En el ámbito político, se denomina modelo a un paradigma de organización social o económica que puede imitarse o reproducirse en un país. El modelo es una representación teórica y simplificada de la hipotética realidad. Es siempre un arquetipo, un ejemplo a seguirse, un dechado de sociedad o de economía. Grandes modelos sociales han sido la sociedad abierta, la sociedad de consumo, la sociedad socialista, la sociedad neoliberal y otras formas de organización social; y modelos económicos importantes han sido la economía de mercado, la economía social de mercado, la economía centralmente planificada o el sistema de economía mixta. Todos ellos han sido modelos forjados en los países metropolitanos, que han tratado de imponerse alrededor del mundo y cuya pretendida validez se ha extendido al ámbito internacional.
Generalmente los modelos económicos se conciben en términos matemáticos y tienen dimensiones internacionales.
Sin embargo, los políticos y los planificadores pueden aplicar total o parcialmente los modelos a la realidad de su país. Pueden admitir ciertas soluciones modélicas y rechazar otras.
El filósofo y matemático argentino Mario Bunge, en su libro “Economía y Filosofía” (1982), consideró que los modelos son sistemas hipotético-deductivos que, a diferencia de las teorías, abarcan menos y son representaciones idealizadas y esquemáticas de la realidad.
Para crear modelos económicos se emplea el método inductivo, es decir, el que va de lo particular a la ley, de modo que partiendo de la observación de la realidad se llega a los principios generales que la rigen; y también el método contrario —el deductivo— que va de la ley a lo particular, a través de deducciones lógicas extraídas a priori, es decir, sin partir de la observación empírica. Se miden los fenómenos sociales y económicos mediante métodos matemáticos muy avanzados o a partir de las leyes que los rigen, se extraen las hipótesis sobre el comportamiento de la economía y se formulan los modelos.
En la postguerra fría los ideólogos del neoliberalismo, con su concepción unidireccional de la historia, partieron de la falsa premisa de que en la confrontación Este-Oeste hubo sólo dos modelos económicos en contienda: el de libre mercado y el centralmente planificado. Y concluyeron que, como el uno zozobró bajo el peso de su incompetencia, quedó el otro como la única opción válida. La aplicación de este modelo neoliberal condujo a la crisis económica y financiera que estalló en Wall Street en el último trimestre del 2008 y que se extendió rápidamente por el mundo globalizado.
Para afrontar la situación, el denominado Grupo de los 20 (G-20) —que representaba en ese momento el 90% del producto bruto mundial, el 80% del comercio internacional y cerca del 60% de la población del planeta—, reunido en Washington el 15 de noviembre del 2008, acordó definir un nuevo modelo económico mundial, que incluyera una mayor regulación estatal sobre las entidades financieras privadas, e introducir reformas al sistema financiero internacional de Bretton Woods, que había sido desbordado por los acontecimientos.
En la siguiente reunión cumbre del G-20, celebrada en Londres el 2 de abril del 2009, el presidente Nicolás Sarkosy de Francia y la canciller alemana Ángela Merkel manifestaron que era indispensable forjar una “nueva arquitectura en el sistema financiero mundial para que nunca más vuelva ocurrir una crisis como la actual”, es decir, forjar un nuevo modelo financiero. Con este propósito, los líderes del Grupo decidieron “reformar nuestras instituciones financieras internacionales para adecuarlas a los nuevos desafíos de la globalización”.