Viene del latín nihil, que significa nada. La nada es la negación del ser. Filosóficamente el nihilismo es la creencia en la nada, que no es lo mismo que la ausencia de creencias. El nihilismo es, por tanto, la negación de una realidad sustancial. Bazarov, el personaje de la novela del escritor ruso Iván Turgueniev “Padres e hijos” (1861), que se llamaba a sí mismo nihilista y que fue un negador sistemático de todo, dio origen al sentido actual de la palabra (puesto que ella ya se había usado antes en la filosofía alemana por F. H. Jacobi, Baader y otros filósofos) e inspiró a una generación de pensadores y políticos rusos en los años 60 del siglo XIX, a quienes los conservadores de su tiempo llamaron “nihilistas” por su negación total del orden vigente y de los valores tradicionales. El principal de ellos fue S. G. Nechayev, quien colaboró con Mijail Bakunin en la producción del libro “The Revolutionary Catechism” (1869), en el cual se describe al héroe nihilista, que es un terrorista sin identidad, ni propiedad, ni moralidad ni afectos.
El nihilismo, como actitud filosófica, fue cultivado en la segunda mitad del siglo XIX principalmente por los nihilistas rusos que defendieron la causa de la nada. Y que fueron temidos y perseguidos por sus ideas disolventes de las verdades convencionales.
Pero en el mundo occidental se dieron también otras formas de nihilismo. Un nihilismo que podríamos llamar “positivo” o “creativo” porque no se limitó a negar determinadas ideas sino que, sobre la liquidación de ellas, propuso la elaboración de otras más conformes con la ciencia y el racionalismo modernos.
El filósofo y poeta alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900) fue uno de los grandes exponentes de este nihilismo. Después de su afirmación de que “Dios ha muerto” y de que se han desvanecido los valores metafísicos que sustentaron la vida humana y social en el pasado, sostuvo como consecuencia que competía al hombre asumir conscientemente la responsabilidad de crear valores y leyes nuevos.
En esta dirección se expresó el nihilismo alemán de aquel tiempo. Ese nihilismo “activo” —para el cual, después de la destrucción de lo caduco y equivocado viene la construcción de lo nuevo— alentó también en el pensamiento del escritor, fiilósofo e historiador alemán Ernst Jünger (1895-1998), quien no propugnó el abandono en la decadencia y el caos sino que postuló la racionalización científica de una renovada existencia humana. Estos nihilistas estuvieron por la negación del ser metafísico pero no para echarse al abandono sino para buscar la reordenación de la vida humana y social sobre nuevas y racionales bases.
La palabra, el concepto y la actitud pronto pasaron a la política, como casi siempre ocurre con los movimientos filosóficos. La idea central del nihilismo político fue la negación de todo principio moral, toda verdad, toda autoridad y todo orden social. Para los nihilistas, los valores y las creencias sobre los que se funda la sociedad —tales como las ideologías políticas, la religión, la moral, el derecho, la autoridad, la familia— son falsos y responden a intereses particulares. En este sentido el nihilismo —en su versión “pesimista” y “destructiva”, no en la “positiva” de Nietzsche— se presenta en política como la negación de toda creencia o doctrina, la ausencia de fe y la incredulidad germinal respecto de la sociedad, la política y los políticos.
En cierto sentido el nihilismo fue la radicalización del <anarquismo ruso de Mijail Bakunin (1814-1876) y Piotr Alexéievich Kropotkin (1842-1921). Del anarquismo al nihilismo no hay más que un paso. De pretender destruir el orden social a negarlo hay muy poca distancia. El recurso de la violencia les fue común, como lo demostró el atentado de Dmitri Karakosov contra el zar Alejandro II de Rusia en 1866 y los innumerables actos de violencia que protagonizaron los nihilistas contra ministros, jefes militares y funcionarios del >zarismo.
Nada de jerarquías, ni autoridades, ni tribunales, ni leyes, ni propiedad. El lema del nihilismo es la nada: nihil. Y para llegar a ella hay que destruirlo todo, aun cuando no se tenga idea alguna de lo que ha de construirse sobre las ruinas del orden social anterior.