Es un término de origen religioso. Los profetas de diversas religiones hablaron de la venida de un mesías que instaurará un orden de abundancia, justicia y libertad en la Tierra. Esta creencia apareció en varias religiones —el profetismo hebraico, el cristianismo, el islamismo, el zoroastrismo, el budismo— que esperan el advenimiento del ungido de dios para que ponga fin a un período de opresión e injusticia. Entre los hebreos hubo dos clases de mesianismo: el de los profetas, quienes anunciaron la venida del hijo de la mujer que aplastaría la cabeza de la serpiente o, como en el caso de Isaías, la concepción virginal y el nacimiento del mesías; y el de los rabinos, que presagiaron apocalípticamente que grandes calamidades habrían de sobrevenir al pueblo de Israel antes de la llegada del mesías.
La palabra deriva del término hebreo mashiah, que significa “el ungido de Dios”, o sea la persona real o imaginaria en quien se deposita una esperanza de liberación. En la teología cristiana el mesías es Cristo, quien vino a la Tierra para redimir a la humanidad. En la versión griega de la Biblia hebrea —la Versión de los Setenta— este término se traduce por la palabra Christos, de la cual se deriva Cristo. Los judíos, sin embargo, no reconocen a Jesucristo como el mesías y esperan la venida del suyo.
En la teología cristiana el mesianismo de Jesús fue proclamado por los ángeles en el momento de su concepción (Mt. 1,20-23), en su nacimiento (Lc. 2,9-14), durante su bautismo (Mc. 1,11) y más tarde fue incluso reconocido por el demonio (Lc. 4,41). Según el evangelio de san Marcos (14,61-64), Jesús fue crucificado por haber admitido ser el mesías.
El mesías, aunque no era dios, estaba considerado como un ser extraordinario, asistido de dones sobrenaturales.
El Antiguo Testamento contiene numerosos pasajes que se refieren a la venida del salvador prometido por su Dios a su pueblo.
Los judíos llegaron a imaginar al mesías como un caudillo político o rey victorioso y justo, de la dinastía de David, que vendría a liberar a Israel de sus opresores extranjeros.
Por extensión, mesianismo significa en política la tendencia a creer en líderes de inspiración divina cuyo destino superior es salvar a un país de las fuerzas del mal, para convertirlo en una suerte de “tierra prometida”.
Los pueblos esperan todo del líder mesiánico, supuestamente dotado de poderes supraterrenales para solucionar los problemas de la comunidad.
Con frecuencia el mesianismo manipula los sentimientos religiosos de las masas para aprovecharse de su respaldo.
El mesianismo es, sin duda, uno de los síntomas del subdesarrollo político de una sociedad. Es la confianza en que ha venido o vendrá el “salvador” popular, capaz de hacer todos los milagros de bienestar y progreso. Es la espera del “rain man”, que llaman los norteamericanos, es decir, del hombre capaz de “hacer llover” para la fecundación de los campos y la multiplicación de la riqueza.