Esta expresión fue acuñada por Georgii Valentinovich Plejanov y abreviada diamant en las lenguas en que, como el ruso y el alemán, el adjetivo precede al nombre. Es el elemento filosófico-político del <marxismo. Se compone de dos partes: la concepción materialista del mundo, que sostiene que todo lo existente no es más que materia en diversos grados de evolución, y su enfoque dialéctico, que considera que nada permanece estático, que las cosas están en constante movimiento y que unas están conectadas con otras en un interminable sistema de interacciones.
Sin embargo, no hay total certeza respecto al origen de esta expresión puesto que Engels, en un ensayo publicado en el semanario alemán de Londres "Das Volk" en 1859, se refirió a la “concepción materialista de la historia” con relación al escrito de Marx titulado "Crítica de la Economía Política", publicado en Berlín ese mismo año. Más tarde, en 1890, en una carta dirigida a J. Bloch, habló sobre el “materialismo histórico” y en 1892, al escribir el prólogo a la edición inglesa de su obra La evolución del socialismo desde la utopía a la ciencia, defendió “lo que llamamos materialismo histórico”. G. V. Plenachov reconoció a Engels la paternidad de la expresión, aunque la idea de que la historia está causalmente determinada por la actividad económica de los hombres fue expresada, antes de Engels, por Schlözer, Adelung, Lavergne-Peguilhen, Möser, Fourier y Saint-Simon. De manera que el origen de la expresión es menos claro que la génesis de la concepción materialista de la historia que, según Marx, corresponde a los historiadores franceses e ingleses de mediados del siglo XIX. Todo esto, claro está, sin menoscabar el mérito de Marx y Engels de haber articulado y dado forma, con gran fuerza creadora, a la concepción materialista de la historia.
El materialismo dialéctico —o dialéctica materialista— hace tres afirmaciones claves: que el mundo está compuesto exclusivamente por materia en diversos grados de desarrollo, que esa materia está en incesante movimiento y que unas cosas están relacionadas con otras dentro del complicado sistema de causas y efectos que rige todo lo existente.
La concepción materialista y dialéctica del mundo considera al tiempo y al espacio como formas peculiares de existencia de la materia en movimiento. Ella representa una realidad objetiva, que existe independientemente de nuestra conciencia.
El <materialismo es una postura filosófica que cobró fuerza en los siglos XVII, XVIII y XIX con Hobbes, La Mettrie, Holbach, Strauss, Feuerbach, Schopenhauer, Lange, Marx, Vogt, Büchner y otros pensadores. Sus antecedentes remotos pueden encontrarse en Demócrito, siglo V antes de Cristo, llamado el padre del materialismo y quien afirmó que el ser se reduce a lo material y que incluso lo que se llama alma no es más que un agregado de átomos que, al dispersarse, determinan su desaparición, aunque estos átomos vuelven a unirse después para dar origen a nuevos seres.
El materialismo niega la composición dualista del mundo y, por ende, la existencia de toda sustancia inasible y etérea independiente de la materia. Se trata de un materialismo filosófico y no moral, que por lo mismo nada tiene que ver con la concupiscencia o el <hedonismo, como a veces afirman quienes pretenden desacreditar esta postura filosófica. El materialismo sostiene que el mundo material que nos rodea, y del cual formamos parte, constituye la realidad primaria de la que dependen todas las cosas, incluido el pensamiento humano, que no puede existir sin la materia. El pensamiento mismo, según este punto de vista, no es más que una manifestación de la materia en un grado superior de evolución. La materia tiene vida propia y se rige por sus leyes. El mundo existe independientemente del pensamiento humano. No son las ideas las que crean las cosas —como pretenden ciertas corrientes de la filosofía idealista— sino, a la inversa, las cosas las que crean las ideas o, como afirma Marx al comienzo de su libro “El Capital” y en su crítica a la dialéctica idealista de Hegel, el pensamiento no es el demiurgo de lo real sino que es lo material traducido y transpuesto al cerebro del hombre.
De este modo, la filosofía materialista desecha toda afirmación metafísica de la existencia de un espíritu, idea absoluta, alma o cualquier otro elemento inasible o incognoscible, como quiera que se llame, y sostiene que todos los fenómenos del universo son sólo diversas formas de la materia en movimiento y en distintas fases de su evolución.
La <dialéctica, por otro lado, es la teoría que concibe al mundo en permanente e inagotable movimiento, a causa del autodinamismo que tienen todas las cosas por la contradicción de elementos opuestos que ellas llevan en sus entrañas. La realidad, desde este punto de vista, es la síntesis de la contradicción de los factores opuestos y en permanente confrontación que interactúan en el mundo de la naturaleza, del hombre, de la sociedad y de la cultura.
De la unión de la filosofía materialista con la <dialéctica resulta el materialismo diléctico, que es la postura filosófica que concibe al mundo en movimiento, en un fluir interminable, en un permanente ser y dejar de ser, en un devenir. Lo mismo en el orden de la naturaleza que en el orden humano y en el social, nada es eterno, todo es transitorio, todo es perecible. Todo nace, crece, se desarrolla, llega a su apogeo, declina y muere. La quietud no existe. El cambio es la ley ineluctable de la existencia.
El movimiento está impulsado por la contradicción interna que bulle en todas las cosas. En esa contradicción reside el autodinamismo que las impele. Ella obedece al principio dialéctico de la unidad y lucha de los contrarios, según el cual todo lo existente guarda en sus entrañas dos elementos: uno positivo y otro negativo, en constante lucha por prevalecer. La transformación universal se produce gracias a esa contradicción. De la entraña de las cosas nace el movimiento. Los dos elementos en conflicto desencadenan una pugna que necesariamente ha de resolverse en una síntesis superior que, a su vez, llevará en su seno el germen de una nueva contradicción, que volverá a plasmarse, en un nivel superior de evolución, en una síntesis nueva, con arreglo a otra de las leyes dialécticas, que los marxistan llaman ley de la negación de la negación, que significa que la síntesis —que es la negación de la negación—, una vez que se consolida, se convierte en la nueva tesis que también será negada.
Así se produce el movimiento universal que, en realidad, es un automovimiento surgido de las contradicciones internas que tienen todas las cosas.
En contraste con el pensamiento materialista y dialéctico está la concepción metafísica del mundo, para la cual los aumentos, disminuciones y desplazamientos de las cosas se deben a impulsos exteriores y no a fuerzas endógenas de las cosas mismas. Considera que los objetos están aislados unos de otros y que ellos son eternamente inmutables. Pueden sufrir cambios cuantitativos pero no cualitativos. Por tanto, las cosas de una determinada especie no pueden dar origen sino a otras de la misma especie, por lo que ellas han permanecido iguales desde que comenzaron a existir. No admite la transformación de una cosa en otra distinta.
Las palabras materialismo y dialéctica tienen para Marx una significación esencialmente iconoclasta, porque implican el desgarramiento de verdades tenidas como absolutas e indiscutibles. Al sostener que ellas no son más que productos sociales perecederos que crecen en la vida de una comunidad en el curso de su desarrollo espacio-temporal, condicionadas por el modo de producción imperante en ella en cada momento histórico, destruye por su base tradicionales lucubraciones y viejos prejuicios sustentados por las clases dominantes para mantener su poder.