En la tradición de la América meridional la montonera era un pelotón de gente de a caballo que intervenía como fuerza irregular en las guerras civiles. En el territorio que hoy es Argentina fue una milicia irregular formada por gauchos que practicaron un tipo de lucha guerrillera de gran movilidad en búsqueda de la autonomía de las provincias interiores respecto de Buenos Aires. Las montoneras, al mando de un caudillo, se dedicaron a hostigar a las fuerzas del gobierno y atacaron también latifundios ganaderos para saquearlos. El presidente provisional de la Confederación Argentina, Justo José de Urquiza, acabó con la mayoría de los líderes montoneros en los años 50 del siglo XIX. En Ecuador recibieron el nombre de montoneras las guerrillas liberales de fines del siglo XIX y principios del XX, lideradas por Eloy Alfaro, que lucharon contra el régimen conservador y teocrático imperante.
Éste fue el nombre que tomó en Argentina el movimiento armado clandestino fundado en 1968 por un grupo de jóvenes de capas medias acomodadas, muy ligados a organizaciones de proselitismo católico y a los sacerdotes de la >teología de la liberación que surgieron en América Latina a raíz del Concilio Vaticano II.
Como sabemos, el Concilio Vaticano II (1962-1965) postuló no dar como ayuda de caridad lo que se debe por razón de justicia y preconizó que han de suprimirse las causas y no sólo los efectos de los males sociales. En concordancia con estos principios, el episcopado latinoamericano, reunido en la Segunda Conferencia General en Medellín en agosto y septiembre de 1968, llegó a la conclusión de que las formas antiguas y nuevas de <colonialismo, propias del <capitalismo liberal, son la causa principal de la estructura del atraso de los países pobres, y de que el >subdesarrollo del tercer mundo es la contrapartida del desarrollo del primer mundo.
Estos sacerdotes —que por ir más lejos de lo permitido por la ortodoxia católica tuvieron problemas con la jerarquía eclesiástica— ejercieron una gran influencia sobre el núcleo original de fundadores de la Organización Revolucionaria Peronista Montoneros. Sus cuadros originarios, procedentes de la burguesía y pequeña burguesía argentinas, eran totalmente elitistas. Al núcleo dirigente pertenecían Fernando Abal Medina, Carlos Gustavo Ramus y Mario Eduardo Firmenich, todos ellos educados en colegios católicos y, el último, además, miembro de la Juventud Estudiantil Católica (JEC) que formaba parte de la tradicional y conservadora Acción Católica argentina.
En una primera fase, con mayor énfasis en la cuestión táctica que en las definiciones filosófico-políticas, los montoneros se dedicaron al entrenamiento militar y a la formación de sus cuadros revolucionarios en la clandestinidad. Aparecieron por vez primera a la luz pública el 29 de mayo de 1970 con el espectacular secuestro y posterior ejecución del general Pedro Eugenio Aramburu, quien había sido uno de los líderes militares del derrocamiento de Perón en 1955 y había asumido el poder dictatorial desde ese año hasta 1958, en que entregó el mando al doctor Arturo Frondizi. El nombre de los montoneros corrió rápidamente por el país. Posteriormente, una sucesión de golpes certeros, secuestros, extorsiones, robos de armerías y asaltos a bancos muy bien planificados les permitió recaudar ingentes recursos económicos para financiar su infraestructura, su logística y sus actividades armadas. Sólo el secuestro de los hermanos Jorge y Juan Born, hijos del acaudalado empresario Jorge Born, presidente de una de las empresas más grandes de Argentina, les significó la suma de 61 millones de dólares en concepto de rescate, de los cuales la mitad destinaron a la lucha clandestina y a la compra de armas, explosivos y vituallas, e incluso a la ayuda a otros movimientos insurgentes de América Latina, y la otra mitad la depositaron en el banco de la familia Graiver y en el Banco Nacional de Cuba, inversión financiera que les rendía alrededor de 150 mil dólares mensuales en intereses, según reveló Guillermo Martínez Agüero, excombatiente de los montoneros, al diario “Los Andes” del 30 de mayo de 1999. Hicieron también otras inversiones a través de testaferros. Después dieron golpes de efecto muy importantes y de un gran contenido simbólico porque atacaron los principales símbolos del poder oligárquico: lujosos clubes, campos de golf, hipódromos y otros centros del privilegio económico de la alta burguesía argentina.
En la primera de sus acciones, que estremeció a la opinión pública argentina y latinoamericana no sólo por la sofisticada técnica con que fue ejecutada sino también por la importancia de la víctima, los montoneros secuestraron al general Aramburu en la mañana del 29 de mayo de 1970. Dos de sus líderes, Fernando Abal Medina y Emilio Maza, vestidos de oficiales de las fuerzas armadas, subieron al departamento del octavo piso del edificio donde vivía el general y penetraron en él con el pretexto de ofrecerle custodia militar por orden superior. Conversaron alegremente y tomaron café con él y con su esposa hasta que en un momento dado le conminaron a salir con ellos. Se lo llevaron a la localidad de Timote en la provincia de Buenos Aires y lo recluyeron en una vetusta y apartada casa, donde fue sometido a un tribunal revolucionario bajo la acusación de haber encabezado la represión contra el peronismo, legalizado la matanza de 27 ciudadanos argentinos y ordenado el robo del cadáver de Eva Perón. El tribunal lo encontró culpable y a las siete de la mañana del 2 de junio de 1970 fue pasado por las armas en el sótano de la propia casa de reclusión, donde recibió “cristiana sepultura”, según decía el parte de los secuestradores. En un escueto comunicado público dirigido “al pueblo de la Nación” se decía: “La conducción de los Montoneros comunica que hoy a las 07:00 horas fue ejecutado Pedro Eugenio Aramburu. Que Dios nuestro señor se apiade de su alma. ¡Perón o Muerte! ¡Viva la Patria! Montoneros”.
Los vínculos entre el peronismo y los montoneros fueron muy apretados. De hecho éstos pretendieron ser el “brazo armado” del movimiento justicialista encabezado por Perón desde el exilio, quien fincaba su acción política en lo que él llamaba las “organizaciones de superficie”, que eran su partido político con sus aliados formales, y “los grupos activistas que se encargan de la guerra revolucionaria”, o sea las organizaciones de lucha clandestina. Las comunicaciones entre Perón, desde su residencia en España, y los líderes montoneros fueron permanentes y fluidas. En carta de febrero 20 de 1971 el líder justicialista les decía que estaba de acuerdo y encomiaba todo lo actuado, incluidos el secuestro y muerte del general Aramburu, y les recomendaba “lanzar las operaciones para pegar cuando duele y donde duele”. Les daba hasta un consejo táctico, muy pertinente a la guerrilla urbana: “Donde la fuerza represiva esté: nada; donde no esté esa fuerza: todo. Pegar y desaparecer es la regla porque lo que se busca no es una decisión sino un desgaste progresivo de la fuerza enemiga”.
El gobierno militar presidido por el general Alejandro Agustín Lanusse convocó a elecciones presidenciales para el 11 de marzo de 1973 pero proscribió al líder peronista. Entonces el movimiento justicialista postuló a Héctor Cámpora, títere de Perón, quien ganó las elecciones, ejerció el poder por pocos meses, expidió la ley de amnistía y cumplió la consigna de convocar nuevos comicios sin proscripciones para el 21 de septiembre del mismo año.
Los montoneros lucharon infatigablemente todos esos años por el retorno de Perón, objetivo que finalmente se cumplió el 20 de junio de 1973, después de 18 años de exilio. El anciano caudillo populista volvió acompañado de Isabelita —su tercera esposa— y de dirigentes políticos, empresarios, sacerdotes, cantantes, deportistas, líderes gremiales y gente de la farándula. Allí estuvieron desde Carlos Menem hasta el cantante Leonardo Favio y la modelo Chinchuna Villafañe o el futbolista José Sanfilippo. Llegó para participar en las elecciones presidenciales de ese año y su fórmula electoral la completó con su mujer, Isabel Martínez de Perón, como candidata a la vicepresidencia.
El triunfo fue abrumador: obtuvo más del 60% de los votos.
El 12 de octubre de 1973, viejo y enfermo, Perón inició su tercera presidencia. En el interior del movimiento justicialista se libraba una sorda lucha entre los peronistas de derecha y los de izquierda, que pugnaban por utilizar para sus fines al anciano caudillo. A su arribo al aeropuerto de Ezeiza, un año antes, se produjeron los primeros choques violentos entre las dos facciones, que dejaron muertos y heridos. Los montoneros, que constituían la vanguardia de la facción contestataria, a pesar de haber abandonado la clandestinidad y haber optado por la formación de organizaciones de masas, prosiguieron con sus acciones violentas y tornaron inevitable el rompimiento con el caudillo. El 1º de mayo 1974, en su discurso por el día del trabajo ante la multitud reunida en la Plaza de Mayo, como reacción a la rechifla que recibió su esposa y a las interrupciones promovidas por los montoneros y los grupos juveniles de izquierda, el líder peronista expresó indignado: “Hoy resulta que algunos imberbes y estúpidos pretenden tener más mérito que los que lucharon más de veinte años”. Los montoneros abandonaron enfurecidos la plaza y esas palabras produjeron la ruptura definitiva entre el caudillo populista y el movimiento insurgente.
Lo que ocurrió fue que entre los montoneros y Perón hubo siempre un desleal juego de intereses. Perón se valió del voluntarismo fanático de ellos para ejercer su oposición a las dictaduras militares y asustar a sus opositores; y los montoneros pretendieron usar al viejo líder como mascarón de proa para sus fines. O sea que la fundación del movimiento montonero fue algo más que la creación de una “vanguardia esclarecida” o de un “brazo armado” al servicio del peronismo. En el fondo los montoneros menospreciaban a Perón y detestaban su gatopardismo demagógico. Se insertaron en las filas peronistas más por intereses tácticos que por convicción. Por eso el rompimiento resultó inevitable. Y se produjo el día mismo en que Perón retornó de su exilio. Cuando se acabó la luna de miel con sus aliados Perón dijo de ellos que a más de ”criminales” eran unos “imbéciles”.
Catorce meses después murió Perón y le sucedió su esposa Isabel, en su condición de vicepresidenta de la República. Su gobierno fue un completo fracaso. Quien en realidad mandaba era un oscuro personaje —una suerte de rasputín porteño— llamado José López Rega, de tendencias fascistoides, que ejercía el ubicuo ministerio de bienestar social y era al mismo tiempo la cabeza de la banda armada de ultraderecha denominada Alianza Anticomunista Argentina, generalmente conocida como Triple A.
Este <escuadrón de la muerte inauguró sus tareas de exterminio de todo lo que le “olía” a comunismo el 21 de noviembre de 1973, en pleno gobierno de Perón, con el atentado al senador radical Hipólito Solari Irigoyen, un hombre de pensamiento libre y profundas convicciones democráticas que se había caracterizado por la defensa de los derechos humanos y la denuncia de los actos que los violaban.
Después siguieron numerosos atentados criminales que cobraron la vida de mucha gente, como la del profesor Silvio Frondizi, el diputado Rodolfo Ortega Peña, el diputado Angel Pisarello, el dirigente radical Felipe Rodríguez Araya y muchos otros. El propósito era exterminar a toda persona de pensamiento progresista, que ante los ojos de la banda de ultraderecha era “comunista”.
La Triple A estaba constituida principalmente por elementos de las fuerzas armadas y de la policía argentinas bajo la inspiración de José López Rega, apodado el “brujo” por sus inclinaciones hacia la magia negra, el espiritismo y otras fuerzas esotéricas.
Es cierto que por ese tiempo, al otro lado, actuaban también dos grupos terroristas de extrema izquierda: los montoneros y el ejército revolucionario del pueblo (ERP), que habían sembrado violencia. EL ERP, que apareció también en 1970, realizó una intensa actividad terrorista: dio muerte al almirante Hermes Quijada, secuestró al contralmirante Alemán, asaltó el Comando Militar de Sanidad, robó armamento, perpetró miles de atentados dinamiteros y efectuó numerosos secuestros vindicativos. Sin embargo, la gran mayoría de las víctimas de la Triple A fueron personas ajenas a la escalada de violencia.
Bajo el gobierno de Isabel de Perón los montoneros fueron progresivamente excluidos del sistema político argentino. La presidenta incluso cerró por decreto su diario “Noticias”, del que salían críticas al régimen, y les prohibió seguir con sus manifestaciones públicas. Todo lo cual obligó a los montoneros a retornar a la clandestinidad el 6 de agosto de 1974. Un mes más tarde, en una conferencia de prensa secreta celebrada en algún lugar de Buenos Aires, Mario Firmenich anunció la reanudación de la lucha armada mientras continúen las acciones represivas del gobierno contra la izquierda, sus intervenciones en los sindicatos, la legislación laboral antidemocrática y las prisiones políticas. El líder montonero declaró en esa ocasión la “guerra popular integral” al gobierno.
En el curso de esos meses los montoneros se convirtieron en la más poderosa fuerza guerrillera urbana de América Latina, con una precisa ordenación jerárquica de comandantes, oficiales y aspirantes, una estructura fundada en pelotones de combate agrupados en columnas y una organización completa de instalaciones de entrenamiento, refugios, equipos de imprenta, cárceles del pueblo, arsenales y talleres de municiones.
Fueron asesinados jefes de la policía —Alberto Villar, Jorge Estéban Cáceres, Cesario Ángel Cardozo y varios más— y se realizaron numerosos secuestros vindicativos y otras acciones.
La respuesta de las fuerzas de la Derecha en coordinación con elementos del ejército y la policía fue el derrocamiento de la presidenta, considerada demasiado débil para afrontar la situación; la instalación de una junta militar presidida por el general Jorge Videla, que asumió el poder el 24 de marzo de 1976 en nombre de la defensa de “los valores de la civilización occidental y cristiana”, y la <guerra sucia para exterminar a los subversivos, cuyo saldo final fueron 8.960 “desaparecidos”, según el informe de la comisión encabezada por el escritor Jorge Sábato, o más de 30.000 según estimaciones de las organizaciones de derechos humanos.
El terror se apoderó de Argentina. Una orgía de violencia indiscriminada recorrió todo su territorio. Se expidió la ley antisubversiva que castigaba con prisión a los periodistas que publicaran informaciones consideradas como contrarias al “orden institucional”. Los montoneros, aislados por la clandestinidad y la represión, perdieron toda posibilidad de contacto con los trabajadores y, en general, con el pueblo. Hasta las comunicaciones entre ellos se les hicieron muy difíciles. Sin embargo, durante el año 1976 realizaron alrededor de 400 operaciones armadas en las que murieron o fueron heridos cerca de 300 miembros de las fuerzas militares y de la policía y empresarios que representaban, según la literatura montonera, a la “oligarquía, los monopolios imperialistas y la alta burguesía nacional”.
Pero la represión del gobierno militar fue brutal. Muchos dirigentes montoneros murieron asesinados, fueron encarcelados o salieron al exilio. Se calcula que sus bajas alcanzaron a 4.500 durante el proceso de la guerra sucia y que salieron al exilio alrededor de 1.000 militantes. Los líderes exiliados establecieron en 1977 su base principal en La Habana, desde donde controlaban los fondos y el armamento de la organización y mantenían una gran ofensiva propagandística contra el gobierno argentino. Estimulados por el aumento de las huelgas obreras en su país, intentaron el retorno en 1979 pero fracasaron. Esto produjo un cisma interno: el grupo formado en torno a Rodolfo Galimberti, considerando que la contraofensiva de 1979 fue un disparate estratégico, se alejó de la organización y un año después, en 1980, lo hizo también la fracción denominada montoneros 17 de octubre (M-17) por discrepancias tácticas con la conducción nacional del movimiento. Este fue el comienzo del fin de la organización guerrillera.
Sin embargo, en julio del 2001 un grupo de 70 exmontoneros anunció la refundación de la organización, no para la lucha armada sino para la reforma social por métodos legales y pacíficos.