Cuando existen resentimientos regionales o regionalistas dentro de un Estado, sea por motivos históricos, sea por predominios políticos, sea por la injusta distribución del ingreso nacional entre las circunscripciones, sea por discrepancias étnicas, culturales o religiosas, surgen motivos movilizadores de opinión que pueden llevar hacia intentos secesionistas, especialmente si hay líderes y agitadores que los saben aprovechar políticamente.
La secesión es la separación de una parte del Estado para formar un Estado nuevo o anexarse a otro Estado y el secesionismo es la tendencia a la secesión política. La historia registra algunos casos célebres de secesión debidos a motivaciones de orden étnico, cultural, religioso, económico o político, que a veces han operado en forma combinada y entretejida.
Usualmente los movimientos separatistas están prohibidos por la ley, que protege la unidad nacional. Las Constituciones generalmente definen al Estado como una entidad “única” e “indivisible”. Sin embargo, en algunas circunstancias las tensiones secesionistas resultan inevitables. Y aun pueden ser más fuertes que los afanes de unidad. Los Estados formados por diferentes grupos étnicos, culturales y religiosos —los Estados multinacionales— corren ese riesgo porque las contradicciones internas afloran a veces con terrible fuerza disgregante. Y no siempre les es dado manejarlas con la coherencia con que lo ha podido hacer, por ejemplo, la República Popular de China, en la que viven 55 grupos étnicos y culturales minoritarios que, en conjunto, representan el 8% de su población total de 1.333 millones de habitantes. Y si bien es cierto que la gran mayoría de la población no tiene religión alguna, la diversidad de cultura, de lengua y de credo religioso (islamismo, budismo, lamaísmo, taoísmo, confucianismo y otras religiones) no ha afectado en lo absoluto la unidad política del pueblo chino.
La independencia nacional ha sido a lo largo del tiempo un tema conflictivo al interior de varios países, cuya vida estatal se inició a partir de sendas consultas plebiscitarias: Liberia (1846), Noruega (1905), Islandia (1944), Eslovenia (1990), Georgia, Uzbekistán, Ucrania, Estonia, Letonia, Lituania, Croacia y Macedonia (1991), Bosnia-Herzegovina (1992), Eritrea (1993), Timor Oriental (1999), Montenegro (2006), Sudán del Sur (2011), aparte de los países en los que los resultados plebiscitarios fueron negativos para la independencia nacional: Polinesia Francesa (1958), Mayotte (1974 y 1976), Quebec (1980 y 1995), Nevis (1998), Puerto Rico (1952, 1967, 1993, 1998 y 2012).
Varios de los Estados de la Unión Europea (UE) soportan tensiones secesionistas internas: el Reino Unido, España, Bélgica, Italia, Rumania, Eslovaquia y Chipre.
1. Fuerzas centrípetas y centrífugas. En el Estado operan siempre dos órdenes de fuerzas antagónicas: las centrípetas, que presionan por la unidad, y las centrífugas que pugnan por la disgregación. Cuando prevalecen las primeras la unidad estatal se consolida. En su expresión mayor ellas conducen a la forma unitaria de Estado. Pero si las segundas se imponen el Estado tiende a adoptar la forma federal, altamente descentralizada, y, en casos extremos, puede llegar incluso a la secesión, que es el desprendimiento y separación de una o más de sus partes territoriales para formar nuevos Estados o anexionarse a otros Estados.
Varios internacionalistas, entre ellos el profesor austro-húngaro Alfred Verdross (1890-1980), consideran que si un territorio intenta separarse de un Estado, esa separación no se tiene como concluida y no hay nacimiento de una nueva entidad estatal mientras la lucha por la secesión no haya cesado. En tanto duran las hostilidades, los insurrectos sólo pueden ser reconocidos como “beligerantes”. Su prematuro reconocimiento como “Estado” implicaría una clara e indebida intervención en asuntos internos. Eso ocurrió con los Estados Unidos en el caso de la secesión de Panamá y por ello tuvo que pagar a Colombia en 1922 una indemnización de 50 millones de dólares.
2. Historia de las secesiones
a) La Guerra de Secesión. En los Estados Unidos de América estalló la crudelísima Guerra de Secesión a mediados del siglo XIX con el saldo de 620.000 muertos. Esa guerra tuvo motivaciones principalmente económicas. Los estados del sur no se resignaron a perder el formidable instrumento de trabajo que para sus grupos dominantes era la esclavitud de los negros en las plantaciones algodoneras. Y prefirieron separarse de la Unión Norteamericana antes que aceptar la decisión del presidente Lincoln de manumitir a los esclavos. Así empezó la guerra civil que duró desde 1861 hasta 1865 y que enfrentó bárbaramente a los estados del norte contra los del sur. Finalmente se consolidó la unidad con el triunfo de las fuerzas norteñas, comandadas por el general Ulises Grant, y los estados “confederados” del sur fueron reducidos a la obediencia del poder federal.
La <esclavitud era, para los estados del sur, una institución económica de primera magnitud. Sin huelgas ni conflictos laborales, el trabajo de los negros constituía el principal factor productivo en las grandes plantaciones algodoneras, azucareras y arroceras, y el algodón era su más importante producto de exportación. El gobernador Hammond de Carolina del Sur declaró en 1835 que la esclavitud de los negros era “la piedra angular de nuestro edificio republicano”.
En estas condiciones, el gamonalismo terrateniente del sur consideraba al
Los líderes sureños preferían mil veces separarse de la Unión americana antes que aceptar la liberación de los esclavos. Las tendencias secesionistas empezaron a expresarse cada vez con mayor fuerza, favorecidas por las incomprensiones entre dos regiones totalmente diferentes desde la perspectiva de la geografía humana. El norte, desarrollado e industrial, había logrado un alto nivel de ubanización. Tenía numerosas fábricas metalmecánicas, de tejidos, de herramientas, de ropa, de productos alimenticios y de otras manufacturas. Contaba con grandes astilleros y construía magníficos barcos. Recibía una gran corriente de inmigración europea. Todo esto había moldeado una mentalidad progresista en su gente. El sur, en cambio, era rural y atrasado. Su economía estaba fundada en las granjas agrícolas y en la producción de bienes primarios. Dentro de ellas la mano de obra de los esclavos negros era el principal factor de producción.
Finalmente, agotadas en hombres y en municiones, las tropas del sur se rindieron el 9 de abril de 1865. Concluyó el encarnizado enfrentamiento de cuatro largos años con un saldo trágico de muertos y los campos arrasados. Terminó la Guerra de Secesión y triunfó la unión sobre la disgregación y, sobre todo, la libertad sobre la esclavitud.
b) La secesión panameña. Un caso de secesión bien conocido fue el de Panamá en 1903. A la sazón Panamá era una provincia de Colombia. Cuando el gobierno colombiano se negó a ratificar el tratado firmado con los Estados Unidos que concedía a este país derechos territoriales para la construcción del canal de Panamá, algunos grupos panameños, alentados por los intereses norteamericanos, se levantaron en armas, proclamaron su separación de Colombia y finalmente declararon la independencia de las provincias de Panamá y Veragua.
Inmediatamente Estados Unidos reconocieron al nuevo Estado. Lo hicieron incluso antes de que consolidara su independencia, en abierta violación del Derecho Internacional. Fue esa una injerencia abierta en los asuntos internos de Colombia. El apresuramiento se debía a la vehemencia norteamericana por formalizar la concesión territorial para la construir el canal interoceánico.
Por eso fue que catorce días después de la fundación de la República de Panamá se suscribió el tratado Hay-Bunau-Varilla en virtud del cual los Estados Unidos obtuvieron la concesión para la construcción de la obra, el uso de ella a perpetuidad cuando esté terminada, el control jurisdiccional de la “zona del canal” y la autorización para instalar en ella bases militares para su defensa. Todo esto a cambio de una suma de dinero y del pago de una anualidad a Panamá. La colosal obra de ingeniería se inauguró el 15 de agosto de 1914. Desde entonces la “zona del canal” —verdadero enclave dentro de territorio panameño— fue sometida a un régimen especial bajo el control norteamericano.
c) El destino del bloque soviético. A partir de la disolución del bloque soviético se dieron varios casos de secesión en los países que lo conformaron. Las quince repúblicas que integraban la URSS, en una operación claramente secesionista, se separaron y tomaron destinos diferentes: Armenia, Azerbaiyán, Georgia, Kazajstán, Belarús (Bielorrusia), Estonia, Kirguistán, Letonia, Lituania, Rusia, Tayikistán, Turkmenistán, Ucrania y Uzbekistán se convirtieron en nuevos Estados y pidieron su admisión a la
Una de ellas fue la República Socialista Soviética de Georgia, que a partir del plebiscito celebrado el 31 de marzo de 1991 decidió por una amplia mayoría de votos separarse de la Unión Soviética —de la que formó parte por setenta años— y constituirse en un nuevo Estado.
Georgia fue la cuarta república socialista soviética que decidió separarse de la URSS: las tres primeras fueron Lituania, Letonia y Estonia.
Pero a partir de ese momento se despertaron afanes independentistas al interior de Georgia, originados en diferencias étnicas, culturales y religiosas. Tal fue el caso de las provincias de Osetia del Sur y Abjasia, que lucharon por su independencia bajo los auspicios de Rusia.
Cuando en el 2004 asumió el poder el joven y arrogante presidente de Georgia, Mikhail Saakashvili, se propuso dos objetivos importantes: impedir que las provincias separatistas Osetia del Sur y Abjasia se escindieran y alinear a Georgia con Occidente.
Esto, por supuesto, incomodó tremendamente a Rusia, su vecina del norte, que tenía designios completamente diferentes para el pequeño país caucásico.
d) Osetia del Sur y Abjasia. En un nuevo esfuerzo por contener los reiterados movimientos secesionistas de las mencionadas provincias georgianas, que se originaron en los cruentos conflictos étnicos de comienzos de los años 90, el gobierno de Georgia lanzó el 8 de agosto del 2008 una fuerte operación militar sobre las provincias separatistas, cuyos parlamentos habían solicitado meses antes a las Naciones Unidas, a la Unión Europea y al gobierno ruso —con ocasión de la emancipación de Kosovo— que «reconocieran la independencia de la República de Osetia del Sur y de Abjasia, que tienen todas las condiciones y atributos de un Estado soberano».
Las dos provincias separatistas eran pequeñas: Osetia del Sur tenía en ese momento 70.000 habitantes y 3.900 kilómetros cuadrados de territorio; y Abjasia, 200.000 habitantes y una superficie de 8.600 kilómetros cuadrados. Pero ocupaban una zona geopolítica estratégica.
La operación militar georgiana fue respondida inmediata y violentamente por el gobierno ruso del presidente Dimitri Medvedev —quien había visto siempre con simpatía los anhelos independentistas de las provincias georgianas— con el envío de la artillería, infantería y fuerza aérea rusas al territorio de Georgia para «proteger» a Abjasia y a Osetia del Sur de las tropas georgianas, alentar su independencia y, eventualmente, promover su anexión al territorio ruso.
Veintitrés mil soldados rusos fueron desplegados en la región. La flota rusa del Mar Negro bloqueó las costas de Georgia. Se dio la severa protesta del presidente Viktor Yushchenko de Ucrania. Lo cual produjo un severo conflicto militar y político en los Balcanes, con resonancia en varios Estados cercanos o lejanos del epicentro de los acontecimientos.
Se reabrió entonces la vieja discusión jurídica y política en torno al principio de la libre determinación de los pueblos, que invocaban los líderes independentistas georgianos y que la comunidad internacional aceptó en el caso de Kosovo. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se reunió pero no pudo tomar una resolución debido a la diversidad de opiniones de sus miembros permanentes. Rusia impulsó el incidente o se aprovechó de él para cumplir su objetivo geopolítico de impedir o aplazar una decisión de la OTAN de aceptar el ingreso de las exrepúblicas soviéticas de Georgia y Ucrania a la organización.
Georgia —pequeño país de 69.500 km2 de territorio y 4,6 millones de habitantes— no estaba en posibilidad de resistir la invasión rusa. Las diferencias militares eran abismales. Según datos de la Jane’s Sentinel Country Risk Assessments y del ministerio de defensa ruso, Georgia tenía 26.900 efectivos, Rusia 641.000; Georgia 288 tanques, Rusia 6.717; Georgia 17 aviones de combate y reconocimiento, Rusia 1.206; Georgia 95 unidades de artillería pesada, Rusia 7.550. Rusia tenía, en ese momento, 141 millones de habitantes sobre sus 16’894.740 kilómetros cuadrados de territorio.
Pero la independencia de Osetia del Sur y Abjasia, reconocida por Rusia, Venezuela, Nicaragua y otros Estados, no ha sido aceptada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el G-7, la Unión Europea, los Estados Unidos y otros Estados, que consideraban que ella «viola la integridad territorial y la soberanía de Georgia y es contraria a las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU apoyadas por Rusia» y que, además, es fruto de la política expansionista de Rusia. Consecuentemente, levantaron una protesta por la ocupación de la fuerza militar rusa sobre zonas del territorio georgiano.
e) La independencia chechenia. En octubre de 1991 la República de Chechenia, bajo el liderazgo de Yojar Dudayev, un hombre de tendencias nacionalistas, reclamó también su independencia de Rusia. El chechén es un pueblo musulmán que fue conquistado por los zares a finales del siglo XIX después de una guerra que se prolongó por tres siglos. Con apenas 20.000 kilómetros cuadrados de extensión sobre las montañas del Cáucaso y un millón y medio de habitantes, Chechenia está formada por varias nacionalidades que nunca aceptaron de buen grado la dominación rusa. Stalin fue implacable con ellos y deportó durante la Segunda Guerra Mundial a más de 400.000 chechenes hacia Kazajstán y Asia Central. Últimamente, después de largos forcejeos entre los líderes del movimiento separatista y el gobierno ruso, el presidente Yeltsin decidió emplear la fuerza militar en 1992 para impedir los intentos separatistas de Chechenia. Durante tres años fueron reprimidos a sangre y fuego los independentistas chechenes por la aviación, la infantería y la artillería rusas. En la capital Grozny y en las ciudades de Mozdok y de Vladikavhaz los rusos desplegaron un dispositivo militar que no se había visto desde la guerra de Afganistán, pero la resistencia chechena obligó a las tropas rusas a combatir casa por casa, en una operación de El gobierno de Yeltsin sofocó así el movimiento secesionista, «restauró el orden constitucional» y mantuvo el control de Chechenia, por cuyo territorio atraviesan tres oleoductos importantes que transportan el petroleo ruso a los puertos del Mar Negro.
f) La secesión de la República Checa y de Eslovaquia. El primero de enero de 1993 Checoeslovaquia se dividió, por acuerdo interno entre las partes, en dos Estados: la República Checa y la República de Eslovaquia. Fue esta una secesión pacífica y voluntaria.
g) Descomposición de Yugoeslavia. En la República Federal Socialista de Yugoeslavia las cosas fueron diferentes. La secesión produjo una infernal guerra civil con centenares de miles de muertos en combate. Las contradicciones internas fueron demasiado fuertes y, tan pronto como desapareció el régimen de Tito, empezaron a salir los sentimientos y resentimientos étnicos y culturales reprimidos por cuarenta años.
Hagamos un poco de historia.
El reino de Serbia, que se convirtió más tarde en Yugoeslavia —el pequeño Estado de 51.130 kilómetros cuadrados de extensión nacido en 1918 después de la Primera Guerra Mundial— estuvo originalmente integrado por Serbia, Montenegro, Croacia, Eslovenia, Macedonia y Bosnia bajo la férrea monarquía de Alejandro I.
Después de la Segunda Guerra Mundial y de la ocupación nazi, el frente de resistencia antifascista yugoeslavo llevó al poder al mariscal Josip Broz —mejor conocido como Tito—, quien suprimió la monarquía e implantó la república. Bajo su égida el país se mantuvo unido y disciplinado por casi cuatro décadas. Pero después de su muerte y a raíz del colapso del bloque marxista a comienzos de los años 90 del siglo anterior, Yugoeslavia se disolvió. Los croatas, eslovenos, macedonios y bosnios se independizaron y formaron otros Estados.
La “Gran Yugoeslavia”, que fue el sueño de los serbios, quedó reducida a Serbia y Montenegro. Sin embargo, a raíz de la secesión, Serbia, Bosnia y Croacia pronto se vieron envueltas en una cruenta guerra civil, con un aterrador saldo de más de 200.000 muertos y dos millones de refugiados.
En su trama infernal se entrecruzaron intereses territoriales, fanatismos religiosos, odios raciales, incomprensiones culturales, diferencias de lenguaje, fricciones políticas, viejas cuentas pendientes y pugnas militares.
Los serbios —que son cristianos ortodoxos— con su mayor poder militar, puesto que heredaron los equipos bélicos y los grandes arsenales de la vieja Yugoeslavia, intentaron formar la “Gran Serbia”con todos los territorios que tienen población mayoritaria de su raza. Consideraban, por tanto, que cualquier parte de Bosnia donde vivía una mayoría serbia debía ser incorporada a su territorio.
Los croatas, mayoritariamente católicos, tenían un proyecto semejante. Los musulmanes bosnios, defensores de una Bosnia multiétnica y pluricultural, atenazados por estos dos movimientos, se vieron forzados a buscar una alianza con los croatas y formaron la Federación Croata-Musulmana, con un parlamento común y fuerzas armadas unificadas, a fin de evitar la pérdida de nuevas porciones de su territorio. Mientras tanto, en el fuego cruzado entre los tres principales bandos de la guerra civil —musulmanes, serbios y croatas— la población indefensa se desangraba en medio de las balas, la carestía de alimentos, la destrucción de sus casas, el frío invernal y la carencia de todo.
El largo proceso de descomposición de la República Federal Socialista de Yugoeslavia, que se inició después de la muerte del mariscal Josip Broz Tito en 1980, culminó con el plebiscito del 21 de mayo del 2006 en el cual los ciudadanos de Montenegro, en ejercicio de su derecho de autodeterminación, decidieron la secesión del Estado federal de Serbia y Montenegro, fundado en la Constitución del 4 de febrero del 2003. Ya antes los seis grupos nacionales que integraban la vieja Yugoeslavia —Serbia, Croacia, Eslovenia, Bosnia, Montenegro y Macedonia— se habían desprendido de ella para buscar su propio destino nacional. Solamente Serbia y Montenegro se habían mantenido hasta ese momento leales al legado de la antigua Yugoeslavia.
El plebiscito de Montenegro enfrentó a «unionistas», encabezados por Predag Bulatovic, contra «independentistas», liderados por su primer ministro Milo Djukanovic. Los primeros querían mantener la unidad federal con Serbia, en los términos de la Constitución que consagró el pequeño Estado federal Serbia y Montenegro, y los segundos pugnaban por la formación de un Estado separado de Serbia, con plena soberanía nacional.
Con base en el triunfo de los independentistas —con el 55,5% de los votos— Montenegro optó por la secesión de Serbia y formó su propio Estado con sus 616.000 habitantes, que fue inmediatamente admitido como miembro de las Naciones Unidas.
Dos años más tarde, el proceso de descomposición de Serbia culminó con la secesión de su pequeña provincia de Kosovo, cuyo parlamento declaró unilateralmente la independencia nacional el 17 de febrero del 2008 y la constitución de un nuevo Estado. Eso ocurrió cuando el parlamento kosovar —con el voto de 109 de sus 120 diputados— proclamó la emancipación nacional como consecuencia de las viejas disputas internas y como reacción al brutal proceso de represión y de «limpieza étnica» que contra ella emprendió el gobierno serbio de Slobodan Milosevic en 1998.
Con 10.887 kilómetros cuadrados de territorio y una población de 1,8 millones de habitantes —en un 90 por ciento de origen albanés—, Kosovo se constituyó en un nuevo Estado, denominado República Democrática de Kosovo.
Pero su estatus político es materia de controversia. Serbia lo considera una provincia autónoma integrante de su territorio, de acuerdo con su Constitución y con la resolución 1244 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, aunque su administración, desde que terminó la guerra de Kosovo, está a cargo de la OTAN y de la Misión de Administración Provisional de las Naciones Unidas. Este episodio secesionista de los Balcanes inquietó a varios Estados, algunos de ellos muy lejanos del epicentro de los acontecimientos. En el seno del Comité de Ministros del Consejo de Europa el ministro serbio de asuntos exteriores, Vuk Jeremic, expresó que el caso de Kosovo es un «precedente peligroso».
La comunidad internacional estaba dividida en el año 2014: 108 de los 193 Estados miembros de las Naciones Unidas lo reconocían como Estado. Los restantes se habían negado a reconocerlo o se habían declarado neutrales frente al tema.
h) El caso de Canadá. Otro intento secesionista fue el ocurrido en Canadá el 30 de octubre de 1995, cuando la provincia francófona canadiense de Quebec celebró un plebiscito con el propósito de que el pueblo decidiera si ella debía seguir formando parte del Canadá o, por lo contrario, dada su identidad histórica, cultural y lingüística, debía constituirse en un nuevo Estado. Este no ha sido, por cierto, el único plebiscito en ese país. Ya en 1980 se convocó uno con el mismo propósito y el separatismo fue rechazado entonces por el 59,5% de los votos. La nueva consulta popular ha sido promovida por los líderes separatistas Lucien Bouchard, jefe del Bloque Quebequés; Jacques Parizeau, jefe del Partido Quebequés; y el líder del pequeño grupo de Acción Democrática, Mario Dumond. La pregunta, un poco alambicada, que se planteó a los votantes fue: “¿Acepta usted que Quebec se haga soberano después de haber ofrecido formalmente a Canadá una nueva asociación económica y política?” En esta oportunidad triunfó el “no” por una estrecha diferencia: obtuvo el 50,6% de los votos contra el 49,4% que se dio por el “sí”. En consecuencia, no hubo cambio y las cosas seguieron como estaban. Canadá continuó como Estado federal con todos sus actuales territorios. De sus 27,44 millones de habitantes, 6,9 millones (o sea el 25,1%) integran la provincia de Quebec, cuya superficie de 1’541.000 kilómetros cuadrados representa el 15,4% del territorio canadiense. Dentro de ella el 83% habla francés, el 11,2% inglés y el 5,8% otros idiomas. Aporta con el 22,3% de la totalidad del producto interno bruto de Canadá. Todo esto según cifras de 1995.
i) Sudán. El 9 de enero del 2011 se efectuó en Sudán un plebiscito para decidir si Sudán del Sur —con sus nueve millones de habitantes, principalmente negros y cristianos— se independizaba de Sudán del Norte —treinta y dos millones de árabes musulmanes— y formaba un nuevo Estado. La consulta popular fue parte del acuerdo general de paz del 2005 que puso fin a 40 años de violencia, disputas tribales y guerras civiles entre el norte musulmán y el sur cristiano, acaudilladas por los señores de la guerra, que dejaron más de trescientos mil muertos y cuatro millones de desplazados. Fue la guerra civil más prolongada de África, en la que se produjeron atroces violaciones de los derechos humanos y crímenes contra la humanidad. Las milicias árabes trataron de exterminar a la población negra del oeste y del sur de Sudán como parte de la “limpieza étnica” que propugnaban los líderes islámicos del norte. Aldeas enteras de población negra fueron saqueadas y quemadas por las bandas armadas de janjawid. Sus habitantes fueron masacrados o tuvieron que fugar. Los campesinos se vieron forzados a abandonar sus pequeñas y pobres fincas. Sufrieron el saqueo de sus ganaderías. Fueron décadas de crímenes inenarrables. Y, como consecuencia de esos acontecimientos, amplios sectores de su población quedaron sumidos en la miseria.
En el plebiscito triunfó la tesis de la secesión por la abrumadora mayoría del 98,83% de los votos. Los sudanses del sur eligieron así la formación del nuevo Estado, con sus 619.745 kilómetros cuadrados de territorio, que se incorporó en ese mismo año como nuevo miembro de las Naciones Unidas.
j) El independentismo catalán. El 13 de diciembre del 2009 se realizó un referéndum no vinculante —un plebiscito, en realidad— en 166 de los 946 municipios que componen Cataluña para que los electores catalanes y los inmigrantes empadronados se pronunciaran sobre la independencia política de la región, que tenía 7,5 millones de habitantes. La pregunta era: «¿Estás de acuerdo que Catalunya sea un Estado de Derecho independiente, democrático y social, integrado en la Unión Europea?» El 94,7% de los votantes se pronunció por el «sí» y el 3,5% por el «no». El proceso —impulsado principalmente por Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y Convergencia i Unió (CiU)— transcurrió en forma tranquila y normal, según afirmaron los diecinueve observadores internacionales que concurrieron al acto plebiscitario, pero solamente el 28% de los 700 mil votantes se acercó a las urnas.
El independentismo catalán —o secesionismo catalán— propugna la independencia de Cataluña, es decir, su secesión de España y su libre y directa integración a la Unión Europea. Afirma que Cataluña es una nación formada por la historia, la cultura, la lengua y el derecho civil catalanes y que ella alcanzará su máxima plenitud política, social y económica cuando se separe de España. Sostiene que la Generalitat —que es la autoridad política de Cataluña— debe convocar un referéndum para que el pueblo catalán decida su destino, puesto que «Som una nació. Nosaltres decidim», como se gritó en las calles de Barcelona durante la movilización popular independentista del 2010.
Los independentistas catalanes han salido masivamente a las calles en 1977 —por el Estatuto de autonomía de Cataluña—, en el 2010 bajo el lema: «Som una nació. Nosaltres decidim» y en el 2012 para proclamar: «Catalunya, nou estat d’Europa».
En esta nueva manifestación en favor de la independencia, organizada por la Assemblea Nacional Catalana (ANC), alrededor de un millón y medio de ciudadanos marcharon por las calles de Barcelona el 11 de septiembre del 2012, bajo el lema: «Catalunya, nou estat d’Europa», para pedir su separación de España o, por lo menos, la «constitución de un estado dentro de una España federal».
La marcha fue impulsada por el viejo partido independentista Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y los partidos nacionalistas catalanes Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), Unió Democràtica de Catalunya (UDC), Esquerra Unida y Alternativa (EUiA), Iniciativa per Catalunya Verds (ICV), Entesa pel Progrés Municipal (EPM), Solidaritat Catalana per la Independència (SI), Reagrupament, Democràcia Catalana y otros grupos.
El Congreso español en pleno, como respuesta a la movilización catalana, rechazó por amplia mayoría de votos el 9 de octubre del 2012 la posibilidad planteada por los catalanes de convocar un referéndum —un plebiscito, en realidad— para decidir el destino de la región. Los argumentos giraron en torno a la inconstitucionalidad de la propuesta, ya que, como dijo el presidente de la Comisión Constitucional del Congreso, Arturo García Tizón, se trataba de una «modificación constitucional encubierta».
Los diputados de los principales partidos españoles —el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), el Partido Popular (PP) y Unión Progreso y Democracia (UPyD)— rechazaron la posibilidad de consulta popular directa en Cataluña, propugnada por los partidos y grupos independentistas catalanes.
El parlamento de Cataluña aprobó el 23 de enero del 2013 —por 85 votos a favor, 41 en contra y 2 abstenciones— una “declaración soberanista” impulsada por los grupos políticos CiU, ERC e ICV-EUiA, en la que se definía a Cataluña como un “sujeto político y jurídico soberano” y se proponía decidir su futuro independentista a través de un referéndum.
Ferviente partidario de la independencia, el Presidente de la Generalitat, Artur Mas, señaló la trascendencia histórica de aquella decisión parlamentaria.
A pesar de la oposición del gobierno español y de la decisión del Tribunal Constitucional de suspender el proyecto de consulta popular, el gobierno catalán, al amparo de la Ley de Consultas aprobada con amplia mayoría en el pleno del Parlamento de Cataluña el 19 de septiembre del 2014, convocó el Procés de Participació Ciutadana sobre el futur polític de Cataluya, que se realizó el 9 de noviembre del mismo año. Dos fueron las preguntas: ¿Quiere que Cataluña sea un Estado? En caso afirmativo, ¿quiere que este Estado sea independiente?
Con la participación de alrededor del 33% de los votantes, el “sí” obtuvo el 80,76% de los votos en las dos preguntas propuestas y el “no” el 10,07%.
Las elecciones catalanas del 27 de septiembre del 2015 para elegir a los miembros del parlamento devinieron en una suerte de plebiscito sobre el tema de la independencia regional. Las dos listas independentistas sumaron el 47,8% de la votación total y alcanzaron 72 escaños en el parlamento catalán, que representaban la mayoría absoluta.
Los secesionistas de izquierda eran declarados anticapitalistas y contrarios a la Unión Europea (UE) —abogaban además por la supresión del euro—, mientras que los otros independentistas defendían una Cataluña independiente dentro de la constelación europea.
En claro desafío al gobierno central y a buena parte de la opinión pública española, el parlamento catalán aprobó el 9 de noviembre del 2015 —por 72 votos favorables frente a 63 contrarios— una resolución hacia la independencia, prevista para el 2017, en la que declaró “el inico del proceso de creación de un estado catalán independiente en forma de república” y “un proceso de desconexión democrática no supeditada a decisiones de las instituciones del estado español”.
La iniciativa surgió de los diputados de la coalición Junts pel Si y de los del grupo izquierdista Candidatura de Unidad Popular (CUP) —que fueron las formaciones triunfadoras en las elecciones regionales de septiembre de ese año— y apoyada por el grupo Juntos por el Sí. Los opositores, en cambio, sostuvieron en el curso del debate que la resolución contravenía el ordenamiento constitucional y legal de España.
La decisión independentista fue apelada por el gobierno español ante el Tribunal Constitucional —que días antes había rechazado la petición cautelar de suspender el debate sobre el tema independentista en el parlamento de Cataluña, que habían solicitado los partidos opositores— y al día siguiente el Tribunal, con el voto unánime de sus miembros, admitió a trámite el recurso del gobierno y suspendió la vigencia de la resolución independentista catalana.
k) La secesión de Crimea. Bajo presiones de su vecina Rusia, el 11 de marzo del 2014 la península de Crimea —con la ciudad de Sebastopol incluida—, por decisión de su órgano parlamentario regional, declaró su independencia de Ucrania y su integración política y territorial a Rusia. La decisión independentista fue ratificada cinco días después por los ciudadanos crimeos en un plebiscito, en el cual el 96,77 por ciento de los votantes se pronunció por la independencia nacional y la inserción de Crimea como provincia de Rusia. Consecuentemente, el presidente Vladimir Putin de la Federación Rusa; Vladimir Konstantinov, presidente del Consejo Estatal de Crimea; el primer ministro de Crimea Serguéi Aksiónov y el alcalde de Sebastopol, Alexéi Chaly, firmaron el acuerdo de incorporación de los nuevos territorios a la Federación de Rusia.
Dentro del acuerdo, Crimea fue considerada zona económica especial y Sebastopol asumió la calidad de ciudad federal —al igual que Moscú y San Petersburgo— dentro de la Federación Rusa. El Kremlin siempre tuvo interés por la secesión de Crimea, como en su momento la tuvo con Abjasia y Osetia del Sur, que se escindieron de Georgia para vincularse a Moscú.
La península de Crimea, con una superficie de 26.100 kilómetros cuadrados, tenía en ese momento una población de 2’033.700 habitantes, de los cuales el 58% era de origen ruso.
Estados Unidos y la Unión Europea, en respuesta a las presiones del Kremlin sobre Crimea, impusieron a Rusia una serie de sanciones económicas. La separaron del denominado grupo de los ocho —el G-8—, que era un foro de discusión de la economía mundial integrado por los países de mayor desarrollo económico: Estados Unidos, Alemania, Canadá, Italia, Japón, Inglaterra, Francia y Rusia. El gobierno de Washington amenazó a Rusia con el aislamiento político y económico internacional y bloqueó las millonarias cuentas depositadas por los miembros del círculo íntimo del presidente ruso Wladimir Putin en bancos norteamericanos.
Se creó una cierta tensión internacional, que a muchos recordó los tiempos de la guerra fría. Pero las potencias occidentales manejaron el asunto con suma prudencia, de modo que las tensiones bajaron de nivel.
l) El caso escocés. Por iniciativa de su gobierno autónomo y bajo presión de los partidos independentistas, Escocia —5’300.000 habitantes, 78.772 kilómetros cuadrados de territorio— promovió un plebiscito el 18 de septiembre del 2014 para consultar a su pueblo la secesión del Reino Unido —del que forma parte desde hace tres siglos— y la formación de un nuevo Estado. La pregunta fue: ¿Debería Escocia ser un Estado independiente? Y el resultado arrojó: 55,3% por el no y 44,7 por el sí. La tesis independentista fue derrotada tras un intenso y apasionado debate entre los dos bandos contendientes. La participación de los 4,3 millones de electores llamados a votar fue extraordinariamente alta: 86% de ellos concurrió a las urnas. El Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte —que es el nombre oficial del Estado inglés— está integrado por Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte. Su capital es Londres.