Denomínase así a la organización de los trabajadores fabriles que se inició en Europa en la primera mitad del siglo XIX, en conexión con el proceso de la revolución industrial, para reivindicar sus derechos y mejorar las condiciones de trabajo frente al empresariado capitalista, propietario de los medios de producción.
El movimiento obrero surgió primero en Alemania con la formación en 1848 de la Hermandad General de Trabajadores, liderada por el obrero alemán de origen judío Stephan Born (1824-1898), discípulo de Carlos Marx. Más tarde se extendió a Francia, donde los trabajadores alcanzaron el 21 de marzo de 1884 una ley que les otorgó el derecho de asociarse, en ejercicio del cual dos años después constituyeron la Fédération Nationale des Syndicats et Groupes Corporatifs, bajo el liderato socialista, que en 1895 derivó en la formación de la Confédération Générale du Travail (CGT), que fue la organización obrera de escala nacional más amplia e importante de Francia. El movimiento obrero pronto se extendió por Europa y saltó a Estados Unidos, donde en 1905 se fundó la Industrial Workers of the World. Pero el proceso de organización de la clase obrera no fue fácil porque algunos países europeos expidieron leyes de proscripción de las corporaciones sindicales.
Sin duda, el <Manifiesto Comunista de 1848 fue una fuente de inspiración muy importante para el naciente movimiento obrero internacional, que durante largo tiempo estuvo muy influido por los ideólogos marxistas, socialistas, socialdemócratas, anarquistas y anarco-sindicalistas. En medio de condiciones políticas adversas e, incluso, represivas, el movimiento obrero postuló sus grandes objetivos revolucionarios de mediano y largo plazos para modificar la estructura económica y política de los Estados europeos.
En un mundo cuya historia ha sido, en opinión de Carlos Marx y Federico Engels, la confrontación entre “hombre libre y esclavo, patricio y plebeyo, barón y siervo de la gleba, maestro y oficial del gremio: en una palabra, opresor y oprimido, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces y otras franca y abierta” —según reza el célebre documento de 1848—, los proletarios tomaron conciencia de que eran los protagonistas principales de la <lucha de clases, cuyo concepto fue desarrollado con gran consistencia científica por Marx y Engels. Las consignas con que termina el Manifiesto Comunista fueron por largo tiempo los objetivos del movimiento obrero: para “derrocar por la violencia todo el orden social existente”, en una lucha en que “los proletarios no tienen que perder más que sus cadenas”, era menester que ellos se unieran por encima de los linderos nacionales, bajo la consigna del <internacionalismo proletario que proclamaba que la lucha y la solidaridad de clase rebasaban los estrechos marcos estatales.
La Primera Internacional, fundada en Londres el 28 de septiembre de 1864 por los líderes de la clase trabajadora de Francia e Inglaterra, bajo la inspiración de Marx, fue el primer intento de concertar acciones obreras a escala internacional. A ella concurrió una amplia gama de militantes y pensadores de izquierda —marxistas, socialistas, anarquistas, revisionistas, reformistas, radicales, utopistas— que en la elaboración del estatuto general precisaron que “la emancipación económica de la clase obrera es el gran fin al que todo movimiento político debe ser subordinado como medio”. Pero la heterogeneidad de pensamientos y propósitos políticos que bullía en el seno de la Internacional abrió encendidas discusiones entre sus miembros y pronto dio al traste con ella, que vivió apenas desde 1864 hasta 1876.
La Commune de París, que fue la toma del Ayuntamiento por el pueblo parisiense el 18 de marzo de 1871 y el fugaz ejercicio del poder popular desde el Hótel de Ville por setenta días, representó la primera gestión gubernativa directa del movimiento obrero o, para decirlo con palabras de Lenin, fue “la primera tentativa de la revolución proletaria para quebrar la máquina del Estado burgués”. Proclamó el “Estado obrero” bajo los ideales democráticos, antiautoritarios y anticlericales. Organizó un gobierno revolucionario dividido en diez comisiones de trabajo para las distintas áreas de gestión pública. El marxista Leo Frankel fue nombrado delegado en los asuntos obreros y la comisión de enseñanza estuvo presidida por Edouard Vaillant. Tomó una serie de medidas radicales. Decretó la separación de la Iglesia y el Estado, implantó el <laicismo en la educación, suprimió la gran propiedad privada, canceló las deudas por arrendamiento de viviendas, confiscó los bienes inmuebles desocupados, dispuso el rescate gratuito de los objetos depositados en los montes de piedad a cambio de préstamos, estableció la jornada laboral de diez horas, prohibió el trabajo nocturno de los obreros, abolió las multas y retenciones sobre el salario y convirtió en cooperativas a las empresas abandonadas por sus dueños.
La <conciencia de clase —o sea la convicción íntima de pertenecer a un estrato de la sociedad y no a otro— fue un factor espiritual determinante de la cohesión de la clase obrera. Por eso los líderes se empeñaron tanto en imbuir esa conciencia a cada uno de los miembros del estamento proletario.
Una de las dimensiones del movimiento obrero fue el >sindicalismo, o sea la organización de los trabajadores por ramas de actividad para la defensa de sus derechos, el aumento de salarios y la conquista de mejores condiciones de trabajo frente a los empresarios industriales, propietarios de los instrumentos de producción.