Se llaman así las agrupaciones que han emergido recientemente como actores de la vida pública de los Estados. Si bien formalmente ellos están comprometidos con diversas áreas específicas del quehacer público —como la defensa de los derechos humanos, el amparo de las minorías, la protección de los pueblos indígenas, la lucha contra la discriminación femenina, la defensa del medio ambiente, la promoción de la paz y el desarme, el combate contra la corrupción, la protección de los consumidores y muchas otras—, su motivación de fondo es eminentemente política aunque no lo reconozcan así sus promotores y dirigentes. Estos grupos son parte de lo que se ha dado en llamar la >sociedad civil. Generalmente invocan ideas movilizadoras de la gente, cuestionan el <establishment y se lanzan incluso contra los “viejos” movimientos obreros, las prácticas socialistas y los “íconos” sindicalistas de corte tradicional. Y por supuesto contra los partidos políticos, a los que culpan de los desastres sociales, y respecto de los cuales abrigan secretos deseos de sustituirlos.
Son movimientos de diversificación y fragmentación de las sociedades. Suelen hacer hincapié en la autonomía de la sociedad civil respecto del Estado. Proclaman la obsolescencia del sindicalismo tradicional. Incluso hay algunos sectores obreros que ya no cierran filas en los sindicatos sino que han optado por los nuevos movimientos sociales.
En todo caso, está bastante clara la intención de sus miembros de ocupar el lugar de los políticos “formales” en sus relaciones con el Estado, de crear nuevos actores sociales y de trasladar hacia ellos la representación política de la colectividad. Aprovechan para sus propósitos el ansia de algunos sectores de la sociedad de que se constituyan organismos intermedios como nuevas instancias de expresión de sus ideas, intereses y reclamos.
Algunos de estos movimientos agrupan a aquellos que el sociólogo francés Alain Touraine, en su libro “¿Cómo salir del Liberalismo?” (1999), llama los “sin”: los “sin techo”, los “sin tierra”, los “sin hogar”, los “sin papeles”, los “sin trabajo”, quienes desde su profunda sumersión social cuestionan duramente la organización política.
En Brasil el Movimiento de los Sin Tierra (MST), que agrupa a los individuos y familias que quieren ser pequeños propietarios agrícolas, fue fundado en 1979 y se ha convertido en uno de los movimientos sociales más importantes de América Latina. Ha recibido el apoyo de algunos miembros de la clerecía y de marxistas disidentes de los dos partidos comunistas que existen oficialmente. La organización de los sem terra ha cobrado grandes dimensiones y, desde hace más de dos décadas, se ha convertido en un grupo de tensión en favor de la reforma agraria y del cambio de los sistemas de tenencia de la tierra. Para ello ha realizado gigantescas movilizaciones hacia Brasilia, ha presionado para la expedición de un estatuto de la tierra y ha invadido zonas agrícolas para tratar de resolver el problema de los campesinos pobres. Aunque el MST no tiene personería jurídica, no es un partido político ni una asociación civil legalmente constituida, impulsa una de las acciones reivindicatorias más vigorosas de la región latinoamericana. Ha puesto en cuestión el derecho de la propiedad, ha invadido fincas rurales y ha marcado posiciones de demanda muy claras en respuesta a la concentración de la tierra y de los ingresos que ha imperado tradicionalmente en el Brasil y que es una de las más agudas en América del Sur. Con ello ha puesto en estado de alerta a los tres poderes del Estado y ha ganando la atención de los medios de comunicación.
Bajo presión de Estados Unidos, a comienzos de los años 60 del siglo anterior los países latinoamericanos pusieron en marcha procesos de reforma agraria con el propósito de superar los sistemas injustos de tenencia de la tierra. El Brasil lo hizo en 1964. Sin embargo, la reforma agraria brasileña no resolvió el problema de la concentración de la tierra agrícola. Como respuesta a esto y al conflicto que siempre hubo en el Brasil entre los titulares y los poseedores de la tierra, o sea entre los que ostentan los títulos de propiedad de la tierra y los que están en posesión de ella, surgió el MST con su propio programa de justicia agraria. Se opuso a la simple colonización de tierras baldías y promovió invasiones de propiedades no cultivadas. Ese programa fue más allá de la reforma agraria deseada: cuestionó los propios principios del neoliberalismo que se aplicaban en el Brasil y se propuso cambiar en su conjunto la política económica del gobierno. La fuerza de los sin tierra ha sido capaz de obligar al gobierno brasileño a crear el Banco de la Tierra en 1996.
El 25 de julio del 2000 se celebró el Encuentro Internacional de Los Sin Tierra en la ciudad de San Pedro de Sula, Honduras, al que asistieron delegados campesinos de veinte países del mundo para discutir los efectos de las políticas neoliberales aplicadas en los cinco continentes y la lucha de los pobres por la tierra. En un comunicado oficial los concurrentes denunciaron que “la tierra se concentra cada día más en pocas manos mientras que muchas manos son excluidas de manera sistemática del desarrollo rural”.
Los nuevos movimientos sociales, generalmente impulsados por la intelectualidad progresista, pretenden asumir la representación de ciertos segmentos de la sociedad, aunque nadie les haya elegido para ello ni les haya conferido esa representación, y ocupar el lugar de los partidos. Y como los campos en los que ellos actúan colindan con la política —ambientalismo, derechos humanos, minorías étnicas y otros de este orden— siempre tienen la tentación de hacer política invocando la “no política”.
Según la tipología propuesta por el sociólogo francés Alain Touraine, estos movimientos se definen en función de tres principios fundamentales: principe d’identité, principe d’opposition y principe de totalité. O sea en función de la identidad del movimiento, de los grupos a los cuales él se opone o considera sus enemigos y de la propuesta social que exhibe.
Estos tres factores son claves para catalogar a los movimientos sociales, establecer la definición que cada uno de ellos hace de sí mismo e identificar los intereses que representa, las oposiciones externas que reconoce y los objetivos sociales que persigue.
Se pueden y se deben crear nuevos grupos sociales y formas no tradicionales de asociacionismo para defender los múltiples intereses humanos que bullen en la sociedad. Esto es parte del pluralismo democrático. Pero nada de ello podrá suplantar la acción de los partidos políticos, que deben tener una visión universal de los problemas. Resulta conveniente que se creen organizaciones para la defensa de valores específicos de los grupos sociales, que no siempre han merecido la atención de los partidos. Eso enriquece la vida democrática de la sociedad. Pero tales organizaciones no pueden asumir la representación política de ella en su conjunto ni están en aptitud de afrontar la universalidad de los problemas sociales. Si lo hicieran se convertirían en >partidos políticos.
Ha sido la crisis de identidad, de prestigio y de credibilidad que envuelve a los partidos la que ha favorecido la aparición de estos grupos en el seno de sociedades trizadas que con frecuencia tienen la percepción de que ellos anteponen sus intereses de grupo a las conveniencias colectivas o de que dejan caer en el olvido las metas nacionales. Más aun: creo que este hecho responde a un fenómeno más amplio y más profundo: la crisis de las intermediaciones. De todas ellas: de las intermediaciones políticas, religiosas, laborales, sindicales y culturales. El mundo actual vive el colapso total de ellas. La gente no quiere ser representada: prefiere hacer las cosas por sí misma y sin intermediarios. Y a corto plazo este fenómeno socavará también la propia integridad de los nuevos movimientos sociales. Cosa que ocurrirá cuando la gente vea que ellos han reproducido las viejas e inevitables formas de intermediación.
Fueron los sociólogos norteamericanos los que introdujeron esta expresión al vocabulario político juntamente y como parte del concepto de >sociedad civil, que tanto éxito alcanzó en los años 90. Ellos fueron los que hablaron de new social movements para tratar de formar contrastes con los “viejos” movimientos obreros o con los “viejos” partidos políticos, a los que consideraron trasnochados. De allí tomaron la expresión los investigadores de las ciencias sociales latinoamericanos para designar a estos grupos emergentes que enfocan sus acciones más hacia la sociedad que hacia el Estado pero que no logran comunicar con entera claridad sus propósitos. De ahí que el investigador Alberto Melucci —que tanto contribuyó a difundir esta expresión— se preguntaba con mucha razón a comienzos de los años 90: what’s “new” in the new social movements?
La tendencia a formar movimientos sociales —el “movimientismo”, para usar un neologismo aún no aceptado por la lengua castellana— obedece no sólo a la inclinación natural del hombre de participar, expresarse, ser alguien, pertenecer a algo, estar en algún lugar, obtener identidad, buscar reconocimiento, sino también a la exacerbación de la “dialéctica del disentir”, hoy más fuerte que siempre, que cuestiona muchas cosas, impugna el <establishment y promueve <contraculturas y subculturas.
Los movimientos sociales nuevos tienden a sustituir la organización vertical —propia del Estado, de las instituciones gubernativas, de las corporaciones privadas, de las iglesias e, incluso, de los partidos políticos— por una organización primordialmente horizontal, de disciplina más laxativa, que representa una nueva forma de intermediación entre sectores específicos de la sociedad y el poder.
En los últimos años estos movimientos, por la naturaleza de los temas que afrontan y por su propia dinámica, han tendido a internacionalizarse. Muchas de sus reivindicaciones son de carácter global: protección del medio ambiente, defensa de los derechos humanos en todos los territorios, reivindicaciones feministas, rechazo a los alimentos transgénicos, impugnación de la deuda externa, supresión de los >paraísos fiscales, regulación de la actividad de las empresas transnacionales, disminución de los presupuestos militares, antiarmamentismo, antiglobalización, defensa de las manifestaciones culturales vernáculas, comercio internacional justo, gravación de los capitales internacionales, condena al trabajo infantil. La lista es interminable. Los movimientos se valen de internet para promocionar sus demandas y para convocar a sus movilizaciones callejeras. Las calles de Davos, Seattle, Ginebra, Washington, Seúl, Durban, Okinawa, Melbourne, Praga, Porto Alegre han sido escenarios en los últimos años de sus manifestaciones masivas de protesta, especialmente contra la <globalización y los globalizadores.
Algunos de estos movimientos sociales han alcanzado resonancia global en el nuevo siglo, como el Foro Social Mundial, la Acción por la Tributación de las Transacciones Financieras en Apoyo a los Ciudadanos (ATTAC), las organizaciones de seguimiento de la cumbre de mujeres en Pekín, la Direct Action Network, el Global Watch y muchos otros que han abanderado las aspiraciones de los grandes grupos excluidos.