La palabra procede del latín salarium y vino al castellano por intermedio del inglés salary. Originalmente fue, en la antigua Roma, el estipendio en raciones de sal que recibían los soldados como parte de su remuneración total. La sal era en aquel tiempo un producto escaso y caro. De alguna manera llegó a ser un medio de pago y una medida del valor. Salarium provenía de sal. Ese es el origen de la palabra. Hoy significa el precio, expresado en dinero, que el empleador paga al trabajador por la compra de su <fuerza de trabajo en el proceso productivo. Puede el trabajador recibir otros beneficios en especie o en servicios, que en total integran su remuneración, pero el salario es solamente lo que percibe en dinero.
Es preciso señalar que el salario es el precio de la fuerza de trabajo y no del trabajo mismo. La diferencia está en que el trabajo es la capacidad total de producción de mercancías que el trabajador entrega al empresario mientras que la fuerza de trabajo es solamente la parte remunerada de ella. Un ejemplo puede contribuir a aclarar las cosas: supongamos que un obrero, en su jornada de ocho horas, produce mercancías por valor de 10 dólares y recibe 5 dólares de salario. La plusvalía con que se queda el empresario es de 5 dólares. Si el empresario le pagara por el trabajo, tendría que entregarle 10 dólares, que es la cantidad que ese trabajo rinde; pero solamente le paga por la fuerza de trabajo estipulada contractualmente en la mitad. Esto permite al capitalista beneficiarse con la plusvalía, o sea con la diferencia entre lo que produce el trabajador y lo que recibe como salario. Desde esta perspectiva, bajo el régimen capitalista, la fuerza de trabajo es una mercancía, como cualquier otra, que el trabajador vende al dueño de la empresa a cambio del salario.
Esta fue la conclusión a la que llegó Carlos Marx (1818-1883) después de sus investigaciones. Lo que el capitalista compra al obrero, mediante el salario, no es su trabajo sino su fuerza de trabajo. Si comprara el trabajo tendría que pagarle todo lo que éste es capaz de producir y entonces no quedaría lugar para la plusvalía.
La palabra salario se refiere al estipendio por el trabajo manual, no por el intelectual. Aunque no es fácil señalar con precisión el límite que separa a estas dos formas de labor, porque en rigor todo trabajo es de alguna manera intelectual, la distinción tradicional obedece al predominio de “lo intelectual” o de “lo manual” en la tarea desempeñada.
Vistas así las cosas, el salario es la paga del obrero y el >sueldo la del funcionario o empleado. Esta significación, sin embargo, es diferente en el inglés, que es de donde viene la palabra castellana. En él se denomina salary a la retribución estipulada por servicios profesionales o administrativos y wages al estipendio del obrero o del trabajador doméstico.
El salario puede fijarse en proporción a las unidades de obra producidas por el trabajador, es decir, al trabajo a destajo que realice, o en función de la unidad de tiempo trabajada: hora, día, semana, quincena o mes, independientemente de su rendimiento. Puede responder a un contrato escrito y formal o a un contrato tácito que se perfecciona con la sola relación fáctica de trabajo.
La legislación de los países suele limitar la autonomía de la voluntad en la contratación laboral, a fin de proteger los intereses de la parte más débil en ella, que es el trabajador. El mecanismo es usualmente la fijación de topes salariales básicos para cada rama de actividad —salarios mínimos o salarios básicos—, por debajo de los cuales no es lícito estipular la remuneración laboral. La ley ejerce tutela los intereses del trabajador, salvo en los países que se rigen por los cánones del <neoliberalismo, en los cuales la <fuerza de trabajo, como cualquier otra mercancía, está sujeta a la ley de la oferta y la demanda.
El “salario básico” o “salario mínimo”, que es la retribución de soporte fijada por la ley o por el <contrato colectivo de trabajo para cada rama o categoría de la actividad laboral, es un concepto propio del Derecho Laboral. Es la remuneración que debe recibir como mínimo el trabajador por la prestación de sus servicios. El empleador no puede convenir un estipendio menor aunque el trabajador se allanara a él. La ley lo prohíbe. Si de hecho esto ocurriera, el trabajador podrá reclamar en cualquier momento e imprescriptiblemente, incluso después de terminada la relación laboral, la diferencia de la que es acreedor.
Se acostumbra distinguir el salario nominal del salario real. El primero se expresa en unidades monetarias actuales cuyo poder de compra, en las economías de inflación, sigue una curva descendente a medida que pasa el tiempo. En él opera la “ilusión monetaria” de que hablaba John Maynard Keynes (1883-1946), según la cual el “alza” nominal de los salarios no supone el aumento de su capacidad de compra. En cambio, el salario real se expresa en términos de poder adquisitivo, que incrementa la capacidad de compra del trabajador con relación al nivel general de precios. El salario real, como lo reconoció Marx en “El Capital” (1867), permite al trabajador dentro del régimen capitalista “ampliar el círculo de los disfrutes, alimentarse mejor, vestirse mejor, adornar sus casas mejor y constituir pequeñas reservas de capital”. Esto, sin perjuicio de su afirmación de que en el sistema capitalista todo salario es injusto.
Finalmente, debo decir que el salario, desde la perspectiva del empleador, es un coste de producción; en tanto que, desde el punto de vista del obrero, es una renta. Aquí se origina la contraposición entre los intereses del empresario, que para bajar los costes de producción busca disminuir el salario, y los del trabajador, que pretende incrementar todo lo que pueda su renta, para lo cual acude a la legislación laboral y al <contrato colectivo. A la postre es el Estado el que entra a mediar en el conflicto.