Llámase así al entorno geofísico que rodea al ser humano, compuesto por el suelo, el aire, el agua, el clima, el paisaje, la altitud geográfica, la presión atmosférica, la flora, la fauna y otros elementos y condiciones en medio de los cuales el hombre y los demás seres vivos desenvuelven su vida.
Las vinculaciones entre los seres humanos y el espacio físico que les sustenta se observaron desde los tiempos más remotos. Los pensadores de las antiguas India y Persia, los astrólogos egipcios, los profetas judíos, los sabios de la vieja China, los más eminentes filósofos griegos, algunos de los padres de la Iglesia Católica, pensadores medievales y numerosos tratadistas contemporáneos trataron de desentrañar los efectos que las condiciones del entorno geográfico, telúrico y cósmico tienen sobre la conducta de los hombres y sobre los procesos sociales.
El sociólogo Friedrich Ratzel (1844-1904), con su conocida frase de que el hombre es un pedazo de la tierra, quiso poner de relieve esas estrechas relaciones, lo mismo que el biólogo Alexis Carrel (1873-1944) con la afirmación de que somos un producto exacto del limo terrestre .
Investigaciones científicas actuales han establecido con entera precisión la recíproca influencia que existe entre el medio ambiente y el hombre. El entorno físico —con su clima, altitud, estaciones, temperatura, presión atmosférica, riqueza del suelo, paisaje y demás condiciones ambientales— ejerce una gran influencia sobre la vida humana y social, pero también el hombre modifica el entorno natural a través de su actividad productiva, con efectos degradantes muy peligrosos sobre la naturaleza.
El medio ambiente tiene dos elementos básicos: los ecosistemas, o sea el conjunto de las relaciones e interacciones entre las plantas, los animales y los microorganismos y las de éstos con el entorno físico en que viven, y la biodiversidad, que es la variedad de los genes, las especies animales y vegetales y los microorganismos de una región, que son el fruto de millones de años de evolución natural.
Gracias a la intensificación de las investigaciones científicas hoy se conocen muy bien los problemas ambientales. La contaminación en sus múltiples formas, la lluvia ácida, las consecuencias nocivas de la descarga de desechos tóxicos, el efecto invernadero de ciertos gases, el calentamiento de la Tierra, los desórdenes climáticos, la destrucción de la capa de ozono, la deforestación, la desertización, la extinción de la biodiversidad, la escasez creciente de agua dulce, son algunos de esos problemas. Todos los cuales se originan en el industrialismo moderno, en el urbanismo y, en general, en la aplicación utilitaria de los conocimientos tecnológicos a las tareas de la vida social y de la producción.
El urbanismo contemporáneo tiene muchos factores contaminantes del aire, el suelo, el agua y los bosques. La combustión de los vehículos automotores, de los aviones y de otras máquinas, el uso de plaguicidas químicos —algunos de ellos no biodegradables—, la deforestación, la descarga de desechos industriales tóxicos, los accidentes de plantas químicas y nucleares y muchos otros elementos propios del moderno proceso de producción causan estragos irreversibles en el medio ambiente.
Se han levantado voces de alarma de científicos e investigadores ambientalistas acerca de la necesidad de tomar medidas para impedir que este proceso devastador continúe. Ellos han contribuido a formar en la población una conciencia ecológica en orden a defender los ecosistemas e impedir que la agresión de las fuerzas productivas rompa los equilibrios de la naturaleza.
La Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y Desarrollo (mejor conocida como Comisión Brundtland) publicó en 1987 su primer informe sobre la cuestión ambiental, titulado Nuestro Futuro Comun.
Llámanse ambientalistas o conservacionistas a las personas o grupos que se dedican a la defensa del medio ambiente contra las agresiones de la industrialización indiscriminada y de otros factores generados por la actividad económica moderna. En torno al tema ecológico se han formado y desarrollado, principalmente en Europa, los partidos políticos llamados verdes que postulan, como punto central de su ideología, la defensa del medio ambiente y la conservación o restauración del equilibrio ecológico ante las acometidas del maquinismo desaforado y de otras actividades humanas depredadoras de la naturaleza.
Por analogía con la denominada curva de Kuznets —formulada en los años 50 del siglo XX por el economista norteamericano Simon Kuznets para establecer las correlaciones entre el crecimiento económico y la distribución del ingreso en los países desarrollados—, los investigadores estadounidenses Thomas M. Selden y Daqing Song, en su libro Environmental Quality and Development: is there a Kuznets Curve for Air Pollution Emissions? (1994), idearon la curva ambiental de Kuznets —environmental Kuznets curve (EKC)— para demostrar que al iniciarse el proceso de crecimiento del ingreso per cápita en un país desarrollado se da una mayor presión sobre el medio ambiente y se aumenta su deterioro, pero que al alcanzarse niveles superiores de prosperidad económica y de renta per cápita surgen cambios estructurales y tecnológicos que detienen el deterioro del medio ambiente y que, incluso, lo revierten en alguna medida. Cambios estructurales que están relacionados con la declinación de las industrias contaminantes y el auge de las actividades económicas limpias; y cambios técnicos que van asociados a la adopción de procesos productivos menos contaminantes y a la aplicación de tecnologías reductoras del impacto medioambiental.
La curva ambiental de Kuznets —que es la extrapolación de la hipótesis del economista norteamericano a la medición de las condiciones ambientales— pretende demostrar que, a corto y mediano plazos, el crecimiento económico puede ser dañino para el medio ambiente; pero que, a largo plazo, detiene o disminuye su deterioro.
Sostiene que las relaciones entre el crecimiento económico y el ambientalismo se representan gráficamente en forma de una letra "U" invertida, que indica que en las primeras etapas del crecimiento se produce un deterioro ambiental que es revertido después cuando se alcanza un determinado nivel de renta per cápita.
Selden y Song afirman que "a medida que los ingresos aumentan, la capacidad para invertir en mejores condiciones ambientales y la disposición a hacerlo aumentan también".
Apoyan su hipótesis en el hecho de que, en la actual era postindustrial del capitalismo, los países altamente desarrollados orientan sus economías preferentemente hacia el sector de los servicios —especialmente de los servicios de la última generación tecnológica— y encomiendan, a través del denominado offshoring, buena parte de los procesos industriales de los bienes manufacturados que consumen a países del tercer mundo de reciente industrialización, que asumen en sus territorios la carga del deterioro medioambiental.
La hipótesis, sin embargo, ha tenido muchos impugnadores. Sus afirmaciones no han sido probadas a cabalidad ni se ha podido demostrar una relación causal entre crecimiento y disminución de daños ambientales. Al contrario, todo lleva a creer que los múltiples efectos del crecimiento producen, de todas maneras y en cualquier plazo, daños acumulativos e irreversibles en el entorno ambiental.
De ahí que, en el empeño de encontrar una fórmula capaz de medir con la mayor precisión posible los avances o los retrocesos de los países en sus políticas de defensa del medio ambiente, las universidades de Yale y de Columbia en los Estados Unidos, bajo la dirección de sus catedráticos Daniel C. Esty y Marc A. Levy, han propuesto el Índice de Rendimiento Medioambiental —Enviromental Perfomance Index (EPI)—, cuya metodología fue presentada al Foro Económico Mundial de Davos en enero del 2006.
El Índice de Rendimiento Medioambiental del año 2010, que evaluó a 163 países en función de veinticinco indicadores relacionados con la salud ambiental y la vitalidad de los ecosistemas, estableció el escalafón de acuerdo con los éxitos de cada uno de ellos en la defensa del medio ambiente. Los 25 indicadores que sirvieron de base para la medición se agruparon en diversas categorías de política ecológica: sanidad ambiental, calidad del aire, recursos hídricos, biodiversidad y hábitat, recursos naturales y cambio climático. Estas fueron las categorías de política ambiental que sirvieron para hacer las evaluaciones cuantitativas. Islandia estuvo a la cabeza del ranking, seguida de Suiza, Costa Rica, Suecia, Noruega, Islas Mauricio, Francia, Austria, Cuba, Colombia, Malta y los demás países, todos los cuales destinaban importantes recursos y energías a la protección medioambiental; en tanto que al final quedaron situados Sierra Leona (163º) República Centroafricana (162º), Mauritania (161º), Angola (160º), Togo (159º) y Níger (158º), todos ellos en África subsahariana. Los Estados Unidos ocuparon la posición 61º a causa de su bajo nivel de eficiencia en el manejo de las energías renovables, los recursos hídricos y las emisiones de gases de efecto invernadero, y China se ubicó en el lugar 121º por su lamentable política ambiental. Los países con mejores resultados en América Latina y el Caribe fueron: Costa Rica (puesto 3º), Cuba (9º), Colombia (10º), Chile (16º), Ecuador (30º) y Perú (31º), mientras que los de menor puntuación fueron Haití (155º), Bolivia (137º), Honduras (118º), Guatemala (104º) y Trinidad & Tobago (103º).
Las cifras cambiaron un tanto en el 2012, en cuyo Índice de Rendimiento Medioambiental los primeros países fueron: Suiza, Letonia, Noruega, Luxemburgo, Costa Rica, Francia, Austria, Italia, Reino Unido, Suecia y Alemania. En ese año los mejores de América Latina fueron: Costa Rica (5º), Colombia (27º), Brasil (30º), Ecuador (31º), El Salvador (35º), Panamá (39º), Uruguay (46º), Cuba (50º) y Argentina (50º).
El EPI pretende demostrar que la asignación de altos recursos financieros y la toma de medidas gubernativas para controlar la contaminación y para administrar correctamente los recursos naturales tienen incidencia beneficiosa en los resultados de la política ambiental. Obviamente, estos arbitrios están directamente relacionados con la riqueza de un país y con la eficiencia de su gobierno. Hay casos dramáticos como el de la República Dominicana y Haití que, no obstante compartir la misma isla e igual entorno natural, tienen resultados diametralmente diversos en el manejo ecológico: la una está situada en el lugar 36º y el otro en el 155º del escalafón. Como bien anotó el profesor Daniel C. Esty de la Universidad de Yale, "el tipo de política medioambiental que se adopta es de vital importancia" y "el buen gobierno es un factor determinante en la consecución de la eficiencia medioambiental".
El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) produjo en octubre del 2007 un dramático informe —Perspectivas sobre el Medio Ambiente Mundial— en el que sostuvo que "desde 1987, las emisiones globales anuales de dióxido de carbono (CO2) de los combustibles fósiles se han incrementado en cerca de un tercio. Se prevé que el petróleo y el gas sigan siendo las principales fuentes de energía durante las próximas dos o tres décadas. Los incrementos de CO2 aumentan la acidez de los océanos, creando una amenaza para los corales y los moluscos. Los estratos de hielo muestran que los niveles de CO2 y metano superan con creces los rangos de su variabilidad natural a lo largo de los últimos 500.000 años". Añadió: "Ahora existe evidencia visible e inequívoca de los efectos del cambio climático, así como un consenso de que las actividades humanas han sido decisivas en el calentamiento observado hasta el momento: las temperaturas medias globales han incrementado en torno a 0,74 grados centígrados desde 1906, y se espera que el incremento de este siglo esté entre 1,8 grados y 4 grados. Reacciones como el deshielo de la capa subterránea de los glaciares y el incremento del vapor de agua pueden aumentar esta media. Algunos científicos creen que un incremento de 2 grados centígrados supondrá el umbral a partir del cual la amenaza de un daño mayor e irreversible es más posible". Y habló de la degradación del suelo agrícola, la desertización, el agotamiento de los nutrientes, la salinización, la contaminación química, la escasez de agua dulce, la pérdida de la biodiversidad, la extinción de especies, los cambios climáticos, la alteración de los ciclos biológicos, la concentración de gases de efecto invernadero, el calentamiento del clima, el aumento del nivel de los mares, la sobrepesca, el incremento de la población, el crecimiento del urbanismo y otros temas de la mayor importancia ambiental.
La principal conclusión del PNUMA, en el informe referido, es que el tema ambiental debe colocarse en el centro de la toma de decisiones políticas y económicas de todos los gobiernos del planeta para la propia supervivencia de la especie humana.
Estudios conjuntos de la National Aeronautics and Space Administration (NASA) y la Universidad de California, realizados en una amplia zona de los glaciares de la Antártida occidental, frente al mar de Amundsen —donde se encuentran seis glaciares gigantes que bajan de las montañas hacia el mar— confirmaron a comienzos del 2014 que el proceso de derretimiento de los glaciares, causado principalmente por el aumento de las temperaturas oceánicas, había llegado a un "punto de no retorno".
Afirmó Tom Wagner, científico de la agencia espacial estadounidense, que esos estudios "no se sustentan en simulacros de computadora o modelos numéricos" sino "en la interpretación empírica de más de cuarenta años de observaciones desde satélites de la NASA". El científico norteamericano se refería a las investigaciones iniciadas por la agencia espacial norteamericana en los años 70 del siglo anterior.
Con base en tales investigaciones, las dos entidades científicas aseguraron que el derretimiento de los glaciares era más rápido de lo previsto y que, con el aumento del nivel de los mares —82 centímetros o más hasta el fin de este siglo— muchas ciudades costaneras del planeta tendrán que ser evacuadas en décadas venideras.
Una nueva declaración de alerta sobre la acidificación de los océanos y los mares, a causa de la penetración de dióxido de carbono (CO2) en sus aguas, se produjo en la 12ª reunión de las partes del Convenio sobre Diversidad Biológica de las Naciones Unidas —Convention on Biological Diversity (1992)—, que juntó del 6 al 17 de octubre del 2014 en la ciudad de Pyeongchang, Corea del Sur, alrededor de treinta científicos procedentes de diversas universidades y centros de investigación del mundo.
En la reunión participaron profesores, científicos e investigadores de Heriot-Watt University, Universidad de East Anglia, Universidad de Oxford y Cardiff University de Inglaterra, Enviromental Economics de Hong Kong, University of Sydney y James Cook University de Australia, University of the Ryukyus del Japón, Alfred Wegener Institute de Alemania, Universidad de Essex, Institute of Marine Research de Noruega, University of Gothenburg de Suecia, Laboratoire d'Océanographie de Villefranche en Francia y de otras instituciones de educación superior.
Los científicos afirmaron en su informe que más dos mil millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2) entran cada año a las aguas marinas alrededor del planeta, como consecuencia de lo cual la acidez de los mares ha crecido en el 26% desde los tiempos preindustriales y crecerá, en dimensiones peligrosas, hacia el futuro. El científico inglés Sebastian J. Hennige, profesor de la Heriot-Watt University de Inglaterra —quien fue el editor principal del informe—, afirmó: "cuanto más CO2 se libere de los combustibles fósiles a la atmósfera, más se disolverá en el océano".
Dice el informe que el vínculo entre este fenómeno y las "emisiones antropogénicas de CO2 es clara, ya que en los dos últimos siglos, el océano ha absorbido una cuarta parte del CO2 emitido por las actividades humanas".
De modo que las emisiones de dióxido de carbono —responsables del cambio climático— son también causa de la creciente acidez de los océanos y mares.
La acidificación marítima —advierten los redactores del informe— es de una amplitud inédita y se ha producido con una rapidez jamás vista, por lo que "es inevitable que en los próximos 50 a 100 años tenga un impacto negativo a gran escala sobre los organismos y ecosistemas marinos".
Eso se desprende, además, de los estudios y experimentos que numerosos científicos han hecho a bordo de barcos en los océanos y mares del planeta durante la primera década de este siglo.
Por eso los científicos claman por medidas urgentes para frenar la acidez de los océanos, puesto que ella daña los ecosistemas del mar, compromete su biodiversidad, altera la química de las aguas marinas, extingue algunas especies de peces y microrganismos marinos, vulnera los ecosistemas costeros y, por tanto, baja la productividad de las faenas de pesca, perjudica a las comunidades costeras que viven de los productos del mar y afecta a centenares de millones de seres humanos alrededor del planeta que dependen de los productos marinos para su alimentación.