Es, en las economías contemporáneas, una pieza acuñada de metal ampliamente aceptada como medio de pago, instrumento de cambio, medida del valor, unidad de cuenta, mecanismo de ahorro y patrón de pagos diferidos, cuya capacidad liberadora está fijada por la autoridad monetaria del Estado que la emite.
Se la utiliza para la compra de bienes y servicios así como para el descargo de deudas y obligaciones exigibles en dinero.
Las palabras dinero y moneda no son sinónimas, aunque durante mucho tiempo se las empleó indistintamente para designar la pieza de metal acuñada que sirve de medio de pago en las relaciones de cambio. En estricto sentido, el concepto de dinero es más amplio que el de moneda y además es anterior, puesto que el ganado, el trigo, la sal, los propios metales y otros bienes fueron el dinero que utilizó la comunidad antes de que, con las técnicas de aleación y acuñación de los metales, apareciera la moneda.
Con la invención de los medios de pago no metálicos, la palabra moneda se reservó exclusivamente para designar a las piezas acuñadas de metal y el vocablo dinero adquirió una denotación más amplia, comprensiva de todas las clases de medios de pago que ha creado la economía. De suerte que entre esos dos términos existe hoy la relación de género a especie. En términos económicos toda moneda es dinero pero no todo dinero es moneda. Sin embargo, por la fuerza de la tradición aún se mantienen las expresiones “monetario” y “monetaria” para referirse a ámbitos mucho más amplios que el de la moneda entendida como pieza metálica.
Con la invención del dinero surgió la noción de >precio de las cosas, que desde entonces ha acompañado al quehacer económico de las sociedades. La formación de los precios y su papel en el proceso del intercambio son capítulos importantes de la ciencia económica. Se han formulado varias teorías para explicarlos. Entre ellas la llamada >teoría cuantitativa del dinero.
Las sociedades primitivas desconocieron durante mucho tiempo la moneda. En las economías rudimentarias de trueque las cosas no tenían precio sino paridad con otras con las que se canjeaban. Un saco de trigo equivalía a determinada cantidad de tejidos y una pierna de cerdo se cambiaba por tantas unidades de tubérculos. Así era la economía de trueque antes de que se inventara el dinero. No existía en aquella época la noción del precio, que es la expresión monetaria del valor de las cosas.
En el curso de la historia, después de que los grupos primitivos abandonaron la economía de >trueque, aparecieron sucesivamente varias formas de dinero. Primero fueron mercancías de aceptación general las que, por sus características, se usaron como referencia del valor de las cosas. El ganado fue una de ellas. De ahí las expresiones pecunia y pecuniario (del latín pecus, “rebaño”) que se utilizaron para designar el dinero o lo relativo al dinero. El intercambio se hacía con referencia al ganado. Las cosas valían tantas veces menos o más que una cabeza de ganado. El trigo cumplió también estas funciones. En menor medida la sal, que fue un bien escaso y caro, se utilizó en la antigua Roma y en otros lugares para retribuir parte del trabajo de los soldados y de los servidores domésticos. De allí proviene la palabra >salario. Todavía en Italia se elaboran ciertos tipos de pan sin sal, que se los sirve en las trattorias, como un rezago de los tiempos en que la gente se acostumbró a comerlo así debido a la escasez de sal. Entre los incas y otras comunidades indias de Sudamérica, en los tiempos precolombinos, se utilizaron como moneda las valvas de una de las especies de la concha spondylus —la hermosa y rojiza spondylus princeps—, que se pescaba en el Pacífico tropical.
Posteriormente surgieron los metales como referencia del valor. Con la entrega de ellos se pagaba la prestación de servicios o la compra de bienes. En Egipto y el Oriente Medio, tres mil años antes de la era cristiana, se utilizaron como medios de pago pedazos de oro y de plata no acuñados. Aún no se había inventado la ceca de los metales. En todo caso, por sus características de escasez, durabilidad, maleabilidad, homogeneidad, estabilidad de su valor, reducido volumen y facilidad de transportación, ellos se extendieron rápidamente como medios de pago.
Cuando se inventaron las técnicas de aleación y de acuñación apareció la moneda metálica de valor intrínseco, cuyo poder liberatorio estuvo dado por el volumen, peso y calidad de los metales preciosos que la contenían. Según Herodoto (484-425 a. C.), los lidios fueron los primeros en acuñar el oro y la plata para hacer monedas, aunque en forma rudimentaria, bajo el gobierno de Creso, que fue el último rey de Lidia entre los años 560 y 547 antes de nuestra era. Esas monedas tenían efigies de animales en el anverso y signos de identificación en el reverso. Algunas de ellas se exhiben en la sala numismática del Museo Británico de Londres. Con la expansión del imperio griego, bajo la conducción de Alejandro Magno (356-323 a. C.), la costumbre de acuñar moneda se extendió por todos sus territorios que comprendían el sur de Europa, el norte de África y el Asia Menor.
Los romanos acogieron el sistema monetario de los griegos. Tres siglos antes de la era cristiana acuñaron las denominadas aes signatum, que eran monedas de plata, y las aes grave, monedas de bronce. Después de las guerras púnicas Roma retiró todas las monedas en circulación, las fundió y acuñó nuevas. Su unidad monetaria fue entonces el denario de plata que valía diez ases de bronce. Veinticinco denarios hacían un aureus, que era una moneda de oro con la efigie de Julio César, primero, y después con las de los sucesivos emperadores romanos. Cinco ases eran un quinario de plata, y dos ases y medio un sestercio.
La moneda metálica rápidamente se difundió por el mundo como instrumento de cambio. En sus orígenes fue una pieza de oro o de plata acuñada con ciertos signos para identificar su valor, su peso, su ley y su procedencia. Fue una moneda de valor intrínseco. Valía por la cantidad de metal precioso de que estaba hecha. Su calidad y peso fueron garantizados por la autoridad que la había acuñado. Era una moneda convertible, es decir, podía canjearse libremente por su equivalente volumen y calidad de metal precioso. La autoridad monetaria, a requerimiento del tenedor, estaba obligada a recibir la moneda y entregarle a cambio la respectiva porción de metal.
En las culturas orientales —mongol, china y japonesa— durante los siglos IV y V de nuestra era, las monedas no tuvieron la forma de un disco o un cospel, como en Occidente, sino diseños geométricos distintos. Fueron, sin embargo, los mismos chinos los que más tarde concibieron el concepto de papel-moneda para el pago de bienes y servicios. Ellos, como inventores del papel y de las primeras técnicas de impresión, empezaron en el siglo IX a fabricar moneda de papel, plenamente convertible a la cantidad de metales finos que representaba.
Se vislumbró así el concepto del dinero representativo que después se extendió por el mundo para superar las inflexibilidades del sistema de moneda de valor intrínseco.
En efecto, la economía requería cada vez mayor cantidad de medios de pago. Y la moneda de valor intrínseco devino en una factor limitante del crecimiento económico debido a que la escasez de metales preciosos restringía su emisión. Fue entonces que se generalizó la idea de la moneda representativa, fabricada de papel o de metal barato, cuyo valor nominal —mucho mayor que el de su contenido metálico— ya no dependía de la calidad y cantidad del metal que la contenía sino de la voluntad de la autoridad, quien lo señalaba en concordancia con el volumen de metales finos acumulados en el banco emisor que respaldaban su expedición. Así apareció el llamado patrón monetario que era el respaldo de oro y de plata que garantizaba el valor de la moneda.
La emisión de ella tenía como contrapartida los depósitos de metales preciosos en las arcas del banco emisor, de modo que las unidades monetarias en circulación estaban plenamente garantizadas por ellos. La adopción del patrón monetario respondió a la necesidad de medir el valor de la moneda, así de la metálica como de la de papel —los billetes de banco—, con referencia a un elemento de valor constante, que eran el oro y la plata. Este sistema dio lugar al llamado bimetalismo que alcanzó su apogeo en la segunda mitad del siglo XIX. La cantidad de moneda en circulación dependía directamente del cúmulo de depósitos de oro y de plata en poder de la autoridad.
Pero con el pasar del tiempo el bimetalismo causó una serie de problemas. De acuerdo con la llamada <ley de Gresham —formulada por el consejero financiero de la reina Isabel I de Inglaterra, Thomas Gresham (1517-1579)—, al cambiar el valor relativo de ellos, la moneda “buena” tendía a ser desplazada por la “mala”. Lo cual causaba graves distorsiones en la economía. Esto produjo el ocaso de bimetalismo y la consolidación del monometalismo, generalmente del oro, como respaldo y unidad de valor del signo monetario. La convertibilidad, sin embargo, se mantuvo. Tanto la moneda metálica como la de papel fueron libremente convertibles, por su valor nominal, a la cantidad de oro o de plata que representaban. Sus tenedores podían presentarse ante la autoridad monetaria del Estado y reclamar la porción de metal precioso señalada por la moneda.
El 16 de junio de 1661 el Banco de Estocolmo emitió los primeros billetes como medios de pago, con el respaldo de metales finos, para suplir la escasez de moneda metálica en la economía. En 1666 este banco, bajo el nombre de Swedish Ricksbank, se convirtió en propiedad de la Corona Sueca y fue el instituto oficial de emisión de moneda del gobierno. Después se esteblecieron el Banco de Inglaterra (1694), el de Dinamarca (1736), el de Rusia (1769), el de Alemania (1769), el de Austria (1769), el de Francia (1800) y un siglo más tarde la Reserva Federal de los Estados Unidos (1913).
Empezó en todas partes a circular el dinero representativo, fabricado de metal barato o de papel —billetes de banco—, que por acto de la autoridad pública valía determinada cantidad de metales preciosos, con los que era convertible, bajo el sistema del >patrón monetario. Sin embargo, las crecientes demandas de dinero en el sistema económico determinaron más tarde la aparición de una forma de dinero cuyas relaciones de valor no se establecieron con los metales finos —oro y plata— sino con los parámetros de producción y de solvencia económica de los países. La acuñación de moneda se liberó de la limitación impuesta por los depósitos metálicos. Para lo cual se abandonó el patrón monetario a partir de los años 30 del siglo pasado. Gran Bretaña lo hizo en 1931, Estados Unidos en 1933, Francia desde 1936.
El hecho de que los billetes de banco representaran una determinada cantidad de metales preciosos acopiados en las bóvedas del banco emisor, con los que podían convertirse, limitaba enormemente el volumen de la masa de moneda y su circulación. Los bancos descubrieron que no era indispensable mantener esta cobertura total, que podía utilizarse el factor confianza de los tenedores de billetes para hacer más billetes y entonces nació la moneda fiduciaria (del latín fides, “confianza”) que representaba un valor superior a los depósitos metálicos. Su valor estaba garantizado por un acto de la autoridad pública y no dependía ya de los depósitos de metales preciosos. En lo sucesivo fue una ley u otro acto de voluntad del gobierno los que señalaron el poder liberatorio del dinero.
A partir de ese momento la emisión de moneda respondió a otros parámetros, vinculados a la producción. La fuerza liberadora de una moneda depende hoy de la solidez de la economía de un país. Por eso se han impuesto los signos monetarios de los países prósperos. Entre las dos grandes guerras el mundo vivió bajo la hegemonía de la libra esterlina y entre 1945 y 1970 bajo la del dólar estadounidense. En la actualidad hay varias otras monedas fuertes: el dólar, el yen japonés, el franco suizo, la libra esterlina, el euro. Estas monedas imperan como medios de pago y unidades de cuenta en las transacciones internacionales, sin dejar de contar con el dólar, a pesar de su eventual desvalorización con relación a ellas, como moneda referencial.
Afirma al respecto el economista ecuatoriano Franklin Maiguashca que "las monedas más importantes del planeta, tales como el dólar, la libra esterlina, el yen y el euro, no cuentan con un respaldo físico. Sustentan sus respectivos valores en la idoneidad y solidez de las instituciones que rodean la emisión y la administración de esas monedas. Esto hace que, en aquellos países, el papel de los bancos centrales, que son las organizaciones que por lo general están a cargo de esas responsabilidades, sea de crucial importancia".
Por supuesto que, al adoptar este nuevo sistema, los gobiernos tuvieron que decretar la inconvertibilidad de la moneda y su curso forzoso para que tuviera eficacia. Se llama dinero de curso forzoso o de curso legal aquel que debe ser aceptado obligatoriamente en un país como pago de deudas o descargo de obligaciones. En algunos países la moneda metálica es de curso legal hasta una determinada cantidad pero los billetes de banco tienen curso legal ilimitado. En cambio, los cheques —que son dinero bancario— no constituyen moneda de curso legal.
El nuevo tipo de dinero se complementó con el dinero documentario (relacionado con los depósitos bancarios y el empleo del cheque como instrumento que contiene un mandato de pago que permite a su librador retirar una cantidad determinada de los fondos depositados a la vista en un banco), así como con las múltiples formas dinerarias creadas por los modernos sistemas de crédito.
Pero en la dinámica de la economía contemporánea el dinero de papel desplazó al monetario y el dinero bancario al dinero de papel. Hoy la inmensa mayoría de las transacciones se hace por medio de cheques bancarios. Sus ventajas para las faenas de intercambio son evidentes. Vivimos la era del dinero bancario constituido por depósitos reintegrables a la vista. Más de las nueve décimas partes del monto de las transacciones se realizan por este medio.
Pero existe también otra forma de dinero, que es la que se produce a partir de los depósitos de ahorro y a plazo en los bancos, de la tenencia de bonos del Estado y de la expedición de muchos otros documentos que pueden liquidarse rápidamente o venderse en el mercado de valores por dinero. Este es el denominado <cuasidinero. Se llama así porque, sin ser realmente dinero, posee muchas de sus cualidades y engrosa el flujo de medios de pago en circulación.
La circulación del llamado dinero documentario, relacionado con los depósitos bancarios a la vista y el cheque, ha contribuido a disipar las fronteras entre el dinero convencional y el “cuasidinero” proveniente de los depósitos a plazo y operaciones crediticias.
A este sistema se ha sumado en la actualidad el denominado <dinero plástico, constituido por las tarjetas de crédito, que han creado nuevas formas instrumentales de pago nacionales e internacionales y cuyo auge forma parte del fenómeno de la <globalización de la economía. Ellas han ampliado notablemente el volumen de medios de pago dentro de la sociedad. Y aunque no tienen todas las características del dinero —como la de ser medida del valor, instrumento de acumulación y unidad de cuenta— es un instrumento de cambio que contribuye a incrementar la masa monetaria de una economía. El sistema funciona con base en tres elementos fundamentales: la entidad emisora de las tarjetas de crédito, los titulares de ellas y la red de comerciantes que se han incorporado al sistema.
Al expedir la tarjeta a nombre de una persona, la entidad emisora —que generalmente es un banco o un grupo de bancos— garantiza los pagos que ella genere a favor de los comerciantes acreedores y los hace efectivos después de que su titular ha realizado una transacción. Luego la entidad emisora recupera ese dinero del portador de la tarjeta. Y el comerciante, que sin duda aumenta sus ventas con esta facilidad crediticia, reconoce por este servicio a la entidad emisora un porcentaje de comisión sobre el volumen de las transacciones hechas.
En Inglaterra se está experimentando ya el llamado dinero electrónico que, al efectuar la transferencia instantánea de caudales de una persona a otra y de un lugar a otro, está llamado a sustituir a los billetes de banco y al dinero convencional. Este será sin duda el dinero del siglo XXI. El mondex, que así se llamará la moneda electrónica del futuro, consistirá en una tarjeta plástica parecida a la de crédito, con un sofisticado “chip” interior, que servirá para cargar y descargar los ahorros del usuario a control remoto y por medios electrónicos. A través de ella se podrá pagar cualquier suma de dinero, de una manera segura y a prueba de fraudes, dentro de un país o fuera de él. Por medio de este sistema se podrán hacer toda clase de pagos y transferir instantáneamente recursos monetarios de una tarjeta a otra en cualquier parte del mundo.
No obstante que fue concebido como mero instrumento para facilitar las transacciones mercantiles, en reemplazo del sistema del trueque de las sociedades primitivas, el dinero no es ciertamente un elemento neutro y deja sentir su influencia en la economía. La cantidad de su emisión y la velocidad con que circula, explicadas de diversa forma por las escuelas económicas, ejercen influencia sobre los fenómenos económicos. Unas teorías sostienen que esos factores “influyen” y otras que “determinan” el proceso de formación de los precios. Pero lo que está fuera de duda es que la masa monetaria no es un elemento neutral ni inocuo en la economía.
Por eso, la estabilidad monetaria, esto es, la conservación del poder adquisitivo de la moneda, es un factor de mucha importancia en el manejo de la economía. La moneda no debe estar sometida a demasiadas fluctuaciones, porque ellas entrañan transferencias gratuitas de riqueza entre grupos de la población. Debe mantener su valor en función de lo que puede comprar. Si aumenta su valor —revaluación monetaria— podrá comprar más cosas y podrá importar más y si su valor disminuye —devaluación— comprará menos y alentará las exportaciones. El valor del dinero se mide por el nivel de los precios. Entre el valor del dinero y el de los precios hay siempre una relación inversamente proporcional.
La exageración en la calificación de la influencia que ejerce el volumen de medios de pago en poder del público —dinero— sobre el nivel general de precios lleva al >monetarismo, que es la teoría económica que explica en función del flujo monetario del banco emisor, del factor multiplicador de la banca comercial y de la velocidad de circulación del dinero, todos los fenómenos de la economía y, en forma especial, el sistema de precios y la <inflación. Así lo hace la llamada >teoría cuantitativa del dinero formulada originalmente por David Ricardo, J. S. Mill, Irving Fisher y acogida después por tantos otros economistas alineados en las escuelas clásica y neoclásica.
El Estado tiene el derecho soberano de acuñar moneda, de obtener los beneficios del señoreaje y de diseñar su política monetaria y cambiaria.
El señoreaje es la diferencia, de la que se apropia el Estado, entre el coste de fabricar y poner en circulación la moneda y el valor adquisitivo que ella tiene, o sea el cúmulo de bienes y servicios que puede comprar. Por ejemplo: la impresión del billete de un dólar cuesta alrededor de cinco centavos pero el gobierno puede usarlo para adquirir bienes por cien centavos, de modo que el señoreaje es de 95 centavos. En un billete de 100 dólares este ingreso significa 99 dólares con 95 centavos. En realidad es un poco menos ya que los billetes deben ser reemplazados a costa del Estado en alrededor de 18 meses, que es el lapso de caducidad media del papel de que están hechos. Pero, en todo caso, esa diferencia representa anualmente cantidades muy importantes de dinero que perciben los gobiernos emisores.
El seigniorage era en la Edad Media el tributo que percibía el príncipe por la acuñación de moneda. Posteriormente fue el pago que los monarcas exigieron por certificar el peso y la buena ley de las monedas de oro y plata.
El profesor Jürgen Schuldt, remitiéndose a los datos de Kurt Schuler en sus artículos “Basics of Dollarization” y “Encouraging Official Dollarization in Emerging Markets” publicados en el "Joint Economic Commitee Staff Report" en abril de 1999, afirmó que el gobierno de Estados Unidos obtuvo en ese año alrededor de 25.000 millones de dólares netos por la expedición de su moneda. Pero ese monto disminuirá progresivamente por la incorporación de la tecnología electrónica a las transferencias de depósitos, que torna innecesario el uso de los billetes convencionales.
De lo dicho se desprende que la función de emitir moneda, que es una responsabilidad privativa de los bancos centrales, reviste una gran importancia. A ellos corresponde proveer a la economía de los medios de pago suficientes para su desenvolvimiento. Su obligación es dar al proceso económico la necesaria <liquidez. Durante la vigencia del régimen del patrón monetario, esto es, durante el siglo XIX y el primer tercio del XX, la emisión de moneda era automática. El banco central emitía tantos billetes como depósitos bimetálicos o monometálicos ingresaban a sus bóvedas. Pero al abandonar el patrón metálico a comienzos de la década de los 30, la política de emisión asumió características distintas. La cantidad de metales preciosos ya no influyó en el volumen de la masa monetaria. Las reservas en oro y en divisas tienen hoy otra finalidad. Sirven fundamentalmente para asegurar los pagos internacionales. Es el flujo real de la economía de un país el parámetro que guía la emisión monetaria. El keynesianismo enseñó que deben tomarse en cuenta los objetivos del pleno empleo y de la productividad óptima para hacerlo.
Pero aparte de la emisión monetaria por el banco central, también los bancos comerciales privados “crean” medios de pago a través de la utilización de los depósitos del público en préstamos de dinero que, a su vez, van a parar en buena medida como depósitos a la vista en otros bancos, que vuelven a ser utilizados. Así se produce una larga cadena de creación secundaria de dinero a cargo de la banca privada que debe tomarse en cuenta en el diseño de la política monetaria y crediticia del gobierno.
Reciben el nombre de “hot money” los capitales errantes de carácter especulativo que ingresan o salen de los países de acuerdo con el grado de estabilidad de la moneda local y sus perspectivas de futuro, así como de las condiciones tributarias que se le ofrecen. Si las expectativas locales son poco halagüeñas, en el sentido de que un país no está en capacidad de mantener el valor de su moneda o que otro tiene un proceso de revalorización monetaria u ofrece exoneraciones impositivas más interesantes, esos capitales inmediatame se convierten a la moneda más fuerte, a través de movimientos a corto pazo. La elección del centro financiero en que se depositan depende de la rentabilidad que se les reconozca. El ingreso y la huida de los capitales errantes se registran naturalmente en la cuenta corriente de la <balanza de pagos.
En torno a la moneda han surgido la política monetaria y la política fiscal de los gobiernos, que conducen y regulan, respectivamente, la estabilidad de los precios de los bienes y servicios dentro de la sociedad y el equilibrio entre el gasto y el ingreso gubernativos para asegurar la liquidez monetaria.
En enero del 2009 hizo su ingreso a internet el bitcoin, que es una moneda digital descentralizada que se utiliza a través de la red como medio de pago por la adquisición de bienes y servicios de todo tipo. Ella cumple todas las funciones de la moneda —medio de pago, instrumento de cambio, medida del valor, unidad de cuenta, mecanismo de ahorro— pero no es emitida por un gobierno ni está controlada por un banco central —como las monedas convencionales: el dólar, el euro, la libra esterlina, el yuan y todas las demás— sino que es un medio de pago descentralizado, sin anclajes en un instituto emisor ni sometimiento a una política monetaria estatal.
A diferencia de las monedas regulares, el bitcoin no está legal ni económicamente sustentado por un gobierno, que responde por su operación ante la comunidad interna y la comunidad internacional. Es una moneda sin respaldo ni limitaciones estatales y, por eso, los agentes económicos privados la pueden utilizar libremente para sus fines. “La diferencia —afirmó "The Economist"— es que las monedas establecidas están sustentadas legalmente por el gobierno, quien es, en principio al menos, responsable ante sus ciudadanos. Los bitcoins en cambio son una moneda de comunidad. Requieren autocontrol de sus usuarios".
Consecuentemente, esta moneda digital no está sometida, como las monedas convencionales, a una política monetaria estatal ni al control de un banco central ni sirve a los designios oficiales de regulación, estabilidad financiera y presión impositiva en cada país. Es una moneda de comunidad sujeta al autocontrol de sus usuarios, utilizada para hacer pagos en línea directamente entre las partes interesadas.
El crecimiento de la masa monetaria del bitcoin se controla por medio de un muy complicado diseño matemático para alcanzar la "escasez" necesaria que estabiliza su valor. Esa masa monetaria no puede crecer arbitrariamente sino a ritmos regulados por el sistema, de modo de mantener su poder de cambio y prevenir su desvalorización en el mercado financiero y monetario. Pero, de todas maneras, la volatilidad de la moneda virtual es muy alta.
Sus intercambios con las divisas nacionales se realizan persona a persona por internet en los denominados "mercados de intercambio", que son páginas web que conectan instantáneamente a usuarios vendedores y compradores de la moneda virtual. En enero del 2014 el precio de un bitcoin rondaba los 600 euros y la base monetaria del sistema se acercaba a los 7.000 millones de euros.
Pero esta moneda digital tiene varios riesgos, entre ellos, los errores en el software y virus informáticos. Igual que las monedas convencionales, el bitcoin puede emplearse ilegalmente: compra de drogas y otras mercancías ilegales, lavado de dinero sucio, evasión de impuestos, operaciones especulativas. Los ciudadanos son libres de utilizarla bajo su propio riesgo. Y los gobiernos no están en posibilidad de controlar esas actividades ilegales hechas en la red.
Todo indicaba que Satoshi Nakamoto —supuesto ingeniero electrónico de origen japonés, residente en California— era el diseñador en el año 2008 del código electrónico de creación y funcionamiento del bitcoin, controlado por software —que buscaba inmunidad ante la depredación de los políticos y los banqueros, según afirmaban sus propulsores—, incorporado un año después a internet, dentro de cuya red electrónica opera y se desenvuelve.
Como resultado de sus investigaciones, la revista norteamericana "Newsweek", en su edición del 16 de marzo del 2014, afirmó que Satoshi Nakamoto era el inventor de esta criptodivisa —cryptocurrency— que ganaba espacio virtual en internet. Pero el misterioso personaje —de quien se suponía que vivía modestamente y sumido en el anonimato en la pequeña ciudad de Temple City, al sur de Los Ángeles, sin disfrutar de sus millones— había negado persistentemente ser el creador de aquella moneda.
A partir de la aparición del bitcoin surgieron por imitación o como alternativa varias monedas digitales en la red —litecoin, dogecoin, namecoin, peercoin, stablecoin, mastercoin y otras—, con diferentes niveles de éxito, cotización y proyección de futuro. Pero ninguna de ellas es moneda de curso legal en un país o en una región. Son monedas puramente virtuales, que no tienen billetes, piezas metálicas o tarjetas para sus transacciones. Ellas se almacenan en los ordenadores. Todas se basan en protocolos criptográficos a los que no tienen acceso las autoridades estatales.
Los gobiernos, sin duda, no las miran con simpatía porque temen perder el control del dinero, que es una herramienta fundamental para el manejo de la economía, y además porque las transacciones virtuales no pagan impuestos. Tampoco los bancos las ven con agrado dado que las transacciones virtuales no pasan por sus dominios financieros. Para defender su dinero de curso legal los gobiernos no admiten pagos tributarios con dinero electrónico.
El 2 de mayo del 2016 la Agence France-Presse (AFP) publicó que, “tras años de misterio y de especulaciones, el verdadero creador de la moneda virtual bitcoin reveló su identidad a la BBC, a The Economist y a la revista GQ: se trata del empresario australiano Craig Wright”, quien presentó las pertinentes claves criptográficas para demostrarlo.
Y, en realidad, todo parecía indicar que el nombre Satoshi Nakamoto —que hasta ese momento aparecía como el autor del programa de la moneda virtual— era simplemente un pseudónimo.
Según la agencia periodística British Broadcasting Corporation (BBC) de Londres, Craig explicó que había utilizado para sus fines el apellido de Tominaga Nakamoto, filósofo japonés del siglo XVIII.