Es lo que pertenece a la microeconomía, es decir, a la gestión económica de las empresas y de los agentes productivos privados. En contraste con lo <macroeconómico, que se refiere a la problemática financiera, comercial y productiva global de un país, lo microeconómico dirige su mirada hacia los actores económicos privados, especialmente las empresas, que producen o distribuyen bienes y servicios.
La microeconomía es el estudio de las unidades de producción, desde la perspectiva de su rendimiento individual, en el marco de las variables macroeconómicas de un país. En el análisis entran los costes, los precios, los salarios, los gastos generales de una empresa, sus proyecciones de desarrollo a mediano y largo plazos y las microdecisiones de los empresarios.
Durante mucho tiempo se consideró que el comportamiento económico individual bastaba para caracterizar el funcionamiento del conjunto de la economía de un país. Se pensó que los intereses sociales no eran otra cosa que la suma de los intereses individuales y que la economía de la sociedad se explicaba por las acciones y reacciones económicas de los individuos. Todo lo cual llevó a la suposición, ciertamente ingenua, de que el libre despliegue individual conduciría automáticamente al bienestar colectivo.
Los economistas clásicos estuvieron persuadidos de que el interés personal desataba las iniciativas de la producción, el libre juego de las decisiones individuales operaba como factor de regulación de la vida económica, la ley de la oferta y la demanda mantenía los equilibrios entre productores y consumidores, la libre competencia en el mercado señalaba los volúmenes de producción necesarios y éstos, a su vez, determinaban el desplazamiento de la mano de obra redundante hacia otras actividades económicas y, finalmente, que la ganancia premiaba los aciertos de los empresarios y la quiebra sancionaba sus equivocaciones. Todo dentro de una gran armonía, sin sobresaltos, gracias a las capacidades de autocontrol que atribuían a las fuerzas del mercado.
Pero la tremenda crisis recesiva mundial de los años 30 del siglo pasado disipó las ilusiones de los economistas clásicos. Quedó demostrado que el despliegue del interés individual no conducía necesariamente al bienestar colectivo. Se desplomó la tesis del automatismo del mercado. Y se llegó a la conclusión de que la microeconomía resultaba insuficiente para explicar el comportamiento de los grandes agregados económicos de un país. Fue entonces que nació la concepción macroeconómica para explicarlos. Nació como un procedimiento de análisis de las magnitudes globales del proceso económico de un país. Pronto los dos puntos de vista —el macroeconómico y el microeconómico— cobraron cierta autonomía, no obstante la dificultad de establecer los límites que les separan, y entraron en conflictos. Hoy se considera que no sólo que ellos no siempre se complementan sino que con frecuencia tienen intereses contrapuestos. Desde entonces, y gracias a los trabajos de Keynes, empezaron a distinguirse en el análisis estas dos grandes ramas de la economía.