Tendencia a exagerar la influencia de la moneda y, por ende, de la política monetaria, en el comportamiento de la economía de un país. Esta tendencia se marca con especial fuerza en la llamada escuela neoclásica. Para ella, el manejo de la provisión de moneda por la banca de emisión es el elemento crucial de la conducción económica de un país y especialmente del control de la <inflación.
La base de este planteamiento está en la llamada >teoría cuantitativa de la moneda —quantity theory of money— fundada en la ecuación del economista Irving Fisher (1867-1947): MV = Py, where “M” is the stock of money, “V” is the velocity at wich money circulates through de economy, “P” es the overage price level of goods and services, and “y” is a volume measure of the flow of those goods and services.
Los monetaristas consideran que el dinero ejerce una acción determinante sobre los precios y establecen una relación automática entre la masa monetaria, es decir, las disponibilidades monetarias y cuasi monetarias que tiene la sociedad, y el nivel general de los precios, de modo tal que si aquélla se incrementa los precios suben en la misma proporción, y viceversa.
En 1929, cuando se produjo la gran crisis económica mundial, la teoría monetarista entró en declinación ante la insurgencia de las tesis keynesianas, que dieron prioridad a los fenómenos reales como explicación de los problemas de la economía en función de la preocupación dominante de aquella época que era la del “pleno empleo”.
Sin embargo, desde hace dos décadas asistimos al renacimieno de aquellos principios, en el marco de la escuela neoclásica, con el economista norteamericano Milton Friedmann a la cabeza y con el poderoso respaldo que ellos recibieron en los Estados Unidos durante la reaganomics y en Inglaterra con el thatcherismo. La oferta de dinero ha vuelto a considerarse, reformuladas las ecuaciones clásicas, como el factor principal que determina el volumen de la producción y, por ende, el nivel general de precios. Todo irá bien en la economía el momento en que se controle estrictamente el suministro de dinero.
En esta línea estuvieron los economistas Karl Brunner (1916-1989) de Suiza, el canadiense Harry Gordon Johnson (1923-1977), los norteamericanos Allan H. Meltzer (1928-2017) y Robert Emerson Lucas, y unos cuantos más.
Friedman sostiene como “axioma” que “la inflación es, en todo lugar y en todo tiempo, un fenómeno monetario” y concluye, por tanto, que el control de la emisión monetaria es el instrumento fundamental para combatirla. Cita como prueba de ello la baja del nivel de precios en los países en donde se ha restringido el volumen de moneda. Sin embargo, nada de eso prueba que sea fácil hacerlo o que la medida no tenga efectos indeseables de orden social. Ciertos economistas confunden con frecuencia la idea de que el control de la emisión monetaria sea necesario y suficiente para regular la inflación con la de que sea “el medio” de alcanzar una economía sana. El control de la inflación es ciertamente un objetivo importante pero más importante es el crecimiento de la economía, la posibilidad del pleno empleo y la equidad en la <distribución.
Paul Krugman sostiene que, “antes de Keynes, los economistas consideraban la oferta monetaria una herramienta primordial de la gestión económica. Pero él sostenía que en condiciones de depresión, cuando los tipos de interés son muy bajos, los cambios en la oferta monetaria tienen pocas consecuencias sobre la economía. La lógica era la siguiente: cuando los tipos de interés son del 4% o del 5%, nadie quiere que su dinero quede ocioso. Pero en una situación como la de 1935, cuando el tipo de interés de las letras del Tesoro a tres meses era sólo del 0,14%, hay muy poco incentivo para asumir el riesgo de poner el dinero a trabajar. El banco central podría tratar de estimular la economía acuñando grandes cantidades de moneda adicional; pero si el tipo de interés es ya muy bajo, es probable que el efectivo adicional languidezca en las cámaras acorazadas de los bancos o debajo de los colchones. En consecuencia, Keynes sostenía que, en la política monetaria, un cambio en la oferta de dinero circulante para gestionar la economía, sería ineficaz. Y por eso, él y sus seguidores creían que hacía falta una política presupuestaria —en especial un aumento del gasto público— para sacar a los países de la Gran Depresión”.
“Por tanto —concluye Krugman—, los economistas con una inclinación al libre mercado tienden a creer que la política monetaria es todo lo que hace falta; los que desean un sector público más activo tienden a creer que la política presupuestaria es esencial”.
Esto significa que si el banco central decide aumentar la oferta monetaria todo lo que tiene que hacer es acuñar moneda y ampliar la base monetaria, mientras que la política presupuestaria supone una participación mucho más profunda del sector público en la economía: usa las obras públicas para promover el empleo y tonificar la economía.
Friedman, sin embargo, impulsó una cruzada a favor de su propuesta de que el dinero tenía una importancia decisoria sobre el rumbo de la economía. Esa tesis la ratificó en su libro “A monetary history of the United States, 1867-1960”, publicado en 1963 en colaboración con Anna Schwartz, en cuyas páginas insistieron en resaltar la importancia de las fuerzas monetarias e impugnar el pesimismo de Keynes respecto de la eficacia de la política monetaria para superar la recesión o la depresión económica.
Comenta Krugman que en la grave crisis depresiva que soportó Japón en los años 90 “se pusieron a prueba las opiniones de Friedman y de Keynes respecto a la eficacia de la política monetaria en condiciones de depresión. Y claramente los resultados respaldaban el pesimismo de Keynes y no el optimismo de Friedman”.
El economista mexicano René Villarreal, en la línea de los economistas críticos, ha visto en este retorno de la ortodoxia económica una verdadera “contrarrevolución monetarista”, que entraña todo un programa ideológico y político de regreso a las tesis económicas del <liberalismo y, por tanto, al desmantelamiento del Estado e implantación del viejo dogma del <laissez-faire bajo el nombre de public choice.
Si consideramos que el keynesianismo fue un paso adelante en la teoría económica, al demostrar la obsolescencia de las tesis de la economía clásica, el tratar de desenterrarlas es sin duda una vuelta al pasado o, lo que es lo mismo, una “contrarrevolución” económica.