es de tipo estructural, puede hablarse del sector formal o informal de la economía. Si el criterio diferencial es el tipo de actividad económica desarrollada, entonces se identificará a los sectores primario, secundario y terciario de la economía. Cada uno de éstos, a su vez, se dividirá en diversos grupos de empresas o unidades productivas que ejercen la misma actividad: el sector automotor, el metalúrgico, el ganadero, el bancario y muchos otros que corresponden a las mútiples ramas de la actividad productiva.
Se ha vuelto clásica la tipología de las actividades productivas en tres grandes sectores: el sector primario, que comprende las faenas agrarias, ganaderas, extractivas, de caza y de pesca; el sector secundario, que agrupa a la industria, la producción de energía eléctrica y, en general, las actividades de transformación; y el sector terciario, compuesto por el comercio, la banca, las finanzas, los seguros, el transporte, la administración, la informática, los servicios profesionales, la publicidad, el “marketing” y una muy amplia gama de servicios.
La idea de esta segmentación se le ocurrió originalmente al economista australiano Colin G. Clark, en su obra “Las Condiciones del Progreso Económico” (1939). En el sector primario de la economía agrupó a la agricultura, el pastoreo, la ganadería, la explotación forestal, la pesca, la caza y algunas de las actividades mineras. En el sector secundario, a la industria, la producción de electricidad, ciertas operaciones de minería y la construcción. Y en el sector terciario, el comercio, el transporte, los servicios y las demás actividades económicas. Sin embargo, Clark más tarde abandonó parcialmente su esquema e introdujo en él algunos cambios: excluyó del sector secundario, al que después denominó “manufacturero”, a la construcción y la pasó el sector terciario, cuya denominación original sustituyó por la de “servicios”. Y sugirió, además, que la minería podría transferirse del sector primario al de los servicios.
Sobre la base de las ideas de Clark, otros economistas formularon diversas modificaciones a la tipología originaria.
En el curso de los tiempos, y en virtud de los avances de la ciencia y la >tecnología, la importancia de los sectores económicos en el desarrollo de los países ha variado. Al principio fue la agricultura la actividad preponderante, cuando la tierra fue la principal fuente de la riqueza. Después, con la primera <revolución industrial, al sustituirse la tierra por la máquina, cobró importancia la actividad manufacturera. Y hoy, en el curso de la segunda revolución industrial —la revolución electrónica— el sector de los servicios se ha convertido en el principal factor del desarrollo.
Concomitantemente a esta transformación, la <población económicamente activa se ha desplazado progresivamente de la agricultura a la industria y de ésta a los servicios.
En la economía actual tanta o más importancia que las cosas tienen las prestaciones, que están llamadas a satisfacer necesidades humanas o empresariales. El sector de los >servicios, constituido por prestaciones que contribuyen a satisfacer demandas individuales o colectivas, desempeña una función económica cada vez más importante en la sociedad contemporánea.
En ella —llamada también sociedad informatizada— ha surgido una enorme variedad de actividades que giran en torno al <conocimiento y que trabajan con datos, números, informaciones, ideas, imágenes y símbolos almacenados en el cerebro humano y en la memoria de los ordenadores. La parte más importante del sector terciario de la economía actual se compone de los dos elementos básicos de la <cibernética, que son el hardware y el software, a los que hay que agregar el soporte humano, al que algunos llaman el humanware. Es la imbricación de la inteligencia del hombre, la información y los ordenadores. Lo cual, por supuesto, ha modificado muchos conceptos, entre ellos la noción del valor. El valor-tierra de la sociedad agrícola antigua, medieval y fisiocrática cedió paso al valor-máquina de la sociedad industrial y éste al valor-conocimiento de la sociedad informatizada. Este valor, que da a quien lo posee una posición de avanzada en la organización social contemporánea, se manifiesta en la prestación de servicios sumamente sofisticados, que requieren talentos individuales, predisposiciones naturales y una larga y meticulosa preparación hasta llegar a la excelencia.
En la etapa postindustrial de la economía el sector de los servicios tecnológicos de la información es el que más ha crecido, superando al empleo manufacturero y, por supuesto, al agropecuario y al minero. En los países avanzados el sector de los servicios ha sobrepasado al manufacturero como componente del PIB, generador de empleo, factor de productividad e impulsor del crecimiento. Son las ocupaciones ricas en información —científicas, profesionales, ejecutivas, técnicas— no sólo las que más han crecido sino también las que se han convertido en el núcleo de la nueva estructura ocupacional de esos países. Por cierto que estamos hablando de una gama muy amplia de actividades, cuyo único rasgo común es que no son trabajos fabriles, agrícolas, mineros, de la construcción ni de los servicios públicos. En la nueva economía de la sociedad postindustrial, que es una economía de servicios, las actividades fundadas en el conocimiento han desplazado a todas las demás como factor fundamental del crecimiento económico y como componente básico del empleo, lo cual no significa, por cierto, que las industrias manufactureras estén en proceso de extinción, ni mucho menos, sino que han sido superadas por aquéllas en su importancia social, en su dinamismo y en su productividad dentro de un sistema económico global crecientemente complejo, en el que la propia información científica se ha convertido en mercancía de intercambio internacional.
Ya en el año 2004 observadores técnicos señalaron que en los países más avanzados alrededor del 71,2% de la fuerza laboral trabajaba en el sector terciario, en tanto que un 24,9% lo hacía en la industria y un 3,9% en la agricultura.