Es una polarización de la realidad que suprime los matices y que prescinde de la complejidad dialéctica de las cosas. Es la tendencia a dividir a las personas, las ideas y las realidades en dos grandes grupos: los buenos y los malos.
Esta dicotomía proviene, originalmente, de la doctrina de los maniqueos, esto es, de los partidarios y adeptos de Maniqueo o Manes, autor de una herejía del cristianismo que se inició en el año 242 de nuestra era en Persia y que se extendió rápidamente por el Oriente Medio y el Imperio Romano. Maniqueo murió crucificado en el año 276 por orden del rey Bahram I, pero su doctrina duró casi mil años y tuvo muchos seguidores, entre los que se contó san Agustín, antes de su conversión al cristianismo.
El planteamiento central del maniqueísmo fue que existen dos seres eternos en constante hostilidad: dios y satanás. Ellos representan el bien y el mal, la luz y las tinieblas, en lucha permanente. La religión maniquea fue muy sencilla: no tuvo imágenes ni liturgias pero sí ayunos y oraciones frecuentes. Sus seguidores oraban al Sol y a la Luna, no como dioses sino como expresiones de la luz y del bien.
A partir de este antecedente religioso, se conoce como maniqueísmo político a la actitud de quienes suelen dividir las ideas y las personas en buenas y malas, en forma irreductible. Los maniqueos políticos consideran que en el mundo del ser y del deber ser no hay más que dos categorías: la del bien y la del mal. Y se conducen obsesivamente de acuerdo con esta bipolaridad en su vida pública.