Después de que en 1945 la Carta de la Organización de las Naciones Unidas proscribió el colonialismo y de que, a su amparo, los pueblos colonizados lucharon denodadamente por su liberación, alcanzaron la independencia nacional y se convirtieron en nuevos Estados, en lugar del colonialismo tradicional advino fácticamente el neocolonialismo, como un colonialismo encubierto que se impuso, no por la fuerza de las armas, sino por medios más sutiles —la penetración cultural, el dominio tecnológico, la introducción de pautas de consumo, la implantación de estilos de vida, la instrumentación de políticas proteccionistas, las manipulaciones monetarias y cambiarias internacionales— para llegar al mismo objetivo de dominación sobre otros Estados y conseguir la apertura de mercados, el control de los recursos naturales y el condicionamiento de su proceso político.
Esta sutil dominación por las metrópolis modernas se llama neocolonialismo. Es, para decirlo de alguna manera, un colonialismo moderno, de la era electrónica, de la sociedad informatizada, de la expansión del sector terciario de la economía, puesto que las fronteras en la actualidad no se invaden con tanques sino con el <know how tecnológico.
El neocolonialismo, como el <colonialismo clásico, son efectos de la dinámica imperialista y hegemonista, aunque en épocas distintas.
El colonialismo clásico diseñó la conocida división internacional del trabajo, en virtud de la cual unos Estados —los Estados metropolitanos— se especializaron en la fabricación y exportación de manufacturas mientras que los países pastoriles y atrasados del sur se dedicaron a la producción de materias primas para alimentar las usinas de los países industriales.
Sin embargo, el mundo ha entrado a la etapa postindustrial del capitalismo y a la sociedad informatizada, en la que la información es la “materia prima” con la que trabajan los ordenadores electrónicos. Esto ha modificado las cosas y ha generado una forma más sofisticada de colonialismo, que se caracteriza por el uso de nuevas tecnologías, por el enorme crecimiento del sector terciario de la economía —particularmente del que se relaciona con los conocimientos y la informática— y por una nueva división internacional del trabajo.
Este es el neocolonialismo. O, para decirlo de otra manera, la “cibercolonización”.
Los países capitalistas clásicos exportaron hacia los países subdesarrollados: capitales, tecnología y manufacturas, al tiempo que adquirieron de ellos materias primas y a veces mano de obra barata. Esta fue la clásica división internacional del trabajo. Pero después las cosas se modificaron, a conveniencia de los países avanzados, y hoy por medio de las empresas transnacionales ellos exportan tecnología y capitales e importan manufacturas que les es más conveniente producir en los países periféricos de Asia y América Latina, debido a la mano de obra más barata, inferiores salarios, menores exigencias sindicales, baja tributación, menores costes de producción, restricciones ambientales en los lugares de origen, cercanía de las fuentes de recursos naturales y de los mercados de consumo y otros factores. La producción en ultramar la realizan mediante fábricas montadas fuera de sus territorios y principalmente por medio del sistema llamado <maquila, que aprovecha mano de obra barata y ventajas tributarias. Esto representa una modificación a la tradicional <división internacional del trabajo.
Una forma muy sutil de dominio neocolonial se ejerce a través de la llamada <globalización de la economía mundial, que es una estrategia de los países desarrollados para ordenar el comercio internacional y conquistar los mercados del planeta. La dinámica globalizadora deja países dominantes y países dominados. A partir del colapso de la Unión Soviética y de la terminación de la <guerra fría las potencias de Occidente quedaron sin contrapesos geopolíticos. Surgió el concepto de “lo global”. Los medios de comunicación saltaron fronteras y las comunicaciones alcanzaron escala planetaria. El planeta se convirtió en un solo y gran mercado comercial, bursátil, monetario, cambiario y crediticio, que funciona las 24 horas del día.
Como resultado de esto, los países desarrollados de Occidente dominan el sistema bancario internacional, son dueños de las divisas más fuertes, manejan los mercados mundiales, monopolizan la educación técnica de punta, imperan en el espacio sideral y en la industria aeroespacial, mantienen la hegemonía en las comunicaciones internacionales, son dueños del lenguaje digital —producen 4 de las 5 palabras y 4 de las 5 imágenes de las comunicaciones planetarias— y son los depositarios de los secretos de la revolución genética.
Al socaire de la globalización hay una “occidentalización” de la cultura universal que se manifiesta no sólo en las altas y sofisticadas expresiones de la tecnología sino también en la forma de organizar la sociedad, en su economía, en la renovada escala de valores éticos y estéticos, en las costumbres, en las pautas de consumo, en los modos de vestir y en muchos otros elementos de la vida cotidiana.