Con esta expresión se designa la reformulación del sistema internacional financiero, monetario, crediticio, cambiario y comercial que surge de determinados acontecimientos políticos y económicos de escala regional o global y de la correlación de fuerzas entre los Estados hegemónicos.
Al concluir la primera y la segunda guerras mundiales emergieron sendos órdenes económicos internacionales impuestos por las potencias vencedoras para proteger sus intereses políticos, geopolíticos, económicos, geoeconómicos y militares.
Después de la segunda conflagración mundial, a partir de la Conferencia Monetaria y Financiera convocada por las Naciones Unidas en Bretton Woods, New Hampshire, Estados Unidos de América, en julio de 1944, emergió un nuevo orden económico internacional de carácter bipolar que imperó en el mundo por más de cuatro décadas hasta la implosión de la Unión Soviética y la terminación de la guerra fría a finales de los años 80 del siglo XX.
El sistema se caracterizó por una doble bipolaridad: la bipolaridad horizontal norteamericano-soviética y la bipolaridad vertical norte-sur. La creación del sistema —con sus instituciones, principios, normas y usanzas— obedeció a las circunstancias internacionales prevalecientes en la segunda postguerra y se desenvolvió al ritmo de las vicisitudes de la guerra fría.
Pero cuando ésta terminó y advinieron nuevas condiciones en el mundo, el orden económico internacional nacido y formado en la segunda postguerra quedó desactualizado y fue reemplazado por un nuevo orden internacional, de carácter unipolar, impulsado por la potencia vencedora de la guerra fría.
Parte fundamental del viejo orden fueron los organismos financieros, monetarios, crediticios y comerciales nacidos a mediados del siglo XX en Bretton Woods: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) —llamado también Banco Mundial—, creados en la Conferencia Monetaria y Financiera celebrada por las Naciones Unidas en julio de 1944, y el Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT) instituido en 1948.
En conformidad con el nuevo orden de cosas que surgió a raíz del fin de la guerra fría, el GATT fue reemplazado en la conferencia celebrada en la ciudad de Marrakech, Marruecos, en abril de 1994, por la Organización Mundial del Comercio (OMC), que entró a regir a partir del 1 de enero de 1995 y que respondió al nuevo orden económico internacional de la postguerra fría, acaudillado por Estados Unidos de América. La renovada organización mercantil internacional está compuesta por un Consejo General y por tres consejos especiales: uno de comercio de mercancías, otro de comercio de servicios y otro de los derechos de propiedad intelectual relacionados con el comercio internacional. Los propósitos para los que fue creada son, entre otros, los de alcanzar la reducción sustancial de los aranceles aduaneros, el abatimiento de los obstáculos al comercio internacional y la eliminación del trato discriminatorio en las relaciones comerciales.
Las llamadas “instituciones de Bretton Woods” han debido también modificar sus prioridades y procedimientos, con miras a las nuevas circunstancias mundiales.
En la medida en que tiene incidencia económica, también forma parte del contexto general del nuevo orden económico y político internacional la reciente doctrina de la >seguridad nacional formulada por el gobierno norteamericano a raíz de los atentados terroristas islámicos del 11 de septiembre del 2001 contra las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York y el Pentágono de Washington, que dejaron 3.248 muertos e incuantificables daños materiales. El hecho de que aviones comerciales con centenares de pasajeros a bordo fueran utilizados como misiles contra objetivos civiles traumatizó a la sociedad norteamericana. El gobierno de George W. Bush formuló una nueva doctrina de la seguridad nacional de los Estados Unidos —destinada a reemplazar a la que rigió durante la <guerra fría—, que se plasmó en el documento “The National Security Strategy of the United States of America”, expedido por la Casa Blanca el 17 de septiembre de 2002, que resumió los objetivos y las prioridades de la seguridad norteamericana para el nuevo siglo, cuyos elementos fundamentales eran el unilateralismo y la anticipación en la lucha contra el terrorismo global.
A partir de ese momento los Estados Unidos se desligaron de su obligación de consultar con otros Estados o con las instancias de la comunidad internacional para tomar iniciativas tempranas contra el enemigo suicida, invisible y ubicuo, dotado de ingentes recursos financieros y tecnológicos, que había hecho su ingreso a la historia. Los conceptos de multilateralismo y contención de la guerra fría fueron sustituidos por los de unilateralismo y acción preventiva en el ejercicio de la legítima defensa. Los objetivos estratégicos de Estados Unidos fueron colocados por encima de la ley internacional. Y la Unión Europea siguió por el mismo sendero. Aprobó su propia doctrina de seguridad a espaldas de la comunidad internacional y en términos de autonomía respecto a Estados Unidos y creó una fuerza de reacción rápida de 60 mil efectivos para actuar en casos de contingencia contra “Estados irresponsables” que protejan o promuevan el terrorismo sin fronteras.
El multilateralismo, que fue un alto valor de la segunda postguerra y que tantos y buenos servicios prestó a la humanidad durante la confrontación Este-Oeste, entró en una severa crisis dentro del nuevo orden político y económico internacional. Y las Naciones Unidas, llamadas a instrumentarlo, fueron también invadidas por una terrible crisis existencial. La propia Secretaria de Defensa del gobierno norteamericano, Condoleeza Rice, acusó por esos días públicamente a la Asamblea General de estar integrada por una alta mayoría de Estados cuyos gobiernos carecían de credenciales democráticas.
En cuanto a la polaridad norte-sur, los países meridionales desde hace varias décadas vienen luchando perseverantemente para lograr una modificación fundamental del sistema internacional de la postguerra y, después, contra el de la postguerra fría, ya que ni el orden bipolar ni el orden unipolar han sido compatibles con sus intereses vitales: el primero por la hegemonía política y económica de las dos grandes potencias y, el segundo, por la dominación sin contrapesos de la potencia triunfadora en la confrontación Este-Oeste.
El llamado diálogo <norte-sur, que se inició en 1974 pero que sufrió maniobras dilatorias de los países industrializados y que finalmente se interrumpió después de la reunión de la UNCTAD V en Manila a fines de los años 70, tuvo este propósito. La idea fue reemplazar el viejo orden económico internacional bipolar por un nuevo orden que hiciera justicia a los países pobres, les diera una equitativa participación en el ingreso mundial y les permitiera compartir los beneficios del progreso.
Pero el diálogo norte-sur no pudo reanudarse a pesar de los renovados argumentos presentados por los países del tercer mundo en la UNCTAD VI de Belgrado en 1983 —o talvez precisamente por la fuerza de ellos—, que sostuvieron que la reactivación del desarrollo del sur es esencial para la recuperación de la economía mundial y para la propia convalecencia de las economías de los países industriales, aparte de las consideraciones ecológicas que hoy son tan importantes.
La Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó en 1974, a instancias de los países pobres, el programa de acción para el establecimiento del nuevo orden económico internacional y reconoció, por primera vez, que la injusticia económica entre los Estados constituye una amenaza para la paz y la seguridad en el mundo.
Este programa, por supuesto, no tiene valor vinculante para los Estados pero sí una gran importancia moral.
Sobre el tema se trató en la Conferencia de Cooperación Económica Internacional de París en 1977, en las reuniones de la UNCTAD (United Nations Conference on Trade and Development) de Nairobi en 1976, de Manila en 1979 y de Belgrado en 1983, en el GATT en 1979, en la Conferencia sobre Recusos Naturales celebrada en Nairobi en 1981, en la Conferencia sobre los Países Menos Avanzados de Paris en el mismo año y en la cumbre de Cancún, México, los días 22 y 23 de octubre de 1981 con la asistencia de veintidós jefes de Estado y de gobierno.
Lamentablemente, el tratamiento del tema fue excesivamente retórico y muy poco concreto. Imperaron siempre las reticencias de los países desarrollados a sustituir el viejo orden que, al decir del propio Secretario General de las Naciones Unidas de aquel tiempo, Kurt Waldhein, no solamente que era “de lo más inadecuado en relación con las necesidades de la comunidad mundial” sino que incluso, con respecto a la acusación que se le formulaba de que funcionaba en favor de los países ricos y contra los pobres, “en el momento presente ni siquiera puede afirmarse ya que funcione bien para los ricos”.
Hoy, en el marco de las condiciones políticas y económicas internacionales surgidas a partir de la terminación de la guerra fría, en medio de la fiebre aperturista y liberalizante, la necesidad de modificar el orden económico internacional está virtualmente olvidada. Nadie habla de ella. Todo conspira contra la implantación de un nuevo sistema de relaciones económicas entre los Estados y apuntala el orden económico unipolar de la postguerra fría.
Pero pienso que, a pesar de los silencios y de los retrocesos, el propósito de modificar el orden económico internacional en beneficio de los países pobres debe mantenerse en pie. Hoy más que siempre es imprescindible revertir el flujo de recursos financieros del sur hacia el norte, buscar una solución a la carga de la deuda externa de los países pobres, combatir la pobreza como uno de los arbitrios para el afianzamiento de la paz y la defensa del medio ambiente, establecer mecanismos internacionales independientes a fin de evaluar las necesidades de los países subdesarrollados, formular nuevos indicadores para medir sus realidades económicas y sociales, abatir las barreras proteccionistas que afectan a las exportaciones del tercer mundo, estabilizar los precios internacionales de sus productos primarios, crear sistemas de protección —mediante disposiciones de contingencia en los acuerdos internacionales— que defiendan a las economías periféricas de la fluctuación de los tipos de interés y de cambio internacionales, y adoptar otras medidas para la prevención de las diversas eventualidades económicas y financieras dañosas que amagan a los países pequeños.
La reforma del sistema financiero internacional es un imperativo para promover la transferencia de los recursos del norte que son indispensables para el desarrollo del sur. Tal como están las cosas, no es posible el desarrollo sin la cooperación financiera internacional. Los países del sur requieren importantes volúmenes de capital externo para financiar su desarrollo.
Y un tema de vital importancia en esta reorganización es la transferencia tecnológica. Bien sabemos que no hay desarrollo posible sin el aporte de la >tecnología. Pero ella pertenece a los países del norte y está protegida por un sistema de marcas de fábrica, nombres comerciales, patentes y derechos de autor que se torna cada vez más riguroso. Los países del sur, compradores de tecnología, carecen por lo general de la capacidad necesaria para obtener condiciones equitativas en esa negociación. El resultado es el dominio y la explotación de los vendedores de tecnología. De donde nace la necesidad de alcanzar, como parte de la reorganización del sistema, una flexibilización del mercado del conocimiento tecnológicio que permita a los países meridionales acceder a él y utilizarlo para su desarrollo.
Todo esto forma parte de lo que se denomina nuevo orden económico internacional (NOEI).