Es el sistema filosófico para el cual la única sustancia universal es la materia. Todas las demás sustancias no son más que emanaciones y diversas formas de ella. Niega por tanto la existencia del “espíritu” o de otras sustancias etéreas e inasibles independientes y distintas de la materia. Para la concepción materialista el “alma” no existe como entelequia metafísica y lo que llamamos “espíritu” no es más que la materia en determinado grado de evolución. El pensamiento humano, sus ideas, sentimientos, convicciones morales y expresiones psicológicas no son otra cosa que manifestaciones de la materia —dimanantes del cerebro— cuando ésta ha llegado a una determinada fase de desarrollo e interrelación. Lo psíquico es un producto de la actividad cerebral y del sistema nervioso. Con la muerte del ser humano y la descomposición del cerebro termina todo.
Materia es todo lo que ocupa un espacio y posee los atributos de gravedad e inercia, en cualquiera de sus estados: sólido, líquido o gaseoso. Está formada de partículas elementales, átomos y moléculas. Aunque no ocupan un espacio ni tienen peso ni forma, algunas energías son también materia en la medida en que son emanaciones de ella, como la electricidad, las radiaciones, las ondas hertzianas, los rayos láser, los haces de luz, el magnetismo, los bits —componente básico de las comunicaciones digitales— y otros agentes físicos. El origen y la transformación de la materia han sido a lo largo del tiempo objeto primordial de la preocupación de los filósofos y de los científicos. Las lucubraciones filosóficas más remotas se iniciaron al tratar de explicar el sustrato y el origen de las cosas. Y fue cuando nacieron las dos posiciones fundamentales: la de aquellos que sostuvieron que el mundo material que nos rodea tiene su origen y su explicación en un ser todopoderoso, eterno y necesario que lo creó —y que concluyeron con la afirmación dogmática de un creador absoluto del cosmos—; y la de quienes consideraron que la única sustancia universal es la materia, de la cual emanan todas las demás sustancias. Estos son los dos grandes puntos de vista filosóficos sobre el mundo: el idealista —llamado también metafísico— y el materialista.
Según decía el astrofísico español Ignacio García de la Rosa, director del Museo de la Ciencia y el Cosmos de Tenerife, en la lucha de todas las fuerza contra la gravedad, la materia que hay en el universo toma la forma de una pirámide que va de la abundancia de lo sencillo, en la base, hasta la complejidad de lo escaso en la cima.
La historia de la filosofía partió de la preocupación de los hombres por explicarse el principio o la causa de todas las cosas. Del tema se ocuparon, entre muchos otros, Anaximandro (611-546 a. C), Parménides (540-450 a. C.), Sócrates (470-399 a. C.), Demócrito (460-370 a. C.), Leucipo (460-370 a. C.), Platón (428-347 a. C.), Aristóteles (384-322 a. C.), Epicuro (341-270 a. C.), Tito Lucrecio Caro (97-55 a. C.), Plotino (205-270), san Agustín (354-430), Tomás de Aquino (1227-1274), Galileo Galilei (1564-1642), Renato Descartes (1596-1650), Isaac Newton (1643-1727), Gottfried Leibniz (1646-1716), George Berkeley (1685-1753), Francisco María Arouet, Voltaire (1694-1778), Julien Offroy Lamettrie (1709-1751), Paul Henri Thiry, barón de Holbach (1723-1789), Tomás Hobbes (1588-1679), John Locke (1632-1704), Francis Bacon (1561-1626), Baruch Spinoza (1632-1677), David Hume (1711-1776), Emmanuel Kant (1724-1804), Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), Ludwig Feuerbach (1804-1872), David Friedrich Strauss (1808-1874), Carlos Marx (1818-1883), Federico Engels (1820-1895), Georgii Valentinovich Plejanov (1857-1918), Vladimir Illich Lenin (1870-1924), L. D. Trotsky (1879-1940), Bertrand Russell (1872-1970), György Lukács (1885-1971).
Para la filosofía materialista la única forma del conocimiento humano es la sensorial. No existe la inmanencia, ni la intuición, ni la “gracia” ni otros mecanismos cognoscitivos fuera de los sentidos. El materialismo no admite la existencia de substancias eternas, trascendentales, sobrenaturales. Tampoco la existencia de la divinidad, entendida como un ser supremo, omnisciente e intemporal. No hay la contraposición dualista de cuerpo y alma. Todo lo que nos rodea es materia en movimiento y en diversos estados de desarrollo. El universo no tiene elementos inmateriales: la materia es su único elemento real.
El materialismo sostiene que el mundo material que nos rodea, y del cual formamos parte, constituye la realidad primaria de la que dependen todas las cosas, incluido el pensamiento humano, que no puede existir independientemente de la materia. El pensamiento mismo, según este punto de vista, no es más que una manifestación de ella en un grado superior de evolución. La materia tiene vida propia y se rige por sus leyes. El mundo existe independientemente del pensamiento humano. No son las ideas las que crean las cosas —como pretenden ciertas corrientes de la filosofía idealista— sino, a la inversa, las cosas las que crean las ideas.
El cuerpo humano y el cuerpo de los animales, que se nutren de alimentos vegetales, carnes, pescados y mariscos, no son más que tierra transformada. Las plantas son tierra transformada en primer grado. Los animales herbívoros son hierba transformada, es decir, tierra transformada en segundo grado. El hombre, por tanto, es tierra transformada en tercer o cuarto grado y cuando muere se reincorpora a la tierra de la que forma parte. Y sus ideas, sentimientos, percepciones y sensibilidades no son más que emanaciones altamente evolucionadas de la materia.
En los ámbitos de la biología se denomina neocórtex —neologismo aún no aceptado por la Academia Española de la Lengua— a la capa neuronal que rodea el cerebro de los mamíferos y que está muy desarrollada en los primates y, especialmente, en los seres humanos. Es en ella donde residen las capacidades mentales superiores del homo sapiens. Consiste en una fina capa que recubre el cerebro, de unos dos milímetros de grosor, que tiene una gran cantidad de surcos, arrugas o pliegues y que está compuesta de seis subcapas muy finas. En los mamíferos pequeños el neocórtex es liso pero en los primates y en los humanos presenta arrugas muy pronunciadas. Esas arrugas y pliegues aumentan la extensión real del neocórtex. Afirma el escritor catalán Eduardo Punset, en su libro “El Alma está en el Cerebro” (2006), que “si desplegáramos la corteza del cerebro de una rata, no tendríamos una extensión superior a la de un sello de correos; si desplegáramos la corteza de nuestro cerebro, tendríamos una superficie semejante a la de una servilleta grande o un mantel de una mesa mediana”, donde “podríamos contar más de 30.000 millones de neuronas”. Ahí está la diferencia. El animal humano ha desarrollado una hiperplasia en el cerebro, o sea una extraordinaria multiplicación de células normales. Esto le ha permitido desenvolver grandemente su inteligencia y establecer de manera peculiar sus relaciones con sus semejantes y también con la naturaleza, a la que empezó a transformar con la ayuda del conocimiento científico.
En principio, la diferencia entre el cerebro humano y el de los animales es de grado y no de naturaleza. No hay una línea de separación entre ellos. El cerebro del hombre es más grande y más complejo que los de los animales, pero esa diferencia es cuantitativa y no cualitativa.
A cargo del cerebro están todos los diferentes procesos mentales: el razonamiento, el lenguaje, el desarrollo cognitivo, los conocimientos, la memoria, el razonamiento, el lenguaje, la cultura, la imaginación, los sentidos, las emociones, el placer, las creencias religiosas, los sentimientos, los afectos y desafectos, las sensibilidades, las intuiciones, la sexualidad, los sueños, el entendimiento, la consciencia, la subconsciencia, los temores, las emociones, los estados de ánimo, los deseos, las esperanzas, las motivaciones, las ansiedades, las depresiones anímicas, la semiología. Todo el proceso mental se desarrolla en el cerebro, incluidas las manifestaciones sentimentales, afectos y emociones que tradicionalmente hemos imputado al corazón. El corazón no es responsable de ellas puesto que, como bien dice Punset, es apenas “un músculo, imprescindible para la vida, pero un músculo al fin y al cabo”. Las expresiones etéreas del pensamiento, que las religiones han imputado al “alma”, residen también en el cerebro.
Dentro de la concepción materialista del mundo —compuesto exclusivamente por materia y energía— todas las manifestaciones de la inteligencia humana tienen una base material, que es el cerebro.
Fue un grupo de científicos ingleses, encabezado por el sabio Thomas Willis (1621-1675), el que se atrevió a afirmar irreverentemente —en medio de las oscuras supercherías de mediados del siglo XVII— que los pensamientos y las emociones eran tormentas de átomos en el cerebro humano. Afirmación terriblemente audaz y revolucionaria para la época porque significaba que todas las manifestaciones que entonces se asignaban al “alma” eran, en realidad, funciones fisiológicas del cerebro. Se inauguró así la “era neurológica” que atribuye al cerebro todas las manifestaciones inteligentes superiores del ser humano.
“Willis talvez fue el primero que afirmó que el alma es carne y que está en el cerebro —comenta Punset—. Sin embargo, él no fue perseguido por sus ideas como ocurrió con otros. Hubo grandes persecuciones contra filósofos, teólogos y científicos que profesaban ideas parecidas a las de Willis. Descartes, por ejemplo, sufrió el acoso de la Iglesia, y Thomas Hobbes fue perseguido por los obispos de Inglaterra cuando declaró que la mente no era más que materia en movimiento”.
La ciencia se encargó de demostrar después que lo que llamamos “alma” no es más que una expresión de los átomos y moléculas cerebrales. El hombre mismo no es otra cosa que un conjunto organizado de átomos y moléculas.
De este modo, la filosofía materialista desecha toda afirmación metafísica de la existencia de un espíritu, idea absoluta, alma o cualquier otro elemento inasible o incognoscible, como quiera que se llame, y sostiene que todos los fenómenos del universo son sólo diversas formas de la materia en movimiento y en distintas fases de su evolución.
Los orígenes del materialismo, como concepción del mundo, son muy antiguos. En la vieja Grecia, durante el siglo V antes de nuestra era, Demócrito (460-370 a. C.) sostuvo un pensamiento materialista. Se lo llamó el padre del materialismo. Afirmó que “el ser” se reduce a lo material y que incluso lo que se llama alma no es más que un agregado de átomos que, al dispersarse, determinan su desaparición, aunque esos átomos vuelven a unirse después para dar origen a nuevos seres. En la Edad Media esta escuela de pensamiento tuvo un prolongado eclipse. La Iglesia Católica combatió estas ideas y sostuvo que el hombre es un compuesto de sustancias corporales y espirituales. Ellas renacieron más tarde con la Ilustración y con el <encliclopedismo francés de los siglos XVII y XVIII. Cobraron fuerza con Hobbes, La Mettrie, Holbach, Strauss, Feuerbach, Schopenhauer, Lange, Vogt, Büchner y otros pensadores. En el XIX se reafirmaron principalmente con Marx, Engels y los pensadores marxistas, quienes las unieron con la <dialéctica y formaron el >materialismo dialéctico y el >materialismo histórico.
Para la filosofía materialista, la vida no es un privilegio exclusivo de nuestro pequeño e insignificante planeta perdido en la insondable inmensidad del universo. Y las investigaciones científicas lo corroboran. Recientemente —en el año 2009— la National Aeronautics and Space Administration (NASA) de los Estados Unidos, que es la agencia gubernamental responsable de los programas espaciales, detectó la existencia de glicina en el cometa Wild 2 mediante las muestras recogidas allí por su sonda Stardust. La glicina es un aminoácido esencial para los seres vivos porque forma sus proteínas. Este descubrimiento contribuyó a confirmar las hipótesis formuladas anteriormente por varios científicos de que fueron los meteoritos y cometas que chocaron contra la Tierra hace millones de años los que trajeron la vida a nuestro planeta.
La NASA ha confirmado la presencia de esta molécula en el lejano cometa Wild 2 —que circula entre Marte y Júpiter— gracias a las muestras obtenidas por su sonda Stardust, que fueron enviadas a la Tierra en una cápsula de descenso.
Ya en 1994 un equipo de astrónomos de la Universidad de Illinois, dirigido por Lewis Snyder, aseguró haber encontrado la molécula de glicina en el espacio ultraterrestre. El hallazgo de la NASA reafirma que el fenómeno de la vida se encuentra en el cosmos e incluso da sustento a las hipótesis científicas del origen extraterrestre de la vida en nuestro pequeño planeta.