Esta es una expresión propia de la Sociología. Se refiere a la traslación de los individuos y los grupos desde unas posiciones sociales a otras dentro de la estratificación de la comunidad. Esta posibilidad, que parece tan obvia, no siempre lo fue. Hubo sociedades de tal manera cerradas e inflexibles en las que el nacimiento determinaba para siempre el lugar que cada persona debía ocupar en el tejido social. Y no me refiero a la sociedad de <castas de la antigua India sino a las sociedades occidentales y evolucionadas de hace no mucho tiempo —y aún de hoy— en que no siempre es fácil que una persona ascienda en el escalafón social.
Y no hablemos de las sociedades preindustriales de los siglos pasados, terriblemente jerarquizadas, en las cuales las categorías y los rangos debidos al nacimiento eran irrevocables no obstantes los méritos de las personas. En ellas la ubicación social era hereditaria. Cada estrato social, como aún ocurre, tenía su propio prestigio, clase de trabajo, propiedad y poder. Los individuos, las familias y los grupos sociales llegaban a ellos por el solo hecho del nacimiento.
La movilidad social, en estas condiciones, es la posibilidad real que las distintas sociedades ofrecen a sus miembros para cambiar de <clase social, es decir, para salir de una e ingresar a otra. Este cambio generalmente es en sentido ascendente, aunque el concepto implica una doble dirección: hacia arriba o hacia abajo. Puede una persona mejorar sus formas de vida o empeorarlas. Puede insertarse en una clase “superior” o bajar a una “inferior”. Esta es la llamada movilidad vertical, que es el ascenso o el descenso de las condiciones sociales de un individuo o un grupo. Esta movilidad entraña un cambio en el empleo, en el ingreso, en la vivienda, en la situación familiar, en el prestigio social.
Las sociedades industriales modernas tienen clases menos rígidas. En ellas el cambio de ubicación de las personas es un fenómeno cada vez más frecuente y normal, en términos que hubieran sido impensables en las sociedades estamentales anteriores, en que el nacimiento determinaba irreversiblemente la posición de cada persona en la trama social. Los hijos de los obreros, por ejemplo, pueden hoy insertarse en las capas medias profesionales gracias a su preparación universitaria. De modo que en una sociedad abierta una es la posición social heredada y otra puede ser la alcanzada en virtud del esfuerzo propio. En las sociedades industriales de hoy el nacimiento, con ser importante, ya no es el que determina el >status de las personas sino principalmente el nivel de sus ingresos, que generalmente depende de su grado de educación y de su destino ocupacional. Esto vuelve más móvil a la sociedad moderna, aunque no más justa, y sin que hayan desaparecido, ni mucho menos, los obstáculos que se oponen a la movilidad, es lo cierto que movimiento de las “moléculas” sociales es mucho mayor que antes. Lo cual en modo alguno quiere decir que una mayoría de la población no esté condenada a mantenerse en el mismo escalón social que sus progenitores, no por razones de sangre sino de dinero.
El ascenso o el descenso social, en función de los factores económicos que son los que determinan fundamentalmente la diferenciación entre los grupos, es menos rígido que antaño. Eso es cierto. En la medida en que otros factores de orden tradicional, como la sangre, el apellido, el aspecto físico o el origen regional, han perdido fuerza por la promoción de la <burguesía a los lugares de preeminencia social, cada vez más las clases están determinadas por los elementos económicos y por la ubicación de las personas en el proceso de la producción.
Esto facilita la movilidad social pero no establece la igualdad ni algo que se le parezca.
Es verdad que el movimiento vertical y horizontal de individuos, grupos y familias es cada vez mayor en las sociedades burguesas; que los status personales son hoy menos rígidos en comparación con tiempos anteriores, en que las clases casi tenían el blindaje de las <castas; pero los factores de diferenciación no han desaparecido y, por lo contrario, establecen una ley de hierro sobre los extensos grupos humanos que no han tenido el privilegio de la educación.
La movilidad social puede seguir una dirección horizontal o vertical, según los procesos de transición operen dentro de un mismo estrato o categoría social, o bien impliquen ascenso o descenso de una clase o capa social a otra. En estricto sentido, el movimiento en el seno de la misma clase social no es realmente movilidad. El cambio del lugar de residencia o de trabajo o de ciudad no es movilidad, a menos que implique ascenso o descenso de categoría social. Dentro de este esquema, la movilidad vertical puede ir en dos direcciones: hacia arriba o hacia abajo. Así como el enriquecimiento conduce a la inserción ascensional, el empobrecimiento inevitablemente significa descenso social y puede llevar eventualmente a la “proletarización”, es decir, al cambio de clase en dirección declinante.
Los canales usuales de la movilidad social son el cambio de trabajo y la obtención de un título académico, en la medida en que implican modificaciones del ingreso. La movilidad profesional significa generalmente un ascenso socioeconómico, y, si ese ascenso supera la condición social de sus padres, se habla además de una movilidad intergeneracional. La modernización y ampliación del aparato productivo, la expansión de la escolaridad, el crecimiento del sector terciario de la economía —especialmente en el campo de las tecnologías de la comunicación, que han creado nuevos puestos de trabajo y han disminuido o suprimido viejas ocupaciones— y el incremento de los flujos migratorios dentro de los países y entre los países han impulsado en nuestros días la movilidad social ascendente.
Se puede decir, en general, que el aumento del grado de desarrollo económico produce sociedades más móviles.
Estudios efectuados en Estados Unidos demuestran que, paradójicamente, las personas que han ascendido de clase social —por ejemplo, de la clase obrera a la clase media o de la clase media a la clase de altos ingresos— son políticamente más conservadoras que aquellas que se mantienen en sus clases de origen, ya que asimilan con mayor rigor los valores, estilos de vida, prejuicios, sensibilidades y apetencias del estrato social al que han arribado. Su comportamiento trata de suprimir todos los vestigios y hasta los recuerdos de la clase social de la que salieron. En América Latina el fenómeno es más acentuado. Los nuevos miembros de las capas dominantes se tornan más explotadores, hostiles e intransigentes con las capas inferiores que los miembros tradicionales de aquéllas. Avergonzados de su procedencia, repudian sus orígenes, agudizan su <esnobismo y se conducen con hostilidad y menosprecio manifiestos hacia los miembros de la capa social de la que proceden.