Los rebeldes nicaragüenses enfrentados a la dictadura de la familia Somoza pusieron el nombre de Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) a su movimiento insurgente, en recuerdo del jefe guerrillero liberal Augusto César Sandino (1893-1934), quien opuso tenaz resistencia armada a la ocupación de las fuerzas norteamericanas sobre Nicaragua a partir de 1912.
En esa época el gobierno norteamericano estaba interesado en construir un canal de agua, a través de Nicaragua, que uniera los océanos Pacífico y Atlántico. Y con tal propósito firmó con el gobierno nicaragüense en 1916 el Tratado Bryan-Chamorro, por el que los Estados Unidos obtuvieron el derecho de construir ese canal, de tomar en arrendamiento las islas del Maíz y de establecer una base naval en el golfo de Fonseca a cambio del pago de tres millones de dólares.
Para asegurar el cumplimiento del acuerdo desembarcaron en Nicaragua miles de marines norteamericanos. Lo cual desencadenó protestas en Nicaragua y produjo la empecinada resistencia del guerrillero liberal Augusto César Sandino, que tuvo un amplio respaldo popular y que obligó a los marines a retirarse en 1933 y a dejar el país bajo el control de la Guarda Nacional —fuerza militar creada en los años 20, adiestrada por asesores norteamericanos— comandada en ese momento por Anastasio Somoza (1896-1956) —apodado el “Tacho”—, quien impuso el orden a sangre y fuego y mandó asesinar a Sandino en 1934.
Tres años más tarde Somoza asaltó el poder mediante un golpe de Estado contra el presidente Juan Bautista Sacasa e implantó una dictadura sustentada por la Guardia Nacional, que se caracterizó por el <nepotismo, la <corrupción, el <autoritarismo, la represión y el <entreguismo a los designios norteamericanos.
Mediante elecciones amañadas ejercieron el poder sucesivamente el padre —que gobernó por 16 años— y sus hijos Luis y Anastasio Somoza Debayle. El gobierno de la familia Somoza y de sus testaferros —Lorenzo Guerrero, René Schick, Leonardo Argüello— duró en total 43 años.
El sandinismo se formó en la clandestinidad en 1962, por iniciativa de Carlos Fonseca y Tomás Borge, para promover la lucha contra la dictadura de la familia Somoza. Allí estuvieron también Edén Pastora, Santos López, Germán Pomares Ordóñez, Silvio Mayorga, Faustino Pérez, los hermanos Ortega y otros dirigentes. En sus orígenes fue un movimiento marxista —al menos lo fueron sus principales conductores— que tenía en la <revolución cubana su modelo y en Fidel Castro su héroe y que utilizaba los libros de filosofía y marxismo para principiantes del psicólogo y filósofo francés de origen húngaro Georges Politzer (1903-1942), por su claridad y sencillez, como textos de enseñanza para sus militantes. Eran los tiempos en que la onda de prestigio que rodeaba a los barbudos de la Sierra Maestra, muy fresca su hazaña revolucionaria, cubría toda la América Latina y estimulaba la imaginación de la gente joven.
Los líderes sandinistas mantuvieron vínculos estrechos con los revolucionarios cubanos en la década de los 60. En cambio, sus relaciones con el pequeño Partido Comunista Nicaragüense fueron muy tensas porque éste consideraba que la lucha armada era una forma de “aventurerismo” inadecuado para las condiciones del país. Controversia que, por cierto, fue muy parecida a la que se suscitó en Cuba entre los comunistas ortodoxos y el Movimiento 26 de Julio en los días de la Sierra Maestra.
El sandinismo, sin embargo, tenía en esos años tres claras direcciones: la del FSLN proletario marxista-leninista liderado por Luis Carrión y Jaime Wheelock; la de la guerra popular prolongada (GPP) de Tomás Borge y la de los terceristas, comandados por los hermanos Daniel y Humberto Ortega. Lo cual no impidió que hicieran alianzas tácticas con personalidades y sectores no marxistas de la sociedad nicaragüense, como Violeta Chamorro, Alfonso Robelo, Arturo Cruz y algunos sacerdotes católicos, en el curso de la lucha contra Somoza. Proponían un programa democrático que incluía elecciones libres, pluralismo político, libertad de expresión, sistema de economía mixta y política de no alineamiento en lo internacional.
El asesinato a comienzos de 1978 de Pedro Joaquín Chamorro, director del diario “La Prensa” de Managua —periódico de oposición al somocismo—, por agentes paramilitares, crimen del que se culpó directamente al presidente, condujo a Nicaragua al borde de una guerra civil. El Frente Sandinista se aprovechó del repudio nacional al asesinato para lograr la unificación de todas las fuerzas y facciones opositoras en el Frente Amplio de Oposición, liderado por el FSLN, cuya formación concluyó en abril de 1978.
El joven guerrillero Edén Pastora —mejor conocido como Comandante Cero—, acompañado de los comandantes Hugo Torres y Dora María Téllez, dirigió el comando sandinista integrado por 25 militantes que asaltó y tomó el 22 de agosto de ese mismo año el Palacio Nacional en Managua y dio con ello la señal de partida al alzamiento popular. Este fue, hasta ese momento, el golpe más duro contra Somoza. Y, según dijo Pastora, “mundializó la causa revolucionaria nicaragüense y la tornó irreversible”.
Entonces los partisanos nicaragüenses iniciaron una táctica envolvente de guerra de guerrillas contra los efectivos de la temible Guardia Nacional que defendía al gobierno de Somoza. Después de duros combates y muchas vicisitudes los guerrilleros sandinistas avanzaron sobre Managua en julio de 1979. Sintiéndose perdido —incluso los Estados Unidos le retiraron su apoyo—, Anastasio Somoza Debayle, hijo del fundador de la dinastía, renunció a su dictadura y el 17 de julio abandonó el país rumbo a Miami y después a Paraguay, donde murió asesinado en 1980.
El sandinismo entonces estableció un régimen de facto bajo el nombre de Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional hasta 1984, en que convocó elecciones libres que fueron ganadas ampliamente por el propio comandante sandinista Daniel Ortega.
El gobierno del FSLN desmontó la estructura de represión y pillaje establecida por la dinastía de los Somoza, impuso una política internacional independiente, nacionalizó la banca e impulsó el proceso de reforma agraria. Sin embargo, los seis años de su período presidencial (1984-1990) resultaron estrechos y las enormes dificultades económicas en que los Somoza dejaron a Nicaragua, unidas al bloqueo económico dispuesto por el gobierno de Ronald Reagan en 1981 y a las hostilidades desarrolladas por las fuerzas de oposición somocistas financiadas por la CIA norteamericana —los denominados <contras—, no permitieron al sandinismo ir más lejos en el camino de las reformas económicas y sociales.
El gobierno sandinista afrontó muchas dificultades porque los <contras, que eran somocistas contrarrevolucionarios alzados en armas a comienzos de los años 80 con la ayuda financiera y táctica del gobierno norteamericano y de su agencia central de inteligencia —la CIA—, conspiraron contra la estabilidad política, económica y social de Nicaragua. Operando desde bases secretas en Honduras y Costa Rica desataron acciones de violencia contra el régimen. Acosado por los problemas de la economía, que el gobierno norteamericano agudizaba con su bloqueo, Ortega convocó elecciones presidenciales en 1990, en lo que fue un acto histórico inédito: un movimiento revolucionario que había ganado el poder mediante los fusiles llamaba a que los ciudadanos se expresaran en las urnas.
Pero muy pronto se iniciaron las fricciones entre algunos de los dirigentes sandinistas. Edén Pastora —quien se autodefinía como socialdemócrata, antiimperialista y alejado tanto de la CIA como de la KGB—, después de haber desempeñado por corto tiempo las funciones de Viceministro del Interior, fue marginado del gobierno sandinista y vivió en el exilio, desde donde acusó al gobierno de Daniel Ortega de ineficiente, corrupto y supresor de las libertades. “Lo que está en Managua —dijo alguna vez— no es revolucionario ni sandinista”.
En el curso de su gobierno el FSLN se convirtió en partido político y desde entonces ha intervenido activamente en la vida pública de Nicaragua. Superando las pugnas interiores producidas por la heterogeneidad ideológica de sus miembros —puesto que había en su seno desde marxistas-leninistas, fidelistas y socialdemócratas hasta conservadores—, el sandinismo decantó y perfiló progresivamente su ideología hasta aproximarse al socialismo democrático y entró en relaciones fraternales con los partidos socialdemócratas, socialistas democráticos y laboristas alineados en la <Internacional Socialista.
Pero debido a su heterogeneidad ideológica el sandinismo sufrió varias escisiones en sus filas. Las más importantes fueron la del Comandante Cero en 1982, quien formó un nuevo grupo guerrillero denominado Frente Sandinista Revolucionario, con base en Costa Rica; y posteriormente la del exvicepresidente del gobierno sandinista Sergio Ramírez, quien constituyó el Movimiento de Renovación Sandinista.
Las magras conquistas del régimen orteguista pusieron en duda su carácter revolucionario porque ellas no tuvieron la profundidad ni la irreversibilidad de la impronta revolucionaria. Para decirlo en términos de José Ortega y Gasset, ella fue más un alzamiento contra los “abusos” y no contra los “usos”, es decir, una insurgencia contra los desmanes, extralimitaciones y corrupción del régimen somocista antes que contra la estructura económica y social nicaragüense.
En las elecciones de 1990 triunfó la candidata de la oposición, Violeta Barrios de Chamorro, a la cabeza de una amplia alianza de partidos y grupos que tenían como común denominador su animadversión al gobierno sandinista. Aunque Violeta fue una aliada táctica del sandinismo durante la lucha contra la dictadura y formó parte del primer tramo de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional coordinada por el comandante Daniel Ortega, ella fue postulada en 1990 por la derechista Unión Nacional Opositora (UNO), que coligó a las fuerzas contrarias al sandinismo. Aparte de sus calidades personales, ella gozaba del gran prestigio de ser la viuda de Pedro Joaquín Chamorro —el viejo luchador antisomocista que había participado en 1954 en el intento de derrocar al Tacho Somoza y cuatro años después en la invasión a Nicaragua desde Costa Rica—, asesinado a comienzos de 1978 por agentes de la dictadura.
El FSLN concurrió nuevamente debilitado a las elecciones presidenciales de octubre de 1996 y su candidato presidencial Daniel Ortega volvió a perder, esta vez bajo la candidatura derechista de la Alianza Liberal que postuló a Arnoldo Alemán.
Pero Ortega perseveró en su acción política. Participó en las elecciones presidenciales del 4 de noviembre del 2001 y, en lo que fue su tercera derrota electoral desde que ejerció el gobierno, fue vencido por el empresario Enrique Bolaños, candidato del gobernante Partido Liberal Constitucionalista (PLC), en las elecciones presidenciales celebradas el 4 de noviembre del 2001.
Cinco años más tarde Ortega, candidato del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), triunfó en los comicios presidenciales celebrados el 3 de noviembre del 2006 con el 38% de los votos sobre el acaudalado banquero Eduardo Montealegre, candidato de la Alianza Liberal Nicaragüense. El dirigente sandinista volvió a la presidencia al cabo de 16 años, después de tres derrotas electorales consecutivas.
La historia del sandinismo en esos años fue la historia de un movimiento revolucionario que, bajo el liderato de Ortega, derivó pronto en partido político: ganó el poder por la vía electoral en 1984, convocó elecciones para el próximo período en 1990 y perdió frente a Violeta Chamorro, hizo pactos con otras fuerzas políticas —algunos pactos contra natura—, se entendió con la cúpula eclesiástica y el liberalismo de Arnoldo Alemán —sus enemigos ideológicos—, recuperó el poder por la vía electoral en el 2006, sufrió incontables desgarramientos internos y la desafiliación de viejos militantes por causa de sus discrepancias con Ortega y afrontó todos los riesgos democráticos de un partido en el ejercicio del poder.
Pero, como dije antes, muy pronto se iniciaron las fricciones entre algunos de los dirigentes sandinistas, puesto que entre ellos había desde marxistas-leninistas, fidelistas y socialistas democráticos hasta conservadores.
Y una de las más duras querellas fue la promovida por el joven guerrillero Edén Pastora —quien se autodefinía como socialdemócrata, antiimperialista y alejado tanto de la CIA como de la KGB— cuando, después de haber desempeñado por corto tiempo las funciones de Viceministro del Interior, fue marginado del gobierno sandinista y tuvo que marchar hacia el exilio, desde donde acusó al gobierno orteguista de ineficiente, corrupto y supresor de las libertades. “Lo que está en Managua —dijo— no es revolucionario ni sandinista”.
Edén Pastora —mejor conocido como Comandante Cero desde que, acompañado de los comandantes Hugo Torres y Dora María Téllez, dirigió el comando sandinista de veinticinco militantes que asaltó y tomó el Palacio Nacional en Managua el 22 de agosto de 1978— fue quien dio la señal de partida al alzamiento popular puesto que, como él mismo lo dijo: “esa fue, hasta aquel momento, la más dura acción contra el régimen somocista” ya que “mundializó la causa revolucionaria nicaragüense y la tornó irreversible”.
El profesor de Salamanca Salvador Martí, especialista en asuntos nicaragüenses, hizo un profundo estudio del sandinismo y escribió en la “Revista de Ciencia Política”, Vol. 28 (2008), que la historia reciente de Nicaragua estuvo marcada por el retorno de Daniel Ortega a la Presidencia de la República en el 2007, tras ganar estrechamente las elecciones de noviembre del año anterior. Analizó la “dinámica de coaliciones y pactos que se sucedieron en la Asamblea Nacional, donde el FSLN es la minoría mayor”. Se refirió a la mutación sufrida por el sandinismo desde que perdió las elecciones en 1990 hasta que recuperó el poder en el 2007. Atribuyó el triunfo de Ortega a cuatro acontecimientos: “el pacto establecido entre Daniel Ortega y Arnoldo Alemán, el realineamiento electoral que transformó la dinámica presente en la arena política desde 1990, las características organizativas del FSLN y el discurso de campaña que elaboraron los sandinistas”.
Según Martí, en el desarrollo de los acontecimientos fue determinante el pacto de Ortega, en enero del 2000, con el presidente y líder del liberalismo Arnoldo Alemán, sobre quien pesaban acusaciones de caudillismo y corrupción.
En concepto de Martí, ese entendimiento sirvió no sólo para establecer el control bipartidista —PLC y FSLN— sobre las instituciones claves del Estado —Contraloría General, Corte Suprema de Justicia, Consejo Supremo Electoral y otras— sino también para terminar con la dinámica bipolar sandinismo-antisandinismo que prevalecía en la política electoral nicaragüense.
Explicó el profesor de Salamanca que “con la administración de Arnoldo Alemán (1997-2001), caracterizada por un desempeño clientelar, corrupto y caudillista, Ortega estableció garantías recíprocas con el entonces Presidente de la República para salir impunes de graves acusaciones que ambos tenían. En esta dinámica de no agresión y convergencia de intereses los dos caudillos sellaron un acuerdo —conocido como El pacto— en enero del año 2000”.
El indecoroso entendimiento condujo a la Corte Suprema de Justicia a revocar a comienzos del 2009 la condena de veinte años de reclusión que fue impuesta al expresidente Alemán por delitos de corrupción en el ejercicio del poder.
Martí puso énfasis en la serie de contradicciones que se dieron al interior del segundo gobierno sandinista. Señaló, en primer lugar, la distancia que se abrió entre el discurso sandinista radical de los primeros años de la revolución y las acciones gubernativas extremadamente moderadas y pragmáticas de su segundo gobierno, y luego el pacto Ortega-Alemán entre fuerzas que se decían progresistas y el gobierno ultraconservador, corrupto y clientelar del caudillo liberal, pacto que hubiera sido impensable dos décadas atrás. Finalmente, en las contradicciones entre la retórica izquierdista del sandinismo en la política internacional de la región y el confesionalismo y misticismo religioso internos que llevaron a Ortega a instruir “a todas las dependencias del gobierno a celebrar la purísima”, a declarar que la virgen María es la “María de Nicaragua” y a nombrar al cardenal Obando y Bravo —otrora furibundo enemigo del sandinismo y de la revolución— como presidente de la “Comisión Interinstitucional para el apoyo a la comisión de verificación, reconciliación, paz y justicia”, con rango ministerial.
Escribió Martí: “Este proceso de mutación acelerado ha convertido al FSLN en un partido que responde, en gran medida, al modelo profesional electoral con elementos caudillistas y con tácticas propias del partido cártel”. Según el profesor de Salamanca, el sandinismo “ha acabado por ser una organización pequeña y centralizada que prioriza la competición electoral, y caudillista porque sus máximos dirigentes —Daniel Ortega y, desde hace poco, su esposa— controlan con discreción los recursos institucionales y organizativos”. Y agregó: “Por todo ello cabe concluir que la adaptación del FSLN ha sido tan ‘exitosa’ y de tal envergadura que puede afirmarse que el Frente que ha vuelto al poder en 2007 por la vía electoral —más allá de la figura de Ortega— casi no mantiene elementos en común con el que, hace tres décadas, lideró una insurrección popular bajo la premisa de una transformación revolucionaria”.
En la que fue su séptima candidatura presidencial, Ortega fue reelegido Presidente de Nicaragua en las elecciones celebradas el 6 de noviembre del 2016 para su tercer período gubernamental consecutivo (2017-2021) y cuarto período general.
Lo hizo en compañía de su esposa Rosario Murillo —quien era la que en realidad mandaba en Nicaragua, a pesar de que su forma de pensar ni remotamente respondía a los viejos ideales de la revolución sandinista— puesto que, en una actitud abiertamente dinástica y típicamente “somocista”, se autodesignó candidata a la Vicepresidencia de Nicaragua.
El opositor Frente Amplio por la Democracia (FAD), que había llamado a abstenerse de concurrir a esa “farsa electoral”, sostuvo que más del 70% de los electores dejaron de ir a las urnas en aquella ocasión. Fue una abstención extraordinariamente alta, que sin embargo no fue registrada por el Consejo Supremo Electoral (CSE). Y es que, dada la falta de garantías de la autoridad eleccionaria, varios partidos y movimientos políticos se abstuvieron de participar.
La exguerrillera Dora María Téllez, disidente sandinista y militante del proscrito Movimiento de Renovación Sandinista (MRS), sostuvo en el curso de la campaña electoral que “la abstención es el único camino que hay”.
Y en aquellos momentos no dejaron de sorprender las declaraciones de monseñor Silvio Báez —la segunda autoridad de la Iglesia Católica en Nicaragua—, quien cuestionó en una homilía dominical el proceso electoral como “un sistema viciado, autoritario y antidemocrático”. Y lo dijo a pesar de la tendencia confesional que mantenía el gobierno de Ortega.
Por voluntad de presidente Ortega no se admitió en el proceso eleccionario observadores de la Organización de los Estados Americanos (OEA), de la Unión Europea (UE) ni de otros organismos internacionales. Solamente estuvieron presentes, atendiendo la invitación del gobierno sandinista, los exgobernantes Mauricio Funes de El Salvador —asilado a la sazón en Nicaragua para evadir el juicio por corrupción que la Corte Suprema de Justicia le seguía en su país—, Manuel Zelaya de Honduras y Fernando Lugo de Paraguay.
Los resultados oficiales arrojaron las siguientes cifras: el FSLN obtuvo el 72,5% de los votos, el Partido Liberal Constitucionalista el 15%, el Partido Liberal Independiente (PLI) 4,5%, el Partido Conservador (PC) 2,3%, Alianza Liberal Nicaragüense (ALN) 4,3% y Alianza por la República (APRE) 1,4%.
Al desconocer las cifras, Maximino Rodríguez, candidato presidencial del PLC, afirmó que “fue en los Consejos Electorales Municipales (CEM) donde se mutilaron los resultados electorales”.
Según informaron los medios de comunicación, durante las elecciones los centros de votación lucieron vacíos, pero las cifras oficiales del Consejo Supremo Electoral (CSE) —impugnadas por falsas por los partidos y grupos de oposición— señalaron que la participación ciudadana había alcanzado el 65,3%.