La palabra proviene del latín mythologia y ésta, de dos voces griegas que significan fábula y tratado. La mitología es, por tanto, la “ciencia” que estudia los mitos o es también el conjunto de mitos de una >sociedad y de una <cultura.
La mitología guarda las primeras creaciones intelectuales del hombre primitivo, los testimonios del despertar de su pensamiento, sus primigenias explicaciones de cuanto le rodea y sus tempranas teogonías. En medio del enmarañado y oscuro mundo de los mitos nacieron los primeros dioses: el Sol, la Luna, el mar, las montañas, el rayo, el trueno, la tempestad, los vientos. Y después vinieron dioses más sofisticados: el osiris egipcio, el ormuz persa, el zeus griego, el brahma hindú, el wotan teutónico, el odín escandinavo y toda la constelación de deidades que presidieron la vida de las sociedades arcaicas. Más tarde aparecieron los dioses abstractos e inasibles de las religiones más elaboradas.
En la prehistoria surgieron muchas mitologías: caldea, asiria, egipcia, china, arábiga, fenicia, griega, romana, japonesa, hindú, escandinava, germánica, azteca, maya, inca y muchas otras. Pero de todas ellas, la griega es la más importante y hermosa, probablemente porque fue revelada por poetas y no por sacerdotes. Su lenguaje fue metafórico y poético. Se alzó en los vuelos de la alegoría. Estuvo envuelta de ritos y ceremonias. Encerró preceptos y valores de comportamiento moral. Estuvo poblada de dioses, semidioses y héroes. Los dioses tomaron formas humanas y se mezclaron familiarmente con los hombres y de esa unión carnal nacieron los semidioses, que tenían una naturaleza dual de inmortalidades y miserias. Los héroes eran seres excepcionales por sus hazañas y fundaron ciudades, realizaron grandes proezas y emprendieron expediciones audaces. Los dioses griegos más admirados fueron Zeus (Júpiter, para los romanos), que fue el dios supremo del olimpo, a quien todas las demás deidades y los hombres rendían pleitesía; tronaba en las alturas y era dueño del rayo para hacerse obedecer; Hera (Juno), esposa de Zeus, reina del cielo; Apolo (Apolo), que era el dios que iluminaba la inteligencia; Atenea (Minerva), diosa de la sabiduría y de la castidad; Afrodita (Venus), la diosa del amor y la voluptuosidad; Ares (Marte), dios de la guerra; Hefaistos (Vulcano), dios de las artes útiles; Deméter (Ceres), diosa de la fecundidad de la tierra; Artemisa (Diana), hermana de Apolo y diosa de la caza; Hermes (Mercurio), dios de la elocuencia y el comercio; Hades (Plutón), dios de los infiernos; Dionisios (Baco), dios del vino y de la música; Asclepio (Esculapio), dios de la medicina.
En el estudio de la historia fue inexcusable adentrarse en las mitologías para hacer luz sobre los orígenes de los grupos humanos. Los mitógrafos y los estudiosos de ellas trataron de desentrañar el sentido de los relatos míticos, no obstantes su irracionalidad y fantasía. Vieron claramente que los mitos fueron productos de los oscuros tiempos de ignorancia e irracionalidad de las sociedades humanas. La Ilustración, desde una perspectiva racionalista, asumió la tarea de estudiarlos como expresiones de los orígenes, procesos y abismos del pensamiento humano. Los mitos fueron la primera respuesta del hombre a los misterios de la naturaleza y de la vida. Constituyeron los inicios de la cosmogonía, de la cosmología y de la prehistoria. Cumplieron, en su tiempo, las funciones de explicar las creencias, exaltar la moralidad y regular la vida de las sociedades arcaicas. Después la mitología, como parte de la cultura, fue estudiada científicamente por la antropología, la sociología, la psicología, la filología, la arqueología, la etnología, la historia de las religiones y otras disciplinas científicas. El estudio llevó a descubrir las correlaciones entre mito y sociedad y a lograr una mejor comprensión de la historia y de la cultura. El desarrollo de la ciencia, al identificar las causas y los efectos de los fenómenos de la naturaleza, disipó gradualmente las supersticiones. El pensamiento escatológico fue sustituido por el pensamiento científico.
Hubo temas recurrentes y mitos comunes a pesar de las distancias geográficas y etnológicas. Muchas de las ideas, símbolos y mitologías de unas religiones fueron copiadas de otras. Las más antiguas leyendas de los pueblos orientales —caldeos, asirios, babilonios, griegos, persas, egipcios— acerca de la divinidad, la creación, el “primer hombre”, el edén, la revelación, el mesianismo, la vida, la muerte, la resurrección de los muertos, la redención, el juicio final, el cielo, el infierno, el purgatorio, la inmortalidad del alma, la vida ultraterrena, los ángeles y genios buenos, los demonios y genios malos, los milagros, el sacerdocio, los oráculos y las profecías, fueron reproducidas más tarde por varias religiones. Existen notables coincidencias en el origen y destino de los personajes míticos adorados como dioses por varias confesiones religiosas. Según la tradición, Horus en Egipto, Mithra en Persia, Krishna en la India y Jesús en Israel nacieron de madre virgen, hicieron milagros, tuvieron doce discípulos, resucitaron y subieron al cielo después de su muerte. Krishna, considerada como la segunda persona de la santísima trinidad, fue perseguida por un tirano y murió crucificada. Sufrió las consecuencias de enfrentar al poder político y al poder religioso de su tiempo. Horus, mil años antes que Jesús de Nazaret, luchó en el desierto durante cuarenta días contra las tentaciones de sata. Este parece ser el origen del episodio similar de Cristo que narran los evangelios. Hay una curiosa similitud entre la historia de la momia Al-Azar-us del mito egipcio de Horus y la resurección de Lázaro en la creencia católica.
Los mitos cosmogónicos de la creación y del “primer hombre” fueron concebidos de manera similar por las distintas mitologías y religiones. El dios de los brahamanes, deseoso de crear, produjo las aguas en cuyo seno lanzó un germen, en forma de un huevo resplandeciente de mil rayos, que fue el inicio de la vida y de todo lo que existe. Los doctores del confucianismo supusieron que todo se debe a una causa principal, sin principio ni fin, a la que llamaron ti, que es el origen de la naturaleza. El aire fue la primera de sus emanaciones y su reposo o su movimiento produjeron el frío y el calor que, reunidos, dieron el agua. Y en el proceso de la creación primero aparecieron los elementos, después el cielo y los astros y finalmente el hombre y la mujer. En la narración babilónica la primera pareja, compuesta por Apsu y Tiamat, procreó hijos y dio origen al género humano. En la concepción judeocristiana dios creó al principio el cielo y la Tierra. La Tierra era informe y estaba vacía, y las tinieblas cubrían la superficie del abismo. Dios hizo la luz y dividió la luz de las tinieblas. A la luz la llamó día y a las tinieblas, noche. Luego hizo el firmamento y las estrellas y separó las aguas. Y la tierra dio yerba verde. Y, finalmente, después de creados los peces, las aves y los animales, creó al hombre y a la mujer y les ordenó que crecieran y se multiplicaran. También en el Corán Adán y Eva fueron el primer hombre y la primera mujer y, en consecuencia, los progenitores de la raza humana.
El mito del diluvio fue común a las viejas religiones de la Mesopotamia que sostenían que el hombre se volvió orgulloso y trató de someter a los dioses y que, para castigarlo, ellos produjeron un gran diluvio del que se salvó el virtuoso Xixutros, quien fue advertido a tiempo y pudo construir el arca donde se refugió con su familia y con parejas de todos los animales. Después de catorce días las aguas empezaron a bajar y todos los tripulantes se salvaron. Esto se narra en el Poema de Gilgamesh, la epopeya babilónica de origen sumerio.
Contaban los babilonios que cuando los dioses decidieron destruir la ciudad de Suruppak, ordenaron a uno de sus habitantes —Xixutro— construir una barca en la que pudiesen entrar él, su familia, unos cuantos artesanos y algunas parejas de animales domésticos y salvajes. La nave debía ser calafateada con betún y resina. Cuando el trabajo quedó concluido se descargó la terrible tempestad que duró siete días y siete noches. La tierra quedó inundada y todos los seres humanos perecieron. Cuando las aguas descendieron la nave se posó sobre el monte Nisir, cerca del río Tigris, y sus ocupantes se salvaron y ofrecieron a los dioses libaciones y sacrificios.
El cataclismo diluvial formó parte también de las mitologías china —aunque con ciertas variantes—, griega, hindú y australiana. Los constructores del arca en que se conservaron las semillas de todas las cosas y criaturas vivientes fueron Deucalión, en Grecia, y Manú en la India. Después del diluvio el arca se posó en lo alto de una cima montañosa, donde desembarcaron los hombres y los animales.
Pero muchos científicos en los últimos siglos han cuestionado severamente la posibilidad real del diluvio. Ya en las primeras décadas del siglo XVII el geólogo inglés Thomas Burnet (1635-1715), en su libro “The Sacred Theory of the Earth”, publicado en 1681, impugnó el mito del diluvio porque, según sus estudios científicos, la cantidad de agua que pudo caer durante los cuarenta días era absolutamente insuficiente para cubrir la Tierra hasta sus montañas más altas. También el geólogo escocés Charles Lyell en sus “Principles of Geology”, cuyo primer volumen apareció en 1830, rechazó por anticientíficas las afirmaciones del Génesis sobre el diluvio y, en su “The Geological Evidence of the Antiquity of Man” (1863), impugnó sobre bases científicas la versión bíblica de la creación. Y el economista, geólogo, vulcanólogo y parlamentario inglés George Scrope, que realizó profundas investigaciones geológicas a mediados del siglo XIX, llegó a las mismas conclusiones científicas.
La >torre de Babel es otro de los mitos compartidos. Contaba la conseja babilónica que, a pesar de la benevolencia de Bel, los hombres volvieron a incurrir en el pecado del orgullo y empezaron a construir una torre muy alta para escalar al cielo, pero como castigo a su atrevimiento los dioses la destruyeron y, para evitar que el intento se repitiese, hicieron a los hombres hablar lenguas diferentes. Según el relato que aparece en el Libro del Génesis del Antiguo Testamento, los descendientes de Noé llegaron a la Mesopotamia y decidieron edificar una torre “que llegara hasta el cielo” y pudiera arrebatarle sus secretos, como demostración de la grandeza y poder del hombre. Jehová quiso castigar esa soberbia y, para evitar que consumaran su propósito, les hizo hablar diferentes idiomas de modo que nadie pudo entenderse. Advino entonces la más absoluta confusión de lenguas y, en esas circunstancias, no les fue posible proseguir la construcción de la torre y sus constructores se dispersaron.
Otro de los temas repetidos por algunas religiones es el “fin del mundo” El brahmanismo sostiene que cuando llegue la terminación de los siglos aparecerá Visnú sobre la tierra, bajo la forma de un guerrero montado a caballo, en una mano el escudo y en la otra el puñal, y destruirá a los malos y hará caer las estrellas. Se oscurecerán el Sol y la Luna y las tinieblas cubrirán todos los espacios. La serpiente de las mil cabezas vomitará fuego, que reducirá el universo a cenizas. Los mares lanzarán sus olas sobre la tierra y los cielos. Entonces todas las almas irán a reunirse con la divinidad, de la que habían sido separadas, y no habrá allí más que felicidad para los justos y penas para los réprobos.
Según el zoroastrismo, después de expirado el plazo de nueve mil años, dios decretará la resurrección de los muertos. Cada uno reconocerá su cuerpo. Los justos irán en cuerpo y alma al gorotman (paraíso) a gozar de los placeres de los bienaventurados y los malos al duzak (infierno), donde serán castigados. Mientras tanto en la Tierra el calor del fuego derretirá las montañas y los metales fundidos formarán un río que purificará a los hombres y purificará al mismo infierno.
Según Confucio, todas las cosas creadas por un principio indestructible, después de haber pasado por todos los grados por los que deben pasar, dejarán de existir. El cielo ya nada producirá. La Tierra y cuanto a ella rodea se destruirán. El universo volverá al caos, pero después nacerá un nuevo cielo imperecedero.
La Biblia, en el libro del Apocalipsis que contiene las revelaciones hechas a san Juan durante su destierro en la isla de Patmos, habla también del fin del mundo. Dice que, cuando llegue la hora, vendrá del firmamento un gran cometa ardiente como una tea, el Sol se oscurecerá, la Luna no dará luz y las estrellas caerán del cielo.
El mahometismo habla también del juicio final que vendrá un día, cuando nadie lo piense. Por eso dice: ”deja que jueguen y rían los impíos hasta que llegue el día del juicio”, en que ocho ángeles presentarán los libros en los que están escritos los castigos de los hombres. “Ese día —dice el Corán— el cielo parecerá de metal fundido, los montes estarán tan blandos como la lana, una llama abrasadora quemará a los infieles, el hombre huirá de su hermano y la madre de su hijo, cada quien sólo pensará en sí mismo, no habrá para el malvado rescate ni socorro. Y entonces Dios destruirá el mundo con todo lo que está dentro”.
La profecía es un fenómeno que hunde sus raíces en el primitivo mundo de la mitología. De allí la tomaron las religiones. Las culturas griega, babilónica, fenicia y caldea tenían oráculos venerados. Entre los griegos la leyenda mitológica de Casandra fue una manifestación del don divino de la profecía, aunque trágica, porque Casandra, a causa de no haberle correspondido en su amor, fue maldecida por el dios Apolo para que nadie creyese en sus predicciones. Ella advirtió a los troyanos acerca del caballo de madera con que los griegos iban a entrar a la ciudad pero no le creyeron. Y Troya cayó. A raíz de este hecho Casandra fue entregada al rey Agamenón como su esclava y amante. Ella advirtió al rey que sería asesinado si volvía a Grecia, pero tampoco le creyó; y, a su llegada a Micenas, Agamenón y Casandra fueron asesinados por Clitemnestra, esposa de éste y reina de Micenas.
Con frecuencia en la política se forjan mitos y mitologías, de los que surgen “dioses”, “semidioses”, “héroes” y “villanos” a conveniencia de sus forjadores. A lo largo del tiempo hubo líderes políticos y gobernantes que contaron con equipos especializados en fabricar leyendas, prestigios y <carismas en torno suyo. La historia del <culto a la personalidad es dilatada. El resultado ha sido el forjamiento de algunos personajes legendarios y sobredimensionados que nada tienen que ver con la realidad. Son, en verdad, mitos. En nuestro tiempo la tecnología ha dado su aporte para la generación de estas mitologías con los modernos medios de comunicación audiovisuales, el >teleprompter, los magos de la >propaganda política y de la >publicidad, los expertos en <marketing político, los hacedores de imagen, los ghostwriters, los phrasemakers, los wordsmith, los sloganeers, los historiadores de alquiler y toda la cohorte de falsificadores de la realidad y creadores de fetiches políticos.
Las profecías no están ausentes de la mitología política. Hay profecías buenas y profecías interesadas. Con frecuencia los augures políticos advierten al gobernante de una ocurrencia, éste desecha la advertencia, acontece lo advertido y en ese momento ya toda acción gubernativa resulta tardía. Hay muchas casandras en la vida política, especialmente bajo los gobiernos mesiánicos, que anticipan los sucesos pero que no son creídas por los “agamenones” infatuados que sólo creen en lo que les conviene.
Y hay también mitologías patrioteras que, inspiradas en el más crudo <chauvinismo, inventan héroes convencionales, magnifican hasta el ridículo los episodios de la historia y operan como droga heroica para inflamar la emoción de los pueblos.
Todo esto forma parte de la mitología política.
El filósofo y físico francés Georges Sorel (1847-1922), en sus “Reflexiones sobre la violencia” publicadas en 1908, al analizar la insurgencia de las fuerzas de izquierda europeas contra las instituciones políticas de su tiempo y al elaborar la teoría de la huelga general como arma de lucha política de los trabajadores, fue uno de los primeros pensadores en teorizar sobre el mito político. Lo definió como “una organización de imágenes capaces de evocar instintivamente todos los sentimientos” de la gente dentro de la vida social. Para Sorel el mito político no es un acto del intelecto y de la racionalidad sino una expresión irracional acogida por un pueblo, una clase social o un partido político como parte de su patrimonio de ideas, imaginaciones y sentimientos.
Vistas así las cosas, el mito político no es un fenómeno individual sino un fenómeno de masas, aunque su creación o fabricación se deba a personas individuales. Quiero decir con esto que los mitos políticos se crean o se fabrican por individuos pero alcanzan su plenitud cuando un partido político, una masa, una comunidad, un país los acogen y aceptan como “verdades” evidentes, cargadas de tono afectivo.
El mito político, como todos los mitos, es una “verdad” sentida y vivida por la gente aunque no desmostrada ni demostrable. A pesar de que estamos insertos en una época racionalista y científica el mito político ocupa aún un amplio espacio en la vida pública de las sociedades contemporáneas y tiene una gravitación determinante sobre su conducta. Forma parte de lo que algunos llaman el “imaginario” social, es decir, el conjunto de imágenes que invaden el cerebro de las colectividades y motivan su comportamiento.
Hay mitos políticos positivos y negativos. Los positivos magnifican las bondades de un hecho, una idea, un recuerdo histórico o una persona; los negativos crean sobre ellos leyendas negras o los anatematizan.
Los mitos políticos son parte de la semiología y de los elementos simbólicos de que se valen los partidos y grupos políticos y sus líderes para fortalecer la cohesión interna y motivar a las masas para la acción. Con base en ellos se defienden o se combaten apasionadamente ideas o personas.
La mitología política está compuesta de imágenes, emblemas, símbolos, relatos históricos, valores patrios, héroes convencionales, culto a los muertos, consejas, ficciones, leyendas negras o alegorías forjados, con mayor o menor arbitrariedad, por los operadores políticos para alcanzar una identidad colectiva y crear un factor altamente emocional de motivación política.
De los mitos políticos, forjados por los líderes con fines de dominación, pronto se adueña un pueblo, una clase social, un partido, un grupo o un movimiento. El mito político les sirve de indentificación y de estímulo incoercible para la acción. Recordemos, por ejemplo, el mito nazi de la superioridad de la raza aria, cuyo culto condujo a la confragración bélica mundial; o el mito falangista de “Francisco Franco Bahamonde, caudillo de España por la gracia de Dios”, en cuyo nombre se torturaba y se mataba a los adversarios políticos; o el mito bolchevique de la "dictadura del proletariado", bajo cuyo señuelo se hizo una de las más trascendentales y profundas revoluciones de la historia; o el mito islámico de “Alá es grande”, que ha servido para perpetrar las más atroces acciones terroristas.
Con su intensa carga emocional, el mito político impulsa a los entes colectivos a la acción política ciega y fanática.