Teoría de la población que sostiene que los seres humanos se reproducen en progresión geométrica en tanto que los recursos para su subsistencia crecen sólo en progresión aritmética, por lo que llegará un momento en que la vida humana dejará de ser sustentable en el planeta.
El nombre de esta teoría proviene de su autor, el economista inglés Thomas Robert Malthus (1766-1834), quien publicó en 1798 su obra "Essay on the Principles of Population" en la que sostiene la tesis de que la fuerza de la población es mucho más grande que la que tiene la Tierra para procurar al género humano lo necesario para la vida.
La teoría de la población de Malthus tuvo en el pensador italiano Giovanni Botero (1544-1617), autor de dos importantes libros, un precursor doscientos años antes. Pero nadie se detuvo a escucharlo. En 1589 Botero sostuvo que la población, con el impulso de todas las posibilidades de la fecundidad humana (la virtus generativa) tiende a aumentar más allá de todo límite concebible mientras que los medios de subsistencia (la virtus nutritiva), y la posibilidad de incrementarlos, son generalmente muy escasos e imponen un freno a ese crecimiento, que es la miseria.
Las afirmaciones de Malthus fueron duramente discutidas en su tiempo y aun después. Entre los más apasionados impugnadores estuvieron Carlos Marx y los teóricos marxistas de diversas épocas, para quienes el maltusianismo era casi una mala palabra, así como los pensadores de la vertiente católica, aunque por razones distintas. Las tesis de Malthus, en efecto, parecieron disparatadas al comienzo. No era concebible entonces que la humanidad se duplicara en el curso de veinticinco años. Su cálculo en realidad fue aventurado para su tiempo. Sin embargo, los hechos posteriores terminaron por darle la razón: hubo lugares en el planeta en que la población se multiplicó por dos en el curso de 25 a 30 años. Si las cosas siguieran así —altas tasas de fecundidad y bajas de mortalidad—, dice con exageración gráfica un pensador alemán contemporáneo, después de 600 años habrá una persona en cada metro cuadrado de la Tierra.
En los tiempos modernos las tesis maltusianas han sido retomadas, en términos actualizados y con informaciones de hoy, por ecólogos, naturalistas y biólogos. El naturalista estadounidense Fairfield Osborn (1857-1935) en su libro "Our Plundered Planet", el ornitólogo norteamericano William Vogt (1902-1968) que escribió "Road to Survival" y el médico y bacteriólogo polaco Paul Ehrlich (1854-1915) con sus libros "The Population Bomb" y "The Population Explosion" sostienen que, a causa del aumento de la población y del agotamiento creciente de los recursos naturales del planeta, amplios sectores de la población mundial caerán en la inanición.
Son muchos también los contradictores de esta tesis, quienes se adhieren a la idea optimista del cuerno de la abundancia en lugar del pesimismo maltusiano. Ellos fundan sus opiniones en que la persona media actual es más sana, mejor alimentada y tiene, gracias a la ciencia, mayor esperanza de vida que las de épocas pasadas. La histeria ecologisla, según ellos, carece de sustentación científica. Cuando un recurso natural escasea, la ciencia encuentra un sustituto mejor. La inteligencia humana tiene una capacidad infinita para sustentar la vida sobre el planeta. Esto piensan los economistas norteamericanos Charles Maurice y Charles Smithson, quienes después de estudiar retrospectivamente la historia de las crisis de recursos naturales, concluyeron que cuando éstos faltan el ingenio humano los suple con ventaja. El polémico economista norteamericano Julian Simon (1932-1998), profesor de la Universidad de Maryland, sostuvo también la tesis de que los arbitrios de la ciencia y de la tecnología son capaces de extender indefinidamente la capacidad de sustentación del planeta.
Pero el crecimiento económico se ha dado no por el aumento de la población sino a pesar de él. Son la ciencia y la tecnología las que han jugado un papel decisorio en este avance. Creo que hemos llegado, sin embargo, a un momento en que ni el vertiginoso adelanto científico y tecnológico basta para resolver los problemas de sustentación de una población en explosivo crecimiento ni para contrarrestar la extinción de los recursos naturales no renovables. Antes se pudo sustituir unos recursos por otros, pero la base de esa operación fue la existencia de ellos en la naturaleza. La gran transición de los griegos hace 3.000 años de la edad de bronce a la edad de hierro —de que hablan Maurice y Smithson para demostrar que la escasez conduce al hallazgo de elementos alternativos— fue posible porque había hierro en la naturaleza. Si éste se hubiera agotado, habría desaparecido también el ingenio humano para utilizarlo en sustitución del bronce. Cuando se extingan los recursos no renovables de la naturaleza —puesto que éstos no son infinitos— y cuando la capacidad de sustentación del planeta se vea afectada, el ingenio humano dejará también de ser un recurso disponible para el progreso.
Aquí entra a funcionar la ley del rendimiento decreciente descubierta por el economista británico David Ricardo (1772-1823) y, antes que él, por el pensador escocés James Steuart (1713-1780) y por el economista veneciano Giammaria Ortes (1713-1790), que se manifiesta en dos direcciones: a) a medida que aumenta la población hay que cultivar suelos cada vez más pobres que, con iguales volúmenes de esfuerzo humano, producen cosechas progresivamente menores; y b) en un sentido más amplio, que aunque con cada aumento de trabajo el rendimiento se incrementa, ese incremento generalmente no es proporcional al volumen de trabajo empleado. De modo que, supuesta una constante fertilidad del suelo, el trabajo adicional empleado produce un rendimiento proporcionalmente menor.
La controversia fue intensa. Pero, en todo caso, Malthus tuvo el mérito de llamar la atención hace dos siglos sobre los peligros del exceso de población y de incorporar esta variable a las faenas de la planificación.
Hoy no se discute la conveniencia de las políticas demográficas en las acciones del desarrollo. No lo discuten los dirigentes marxistas, que instrumentan severos medios de control de la natalidad en la China Popular y que los aplicaron también en la desaparecida Unión Soviética y en los países del este europeo. No lo discuten tampoco los pensadores católicos, aunque discrepan en cuanto a los métodos que esas políticas deben adoptar, puesto que ellos son partidarios de la “unión amante” en los días considerados estériles, método que por su ineficacia es un verdadero juego de azar y ha recibido irónicamente el nombre de ruleta vaticana. Por lo que a la América Latina y el Caribe se refiere, contrariando las recomendaciones de la Iglesia, el uso de anticonceptivos es y ha sido en los años recientes el factor más importante del descenso en el 50% de los índices de fecundidad.
Lo que importa es seguir adelante con los programas de >planificación familiar, como parte del proyecto global del desarrollo, a fin de evitar que el crecimiento desproporcionado de la población frustre sus objetivos. Por supuesto que las políticas demográficas no están llamadas a sustituir a las tareas del desarrollo ni a los cambios sociales que éste implica sino a complementarlos. Estas políticas deben formar parte del proyecto global del <desarrollo.
Es difícil rebatir en términos matemáticos la tesis de que un país que tiene tasas de incremento demográfico mayores a las del crecimiento de su producto interno bruto camina irremediablemente hacia su empobrecimiento. El economista norteamericano Lester Thurow (1938-2016), en su libro “El Futuro del Capitalismo” (1996), aseguró que “si la población de los Estados Unidos hubiera crecido a razón de un 3,5% anual durante el siglo pasado, su ingreso per cápita actual sería más bajo de lo que fue durante la Guerra Civil, ya que su ritmo de crecimiento económico durante los últimos cien años fue sólo del 3,1% anual". La vida de cada persona, hasta que llega a la edad de trabajar, representa para la sociedad ingentes gastos de alimentación, vivienda, educación, medicina y otros. Thurow calculaba que en Estados Unidos cada norteamericano en ese tramo de su vida demandaba la inversión de 250.000 dólares. De esto se infiere, en términos generales, que el alto ritmo de crecimiento de la población consume una proporción desmedida del producto interno bruto, deja muy pocos recursos para atender las necesidades del desarrollo y condena a los países a la perpetuación de la pobreza.
Desde otro punto de vista, el crecimiento demográfico tiene gravísimas implicaciones ecológicas. A medida que la cantidad de habitantes crece el medio ambiente se degrada. La existencia de cada persona produce altos índices de contaminación ambiental. Cada ser humano es un factor de depredación del entorno natural y de consumo de recursos no renovables.
Por tanto, la brecha entre los países que tienen controlado su crecimiento demográfico y los que no lo tienen crecerá irremediablemente. No obstante todo lo que se diga respecto de la capacidad de la tierra para proporcionar alimentos, llegará un momento —creo que ha llegado ya— en que la explosión demográfica traerá hambruna y desnutrición. Varios países africanos están ya en ese trance. Y en otros lugares del planeta las cosas tienden a no ser muy diferentes. La planificación demográfica ha llegado a ser, en consecuencia, una variable importantísima del desarrollo.
Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el crecimiento demográfico de la región ha registrado una tendencia descendente en los últimos años, debido a la >planificación familiar que en ella se ha desarrollado. Después de haber alcanzado el 3% anual en la década de los 60, en los primeros años del siglo XXI fue aproximadamente del 1.7%. Las proyecciones de este organismo internacional señalan el continuo descenso de las tasas de fecundidad en los países latinoamericanos y caribeños, con un promedio de 2,8 hijos por mujer para el último quinquenio del siglo, la tasa media de crecimiento de cerca del 1% en el año 2010 y cifras inferiores hacia el 2025. (<demografía, >sociedad de masas)