La palabra proviene de noble y ésta de latín nobilis que originalmente significaba ”principal”, “excelente”, “superior” o “aventajado” en cualquier línea. Ese es, en realidad, el origen histórico de la palabra. En los albores de la sociedad sedentaria los “principales” ejercían el mando del grupo, conducían sus milicias o se apropiaban de la tierra. Eso les dio poder, riqueza y honores. Y pronto se convirtieron en los “nobles” del grupo y transmitieron hereditariamente esa calidad a sus descendientes.
Aristóteles denominó a la nobleza eughenia, que en griego quiere decir “bien nacido”, y la definió como la antigüedad de la riqueza y el mérito. Para Cicerón la nobleza se fundaba en la virtud y sus privilegios se desprendían de los miramientos que la sociedad debía a la vida virtuosa.
La palabra nobleza tiene hoy dos significaciones fundamentales: la forma de comportamiento de dignidad y consecuencia, en la que la persona se respeta a sí misma y respeta a las demás; y el grupo social que dominó por derecho de sangre en las sociedades de la Antigüedad, en la sociedad feudal y, aunque decadente, en las sociedades estamentales europeas de los tiempos de la monarquía absoluta.
Con diversas denominaciones —brahamanes en la India, sparciatas en Laconia, eupátridas en Atenas, patricios en Roma, señores de la tierra en la Edad Media europea, hijosdalgo en España, gentlemen en Inglaterra— la nobleza existió siempre, en todos los tiempos y en todas las sociedades. Y se consolidó en torno al poder. En la sociedad bárbara, en la sociedad antigua, en la sociedad feudal, en el absolutismo monárquico y aun después, muy a pesar de la revolución de Francia, la nobleza estuvo presente como clase privilegiada, convencida de que era no solamente una institución social necesaria sino también una raza superior.
La nobleza constituía una clase cerrada y hereditaria. Los matrimonios de sus miembros eran endogámicos, aunque los títulos nobiliarios se transmitían hereditariamente sólo por la vía paterna. Fue un grupo impenetrable que estuvo a punto de constituir una <casta semejante a las que existieron entre los antiguos egipcios, hebreos e hindúes, que ocuparon un lugar inamovible en la sociedad y cuyos miembros vieron en los oficios que les correspondió desempeñar el designio inmutable de los dioses. La ética de cada casta se encargó de glorificar su ejercicio como un mandato inexorable y aseguró el enclaustramiento de cada persona en su casta.
Desde que el mundo es mundo los bravos y los ricos, es decir, los que quisieron y pudieron imponerse, fueron los “superiores”, los “primeros”, los “nobles”. Mediante el esfuerzo bélico en la guerra o por el ingenio en la paz ellos impusieron su autoridad. En los pueblos de la Antigüedad la nobleza era de origen guerrero, en los imperios romano y bizantino la nobleza era primordialmente cortesana, en la Edad Media era señorial y estaba ligada a la tenencia de la tierra, volvió a ser cortesana en la monarquía absoluta europea y después las sociedades burguesas sustituyeron la nobleza de la sangre por el dinero.
En la vieja república de Venecia existió el título honorífico de “noble veneciano”, que tuvieron los descendientes de las 16 familias que dieron origen a su gobierno aristocrático. Este título después se extendió a muchas otras familias en varias épocas. Noble fue también en Aragón, a partir de fines del siglo XIV, un título de honor que otorgaba el rey para distinguir o recompensar a los súbditos por acciones heroicas o por especiales servicios prestados a la corona.
Fue de la sociedad medieval de la que arrancó la “institucionalización” del régimen nobiliario, que se consolidó luego al amparo de la monarquía absoluta. Por eso es difícil para los países que no tuvieron un pasado feudal ni monárquico concebir siquiera la noción o idea de nobleza. En esos tiempos este concepto estuvo asociado al coraje y al honor. Y desde entonces apareció un verdadero escalafón de categorías nobiliarias: duques, condes, maqueses, vizcondes, barones y demás señores de orden inferior. Cada noble feudal era señor en sus dominios, sin perjuicio de la supremacía que el rey ejercía sobre todos y de su facultad de imponer tributos.
Estas jerarquías pasaron a la modernidad. El absolutismo monárquico las consagró en el brillo de sus cortes, aunque bajo el sometimiento al monarca. Luis XIV en Francia redujo a la nobleza a un espléndido e inútil ornamento de la corte de Versalles. Cuando la insurgencia de los sans culottes sorprendió al ancien régime, la sociedad estaba dividida en tres estamentos perfectamente diferenciados: la nobleza, el clero y el <estado llano.
En las sociedades tradicionales los títulos nobiliarios conferían muchos privilegios que eran hereditarios por la línea paterna. La nobleza llevaba anexas prerrogativas muy especiales. Los más elevados y honrosos cargos estaban reservados para los nobles. Ellos tenían acceso preferencial si no exclusivo a los altos grados de la administración pública, de los mandos militares y de las jerarquías eclesiásticas. Había leyes y jueces especiales para juzgar su conducta. Estaban exentos del pago de los tributos de los plebeyos, no podían ser condenados a que se desdijesen de injurias irrogadas, no debían sufrir penas deshonrosas y sus casas no podían ser prendadas.
La <aristocracia era precisamente el gobierno de los nobles, aunque originalmente la palabra significó el poder, la influencia o el mando “de los mejores” dentro de la sociedad. Pero como los mejores, por lo general, fueron de origen noble puesto que el poder, la riqueza, los privilegios y los títulos nobiliarios, por entonces y durante algún tiempo, marcharon juntos y fueron hereditarios, esta forma de gobierno tuvo connotaciones nobiliarias.
Los títulos de nobleza eran los documentos que probaban la preeminencia social de sus portadores. Ellos se obtenían por herencia de sus mayores (nobleza de sangre) o por acciones gloriosas (nobleza de privilegio), pero con el tiempo, dadas las necesidades económicas de los reyes, algunos de esos títulos se volvieron venales.
Como era usual que los nobles tuvieran haciendas, bienes y caudales, o sea que fueran propietarios de algo, se les dio en llamar hijosdalgo, que después derivó en hidalgos. Se los llamó también gentiles o gentilhombres en la antigua Roma por su sabiduría y bondad de costumbres.
Durante mucho tiempo en España —y también en otros Estados europeos— se exigió “limpieza de sangre” —sanguine clarus— para poder optar por determinadas funciones públicas, ejercer profesiones o ingresar a ciertos institutos o entidades. Los aspirantes debían someterse a las pruebas correspondientes que demuestren que no tienen sangre mora o judía en sus venas o sangre de herejes o penitenciados. Pero las Cortes de Cádiz abolieron el 19 de agosto de 1811 las pruebas de nobleza para ingresar a la Armada nacional y por la real orden del 31 de enero de 1835 se mandó que no se exigiera la prueba de limpieza de sangre en los casos en que hasta entonces se había exigido en las dependencias del ministerio de gobernación y que era suficiente la partida de bautismo que acreditase ser hijo de legítimo matrimonio.
A raíz de las cruzadas en la Edad Media, entre los siglos XI y XIII, los nobles iniciaron la costumbre de adoptar símbolos distintivos, que los grababan sobre sus armaduras y los ostentaban en sus pendones. Los ejércitos feudales los llevaban también para diferenciarse de los otros. Por eso se llamaron escudos de armas. Nació entonces la heráldica para estudiar, explicar y describir los escudos de armas de cada linaje, ciudad o persona e interpretar sus armerías y blasones.
Aunque la nobleza como clase social está hoy en plena retirada y no queda más que como ornamento de las cortes europeas, mucha gente piensa con sobra de razón que la concepción nobiliaria de la vida social entraña una injusticia grande porque pretende adjudicar a los vivos los méritos de los muertos y con ello rompe el principio de que cada uno es hijo de sus obras y de que el hombre no es más que la suma de sus actos.